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19 Abril 2024, Puebla, México.

La literatura al rescate / Ángeles Mastretta

Literatura |#555 | 2020-11-30 00:00:00

La literatura al rescate / Ángeles Mastretta

Sergio Mastretta

Revista Nexos. En el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la escritora Ángeles Mastretta conversó ayer con la académica Paulina Morales sobre el poder redentor de la literatura en esta época aciaga. Aquí presentamos una transcripción de la plática.

 

Ilustración: Ricardo Figueroa

Ángeles Mastretta: Hola, soy Ángeles Mastretta. Decía una amiga mía: eso es lo que te sale muy bien, ya después viene lo demás. Y en efecto, para mí, decir “Hola, soy Ángeles Mastretta” fue una cosa que tuve que aprender desde muy chica, cuando llegué a México. Había vivido en una provincia donde la gente sí sabía que yo era Angelitos Mastretta, porque todos nos conocíamos. Entonces me acostumbré, al llegar a México, a decir “Hola, soy Ángeles Mastretta”. Así que con todo el gusto del mundo les digo a ustedes, mis oyentes, mis lectores en México, en Guadalajara, en todo el país y en América Latina: hola, soy Ángeles Mastretta y les agradezco muchísimo que estén hoy en la noche en la FIL de Guadalajara para conversar con nosotros. He invitado, y se ha dejado invitar, a Paulina Morales. Ella es una mujer excepcional de Chihuahua. Nos conocimos en la feria de Chihuahua. Ella me cobijó entre sus lectores, entre los lectores de Chihuahua, y entonces yo la invité ahora a platicar conmigo y con ustedes. ¿Qué dices Paulina, cómo estás?

Paulina Morales: Hola, muy buenas tardes, Ángeles. Estoy muy feliz de estar aquí contigo hablando nuevamente de tu maravillosa obra. Para mi, yo hablo de Ángeles y digo: Ángeles, desde que nació, nació en la ciudad del enigma, en la ciudad de los volcanes y de toda esta mística que te envuelve. Ángeles, tu obra es un tesoro: está llena de historias naturales. Hablas del corazón, de la cotidianidad, de lo más profundo, de lo fugaz, de lo bonito de las cosas, de lo eterno. Bienvenida. Muchísimas gracias, Ángeles, por esta invitación. Y pues adelante, vamos a conversar.

AM: Yo traje, no lo puedo llamar un regalito porque se oye pretencioso… Pero yo escribo todos los meses en la revista Nexos una columna bajo el nombre “Puerto Libre”, como después llamé a mi blog en El País, que también se llamaba “Puerto Libre”, y que dejé de hacer porque era todos los días y era un trabajo bárbaro. Pero fue una época muy feliz en mi vida, en la que tuve grandes conversaciones con gente de toda América y de España, y también con gente de América y España que vivía en Estados Unidos. Y como no existía Facebook, hicimos un grupo de amigos que se encontraba todos los días para contar sus historias. Digamos que yo llevaba la voz de esas historias porque ponía la historia del día, pero cada quien tenía la suya. Entonces, “Puerto Libre” me recuerda dos cosas: ese blog que tenía allí y el texto mensual que he hecho para Nexos desde —ya no quiero pensar cuando, porque tengo 71 años, pero era como 1990. No vamos a pensar en el tiempo, a pesar de que la pandemia nos ha puesto a pensar permanente en el tiempo. Los jóvenes, que muchos de ustedes son, piensan en el tiempo que están perdiendo, piensan en lo que estarían haciendo. Yo y la gente de mi edad pensamos en cómo el tiempo se va acortando. No nada más en el año. Me ha pasado este año —y la verdad acaba siendo triste, pero ha sido útil— que he pensado no sólo de qué se trata la vida, que eso me lo he preguntado mucho tiempo antes, sino cuánto tiempo de hacer esto me queda. Y si eso me tiene que tener afligida o no, o si me tiene que tener afligida unos días y feliz otros. He pasado estos meses dejando que entre a mi cabeza y a mi espíritu la idea de que nos tenemos que morir. Y al mismo tiempo he estado peleándome, no con la idea, sino con la pena que te da pensar ese tema. En eso he estado.

