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20 Abril 2024, Puebla, México.

Monedero de piel: para guardar la memoria de los tiempos gratos

Sociedad |#c874a5 | 2019-03-01 00:00:00

Monedero de piel: para guardar la memoria de los tiempos gratos

Günter Petrak

Mundo Nuestro. Este texto del escritor poblano Günter Petrak fue publicado originalmente en el portal de facebook Puebla Antigua.

A mediados de los ochenta, mientras estudiaba la Licenciatura en Psicología, conseguí un empleo temporal en Africam. Ahí conocí a Alejandro Meléndez, un artesano talabartero, proveedor de las tiendas del zoológico. Cuando terminé mi contrato le pedí que me enseñara a hacer lo que él sabía y generosamente lo hizo. Sin hacerle competencia (elaboré diseños muy diferentes), me volví también proveedor de Africam. Pero en 1989 la crisis alcanzó al ramo peletero y muchas empresas quebraron, incluida la mía. Con mi título en mano conseguí incorporarme a la planta docente de la Ibero, gracias a mi querida amiga Beatriz Samaniego y le regalé a Alejandro la mayoría de mis herramientas y materiales de artesano. Él siguió luchando por sobrevivir en el ramo. Me lo encontré varias veces, con su pareja, en stands de feria y en puestos ambulantes. La última vez que vi a su esposa le pregunté por él, me contó que había muerto…

 

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Soy un hombre de nostalgias. Al principio de esa década conocí también al camarada, al amigo Gallo López. Su reciente fallecimiento me empujó a caminar los espacios de antaño. Fui al Carolino, a la Casa de la Cultura, pasé por la Facultad de Psicología y por los lugares donde estaban las peleterías en las que me abastecía de insumos para mis productos. En el barrio de El Alto, cerca del mercado la Acocota, estaba una tenería de la familia Scougall; hace años que dejó de existir. Frente a la capilla de Dolores, a unos pasos del teatro Principal estaba la “Peletería Toño”. Hace apenas unas semanas que cerró sus puertas. Lo mismo pasó con otra en El Parián. La única que se mantiene, aunque quizá por poco tiempo, es la “Peletería Pegaso”, en la 2 oriente. Platiqué con el dueño, un hombre muy mayor que ya resiente el peso de los años, y sus dos hijos. Desgraciadamente no fue fácil evadir el pesimismo, su negocio está destinado a desparecer pronto. Les compré una pieza de carnaza y me hice un par de monederos con los sacabocados y las tijeras que aún conservaba en una vieja caja de zapatos, debajo de la escalera. Si yo pudiera, no le pondría monedas a esas piezas, las llenaría de recuerdos gratos, de amigos, de nostalgia…

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