Medio Ambiente |#61bd6d | 2020-12-05 00:00:00
¡Reconstruyamos Canto de la Selva!: para entender el llamado de auxilio
¡Reconstruyamos Canto de la Selva!
Mundo Nuestro. La siguiente crónica, publicada originalmente en nuestra revista en el año 2015, da cuenta del esfuerzo que campesinos de La Galaxia, en Marquez de Comillas, a la orilla del río Lacantún llevan adelante desde hace más de siete años. Ahora afrontan la destrucción provocada por las crecientes que en el mes de noviembre provocaron la inundación de las instalaciones del proyecto Canto de la Selva. Desde aquí llamamos a la solidaridad de los mexicanos para rescatar este ánimo campesino que lucha por la sobrevivencia de la selva.
DONACIÓN
https://donadora.org/campanas/cantemos-juntos-selva
El viernes 13 de junio, el mismo día en que un buen número de ONG’s ambientalistas en la ciudad de México firmó un desplegado en el que entre otras cosas acusan a Natura Mexicana de operar como hoteles eco-turísticos las estaciones de Chajul y Tzendales --sin aportar ningún elemento de prueba--, encuentro a Obed a la entrada de Canto de la Selva, uno de los dos únicos hoteles en toda la región de Montes Azules --el otro es el Centro Eco-turístico Guacamayas, también en la ribera del Lacantún, pero 17 kilómetros río abajo--. Obed dejó todo por Canto de la Selva, el proyecto eco-turístico que el ejido de La Galaxia desarrolla en uno de los más grandes meandros que forma el Lacantún, en su carrera hacia el Usumacinta, 90 kilómetros río arriba. No siembra, no tiene ganado. Y se le ve feliz. Apenas la última semana de mayo pasaron unos turistas gringos que dejaron 1,500 pesos diarios cada uno. Luego vinieron las tormentas que golpearon Chiapas y el río dejo su marca en la vega. Esta tarde hay asueto. El calor es terrible y los moscos atenazan. Veo volar un moscón y pienso en los colmoyotes.
En la foto satelital el meandro que guarda 155 hectáreas de selva en el que se esconde el hotel es una pera con su base de2.5 kilómetros metido de lleno casi tres en la reserva de Montes Azules. Los ejidatarios tumbaron en un primer arranque la mitad del arbolado en el meandro, hasta que hace un par de años metieron lo que quedaba en el programa de Pago por Servicios Ambientales. Y desarrollaron con la ayuda de las biólogas de Natura Mexicana el proyecto hotelero. La brecha por la que llegas da una buena idea de lo ocurrido en la selva: a mano izquierda, los maizales rodean tres ceibas enormes, unos cohetes con penachos a punto de despegue, y antes los potreros y la palma africana y en el camino los peones guatemaltecos que regresan al pueblo; a mano derecha un paredón verde asomado al baldío de los agricultores se interroga si tendrá éxito el experimento hotelero. De repente, la brecha se introduce en la selva y en un instante no puedes creer que las hachas derribaran tanta belleza.
Meandro en el río Lacantún.
Selva y deforestación en el meandro de Playón de Gloria/Foto de Sergio Mastretta.
Son seis o siete búngalos ocultos entre el follaje. Estás en uno y no ves a los otros. Buena madera y excelente gusto arquitectónico. Las habitaciones dejan libre la vista de la selva que queda a la mano de tres metros, con estructura de mosquitero y terraza de por medio. Arriba el dosel no deja ver el cielo; al frente el follaje oculta lo que pase más allá de veinte metros. Imagino la noche y el canto de la selva.
El río Lacantún desde el hotel Canto de la Selva/Foto de Sergio Mastretta.
Obed nos lleva al río, por un sendero abierto que rodea una enorme ceiba. El cuello se tuerce, pero de inmediato la vista está en el suelo, pues este campesino expulsado de niño junto con sus padres por la devastación de la tierra en su pueblo Rizo de Oro, allá por la presa de La Angostura, platica de una nauyaca dormida al pie de un amargoso apenas hace unos días. El sendero no te lleva en más de cincuenta metros a la palapa colgada en la ribera, que en esta orilla ve pasar el agua seis metros abajo. La inundación de hace dos semanas cubrió el sendero y pasó debajo de los búngalos. La palapa montada en concreto resistió sin problemas.
Obed señala un cocodrilo en el playón en la otra orilla. Buena suerte del guía y del turista que le pregunta cómo fue que talaron la mitad de esta isla.
“Y eso que todos vimos lo que pasó sucedió en Rizo de Oro, cómo nos acabamos toda esas selvas. No quedó nada. Y para allá íbamos aquí con la decisión fatal del gobierno de permitir en los noventa el aprovechamiento forestal, eso provocó la tala que ha visto en Galaxia. La confrontación ha sido fuerte entre los ejidatarios, unos por talar y otros por conservar. Al final dijimos, cada quien su parte, cada quien decide. Nosotros salvamos esto para el Canto de la Selva.”
