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23 Abril 2025, Puebla, México.

Una memoria de Mario Vargas Llosa (1936-2025) / Pablo Piceno

Cultura | Reseña | 14.ABR.2025

Una memoria de Mario Vargas Llosa (1936-2025) / Pablo Piceno

Vargas Llosa le puso palabras a mi experiencia de la selva con maestría y a la vez a la vida limeña que también conocí viviendo por unas semanas en San Isidro, entre los pitucos peruanos y los judíos y su excesivo lujo.

 
Recuerdo el hermoso poema suyo sobre Homero que publicó Letras Libres meses antes de que me sortearan para irme al seminario en Arequipa, la ciudad donde nació. Recuerdo haber pensado después del sorteo que el llegar a vivir a una ciudad que había visto nacer a ese genio literario era un buen augurio para mí, cuya vida literaria no había empezado y sin embargo se veía ya tan tambaleante.
Apenas días después del sorteo, Vargas Llosa ganaría, por cierto, finalmente el Nobel que tantos años injustamente le había sido ajeno.
Recuerdo que, poco después de llegar a Arequipa, incendiaron su biblioteca recién inaugurada en protesta por sus ideas políticas y eso hizo mella en mí. Recuerdo las veces que iba junto con Patricia, su prima y esposa, a casa de monseñor Javier del Río, el arzobispo de Arequipa, mi padre espiritual, cuando yo vivía ahí. Todo lo que Javier nos contó sobre él, cómo lo conoció de joven cuando trabajaba como abogado y también era agnóstico. Cómo convirtió su obra en patrimonio nacional de modo que Vargas Llosa no tuviera que tributarle tantos soles al estado peruano y por eso lo quería tanto. Las anécdotas interminables que escuchábamos; en particular, el desprecio de Mario por el cardenal limeño Cipriani, por su autoritarismo e intolerancia radical, como buen miembro del Opus que era el cardenal, mismo que acabó defenestrado hace unos años apenas por la Santa Sede por pederasta y encubridor. Tenía razón Mario, pensé yo al leer esas noticias. Cuánta razón tenía.
Para mí, Vargas Llosa encarnaba entonces más bien a un liberal, acérrimo rival de las autoridades eclesiásticas rancias, aplaudidor del matrimonio del mismo sexo, de la vida privada no normada por el estado sino por el deseo. Recuerdo haber leído su Conversación en La Catedral de camino a la selva, a la isla amazónica de Lagunas, en un bote inundado, después de haber sufrido un asalto interminable. Cómo Vargas Llosa le puso palabras a mi experiencia de la selva con maestría y a la vez a la vida limeña que también conocí viviendo por unas semanas en San Isidro, entre los pitucos peruanos y los judíos y su excesivo lujo. Cómo fuimos a casa del rico Balbi a anunciarle el evangelio, un diácono, otros seminaristas y yo, enviados por monseñor.
Recuerdo, finalmente, el día que fuimos a su casa de Miraflores, pegadita a la playa, a llevarle unos chocolates como agradecimiento a Mario de parte de Javier. La emoción con que iba a mis veinte años, a visitar la casa de mi mayor ídolo literario, un genio en estado puro. Cómo, desde el lobby, su casa estaba llena de obras de arte que le habían dedicado enormes maestros. Botero, Dalí, no sé cuántos más. Cómo Mario no estaba y nos recibió un muy amable zambo peruano que atendía su enorme biblioteca personal. Cómo, años después, ya vuelto a la vida laica, Mario, el político, hizo añicos toda la admiración que le había tenido.
Y a la vez no: jamás una novela me ha hecho sentir lo que su Conversación en la Catedral me causó. La capacidad insuperable de enunciar dos realidades complejísimas y contrapuestas, de llevar el lenguaje y el arte narrativa, la polifonía, al nivel más elevado. Su oído envidiable. Su ritmo. Y luego escuchar tantas conferencias suyas sobre mera literatura -Borges, por ejemplo-, sin usarlas de puente para hacer relucir sus afirmaciones políticas. Cómo los poetas peruanos en pleno, desde Blanca hasta Cisneros y Montalbetti lo reconocían como lo que era en el terreno de las letras. Único y enorme Mario, otro ídolo hace años muerto simbólicamente, que me hizo ver tan cerca la posibilidad de inventar con inteligencia y destreza mundos con las letras, mundos próximos a nosotros. Descanse en paz el maestro.
 
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