SUSCRIBETE

23 Abril 2024, Puebla, México.

De virreyes y reyezuelos. 1990-1991 La larga cola del sistema con Mariano Piña Olaya

Poder y Política |#9365b8 | 2016-04-04 00:00:00

De virreyes y reyezuelos. 1990-1991 La larga cola del sistema con Mariano Piña Olaya

Sergio Mastretta

1990-1991 La larga cola del sistema con Mariano Piña Olaya

Por Sergio Mastretta

Palacio de Gobierno, en la vieja avenida Reforma, el 16 de enero de 1990. Una hilera larga, apacible, la de la salutación. Nada que ver con el aparatoso dispositivo de seguridad y el plantón de ambulantes, amas de casa y malpiquistas frente a la vieja estación del Ferrocarril Mexicano en la 11 Norte. Ricos y pobres, funcionarios mayores y menores, empresarios de peso y esperanzados, líderes y bases priistas populares, secretarias catrinas de la federación y del ayuntamiento, el priismo por las buenas y por la nómina en pleno formado en el pelotón del ausentismo, en la democracia que se sostiene con el apretón de manos y una vez al año, en el felicidades licenciado.

A las tres de la tarde en Palacio, dos hombres ya no hayan como destorcer el gesto de gratitud, obligados como están desde hace una hora a dar salida a una cola que se apretuja en el portón de Reforma, curvea entre porras y se ve se siente Piña Olaya está presente bajo los corredores, sube por la escalera entre edecanes de mascadas doradas, se emociona en ese segundo piso de decisiones y las subsecretarías, pasa de lado a la secretaría particular y es engullida por el Salón Juárez. Pero todavía falta un rato para que los dos políticos compongan la cara y se vayan a comer junto con 350 comensales a casa Puebla. El gobernador en la prestidigitación anual de la política –viene de dos horas que valen sobre todo por el planteamiento sobre la universidad-, y Jaime Serra Puche

Parece anonadado de tanto pueblo, que viene de responderle indirectamente a los empresarios poblanos que no se hagan, que aquí los señores ya se modernizaron y ni quien se queje de la apertura comercial Por ahora los dos hombres saluda, aprietan las manos, de vez en cuando abrazan viejitas que recuerdan una oportunidad, saludan y vuelven a apretar. Los dos hombres miran a todos y no ven a nadie, pagan el costo de poder.

 

La disonancia

 

A la una de la tarde la disonancia. A esa hora del día el embotellamiento igual se forma por los arreglos de la verbena popular que se instalara por disposición oficial en el zócalo vespertino o por algún requiebre de los marchistas que tenían amenazado el día anual de Piña laya. Es esto último: los ambulantes del 28 de Octubre y las  mujeres de la Unión de Amas de casa se quedaron de ver frente al Seguro Social de San José; los malpiquistas de la UAP lo hicieron frente al Teatro Principal. Unos y otros recularon y ahí están con su bloqueo frente a la estación.

A esta hora del sol y del aire frío enfrento los dos discursos: el oficial en el Auditorio y el inflamado de las fuerzas populares. Los dos están en su papel: Piña Olaya, los dirigentes de las organizaciones que han dejado dolor de cabeza al estado y el rector Samuel Malpica han hablado este día y han dicho lo que se esperaba de ellos. Pero el gobernador hizo una propuesta a los universitarios. Los de la 28 de Octubre se acercaron a los reporteros; ayer el gobierno negoció con ellos en boca del Procurador Fernández de Lara y el mayor Rodríguez Verdín. Finalmente se comprometieron a una reunión de los ambulantes con el gobernador para el miércoles o jueves. “Marchamos porque ya era una decisión del Consejo General de Representantes, pero estaba el ejército en la 8, así que no íbamos a caer en la provocación del Gobierno”.