Y les quería leer un poquito de la columna que voy a publicar en diciembre, para darles un pequeño adelanto. Yo lo que sé hacer es escribir, más que hablar, y por eso les quería leer lo que escribo. Pero es muy pesado ponerse a leer: agobia mucho a la gente. Entonces voy a leer un poquito y luego les voy platicando. Y luego, Pau, me preguntas las primeras preguntas que tu traes y luego las de todos los amigos que tenemos de lejos y siempre de cerca.

Miren, yo escribí un texto para diciembre que empieza diciendo que yo no quiero pensar este año de 2020 como un tiempo triste y soberbio, regido por los designios de dioses descalzos de piedad —como todos los dioses—. Quiero seguir usando este año para darle tiempo a los recuerdos que andan a la deriva. Alguna vez, tras un segundo que me detuve inerme en la Avenida Juárez, apareció como de la nada un dicho de mi abuela que decía: “Cuidado, hija, en México siempre hay que cruzar la calle viendo por los dos lados”. Nunca fue tan necesaria la contundencia de mi madre, ni la de la mamá de mi madre. Aquí los coches pueden salir de cualquier parte, aparecer sin más en sentido contrario; las señales aquí son sólo sugerencias, como las leyes. Pienso en ella haciendo su recomendación y nos recuerdo detenidas en el crucero de la calle. Yo iba empujando su silla de ruedas hacia nuestra casa, que estaba del otro lado de la suya. Eran calles tranquilas como el ocio, pero las interrumpía de repente el torbellino de un camión de redilas convertido en camión para pasajeros. Remembranzas así, cuando la vida va de prisa, nos asaltan sólo por unos segundos. En cambio ahora, en todos estos meses de abigarrada lentitud, los recuerdos no necesitan estímulos. Acuden porque sí: son como la marea, los mueve la luna o el sol del invierno, en el valle sin lagos, al pie de unos volcanes que nunca vemos. Ha llegado diciembre, y con diciembre las fiestas, y con diciembre y las fiestas la certeza de que no podremos vivirlas como las vivíamos otros años, de que tendremos que decirnos que nos queremos a la distancia, a lo mejor al aire libre, en el patio, sin besarnos tanto como siempre, y en lugar de ser treinta siendo cuatro.

Lo que quiero hacer leyéndoles este texto es convocarlos a recordar. Creo que este tiempo nos ha ayudado mucho a hacer eso. Yo me quiero acordar de un hombre al que llamábamos Cristobalito. Cristobalito llegaba cargando un bulto enorme forrado de blanco y lo soltaba en mitad de mi casa. ¿Y qué era? Era un pino. En 1954 y 1960 estaba tan prohibido talar árboles como ahora. Pero Cristobalito no era un negociante capaz de arrasar un bosque. Cortaba ramas de los árboles, a veces picos —y eso era muy peligroso—, y los traía para que nosotros los adornáramos. Lo que yo digo en este texto es que hay cosas que a uno le pasan en la infancia o la adolescencia que son como destellos. Porque yo sé, si digo delante de mi familia, “es que como hubiera pasado con Cristobalito”, todo el mundo alrededor sabe quien era, cuando era una presencia de diez minutos cada año.

Quiero convocarlos, y sobre todo a quienes están aquí porque quieren ser escritores —que siempre son muchas y muchos—, a asir esos recuerdos, aunque tengan veinte años. A los veinte años yo ya era una evocadora profesional. Y creo que evocar es convocar, y creo que escribir lo que uno convoca y lo que uno recuerda es ponerse a salvo, no del olvido, pero sí de nuestros olvidos. Nadie sabe que tan a salvo está del olvido. Yo creo que somos lo que dejamos en los otros. Y creo que una brizna de nuestro infinito se irá quedando en los demás hasta que deje de estar. Pero mientras la tengamos, mientras los demás puedan acceder a ella, pues vamos dando.

