
Ciudad /Sociedad civil organizada | Crónica | 6.AGO.2023
Iturbide en el Balcón de Palacio / Sergio Mastretta

Los liberales se rasgan las vestiduras. Los conservadores no se guardan su regocijo. A la fecha, doscientos años después, todavía esas consignas ilustran nuestro desvarío. Pero no tengo duda de que la experiencia de este día es una buena lección de historia: el hecho concreto de que un día 5 de agosto de 1821, en el proceso militar y político que el país vive en todos sus rincones, por esta ciudad pasa el hombre que encabeza el Ejército Trigarante. Aquí come chiles en nogada, aquí bebe licor de la sierra, aquí pronuncia proclamas y aquí le gritan “Viva el emperador”. Podemos decir que eso nunca ocurrió. O podemos organizar una cabalgata y pachanga de bandas musicales, chinas poblanas y chinacos, y pensar un poco mejor nuestra historia.
Conservadores y liberales, trágica disputa en la tan mal aprendida historia nuestra. Es un hecho que celebramos el arranque de la lucha por la independencia pero no su consumación. El Hidalgo fusilado y decapitado es el héroe, el Iturbide derrocado y fusilado es el villano. Pero ni idea tenemos de lo ocurrido en aquellos primeros meses de 1821 en que en medio de interminables escaramuzas y matanzas, los cabecillas de las fuerzas armadas de los dos bandos, insurgentes y realistas, se baten también en el interrogante de si arrojan el fusil y se dan el abrazo de Acatempan o se aferran en el combate y se siguen matando. Lo quiera o no la narrativa oficial del Estado mexicano, Iturbide fue en esa coyuntura, fundamental.
Pienso en ello mientras escucho el mensaje rotundo de Agustín de Iturbide hoy, 5 de agosto, pero de 2023. Ahora la voz me llega en el tono rotundo de las patillas de utilería que uno de los jóvenes actores porta con franca gallardía montado en un formidable caballo blanco, un macho llamado Tamarindo –a todas luces el personaje se ha apoderado de él-- en esta llamada “Cabalgata de Iturbide” que organizan ya por segundo año el sin duda entusiasta grupo Barriando Puebla y el Instituto Municipal de Arte y Cultura.
Y lo confirmo cuando los organizadores de la Cabalgata de Iturbide nos sorprenden y trepan al vituperado libertador a gritar viva México desde el balcón del palacio municipal. Poco importa ahora si Agustín de Iturbide trepó por las escaleras del edificio hasta el Salón de Cabildo. Lo trepan y desde el balcón pronuncia sin rubor estas frases el hombre que por diez años fuera primer actor en el ejército realista en el combate mortal a los insurgentes y quien, con la encomienda del Virrey Apodaca de acabar con Vicente Guerrero atrincherado en las montañas del sur, decide mejor entablar la negociación para declarar la independencia que llevaría a terminar con diez años de guerra civil:
La nación mexicana, que por trescientos años ni ha tenido voluntad propia ni libre el uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido.
Los heroicos esfuerzos de sus hijos han sido coronados y está consumada la empresa eternamente memorable, que, con afán superior a toda admiración y elogio, y sólo por amor y gloria a mi patria, principiamos en Iguala, proseguimos y llevamos a cabo arrollando obstáculos casi insuperables.
Declaro solemnemente, por medio de la junta suprema del imperio, que la mexicana es nación soberana e independiente de la antigua España, con quien en lo sucesivo no mantendrá otra unión que la de una amistad estrecha en los términos que prescribieren los tratados y con arreglo a las bases que en el plan de Iguala y tratado de Córdoba establecí como el primer jefe del Ejército Imperial de las Tres Garantías.
El discurso es un fragmento del Acta De Independencia Del Imperio Mexicano, tomado del libro 1833-1903 “VIDA DE AGUSTÍN DE ITURBIDE. MEMORIAS DE AGUSTÍN DE ITURBIDE”, de Carlos Navarro y Rodrigo. Porque los organizadores de la cabalgata se han ido a los archivos, y a la propia Biblioteca Palafoxiana y a cuanta referencia historiográfica se tenga a la mano para documentar su puesta en escena en las calles poblanas.
