Justicia /Sociedad civil organizada | Opinión | 11.SEP.2023
A la memoria de la Yaocihuatl, Conchita Hernández Méndez / Gerardo Pérez Muñoz
A la memoria de la Yaocihuatl, Conchita Hernández Méndez / Gerardo Pérez Muñoz
Para mí, Conchita Hernández no es una persona: es un movimiento de derechos humanos. Zósimo Hernández Ramírez (nahua), ex preso político
Conchita, como coloquial y cariñosamente se le conocía, vivió en Tehuacán; por un poco más de siete décadas de una vida llena de batallas, luchas, fragor y alegrías. Conchita procreó a dos hijos; una hija y un hijo que, decía son mi orgullo, aunque también (a veces) mi dolor de cabeza. Inti y Martín, ambos también, comprometidos con la defensa del territorio, los derechos laborales y humanos y de la cultura. Inti es autora de la puesta en escena Los monólogos de la maquila, y Martín; defensor de derechos laborales e indígenas, escritor, rockero y Premio Nacional de Poesía Indígena Joven 2002.
Conchita nació en Tehuacán y decía ser hija muy orgullosa de migrantes de la Mixteca Oaxaqueña.
En sus años mozos recorrió varias escuelas de la Universidad Autónoma de Puebla. Entre otras, Derecho y Filosofía, sin, contaba, buen rendimiento en ellas por estar embarazada y su cabeza no le daba para entender a los griegos, Santo Tomás, Hegel, ni a Spinoza o Sartre. Termino derecho en la UAP de la reforma universitaria y decidió olvidar esos aburridos estudios. Los pocos casos en los que intervino como abogada y con el propósito de aprender, le dejaron muy mal sabor de boca como el hecho de embargar a algún deudor o echar de su vivienda a una familia cuyo jefe no podía pagar la renta o, ayudar a liberar a gente de toda laya, como uno de sus paisanos que había quemado a su esposa. Al no tener satisfacción alguna como abogada, se dedicó a la docencia un tiempo; terminó desanimada pues a sus alumnos no les interesaba en lo absoluto, la lógica y la ética. En esos tiempos, Conchita vivía en Puebla y trabajaba en Tlaxcala. Tomó la determinación de inscribirse como alumna en la carrera de antropología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), yendo a clases a México todas las tardes. Al terminar ese viacrucis y sacrificio, solicitó trabajo y terminó yéndose a trabajar a Las Margaritas, en Chiapas, al Centro Coordinador Indigenista. Menciona que lo rico de ese tiempo fue que conoció la vida real de las comunidades, el sufrimiento de los refugiados guatemaltecos y sobre todo, las injusticias de que eran víctima los tojolabales, así que ahí se reconcilio con el derecho y pensó que podía dar a conocer a la gente sus derechos y defenderla.
De las Margaritas fue a dar a Huayacocotla, Veracruz, donde la condujo un compañero del Centro Coordinador Indigenista. Huaya fue para ella otra realidad; una sierra húmeda, lluviosa todo el tiempo, fría; región muy rica con pueblo muy pobre. Ahí actuaba una banda de ladrones de ganado, que ambién había asesinado a muchas personas. En Huaya estaban también dos amigos que habían estado en Chiapas y ellos, más el sacerdote de esta parroquia y los jesuitas que tenían a su cargo la radiodifusora, decidieron documentar todos los casos de violencia delincuencial que habían hecho que se desplazaran de sus comunidades unas docenas de personas; otomíes en su gran mayoría. Para ese momento, Conchita ya se había incorporado al equipo de Radio Huayacocotla, La voz de los Campesinos. Así que fue en Huaya en donde emprendió un caminar por infinitos y enormes cerros lluviosos para ir al encuentro de la población otomí, nahuas y también mestizos campesinos que tantas desgracias sufrían, como un señor, platicaba Conchita, de apellido Guzmán, al que una noche le robaron todas sus cabezas de ganado: 24 reses para ser exacto. Las comunidades de este sur de la huasteca de Veracruz tenían pocos habitantes, no tenían más caminos que las brechas que recorrían a pie o a caballo; para ir a Huaya que es la cabecera distrital, debían caminar unas 12 horas, así que muchas personas se aguantaban los atropellos y no podían hacer su denuncia correspondiente. Con todas las dificultades y el apoyo del director de Centro Coordinador que fue uno de sus compañeros que estuvo antes en Chiapas, de nombre Francisco Pancardo Escudero, pudieron contar con un camión de redilas para viajar a la capital del estado: Xalapa, e ir a denunciar a los maleantes que en no pocas ocasiones, en un solo día, mataban a dos personas o más. Luego de tres años, ya convencido el gobierno del estado de la necesidad de actuar, fue capturado y sometido a proceso el jefe de la banda: fue condenado a unos cuantos años de prisión, pero él, sus familiares y sus cómplices, tuvieron que dejar en paz a las comunidades.