PM: Muchas gracias por esta primicia, que dices que sale en diciembre en nexos, ¿no?

AM: Sí, en diciembre. Ya no se las seguí leyendo porque es mejor leerla cada quien.

PM: Retomando un poquito de lo que nos acabas de leer, en algunas de tus obras hablas de la muerte, de tus familiares, de lo que ha dolido, de tus cenizas. Sin embargo, en estos tiempos de la pandemia, hay muerte en todos lados: física, espiritual. Creo que la gente está cansada; está triste todo el tiempo. A veces entendíamos porque moría la gente, y hoy no nos queda más que escuchar y escuchar noticias. Y bueno, me trae a la mente un texto de tu libro La emoción de las cosas. No sé si me permitan leer rápidamente un párrafo de “Tristeando como un león”. Me encanta y creo que queda perfecto para esta etapa en la que estamos viviendo. Dice:

Yo, como el león, ando tristeando. La computadora me subraya tristear, no acepta la existencia de semejante verbo. ¿Cómo no me consultaron antes de hacer el diccionario? Tristear es una actitud irracional, sin duda: un estado del alma que no necesariamente es estar entristecido; es que la tristeza se meta en nosotros sin causa aparente y se ponga a conjugar su actividad sin nuestro permiso […] Tristear es como caminar al revés, como tener las rodillas mirándose una a la otra, como hacer el bizco, como no encontrar el tono de una canción. Tristear es no acordarse del nombre de alguien a quien queríamos ver.

Yo creo que hoy queremos ver a muchas personas que no hemos visto. Hemos estado en la distancia, alejados de los abrazos. Nos hemos perdido tanto tiempo, Ángeles, que creo que esta mini-historia de este libro nos queda perfecto. Dices: “Tristear es no atreverse a decir tristeza”. Tu obra, Ángeles, creo que es una gran compañera en este confinamiento porque nos permites sentir. Nos permites sentirnos más cerca de los nuestros, porque hablas de tu papá, de tu mamá, de tus hermanos. Y creo que estos vínculos son los que debemos reforzar estos días, porque si bien nos hemos cerrado al exterior en estos meses, creo que nos hemos abierto a nosotros mismos y a los nuestros.

AM:Ese texto que leyó Paulina está en un libro que se llama La emoción de las cosas, y que es un libro que escribí cuando mi mamá acababa de morir y cuando yo me quedé con la certeza de que estaba en la primera silla. Pero quiero que hoy, además de hablar de la tristeza, creo que nos merecemos y nos debemos hablar de las alegrías. Creo que diciembre tiene que ser un mes alegre. Para mí siempre lo ha sido. En los últimos años empezaba siendo alegre porque pasaba yo una semana en la Feria del Libro de Guadalajara oyendo a otros escritores, conversando, comiendo con otros, dedicando libros, conociendo lectores. Creo que tenemos que darnos ahora la esperanza. Creo que nuestro deber, sin duda, es la esperanza. Y que además tenemos muchos motivos para buscarla. Los que estamos aquí somos una pandilla de privilegiados, porque podemos estar aquí. Tenemos que dar las gracias pero no por eso sentir que la vida nos ha bendecido excepcionalmente, o que los dioses están de nuestro lado cuando no han estado del lado de los demás. Yo creo que estamos todos en el mismo barco, y que estos encuentros sirven para asirnos de la literatura. No la mía, sino de tantos prodigiosos escritores a los que muchas veces no hemos leído suficiente. Yo iba a tener una conversación hoy con Almudena Grande. Ella y yo tenemos en común que nos gusta hablar del pasado: buscar qué pasó antes para darle realidad a nuestro presente, y para contárselo a otros descifrandolo, para entenderlo mientras lo escribimos. Más grave aún: para enterarnos de qué es lo que pasó. A mi me gustaba muchísimo ese tema. Porque estábamos hablando de hurgar en nuestro pasado, pero también hurgar en el pasado de nuestro país y de nuestro mundo. Es importante, y nos ayuda a vivir.