Me lo dice el director del proyecto cultural “La Casa del Mendrugo”:
“Iturbide no dio un mensaje desde el balcón del Palacio Municipal. Son históricas tres cosas: la lectura y mensaje del Plan de Iguala desde el balcón del Obispado (en la 5 Oriente, a un costado del atrio de Catedral), un Te Deum solemne en Catedral donde el Obispo Pérez dio un famoso sermón, y la jura de lealtad al emperador en el cabildo”.
Y explica la operación de la Cabalgata:
“Digamos que lo que hicimos en este evento es como en Netflix. Una obra basada en hechos reales. Por ejemplo un historiador Hugo Leicht dice que una leyenda afirma que Iturbide se hospedó en la Casa del Mendrugo. Otra referencia mencionada en la Hora Nacional del 2013 en Agosto dicha por el historiador Aldo Rivero Pastor en Crónicas Poblanas, expone que Iturbide salió de la Casa del Mendrugo con sus capitanes y caballos a hacer precisamente ese recorrido. Nosotros lo hicimos al revés, "Iturbide" concluyó la cabalgata de ayer en Casa del Mendrugo con una comida de Chiles en Nogada donde hicimos la representación de lo que sucedió en 28 de Agosto día de San Agustín cuando le sirvieron los Chiles en Nogada.”
El discurso que sí ocurre ese 5 de agosto Iturbide lo da desde el balcón principal en el edificio del Obispado, hoy ocupado por oficinas federales. Quien lo dijera, el obispo lo recibe como aquel que libera al pueblo del yugo de la Corona. Lo que escuchamos hoy en voz del patilludo actor, es un Extracto de la proclama que Iturbide dirigió a los pueblos al entrar a ciudad de México para anunciar el fin de su empresa. Tomado de Navarro y Rodrigo, Carlos 1833-1903 “Vida de Agustín de Iturbide”, y que en esta crónica reproduzco:
¡Mexicanos!... tened la bondad de oírme. Las naciones que se llaman grandes en la extensión del globo, fueron dominadas por otras; y hasta que sus luces no les permitieron fijar su propia luz, no se emanciparon…
Es llegado el momento en que manifestéis la uniformidad de sentimientos, y que nuestra unión sea la mano poderosa que emancipe a la América sin necesidad de auxilios extraños.
Al frente de un ejército valiente y resuelto he proclamado la independencia de la América Septentrional. Es ya libre, es ya señora de sí misma, ya no reconoce ni depende de la España ni de otra nación alguna; saludadla todos como independientes, y sean vuestros corazones bizarros los que sostengan esta dulce voz, unidos con las tropas que han resuelto morir antes que separarse de tan heroica empresa”.[1]
“Ya estáis en el caso de saludar a la patria independiente, como os anuncié en Iguala; ya recorrí el inmenso espacio que hay desde la esclavitud a la libertad y toqué los diversos resortes para que todo americano manifestase su opinión escondida… y ya me veis sin dejar atrás arroyos de sangre, ni campos talados, ni viudas desconsoladas…; por el contrario, recorridas quedan las principales provincias de este reino, y todas, uniformadas en la celebridad, han dirigido al ejercito trigarante vivas expresivos, y al cielo votos de gratitud; estas demostraciones daban a mi alma un placer inefable, y compensaban con demasía los afanes, las privaciones y la desnudez de los soldados, siempre alegres, constantes y valientes.
Ya sabéis el modo de ser libres; a vosotros toca…el de ser felices…Se sancionará la ley que debe haceros venturosos, y yo os exhorto a que olvidéis las palabras alarmantes y de exterminio, y sólo pronunciéis unión y amistad.
Contribuid con vuestras luces…dóciles a la potestad del que manda, completad con el soberano congreso la grande obra que empecé…y si mis trabajos tan debidos a la patria, los suponéis dignos de recompensa, concededme sólo vuestra sumisión a las leyes... y de tiempo en tiempo haced una memoria de vuestro amigo”.
Iturbide vive tiempos extremos. Sin duda la suya no es la visión de un país republicano, y tal vez por ello hace caso del griterío en las calles que le llamaba emperador y como tal se impone en 1822 para un imperio efímero. La declaración de traidor por sus enemigos, inmediata. Su muerte, presagio de medio siglo de guerras civiles. Su calificación de villano para la historia que nos hemos contado en libros y discursos, la de una nación incapaz de mirarse en las contradicciones que nutren su fracaso.