            Después habla Samuel Malpica: “El gobierno no se tienta el corazón para la violencia”, alcanzo a oír. “Esos animales todavía se encuentran parapetados en el Carolino”, sigue. Antes ha dicho que como ha ocurrido en la historia de Puebla, ahora las fuerzas populares enfrentan un adversario muy poderoso que en su informa ha dicho que en el estado no sucede nada y que se respetan los derechos elementales de los ciudadanos. Pero el asesinato de Gumaro Amaro y el reciente del universitario Cuellar Muños prueban de lo contrario. Dice que los que están en el Carolino fueron capaces de disparar sobre mujeres y niños y que el Secretario General Valerdi, quiere el despido masivo de trabajadores, el cierre del Hospital Universitario y el incremento de las cuotas estudiantiles. Está en eso cuando lo interrumpe un ambulante. Le da el micrófono y el hombre va al grano, habla del dinero malgastado por los universitarios en general. Malpica continúa y plantea que no va a permitir que los estudiantes paguen para que terminen sirviendo a las clases dominicales, que en la UAP se forman estudiantes concientes y que luchan contra la explotación. Terminan gritando “Hasta la victoria compañeros”. Es indudable que Samuel Malpica tiene hoy un enemigo principal.

 

Cabe en una mañana el sistema.

 

A las 10:55, Juan Celis y Eleusis Córdoba casi llegan tarde al tinglado. Muy formales, traen su invitación en la mano. Igual que yo, tienen que bordear la ribera de sardos. “Como íbamos a venir antes si no nos invitaban “, dice que el ingeniero mexiquense dirigente de Antorcha Campesina en Puebla. Están aquí y su gente gritará más tarde allá en el Palacio que su organización estará presente. En tiempos de Jiménez Morales los de Antorcha presentaban su contingente para mantener lejos a los descontentos en el día del informe. Ahora parece que la CNOP del nuevo diputado López Tinoco les evitó la tarea.

            Una hora antes, cuando no se le ha ocurrido llegar a ningún invitado, los diputados de estreno entran al recinto, su casa por un día, por la cocina. Con la pechadita Enoé seguida por el hombre del trienio en el Congreso, Pepe Alarcón, salen por una de las puertecitas de esa mala copia en cartón de la cursilería del siglo XIX que persigue a la burocracia de los legisladores. En un escenario ausente desfilan los representantes que han acordado no meterse en problemas de interpelaciones. Los que llegan por la puerta principal ya lo encuentran muy sentaditos, como están hasta el 93 los flamantes congresistas.

            Don Antonio Montes, el diputado priista más viejo del equipo, fue el único representante que subió una fila arriba a saludar al gobernador, que rompió la minuta y se fue a saludar de abrazo a sus gobernadores invitados. Pasó silencioso el añejo líder campesino, enjutado en su traje gris, pero lo vio el risueño e inefable senador don Blas Chumacero. “A donde vas, viejo –le dice-, o ya no saludas desde que eres diputado?”.

            A medio informe no le queda al reportero más que escrutar la tribuna en busca de la somnolencia, el pecado capital de los que asisten a cualquier informe en el universo. Por ahí están los ojos cerrados de dos o tres gobernadores, y más arriba se quiebra un instante Martín Josephi. Rostros que algo tienen que ver con el poder. En el conjunto mayoritea la fealdad masculina y el traje gris algo pelea contra el tono oscuro. Qué escruta uno: rostros de políticos, pulcritud de burgueses, raigambre de la burocracia. En todos la cara impune de la seriedad.

            Cuadro por cuadro, rostros que miran al frente, inhabilitados por la cursilería del México independiente; rostros que se clavan en el yeso solemne de las águilas, en los garigoleos de flores y jarrones copiados del cristal biselado de las casonas porfirianas; miradas que leen y releen año con año los listados de pronombres que revuelven sus frases con la voz del informante.

A las 11:30 habla el gobernador del problema universitario. Ya le han aplaudido una vez, la primera y la principal. Ahora invita a la iniciativa privada a participar en la universidad. Nadie aplaude.

            A las 12 descubro una sección especial de dormilones. Arriba, a la derecha, seis micrófonos puntean sobre los que cabecean como órganos mixtecos. El grupo parece un matorral seco que no se despabila ni cuando Piña Olaya se refiera a la nevada que quemo los 500 millones de dólares que el café poblano iba a dejar en la entidad los próximos tres años. Interrogo: el grupo dormilón es el coro que guiará al final a la clase política en su enfebrecido y patriótico himno nacional.

 

La inercia perdida.

 

Lunes 14 de enero de 1991. Informe y futuro. Se viene encima una mañana anclada en lo que se hizo en un año, con los “ciudadanos sensibles”, como decían los científicos porfiristas, arrojados al aplauso y al abrazo. Es el día de los hombres en el poder, en el mutuo halago de rendir cuentas y beneplácitos.