¿De qué otro escritor quiero hablar hoy? A propósito de Almudena, una coincidencia grande que tenemos: coincidimos en Pérez Galdós. Si ustedes hoy me preguntan, ¿oiga, qué libro me recomienda usted que yo salga a comprar y leer en este momento? Compren a Benito Pérez Galdós. Los Episodios nacionales, pero, fundamentalmente, si no han leído a Pérez Galdós, lean Fortunata y Jacinta. Es una historia fantástica que los va a conmover y arrebatar y que les va a enseñar mucho a finales del siglo XIX. Si me iban a preguntar qué recomendaba, eso recomiendo.

PM: Me encantaría rescatar esto que decías sobre el pasado. En uno de tus libros dices que la nostalgia del pasado es la pasión por hurgar en lo que fue para saber quienes somos hoy en día. Creo que todo este tiempo nos va a ayudar a reflexionar sobre quienes somos. Entonces, me gustaría preguntarte: hoy, a raíz de todo el encerramiento, ¿quién es Ángeles ahora? ¿Qué piensa, qué ha cambiado en su vida? ¿Cómo visualizas la vida?

AM: Ha cambiado para mí la quietud. A mí me gusta el encierro, debo decir. Me encantan mis amigos, sobre todo mis amigas, pero también mis amigos. Y estoy muy acostumbrada a casi siempre verlos en mi casa. Entonces, de repente digo: yo no quiero salir, quiero que los demás entren. Eso es lo que extraño de estar aquí: extraño ver a los demás. Pero evidentemente soy la misma: soy una escritora, no digo que torturada, pero con falta de rigor. Entonces en eso me torturo, pero nada más. Hago otra cosa rara que es que bailo todos los días.

PM: ¿Cantas?

AM: Bailo y canto todos los días. Como ejercicio. Hay gente que extraña correr o salir al parque; yo salía mucho al parque. He encontrado que una manera de salir es bailar. Porque además sales con quienes cantas, sales con las canciones que cantas. Yo quería preguntarte, ¿tenemos preguntas? Porque quisiera pedirle a la gente que nos manden preguntas, para que valga la pena esta conversación ampliada. Porque lo que me gusta mucho de la FIL de Guadalajara es estar viendo a la gente, ver qué piensan de lo que digo, y reirme con ellos. Me decía hace poco mi hija, “oye, ¿por qué hacen esos encuentros en los que no se ve todo el mundo a todo mundo?” Pues porque es complicado. Pero vamos a pensar que nos estamos viendo y que las preguntas llegan con la mirada de alguien más.

PM: Sí, de hecho la gente empezó a hacer sus preguntas a través de los comentarios de Facebook. Ahorita me las van a comenzar a pasar. Pero antes quisiera preguntarte —me pasó ahora que estuve leyendo este libro, Yo misma, un libro encantador que invita a la alegría y a la felicidad porque retomas frases y aforismos de otros de tus libros. Y aquí mencionas que relacionas la felicidad con la escritura. ¿Cómo es esto, cómo comenzó? ¿Es desde tu padre que comenzaba en aquel tiempo en esa máquina que nos has contado en otras conversaciones?

AM: Sí, yo digo que a mí la escritura y la felicidad me fueron enseñadas como una misma cosa. Porque yo era una niña metiche y como tal me gustaba estar cerca de los adultos. Tenía yo cuatro hermanos, por los cuales tengo mucho amor. Pero todos éramos niños y vivíamos en una multitud de niños, porque éramos veinte primos en una misma calle. Entonces la cercanía con los adultos te volvía original. La historia de Arráncame la vida la arranque de la voz de los mayores. Y entonces mi papá los domingos escribía una columna que se publicaba los lunes. Y así como otros papás iban a jugar frontón o iban a correr o iban a jugar golf o a tomar café con amigos, mi papá escribía. No le pagaban. Escribía su columna por gusto. La escribía para estar contento, y yo creo que para decirnos a sus hijos: “Todo mundo cállese porque su papá está escribiendo. ¡Vayan al jardín!” Entonces yo creo que era su momento del domingo en el que podía estar en paz. Y escribía en esa máquina que hacía ruidito —que saben que yo tengo mi teléfono que hace ruido como si estuviera escribiendo a máquina cuando mando WhatsApps. Y entonces yo estaba sentada en el suelo, viendo un libro o viendo al infinito y oyendo como mi papá escribía en su máquina a toda velocidad y sintiendo en el aire una suerte de alegría. Por eso digo que me fueron enseñadas como algo al mismo tiempo.