Las tierras de estas personas que eran ejidales, estaban acaparadas por unos cuantos que habían convertido a los otomíes en simples peones de ellos. Ahí empezó otra lucha por la recuperación de tierras en un país cuya burocracia y corrupción agraria había dejado sin ejecutar cientos y miles de mandamientos gubernamentales de dotación o restitución de tierras. Conchita se dedicó, junto con su pequeño equipo y una amiga de Xalapa, a gestionar el cumplimiento de la Resolución Presidencial del ejido Amaxac. Resolución dictada en 1934 y pendiente de cumplirse a fines de los años 80. Logró, no sola desde luego, que se hiciera esa entrega de tierras en el año 1991. El gobierno del Estado de Veracruz estuvo de acuerdo en pagarle a los acaparadores los terrenos usurpados para restituírselos a los otomíes. Gracias a su lucha, los campesinos otomíes de Amajac, les restituyeron 4 mil hectáreas y más o menos mil hectáreas a los campesinos nahuas de Ilamatlán, Veracruz. Conchita decía que para ella eso había sido un gran logro en su vida.
En su largo y ancho caminar por veredas, cerros y arroyos, Conchita mencionaba los brutales contrastes entre la belleza natural de la Sierra Norte Veracruzana con los horrores sistemáticos y estructurales de los caciques y las injusticias en la que vivían sus gentes. Conchita se dio tiempo para aprender las lenguas nahua y ñhañhu y realizaban en algunas ocasiones, traducciones de códices o documentos antiguos que le servían en su lucha. Conchita no sólo se enfrentó a los caciques, sino también a tres nefastos gobernadores Veracruzanos, todos Priistas. Agustín Acosta Lagunes, Fernando Gutiérrez Barrios y Dante Delgado.
En 2016, el cineasta Alan Villarreal, estrena el video, la Abogada del Pueblo, como un justo reconocimiento a la gran labor de Conchita y su trabajo y en especial, su enorme esfuerzo y lucha en la defensa del indígena nahua, Zózimo Hernández Ramírez, detenido injustamente en 1985 y acusado de un crimen que no cometió. Parte de eses caminar, quedó grabado en dicho documental.
En palabras de sus hijos, Inti y Martín, Conchita fue una abogada de causas que muchos llamarían ‘perdidas’, de situaciones cotidianas pero terribles y que nunca se rindió. Para Martín, su mamá defendía las causas que liberaran a la gente de la opresión.
En enero del 2021, Conchita se nos adelantó a causa de un asma crónico, dejando un gran vació pero un legado de congruencia en la defensa de los derechos humanos en su acepción más amplia, su lucha en contra de éste sistema injusto y dejándonos un ejemplo y puñado de valores como el de la congruencia entre el pensar, decir y hacer, el de luchar por causas y principios, no solo por puestos políticos; de honestidad, rectitud y sobre todo, de una gran dignidad y humildad……
Hasta pronto querida y entrañable Conchita.
Con memoria
Fotograffía de Benita Galena por Tina Modotti.
Benita Galeana Lacunza, una gran mujer. Un 10 de septiembre de 1903, nació en San Jerónimo, Guerrero, una gran y aguerrida mujer, Benita Galeana. Fue pionera del movimiento feminista. Al lado de Tina Modotti, Frida Kahlo y Adelina Zendejas fue defensora del derecho al voto de las mujeres, a guarderías para las trabajadoras, por el derecho al aborto y el derecho al descanso materno. Impulsó la creación del Frente Único Pro-Derechos de la Mujer. Benita fue militante del Partido Comunista de México y estuvo presa en 58 ocasiones.
Me choca esa palabra: no le encuentro chiste. El feminismo no me convence. Me desagrada ese sello: soy una luchadora social y punto. Benita Galeana