            En el reparto, los colegas del país en primera fila, con los empresarios de siempre y los de moda repartidos con pulcritud, con los ejecutivos de las transnacionales ajustados en  la mueca de la gratitud y el compromiso, con la corte de funcionarios dispuestos en escala ascendente (en el espacio del auditorio) y descendente (en la cercanía de las decisiones y la nómina) con la compostura que otorgan lealtades y autocríticas.

            Martes 15, cuarto informe de Mariano Piña Olaya, tal vez el número 61 desde que Calles, con su PRN, institucionalizara la todavía mentada en el discurso expiatorio Revolución. Recuento de lo que los gobiernos han hecho y de lo que dicen que la sociedad quiere que se haga. Reseña de 60 años en quince figuras de gobernadores bien o mal queridos, más o menos impuestos, agarrados o desarraigados, derrocados por rebeliones populares o guillotinados por el centro, memoria de lo que somos y de lo que hemos podido ser, aunque no lo digan o quede escrito en los informes. Finalmente, la visión de los gobernadores, militares o civiles que han encarnado este traje a medio vestir que encasaca a la región con el nombre de Puebla; esa estructura, dirán algunos, ese aparato, dirían otros, ese gobierno, nombrará la mayoría que no sufrido y gozado la sociología de la UAP, ese entorno que todo lo puede, esa omnipresencia de templo que todo lo ataja; con ustedes, el Estado, con su carga de civismo y represión, caciquismo y modernización con la que ha colocado a la sociedad poblana.

            Es un vistazo de alguien nacido en el medio siglo, en la modorra de la ciudad sin semáforos, atado a la memoria materna de los años caciquiles y a la visión desesperanzada de la figura paterna, con todo el eco de la insurgencia urbana de los sesentas. Una mirada a las inercias rotas, a los futuros reclamos aquí y ahora, pero disueltos como la espuma marina que nunca baña las costas poblanas. Un reclamo por el rumbo ni siquiera soñado ni siquiera perdido.

 

            Inercias presentes

 

            A la espera del Virrey Piña Olaya, recuerdo dos inercias en la historia poblana:

  1. - Guillermo Treviño, el viejo líder ferrocarrilero, no tienen memoria del año en que nació. Pelea con su camarada comunista Valentín Campa y con su enemigo cetemista Fidel Velázquez la longevidad. Hijo de un villista fusilado en Nuevo León, es muchas cosas por el final y por el principio, en fechas que se enredan como los nudos de sus manos; la huida de adolescente al puerto de Tampico por un pleito policiaco; su entrada al mundo por esa puerta falsa y mágica de los chinos; sus primeras andanzas en los patios rieleros; su ingreso masónico a los estratos de la clase obrera ferroviaria; su nacimiento en el religioso valle de vida clandestina del partido comunista; la persecución obregonista por tomar partido de la huertista en la guerra del invierno del 23-24; la apertura al paisaje socialista universal en el viaje a Argentina; la disciplina del trabajo en la ruta Puebla-Cuautla en el Interoceánico; las jornadas de propaganda en la región febril de Orizaba con los carteles diseñados por Siqueiros; las noches inmensas en un hotelucho de la 4 Poniente por el rumbo del Ferrocarril Mexicano, con el todavía anónimo Agustín Lara, inspirado por “el piano viejo que refleja el espejo su sonrisa de marfil”, todavía la canta el viejo Treviño “y en la risa lleva una tonada que me parece arrancada de París”. Cuantos sueños entonces, sufridos bajo la persecución anticomunista de Elías Calles en 1927. 10 años antes de que los poblanos comentarán para sus adentros, en pleno cardenismo, “sí aquí gobierna Maximino”.

            En 1939 Guillermo Treviño encaraba al mitin frente al Palacio de Gobierno, en lo que ahora es Tesorería Municipal. Era en los meses de la Administración Obrera de Ferrocarriles Nacionales. Líder de los patieros poblanos, estaba al frente de la negociación del contrato colectivo de la rama con la empresa. Y no recuerda lo que dijo. Apenas terminó la arenga, un senador amigo suyo le habló al oído: “Abusado, ahí están los sicarios de Maximino, te van a matar”. Era común la amenaza y era común que se cumpliera. Guillermo se escondió por un tiempo en la ciudad de México. Ni admirarse, eso lo vivía cualquiera que se llama comunista.

