Cultura /Sociedad /Mundo | Crónica | 13.JUN.2021
Caminar Cartagena bajo el embrujo de García Márquez
Vida y milagros
El año pasado leí otra vez El amor en los tiempos del cólera, justo cuando la pandemia de Covid pegaba más fuerte en el mundo, cuando poco se sabía de ese virus y cómo combatirlo. Estábamos tan desconcertados como los habitantes de Cartagena cuando hasta finales del siglo XIX y principios del XX el cólera seguía matando a muchos de los que se contagiaban. El clima, los malos drenajes y las largas temporadas de lluvias convertían a la ciudad en un "moridero de pobres”, y no era una calificación gratuita, pues la enfermedad azotaba inclemente a la población cuando el cólera se desataba. En esa ciudad ardiente y árida, a la que no le había ocurrido nada en cuatro siglos, situó García Márquez una de las historias de amor más bellas de la literatura universal. No solo contó una historia de amor, también es la historia de una ciudad y una sociedad clasista y con hondas diferencias que se negaban a cambiar.
Hace dos semanas finalmente conocí a la Cartagena amurallada, esa que inevitablemente nos envuelve en el embrujo de los mundos que construía García Márquez en sus novelas. Mis dos queridísimos acompañantes ya habían estado ahí antes y sabían que fuera de sus murallas existe un puerto gigantesco y moderno. En mi cabeza solo existía la Cartagena antigua, la que habitaron los personajes centrales de la novela, Fermina Daza, Florentino Ariza, el Doctor Juvenal, el rebelde y loco perico que causa la muerte del doctor y provoca que Fermina enviude para volverse a encontrar con su primer amor, ese que la ha aguardado 51 años, 9 meses y 4 días, y del que se volverá a enamorar para reivindicar el derecho al amor a la edad que sea.
Decidimos recorrer la Cartagena antigua guiándonos por los lugares que aparecen en la novela, parques, mercados, templos, teatros, edificios, casas, barrios de poderosos, barrios populares, los rincones del puerto con sus barrios secretos en los que García Márquez había ubicado a sus personajes. Recorrer Cartagena con esa brújula, a contratiempo de los flujos turísticos, en calles poco transitadas y en horarios en los que la ciudad respira con cierta soledad, se vuelve una experiencia que por momentos te hace un nudo en la garganta, en especial al llegar a ciertos lugares.
García Márquez vivió hasta los 9 años en la casa de sus abuelos, lejos de los amores contrariados de sus padres. Alguna vez él dijo que después de los nueve años no le habían pasado nada más interesantes que lo que vivió entonces. Quien más lo marcaría en la vida fue su abuelo, pero también el ambiente religioso y la personalidad supersticiosa de su abuela. Por eso la revoltura que hace de personajes, nombres y lugares ligados a la religión puede ser tan contrastante, inquietante y divertida.
Vimos la muralla de la ciudad desde el muelle de los Pegasos y desde ahí nos adentramos a su colorido laberinto. Fuimos viendo e imaginando lo que podrían ser algunas de las casas que aparecen en la novela, sus aldabas preciosas en forma de anclas, de manos de mujer, de pericos, de pulpos y de peces. En un recodo apareció el parque Bolívar, donde el escritor ubicó el Colegio de la Presentación de la Santísima Virgen, la escuela de monjas a la que asistía Fermina Daza. En realidad fue el terrible edificio de la inquisición, hoy convertido en museo y del que han sido retirados los instrumentos de tortura de esa época. Jamás hubo ahí un colegio de niñas pero a García Márquez, sarcásticamente se le ocurrió ubicarlo ahí. El parque en el que Fermina se miraba de lejos con su joven enamorado Florentino, está ubicado a un costado de la Catedral y de la Puerta del Perdón. Es una catedral rara, porque su puerta principal no da al parque, sino simplemente a la angostura de una calle. Fue así porque en ese precioso parque eran llevados a la hoguera los condenados a muerte, pero en la novela, es ahí donde florece el amor que todo lo redime. Muchos de los sucesos de la historia están marcados por el ritmo de las campanadas del templo. Es por el doblar a difunto de las campanas que una tarde Florentino sabe que Fermina por fin ha enviudado y que quizá tendrán una última oportunidad para el amor.