Ceiba gigante en Canto de la Selva
Acahual
Acahual le llaman en los pueblos de la selva a los campos que por un tiempo se abandonan a la fuerza del agua y al milagro de las semillas voladoras. El viernes 15 de junio en Playón de Gloria atravieso un potrero cercano al río Lacantún con José Luis Méndez, un campesino que decidió hace cinco años devolver a la naturaleza un potrero de cinco hectáreas dedicado por más de diez a la ganadería. No es fácil creer lo que se ve: el hombre distingue uno por uno los árboles que le señalo: ceiba, canchán, guayacán, pomela, palo buscado, laurel negro, árbol de pozol, fierrillo, comida de loro, plumillo, amargoso, guapaque, chalom, chalóm de montaña, lagarto, zapote de agua, quina, ramón, maculis… Todos entre tres y diez metros de altura. En cinco años una pequeña selva. Es un esfuerzo personal, el de un hombre que decidió apostar por la selva. José Luis dejó un potrero de tres hectáreas como vía de escape en caso de su propósito fracase.
En el acahual/ Foto de Sergio Mastretta.
Lucía Ruiz y Paula Meli son dos jóvenes biólogas que en Natura Mexicana dedicaron tres años a la investigación de los procesos de conservación y restauración de las selva tropical en espacios perturbados por la acción humana: Herramientas legales para la conservación y restauración de la vegetación ribereña: un estudio de caso en la Selva Lacandona, es la de Lucía,quien estudió 57 kilómetros de la ribera del río Lacantún del lado de Marqués de Comillas y encontró que sólo un 25 % corresponden a acahuales maduros y vegetación primaria con una franja mayos a los diez metros de anchura; el cambio en el uso del suelo, el no reconocimiento de la propiedad federal en las riberas por los ejidatarios y un marco jurídico impracticable han provocado esta intensa perturbación. Restauración de los ecosistemas ribereños y sus servicios ecosistémicos: meta-análisis global y un estudio de caso en Chiapas, México, es la tesis de Paula, un estudio sobre la recuperación de servicios ribereños que prueba que un esfuerzo de restauración activa puede generar resultados sustanciales en el corto plazo. Ambos estudios subrayan la importancia de contar con un marco legal eficaz y eficiente.
Ribera en el río Chajul deforestada para la siembra de palma africana/Foto de Sergio Mastretta.
El programa de Pago por Servicios Ambientales no contempla el respaldo de esfuerzos como el del campesino José Luis. Si contara con él, y se pudieran aplicar las recomendaciones de especialistas como Lucía y Paula, es decir, dinero y tecnología, le iría mejor y serían muchísimos los campesinos que seguirían su ejemplo. Por ahora, los acahuales están expuestos siempre a la lógica del hambre que aprieta a las familias campesinas, y siempre estará ahí la oportunidad de recibir el apoyo de la SAGARPA, mucho más eficiente y experimentada que la CONAFOR en aquello de “bajar recursos federales” para el desarrollo de la ganadería.
El sábado 15 me muestran otro acahual. Está en la embocadura de los ríos Jabalí (Santo Domingo) y Jataté, donde en estricta medida arranca el Lacantún, al sureste de la reserva de Montes Azules, unos kilómetros debajo de la laguna de Miramar. Tiene diez años que dejaron esa ribera a la acción recuperadora de la naturaleza. La fronda alcanza los veinte metros. ¿Será que la Lacandona no está definitivamente perdida?
Ribera en el Jataté recuperada por la selva/Foto de Sergio Mastretta.
Por el Jataté bajaron miles de trozas en aquellos años de la bonanza porfiriana para los madereros de Tabasco. Hasta Tenosique, cuatrocientos kilómetros río abajo, como un rastro de hormigas rojas entre los pedregales, flotaban drenando la sangre de la montaña.
Para cualquiera que no sepa, lo que se mira es selva. Luego me recuerdan que varios de los árboles que lucen su figura al sol de mediodía pueden alcanzar tranquilamente los cuarenta metros de altura. Cincuenta años no son tanto tiempo. Observo los remolinos furiosos que elaboran en su encuentro los dos cauces enfrentados. Mientras, los hombres que me acompañan narran una escena policiaca de la picaresca de este pueblo llamado Democracia, con la historia de un malandrín que terminó refugiado en el islote de selva virgen que forman los dos ríos. Yo divago y asumo que la biodiversidad de la vida remontará sin contratiempos el caudaloso río de la insensatez humana, y que para entonces, ninguno de los que ahora nos maravillamos con el espectáculo de la crecida de los ríos de junio estaremos para contarlo.