            Pasaron muchos años, Guillermo estuvo al frente de la toma del sindicato en 1947, el local de la sección 21. Sobrevivió como dirigente al charrazo del 48; encabezó el destacamento obrero que quemó caminos junto con los estudiantes en contra del alza al transporte urbano en 1949, cuando mandaba el gobernador Betancourt; y en 1958 dirigió en la región el movimiento vallejista que puso en jaque en agosto de ese año al aparato corporativo de control laboral; y sufrió la represión como tal en marzo de 1959, cuando el sonriente López Mateos liquidó la insurgencia obrera en todo el país. Recuerda su detención en el campo militar, y a los presos que le cantaban “Señor Treviño, señor Treviño, esos huevotes no son de niño”. Y los siete años de exilio en Uruguay, justo en el tiempo de que la rebelión popular termina con lo que parecía el último suspiro de avilacamachismo poblano. Tiempos tan cercanos, detenidos en la memoria de cualquier viejo.

            Ahora está en su sillón de viejo, entretiene la soledad con una jauría de gatos, a la espera de los amigos ingratos que como yo, no lo visitamos. Con las preguntas entumecidas en las manos ¿Qué fue de la insurgencia obrera? ¿Dónde se perdió el sueño comunista? ¿En qué se convirtió aquel mundo que combatimos?

  1. - Los vieron venir y tronaron la boca con la displicencia del abarrotero. Tenían en mente el sonido de la caja registradora en las temporadas de mayor venta: veían entretenerse a los sobrinos en “la demostración de juguetes” y en la venta de tarjetas de navidad tras los mostradores larguísimo frente a los que se apiñaban los clientes. Los vieron venir, pero se pensaban pastores dichosos en un valle simple sin lobos. Simples y llanos como buenos católicos del altiplano, eran los dueños del comercio: La tarjeta Rodoreda, La Nueva España, Almacenes Armenta, La Sorpresa, Librería Letrán, La Sevillana, El Caballero Elegante, con sus hombres de tirantes en la guardia del movimiento de las empleadas anónimas y secretarias perennes, atrincherados en el centro de la ciudad suspendida en la cuadrícula de sus tradiciones, como el apacible silencio de una tarde de domingo.

            Pero los avisos llegaron uno a uno a instalarse en las mismas entrañas de esos señores, sobre los baldíos de las casas que dejan derrumbarse. Cualquiera pudo ser la primera: Sears, en la 3 Poniente, Woolworth en 5 de Mayo, Salinas y Rocha en Reforma, Blanco en los que fuera Las Fábricas de Francia. El grito de alarma sonó cuando la Comercial Mexicana ultrajó sus conciencias; ocupó una manzana entera sobre los cimientos más rancios del orgullo patronal, el espacio que guardara la fábrica textil La Poblana.

            “Eso no funciona”, dijo en una sobremesa don Abelardo Sánchez, dueño, junto con su hermano Basilio, de la tienda más próspera de la ciudad, La Tarjeta.

            Y al ultraje siguió la blasfemia: las nuevas tiendas no cerraban los domingos. Cualquiera de entonces recuerda a las señoras sorprendidas de romper el hábito de la misa matinal los domingos. “Voy al supermercado” era una frase equivalente a la actual de “voy al videoclub”. Los comerciantes llamaron a una reunión formal del gremio con toda seguridad en el Teatro Principal. Presidió don Abelardo. La demanda era precisa: exigir al gobierno que no permitiera la apertura dominical de los comercios. “Frenar a los arrivistas” era la consigna.

            Pero hizo un mutis el gobernador Aarón Merino Fernández. El había llegado al relevo del derrocado general Nava Castillo. Como había llegado la Wolksvagen, y en el panorama seguían HILSA, Pemex, Ciba Geigy y el gran capital foráneo y trasnacional que a un ritmo semilento reindustrializaría, sobre los viejos capitales textiles y comerciales, el corredor central de Puebla. “Gobierno despilfarrador”, decían a media voz los críticos; “Gobierno ladrón”, decían a media voz los comerciantes. Y veían como junto con las tiendas de autoservicio en la ciudad se instalaba el cambio; se abría la avenida Hermanos Serdán, se armaba el esqueleto del estadio Cuauhtémoc, se terminaba de asesinar el río San Francisco –con un solo tubo, no con dos, como lo había diseñado el gobierno de Nava Castillo.