Al mismo tiempo era muy raro porque mi mamá y mi tía montaban una obra de teatro para mi abuela el día de su santo. Y entonces ellas escribían, cambiaban las letras de las canciones, nos daban diferentes quehaceres a los veinte nietos. También de ellas aprendí que también disfrutaban escribiendo. Supongo que los matemáticos disfrutaban la clase de matemáticas; yo disfrutaba la de gramática. Sí creo que era yo una niña rara. Pero ya el colmo de mi felicidad era cuando nos decían: “composición con tema libre”. Me conmueve: quince niñas a los diez años escribiendo una composición con tema libre. No sé qué escribiríamos. Pero lo que yo recuerdo es que me divertía hacerlo. Así que esas fueron las varias maneras en las que me fue enseñada la escritura como una forma de felicidad.

PM: Cuando comenzaste a escribir, primero Arráncame la vida, luego Mal de amores, yo advierto a una mujer audaz, a una mujer del futuro que en ese momento en el que estaba escribiendo estaba pensando en la mujer de hoy en día, en esas libertades, en romper con los esquemas patriarcales, estabas pensando en una mujer que es conocimiento, que es mundo, que no es sólo la cocina ni el bordado; ¿cómo hiciste, Ángeles, para pensar en aquel momento lo que necesitamos ser hoy —porque lo somos?

AM: Yo escribí Mal de amores cuando mis hijos eran niños y yo ya venía de regreso de una búsqueda. Llegué la ciudad de México a trabajar y a la universidad, a la bendita UNAM, y tuve que ser muy distinta de lo que se había previsto que yo sería. Tuve que no casarme. Tuve que aprender otras cosas. Y sobre todo me di cuenta de que mi mundo había sido chico y, sin embargo, había sido grande comparado con el de mucha otra gente. Entonces, ¿qué quise hacer con Emilia Sauri? Emilia Sauri que es una mujer que nace en 1893 —tiene la edad de mi abuela— es una mujer que yo quise, no me di cuenta cómo, volver contemporánea. Me conmueve que tú, Paulina, e incluso las mujeres que tienen veinticinco años se puedan identificar con esta mujer que en 1910 tenía diecisiete y que lo que quería era enamorarse con libertad, seguir por donde quisiera, estudiar medicina, aunque no hubiera escuela de medicina, buscar por dónde aprender, y que tuvo unos papás que no sólo le imposibilitaron eso sino que se lo pusieron en la cabeza, se lo dieron no sólo como una posibilidad sino como un don y también como un derecho y también como un deber. Porque una mujer que había sido educada acompañada por sus papás, como lo fue Emilia Sauri, no podía haber sido una burra, tenía que haber sido inteligente, tenía que haber sido valiente. Yo tengo entre los lectores, y más entre las lectoras, una diferencia rara. Quienes probablemente han leído Arráncame la vida son un tipo de lectores, los que necesitan que alguien te atrape. Son muy buenos lectores y yo quisiera poder ser esa escritora todo el tiempo. Contar una historia y decir ven y te jalo conmigo y la leemos y nos enteramos de qué se trata en muy poco tiempo. Eso en Arráncame la vida. Yo supe, cuando concluí la voz de Catalina Ascensio, la mujer de Andrés Ascensio, y en su caso yo quería escribir la historia de cinco caciques poblanos porque estaba yo estudiando ciencias políticas y creí que mi tesis se podría tratar de ellos. Luego me di cuenta de que no: primero, yo no era una investigadora, no había estudiado historia, ni necesariamente ciencias políticas, había estudiado periodismo y cuando empecé a buscar quiénes eran y qué les pasaba yo creo que dije aquí lo que conviene es tener una voz, que sepa mucho y al mismo tiempo no sepa muchas cosas. Entonces inventé la voz de Catalina Ascensio para tener la voz de la esposa de un cacique que resuma a todos ésos. Y esa voz se volvió la importante en el libro. Se volvió la guía y lo más lógico es que la historia fundamental, como yo la veía, no la de los caciques —ella cuenta eso, pero cuando lo cuenta se cuenta a sí misma, y lo que cuenta es la historia de su educación sentimental, de cómo crece. Bueno, eso pasó con Arráncame la vida. Con las Mujeres de ojos grandes, que son treinta y ocho mujeres distintas, y viven casi todas en provincia, en algún tipo de provincia y digo algún tipo porque cuando llegué a Italia, a un pueblito precioso que se llama Conegliano, había muchísima gente esperándome y yo dije: ¿qué hay aquí en este pueblo tan distinto del mío? Yo iba a presentar Mal de amores. ¿Qué ha traído aquí a tanta gente? Y entonces se presenta un señor a la firma de libros y me muestra Mal de amores y me dice: qué bueno que ya escribió otro porque yo le regalé a mi mujer Mal de amores tres veces. Entonces ¿por qué esas mujeres, de una provincia chiquita como Puebla, permearon en una provincia chiquita italiana, y en Rosario y en Córdoba, Argentina, y en Uruguay? Porque lo pequeño, porque las historias privadas, porque lo muy personal es igual en todas partes.
 