En la Plaza Fernández de Madrid, García Márquez ubicó el Parque de los Evangélicos y frente a él, la supuesta casa de soltera de Fermina Daza; hoy aún es una hermosa casa colonial junto a la Alianza Francesa. En ese parque, en un lugar poco visible, se sentaba Florentino Ariza a ver pasar a Fermina con su uniforme escolar. Tiene una vegetación preciosa y de árboles espectaculares. Al centro aún se ubica la escultura de un prócer de Cartagena, Don José Fernández, un guerrero coronado por palomas que jamás lo dejan en paz.
Plaza Fernández de Madrid. Foto de V.M.
El Portal de los Dulces.
El Portal de los Dulces, en el libro llamado Portal de los Escribanos, lleva ese nombre por la cantidad de vendedores de dulces que ahí se instalan. Desde ahí hay una vista preciosa de la torre del Reloj, colocado en la entrada principal de la muralla. En esa plaza está un antiguo edificio jesuita, en donde hoy se encuentra el museo naval. Justo en ese portal Fermina volvió a ver a Florentino después de su primera separación, cuando aún era soltera y de manera inesperada la "abrumó el abismo del desencanto" hacia él, rechazándolo para casarse con otro.
El teatro. Foto de V.M.
El Teatro Adolfo Mejía está ubicado en una plaza en la que desembocan varias calles muy pegado a la muralla .Es un espacio mágico. El teatro aún está activo y recibe espectáculos de danza, poesía y obras teatrales. En la novela ahí se llevan a cabo los Juegos Florales de Poesía, en los que Florentino concursaba con un seudónimo, ya que Fermina, como parte de la élite de la ciudad, era parte del jurado. Ahí es donde Florentino la vuelve a ver después de años de no encontrarse con ella. En uno de esos concursos, Florentino conoce a la poetisa Sara Noriega, una de las tantas mujeres que Florentino tuvo mientras esperaba recuperar a Fermina, y que casi logró sacarla de su cabeza.
Atardecer desde la muralla. Foto de V.M.
Todo atardecer es inquietante. Quizá porque se revuelve en el alma el anuncio de la muerte, el anuncio del final. Nos anocheció mirando el teatro color crema; el sol se metió en el mar detrás de la muralla y las farolas de luz amarilla trasladaron el dorado del sol hacia la plaza. Fue lo último que se me grabó de Cartagena mientras nos perdíamos en los callejones rumbo a la salida de la muralla.
Foto de Trip Advisor.
García Márquez llegó a vivir a Cartagena huyendo de la tragedia de El Bogotazo* en 1948, a los 21 años, con la tibia intención de terminar su carrera de abogado. Fue una ciudad que en un principio lo discriminó, como él mismo lo cuenta, por su origen pueblerino y por su forma extravagante de vestir, hablar y comportarse. Pero fue también en Cartagena donde tuvo su primer trabajo como escritor y reportero en el periódico El Universal, un periódico liberal que lo recibió como columnista y editorialista. Eso cambiaría su vida y se escurriría con sus amigos bohemios hacia el muelle de Los Pegasos, más cerca del barrio de las putas, del ruido de las máquinas de escribir y lejos de las aulas universitarias. Fue el lugar en donde definió que se dedicaría a escribir. En Cartagena está la única casa que él construyó en la vida. Hay lugares que nos definen y nos marcan. Quizá por eso es que la mitad de sus cenizas fueron llevadas en mayo de 2016 al patio central del Claustro de la Merced, en donde se ubicó su alma mater, en el corazón del centro histórico de Cartagena. Serán cenizas, pero aún se sienten en el aire que respiramos los enamorados lectores que visitamos la ciudad para rendirle pleitesía y darle las gracias en persona.
*El Bogotazo- Levantamiento popular que inició en Bogotá el 9 de abril de 1948 a raíz del asesinato del candidato a la presidencia de Colombia Jorge Eliécer Gaitán. Los disturbios y saqueos masivos duraron varios días y redujeron a escombros a varios edificios del centro, dejando una gran inestabilidad política en el país.