            “Es un suicidio salirse del centro”; comentaron los señorones cuando escucharon por primera vez de la construcción de los centros comerciales. El tiempo no les dio la razón. Sólo Rodoreda encontró la salida de calabozo changarrero.

  1. - Cuánto cambia una sociedad de un día para otro, se preguntaba allá por 1961 el joven reportero llegado de Guarrero. ¿O tan sencillo le sería comprender a los poblanos? ¿Sería su mundo así tan decidido a lo blanco y negro?

            Cubría ya, para siempre en su carrera, la fuente política y al gobierno estatal. Platicaba todos los días con Fausto M. Ortega, porque todos los días el gobernador lo encontraba ahí, en una oficina que prácticamente no tenía antesala. Eran los tiempos más elementales, así que poco ameritaba el aparato estatal. Don Fausto, oficial mayor con Rafael Ávila Camacho, un burócrata común y corriente puesto ahí en el poder de la familia teziuteca, recibió línea del Presidente Ruíz Cortines para romper de una vez el cacicazgo: “Usté va a gobernar –le dijo el veracruzano-, no los Ávila Camacho”. Por eso Rafael subió un día hasta el despacho de Don Fausto y lo agarró a fuetazos, a la usanza de su hermano mayor, como último signo de esa fuerza perdida.

Eran tiempos elementales, piensa ahora el experimentado reportero. Estudiaba Leyes en El Carolino, en el primer patio. Hasta allá llegaban los de Medicina a mentarles la madre: “Ley, justicia y ciencia, chingue a su madre jurisprudencia”, gritaban los futuros matasanos. “Formol, benzol, bencina, chingue a su madre Medicina”: Y luego seguían los cadenazos de los grupos sobre la 4 muy lejana todavía de su pomposo bautizo de Plaza de la Democracia.

            Pero cuánto cambia una sociedad de un día para otro. Una tarde cualquiera de 1961 se olvidaron las consignas gremiales entre Leyes y Medicina. El reportero vio formarse los dos campos ahí a la vuelta, frente al Palacio Municipal; los mismos rostros, las mismas cadenas, pero las consignas confirmaban la entrada de los sesenta:

“Mueran los FUAS”

“Mueran los comunistas”.

 

El ritual establecido

 

Todos en sus puestos a las 11.10 de la mañana.

Los hombres del sistema en el máximo ritual del año cumplen disciplinados el protocolo establecido, apretujones incluidos. Es una mística establecida ya sobre la voluntad de los individuos, cada quien asume su papel en el escalafón de jerarquías y modernidades. Ahí están los gobernadores como sacerdotes testigos: bordean con el incienso de sus rostros adustos a las dos figuras petrificadas, Fidel Velásquez y Manuel Espinoza Iglesias, sentaditos juntos los dos viejos como si se quisiera paralizar la lucha de clases en el apretón de manos que se dieron cuando se encontraron. Al frente, los oficiantes Piña Olaya, Patricio Chirinos y José Alarcón repartían el pan y el vino de la misa laica. Entre unos y otros, los diputados como acólitos sin campaña. En el espacio entero el auditorio, los adoradores que invocan al Dios altísimo del presupuesto. “Y con tu espíritu”, repetirán una y otra vez en los aplausos. Afuera, los sacrificados con su aura de pueblo completan el escenario de la festividad, campesinos con sus demandas en el morral y escolare4s con agudísimo popurrí de música mexicana.

Sí, todos están en sus puestos a las 11.10 de la mañana.

Los panistas también.

No lo vio venir ninguno de los operadores del gobernador. No tomaron en cuenta a Paco Fraile allá arriba agazapado. O pensaron que la interpelación sería después, a la usanza del Congreso de la Unión, con los diputados de la oposición sacando cartelitos y vociferando desde sus curules. O se confiaron en el acuerdo entre los diputados. Pero no, se los madrugó el diputado Mantilla, el mismo personaje tartamudo e indescifrable en sus pesadísimos discursos en la Cámara. De un salto se plantó frente al altar, ante un Mariano Piña que apenas acomodaba sus papales en el atril. Allí quedó paradito, como un niño de primera comunión, con sus folders bajo el brazo para controlar el nerviosismo frente al sacerdote que nunca se inmutó.