PM: Me parece que en la literatura hacer que las cosas parezcan sencillas es de lo más complicado y tú lo haces en tus obras. Así nos cobijas tú. […] Están llegando muchas preguntas de toda Latinoamérica, entre ellas, Patricia Velarde pregunta ¿cómo la literatura puede rescatarnos de esta pandemia?
 
AM: De muchísimas maneras. Mira, incluso a la gente que no lee la literatura la ha rescatado en esta pandemia porque las series y el cine son las historias. Y no conozco a nadie que si no ha leído un libro no haya visto una serie. Y las series y las películas tienen detrás la literatura. No hay nada que se filme que no tenga una historia detrás. Entonces claro que nos han rescatado y lo han hecho regalándonos la ficción. Yo creo que los libros son un boleto de ida a un viaje y escribir un libro es eso. Y por eso de repente yo y muchos escritores nos afligimos cuando estamos escribiendo un libro. Por cómo queda contado —en mí es una aflicción grave, quiero que quede bien contado, y luego qué historia quiero contar, qué le quiero regalar a quien me lee para que por un rato se vaya a otra parte. Entonces yo creo que sí, que la literatura nos rescata de muchos modos y nos tiene que seguir rescatando si nos aferramos a ella.
 
PM: Siguiendo con las preguntas que llegan, dice Karen Sánchez: ¿qué es lo que más te llena de ser escritora?
 
AM: Dos cosas me llenan. La posibilidad de inventar. Fíjense qué maravilla: los mentirosos son acusados de sabios; los escritores, en cierto modo, mentimos. Pero hacemos mentiras nobles, contamos la historia de personas que no conocemos, de personas que inventamos y eso es una de las maravillas de ser escritor. Y justo la contraparte es el abismo de ser escritor. Yo todos los días digo: eso es una novela, esto que se ocurrió ahorita lo tendría yo que escribir y nunca me da tiempo; escribo destellos, yo querría tener como otras cinco vidas, a la mejor si viviera en quinientos años alcanzaría a escribir todo lo que quiero escribir y si me quedan si acaso veinte en esos veinte voy a escribir muy poco. Pero bueno como a mí me gustan los boleros les diré a los lectores: si tuviera cuatro vidas, cuatro vidas serían para ti. Yo estaría feliz de tener cuatro vidas para escribir durante esas cuatro vidas.