Sociedad /Mundo | Crónica | 18.MAY.2021
Colombia y su invaluable civilidad cotidiana / Crónica de Verónica Mastretta
Vida y milagros
Hace dieciocho meses, debido a un feliz evento, conocí Colombia. Solo estuve aquí unos días, pero hubo ciertas cosas que causaron en mi ánimo una grata impresión, esa que dejan las cosas sencillas y bien hechas que cuando ya existen nos parecen normales, pero que cuando se pierden causan un desasosiego permanente e irremediable. Desde lejos he seguido el rumbo de la pandemia en este querido país. Los aeropuertos permanecieron cerrados de marzo a septiembre de 2020. Poco a poco se abrieron los vuelos a partir de octubre. El uso de cubreboca y las restricciones del cierre fueron muy duras. La alcaldesa de Bogotá, Claudia López, hizo un excelente trabajo para controlar la movilidad de las personas de acuerdo a la terminación de su carnet de identidad. Sabía que la capacidad hospitalaria era reducida y no podían darse el lujo de enfrentar una propagación rápida del virus porque habrían sufrido el doble de muertes. Dicen que después de las pandemias los conflictos sociales crecen y se exacerban. Los países de América latina, tan desiguales, no serán excepción en esto. Por muchas razones y causas que sería imposible analizar en este pequeño artículo, Colombia cruza en estos días una crisis política y social cuya salida no tiene pronóstico aún. El año que viene habrá elecciones y la polarización puede haber llegado para quedarse un largo rato. Muchas veces lo que reflejan los periódicos y los discursos políticos de las diferentes corrientes, impiden ver lo que sí está funcionando en un país, y que seguramente se ha logrado gracias a la menospreciada gradualidad. Casi nada que permanezca se logra en un momento. Roma, como dicen, no se hizo en un día.
Llego a Colombia y lo primero que me sorprende es un aeropuerto silencioso, limpio, eficaz, austero y por lo mismo, bonito. Entre llegar y pasar la aduana tardamos 15 minutos. El servicio de transporte desde el aeropuerto hacia la ciudad es muy ordenado y servicial y de precio razonable. Al cruzar de lado a lado Bogotá, no puedo dejar de ver las fortalezas civilizatorias que encuentro en el día a día de una ciudad tan compleja como lo es ésta, la ciudad de la lluvia constante, la que vive en el fondo de un valle rodeado de montañas que aún conservan una enorme franja protegida y con árboles impresionante y una biodiversidad sorprendente, agua que baja de las cimas y corre limpia en arroyos que desembocan en grandes canales pluviales arbolados en sus orillas .El equipo de parques y jardines de la ciudad mantiene catalogados con placas y códigos de barras cada árbol y el plan de manejo que se aplica es constante. También el departamento de limpia hace un muy buen trabajo y la basura en las calles y camellones es muchísimo menor que en la mayoría de las grandes ciudades de México. Sorprende también una armonía visual que en las ciudades mexicanas es cada vez más inalcanzable. La publicidad agresiva y depredadora que vemos en las carreteras y ciudades mexicanas aquí no existe, y en Bogotá, la capital de más de siete millones de personas, los anuncios espectaculares brillan por su ausencia y los anuncios permitidos son discretos. En todo el trayecto no vi ni una foto ni anuncios de políticos. Ni en puentes, ni en bardas, ni en lonas. Eso sí es fascinante. El ruido de quienes venden cosas, ya sea en la calle, en restaurantes o en las tiendas es muy bajo o no existe. Las reglas de convivencia para las mascotas son estrictas y la señalética de la ciudad está bien mantenida y no es abrumadora. La administración municipal tiene un robusto departamento de bienestar animal para controlar al máximo los perros y gatos callejeros. La otra cosa que me gusta es que existe un comercio local bastante fuerte y protegido de una manera inteligente. En un supermercado común encuentras marcas de alimentos y muchísimos productos producidos en Colombia, en particular lácteos, frutas, verduras, embutidos, ropa, zapatos, muebles. Todo es más calmado, el consumo también. Consumir lo local sí es prioridad y costumbre. Lo que parecería un atraso yo lo registro como una fortaleza.
Han pasado muchas cosas desde que vine a Bogotá la primera vez. Para empezar catorce meses de pandemia. Pensé que la había idealizado, pero no, noto aún más las fortalezas que quizá para algunos no sean importantes, pero desde luego lo son. El derecho a mirar el paisaje es algo que en México hemos perdido por completo. La bahía de Acapulco, la que fuera una de las más hermosas del mundo, quedó tapiada para todo aquel que no fuera a un hotel de lujo o a una casa con playa privada. Los volcanes Ixta y Popo hace años que dejaron de verse desde la ciudad de México y cada día son más inexpugnables en la ciudad de Puebla. Los constructores invaden áreas protegidas, transan para evitar las donaciones de áreas verdes, los departamentos de parques y jardines son la última prioridad en los municipios, los perros deambulan a su suerte por las calles aunque tengan dueño y los ejidatarios crecen las ciudades hacia donde se les ocurre y no guiados por un plan de desarrollo urbano. No existen reglas de convivencia claras para los que viven en condominios o edificios. Las guerras vecinales del día a día amargan la vida de las comunidades. ¡Y el ruido! Los sonaderos, la proliferación de las bocinas y los ruidos de la calle se han apoderado del derecho al silencio. Bogotá es una ciudad alegre pero no estruendosa. No te ensordece en su día a día.
Las reglas para contener el Covid siguen siendo estrictas en Bogotá. A los tres días de haber llegado nos llamaron del Departamento de Sanidad a los números celulares que entregamos en migración para ver si teníamos síntomas de Covid. Para entrar tuvimos que traer prueba PCR. Tienes que molestarte en obtener la prueba, pero también sientes que la autoridad de la ciudad y del país está haciendo su trabajo. La alcaldesa de la capital del país, Claudia López, es de izquierda, Iván Duque es de derecha. Ambos están haciendo lo que les toca con las cartas y los recursos que cada uno tiene. Están en desacuerdo en muchas cosas, pero no volvieron el tema Covid territorio de guerra. El perder popularidad no ha sido la prioridad de la alcaldesa, ella ha hecho lo que consideró mejor para el conjunto. Para regresar a México no se necesita prueba; disque se nos consiente porque somos libres. Yo ingenuamente aún sigo esperando que alguien me avise cuándo me toca la segunda vacuna, porque en la primera entregué correo y celular. De verdad creía que alguien me escribiría o hablaría. Busqué la vacuna donde pude y como pude. Creí que contábamos con las mínimas herramientas de civilidad que sí existen en Colombia y que me es imposible no admirar.
De los paros y los retos que hoy enfrenta Colombia platicaremos pronto. Hoy mis ojos se enfocaron en rutinas sencillas del diario vivir, muy valiosas, y ojalá, duraderas. Nadie sabe el bien que tiene hasta que lo ve perdido.