Sociedad |#c874a5 | 2020-11-02 00:00:00
Un tiro de gracia
Vida y milagros
Aquí en donde vivimos, mi hija tuvo un caballo durante 18 años. Se llamaba Compromiso, un animal noble, tranquilo, de boca dócil y buen paso. Montarlo fue la felicidad de muchos niños, pero en particular de su dueña, que siempre y mientras vivió aquí, estuvo pendiente de su cuidado y bienestar. Recorrieron juntos todos los caminos y campos cercanos durante muchos años. Si de algún animal puedo decir que tuvo una vida apacible y feliz, es de éste. No sabemos que piensan los animales, pero sí sabemos que son capaces de sufrir y de sentir temor. Este caballo tuvo la fortuna de vivir desde muy joven en un lugar en donde nunca sufrió maltrato, un raro destino para los animales que conviven con los seres humanos.
Al buen caballito de un día para otro le fallaron los riñones y el veterinario dijo que no tenía remedio. No le dolía nada todavía, pero en unos cuantos días empezaría a sufrir, así que habría que sacrificarlo cuando eso sucediera. Su dueña, que ya no vive acá, decidió esperar unos días para que se despidiera de la vida y nosotros de él. La manera menos cruel de sacrificar a un caballo es con un balazo; quien lo haga tiene que saber cómo hacerlo para que la muerte sea inmediata y sin sufrimiento alguno. Compromiso tuvo una buena vida y también la suerte de una muerte piadosa e inmediata.
A dos o tres kilómetros de donde vivo hay un rastro para matar caballos y burros; por la carretera van y vienen camiones y camionetas de redilas con su carga de animales destinados al matadero. Durante mucho tiempo pensé que los sacrificaban por estar viejos o enfermos, pero ahora sé que también los reciben sanos y de todas las edades, porque los usan para hacer la famosa cecina que se vende por todos lados. Un día hace ya diez años vi pasar una camioneta de redilas que llevaba a varios caballos y entre ellos se asomaba una pequeña burrita. Esa vez detuve al camión y pregunté que a dónde la llevaban y me dijeron que también al rastro, pero que, si la quería, me la daban por 200 pesos. Pensé que podía vivir en el corral junto al caballo, y así fue, y aquí sigue. Era la única manera de salvarla. Hay una ley contra el maltrato animal que supuestamente los protege, pero no hay autoridad alguna que se interese o tenga los recursos para regular mínimamente lo que ahí sucede. La mayoría de las personas acepta la estúpida concepción del mundo en la cual el ser humano es el centro de la creación y por lo tanto puede hacer con los seres vivos lo que se les antoje sin compasión alguna. Es cierto que en la cadena de la vida los animales matan para sobrevivir, pero ninguno lo hace con la crueldad y dureza de los humanos. Una persona que sabe todo lo que pasa entre San Andrés y Atlixco, tuvo a bien contarme lo que a él le han contado: que en los rastros de caballos del rumbo forman a los animales, les cortan el cuello con un cuchillo y los dejan desangrarse en el piso, a la vista de todos los demás animales. La forma específica en que los matan era algo que no sabía, y para mi desgracia y la de ustedes, ahora ya sabemos. Me dijo que esa era la forma y costumbre en que se mata a los burros y caballos por aquí. Darles un tiro o tener las pistolas de rastros profesionales para una muerte piadosa es algo que casi nadie está dispuesto a considerar. Se considera un gasto inútil.
Hace unos días llegó el momento de sacrificar a Compromiso. No estuve ahí para mirarlo, no tengo ese valor. Me senté lejos, en unos escalones de piedra, a esperar el sonido seco que le regalaría a uno de los pocos caballos de estos rumbos una muerte piadosa. El tiro de gracia, le dicen, el que te saca de este mundo en un breve instante y te quita de sufrir.