Revista Nexos | 2017-02-13 00:00:00
México, febrero de 1913: los dos cuartelazos
El gobierno de Francisco I. Madero no cayó por obra de uno, sino de dos cuartelazos que estallaron sucesivamente el 9 y el 18 de febrero de 1913. A eso llegó Nemesio García Naranjo años después del desmantelamiento y ruina de Madero. Victoriano Huerta, estrella negra del segundo cuartelazo, con un batallón tuvo para dar el golpe de Estado, pues desde hacía meses no contaba ya con la División del Norte y como novísimo comandante militar de la ciudad de México tampoco tenía jefes que le fueran adictos en la guarnición, pero sobre todo estaba al tanto de la división existente tanto en el ejército federal como en las fuerzas pronunciadas en la Ciudadela.
Los diarios y revistas de la capital en buena medida tenían meses de azuzar el descontento hacia la persona y el gobierno de Madero. El propio medio periodístico no estaba libre del contagio de sus campañas, y de él era parte García Naranjo pues en octubre de 1912 se estrenó como director de un nuevo diario, La Tribuna.
La sociedad política no se escapaba del descontento, a juzgar por la iniciativa del puñado de senadores que sugirió al presidente Madero presentar su renuncia, y en el graso caldo de la contrariedad se maceraban desde hacía meses las minorías dinámicas que se habían creído con el derecho político para ocupar un espacio en el gobierno maderista. Tampoco estaban exentos los habitantes de la ciudad, al cabo de 10 días de padecer incertidumbre, miedo y angustia debido al tiroteo que había en algunas calles, así como un cañoneo deliberada y lamentablemente errático. El descontento reinaba asimismo en el interior de la Ciudadela y en algunos puntos del norte del país, como Nuevo Laredo y Matamoros, y en varias zonas de los estados de Veracruz, Puebla y Morelos. Pero más que generalizado el descontento parecía operar a sus anchas a lo largo del proceso de comunicación. Ese fue el tono con el que los individuos discutieron y debatieron los asuntos del maderismo en el territorio social que se ubica entre el espacio privado de la vida doméstica y el espacio oficial del Estado, y al que se asocia la tumultuosa vida de las cantinas, tívolis, cafés y restaurantes capitalinos de principio de siglo, y la no menos agitada agenda de los medios impresos de comunicación. El descontento era la moneda corriente de la hora y de ella se supo valer Huerta para comprar dispensa o inmunidad para sus actos.
Si las sublevaciones se dominan por el efecto de los proyectiles, a las nueve de la mañana de ese espléndido domingo 9 de febrero el general Lauro Villar derrotó al menos a una parte del cuartelazo que ese día tomó las armas en nombre de la paz y la justicia. La otra parte de la sublevación, al frente de la cual estaban el general Manuel Mondragón y el sobrino de Porfirio Díaz, huyó en el acto de la Plaza de la Constitución para reunirse al pie del reloj de las cuatro carátulas en Bucareli.
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Los cuatro golpistas: Manuel Mondragón, Victoriano Huerta, Félix Díaz y Aueliano Blanquet.
Mondrágón y Díaz posan para la foto en el pizarrón de la balística.