No sé ustedes, pero a mí me costó mucho trabajo estudiar, muchos de mi generación no terminaron la primaria y otros, de plano no los mandaron a la escuela.
Desde mi infancia aprendí a trabajar y ganarme unos centavos para apoyar económicamente a mis padres o para comprar mis útiles escolares. Vendía todo lo que podía, ofrecía tamales de casa en casa, vendía café molido y agua que acarreaba kilómetros en un garrafón cargando en la espalda para ofrecerlo en la casa de los ricos.
También aprendi a bordar en punto de cruz y mi madre salía a vender las blusas y servilletas que yo bordaba. Después de la venta compraba lo que necesitaba para la escuela. Tenía que bordar a escondidas pues en mi comunidad era mal visto que un niño realizara actividades consideradas propias para la mujer. Así terminé la primaria.
Durante la secundaria me tocó batallar aún más pues solo había una telesecundaria donde casi no impartían clases. Opté por ir a estudiar en la secundaria federal de un municipio vecino llamado Caxhuacan, pero no teníamos dinero para pagar mi hospedaje y alimentación, así que caminaba casi hora y media de ida y otro tanto de vuelta todos los días para ir a la escuela.
Lo más difícil eran los días de lluvia y tormentas, pero nunca dejé de asistir a la escuela. En esa escuela tenía que ir con uniforme y zapatos y en días de educación física con tenis y ropa deportiva. Hasta ese entonces yo no usaba calzado, no había dinero para eso.
Con lo poco que pudo conseguir mi padre me compró un par de zapatos y otro de tenís, pero debía cuidarlos para que alcanzaran para todo el año escolar, así que los cargaba en la mochila junto con los útiles escolares para que no se me maltrataran en el camino.
Me iba con huaraches cruzados y al llegar a Caxhuacan me lavaba los pies donde encontrara agua y luego me los ponía para entrar a la escuela, así fué durante toda mi estancia en esa secundaria. Pasé hambre pero tenía ganas de estudiar, siempre las tuve.
Nunca pude quedarme ahí ni siquiera una noche, pues eso implicaba pagar mi comida. Antes no había becas como hoy. Bueno si, pero no alcanzaba para nada.
Recuerdo que una vez fue una señora que nos empezó a preguntar palabras en totonaco, decía que iba de parte del INI. Fue muy bonito porque hasta ese entonces nadie se había interesado por mi lengua materna, yo me emocioné pues eso era mi mero mole.
Anotó nuestros datos y al poco tiempo nos llegó una beca de cinco pesos creo. Recuerdo que de regreso a mi pueblo, al salir de la escuela, con eso compré pan para mí y mis hermanitos, solo alcanzó para eso. Fue la única beca que tuve durante toda mi etapa escolar.
En esa escuela tuve maestros entrañables como el maestro Manuel, la maestra Inés, el maestro Aarón y el maestro Etelberto. Aprendí mucho y empecé a destacar, recuerdo que alguna vez estuve en el cuadro de honor, pero solo aguanté un año.
Después, unos familiares con mejor posición económica me motivaron para ir a un internado a terminar la secundaria, se trataba de la secundaria técnica número 5 en Zaragoza, Puebla, una ciudad mucho más lejos de mi pueblo.
Antes de ir para allá me dijeron que ahí me iban a enseñar mejor y que me darían todo para terminar la secundaria. Recuerdo que el director de la secundaria de Caxhuacan no quería que yo me saliera de ahí pues según era buen estudiante que hasta en el cuadro de honor estaba.
Al llegar a ese internado me enfrenté a un choque cultural muy fuerte y desde los primeros días me di cuenta que no era lo que me habían dicho ni lo que yo esperaba,.ademas de que hacía un frío espantoso.
Primero me pidieron un juego de tenedores, yo no sabía que era eso, los niños indígenas de comunidades marginadas no usan tenedores, pero eso ellos no lo sabían. Después me pidieron una toalla nueva, en mi casa nunca usamos toalla, solamente nos bañabamos y ya, no había dinero para eso.
Después me pidieron un par de sandalias nuevas, yo las conocía como chanclas y para mí eso era mi calzado y no un accesorio para el baño, también me pidieron unas sábanas pero yo no sabía que era eso, en mi casa cuándo bien nos iba dormíamos en petate y con una cobija vieja.
También me pidieron una pijama, claro que yo no sabía que era eso, los niños de escasos recursos no usan pijama. Como pudo, mi papá, con ayuda de los familiares, consiguió una parte de todo lo que me pidieron en esa escuela.
Cada fin de semana los papás iban por sus hijos, les llevaban cosas para comer o simplemente los iban a visitar y salían a pasear con ellos al centro de la pequeña ciudad. Algunos llegaban en coche. A mí nadie me visitó durante todo el año porque mi papá no tenía dinero para su pasaje y bajé de calificaciones.
Al final en mi pueblo fundaron una secundaria técnica y fue ahí dónde al fin pude terminar la secundaria. Después tuve que migrar a Huehuetla para estudiar el bachillerato porque en mi pueblo no había ninguna escuela de ese nivel educativo.
A Huehuetla llegué sin un centavo en la bolsa, me inscribí al bachillerato sin saber dónde quedarme y con qué dinero pagar mi alimentación, durante meses no pude pagar mi colegiatura, pero esa es otra historia que alguna vez ya les conté.
Yo hubiera querido estudiar más, terminar una carrera en la universidad, pero no pude, más nunca me he rendido, producto de esas ganas de salir adelante soy este intento de comunicador, traductor y poeta.
Está es parte de mi historia, esto es parte de lo que soy...