“¡Señor gobernador –se oyó-, yo quisiera preguntarle dónde quedaron los dos billones de pesos...!”

Lo que haya dicho es lo de menos. El ritual se rompió un instante, lo suficiente para que las neuronas institucionales activaran la defensa y completaran el sainete.

De inmediato Alarcón: “Señor diputado no tienen derecho de hacer uso de la palabra...” Y otras frases así que los que ocupan su puesto en México han dejado listas para estos casos.

Y de inmediato Celso Fuentes, el primero que arrancó con el aplauso para apagar la voz del panista.

Y diez segundo después el doctor Sergio Guzmán, el único diputado que en octubre votó en contra en el caso de la resolución de Jolalpan, subió a pedir al panista que terminara ya con el show.

Pero no quería. Y seguía con su cuento.

Y a los quince segundos el ganadero Alfonso Lechuga Fosado trepa al entarimado. Y jala del brazo al panista. El doctor Guzmán mejor se hace a un lado. Y a los veinte ya Mantilla agarró al priísta del cogote. Y lo empuja. Y un auditorio ducho en la materia hubiera gritado “¡Santo, Santo, Santo!”. Pero sólo hay aplausos y más gritos de “¡payaso, payaso, hijo de Husein!”. Y el ganadero serrano empuña y perfila un recto a la mandíbula. Pero algo en su corazón, tal vez una mirada de Piña que lo fulmina, detiene lo que hubiera sido el aleluya de la provocación panista.

Y a los veinticinco segundos la voz de Piña Olaya “¡Jorge!” para detener a un guarura que ya iba.

Y mantilla que ya se baja a los cuarenta segundos, y la parvada de reporteros lo persigue. Queda el respiro encabronado de los priístas.

Y el rito sigue.

Algo entretiene la modernidad.

 

++++   

 

A las 9:30 es el mismo escenario de siempre. El “selecto grupo de maestros de Educación Estética del estado” apabulla infantes. Son inefables: ensayan Qué chula es Puebla. Es natural, los inflaman con eso de que son la imagen de los niños de Puebla. Y los niños cantan, ahora México lindo y querido, y sus voces arrasan en aire en un vaivén agudo y desastroso que desespera a los maestros como un cascabel que les corroe sus conciencias.

Ahí junto un grupo de campesinos de San Nicolás Buenos Aires intenta penetrar la malla de guaruras de traje que contienen y filtran a los elegidos, a los que verán y participarán del oficio adentro. Vienen en representación de su presidente municipal, “no vino porque está muy enfermo”. Pero no vienen de oquis: “Tenemos que ir al pueblo a informar de lo que dijo el gobernador. Nosotros damos apoyo al PRI, ora lo queremos de vuelta, apoyo al campo señor, pozos, allá somos 720 ejidatarios, y una hectária se riega, puritito temporal.”

 

+ + + +

 

A las 10:37 los diputados se faltan al respeto. Han iniciado quince minutos antes la sesión, hablan los diputados de la oposición. Es lo que concertaron, sí señor. Pero el auditorio es un jolgorio: edecanes, reporteros, operativos gubernamentales, todos hacemos nuestro trabajo, atosigamos con grabadoras a los sacerdotes y al que se deje con tal de cumplir con la cuartilla declaratoria de rigor. Nada nos detiene, abrumamos incluso a las momias de capital y trabajo, diez, quince de nosotros reporteros casi ahogamos a los viejos.

Habla el doctor Guzmán, que hoy vino con una gran dote de sentido común. Increpa al público: “Señores, también los diputados de oposición merecemos respeto”.

Y el propio Pepe Alarcón cae en la cuenta y una, dos, tres veces llama la atención. Pero nada ocurre. Alguien reparte un panfleto (Sufragio) a los diputados. Qué bueno, ya no tienen pretexto los señores para no pelar a los que ahora tienen el micrófono. Nadie se sorprende, que siga el jolgorio.