SUSCRIBETE

4 Mayo 2024, Puebla, México.

Memorias guadalupanas / Héctor Aguilar Camín

Sociedad | Opinión | 13.DIC.2022

Memorias guadalupanas / Héctor Aguilar Camín

 

1

12 de diciembre: Día de guardar, Día de recordar. Vuelvo aquí a un pasaje de la historia guadalupana.

 

Entre 1867 y 1877, años de la victoriosa y laica República Restaurada, años juaristas, el culto guadalupano estuvo a punto de desaparecer en México.

 

La Virgen Morena renació de sus cenizas por la acción de sus pastores eclesiásticos y por la restauración religiosa de la época porfiriana. Pero estuvo en trance de desaparecer.

 

Tanto el auge como la crisis del guadalupanismo en el siglo XIX están unidos a la figura del obispo de Puebla, Antonio Pelagio de Labastida y Dávalos, infatigable campeón de la Guadalupana, junto con el papa Pío Nono, creador de los cultos marianos en la resaca antirreligiosa de la Europa posterior a las revoluciones de 1848.

 

La Virgen de Lourdes marcó el camino a seguir para los marianistas con su oportuna aparición en 1858. Labastida reencendió la cruzada de su virgen nativa, la Guadalupana, cuya poderosa historia aparicionista ganó terreno y fue ejemplo en la renaciente cristiandad mariana.

 

Labastida cometió el error, sin embargo, de aceptar la Regencia política del imperio de Maximiliano, puesto al que renunció meses después, cuando el emperador decidió no restituir a la Iglesia los bienes eclesiásticos confiscados por las Leyes de Reforma, en 1858.

 

Labastida cayó en desgracia en 1867, al triunfo de las armas de la República, junto con el imperio de Maximiliano, y partió al exilio a Roma, dejando a su Virgen desamparada en tierra de jacobinos.

 

La Guadalupana la pasó mal esos años… Su culto se adelgazó angustiosamente.

 

Así lo reportó el capellán encargado del templo del Tepeyac en 1869, haciendo saber a “la Sociedad Católica de la Ciudad de México”, nos dice el historiador David Brading, “que el santuario del Tepeyac ya no contaba con fondos suficientes para mantener su colegiatura, y que de la liturgia sólo podrían encargarse uno o dos sacerdotes”. (Brading: La virgen de Guadalupe, Taurus, 2002, p. 448.)

 

Los fieles habían dejado de dar limosnas. Y escribió ominosamente el capellán del Tepeyac: “Poco a poco ha ido cayendo en el olvido el culto de la Virgen de Guadalupe”.

 

¡En el olvido! ¡La Guadalupana!

 

¿Cómo se recuperó?

 

2

 

Después del triunfo de la República en 1867, los liberales mexicanos arrinconaron al culto guadalupano. En 1869, la capilla del Tepeyac estaba a punto de cerrar por falta de limosnas.

 

Juárez mantuvo la fiesta nacional el 12 de diciembre, “pero permitió que sus partidarios liberales confiscaran el capital del santuario, despojaran a la capilla de gran parte de su plata y sus joyas, y cerraran el convento contiguo de monjas capuchinas” (David Brading, La Virgen de Guadalupe, Taurus, p. 448).

 

En 1876, la Virgen de Lourdes fue coronada reina de Francia en una ceremonia a la que asistieron 35 obispos, tres mil sacerdotes y más de cien mil laicos.

 

Inspirados por ese ejemplo, los arzobispos mexicanos solicitaron permiso a Roma para coronar a la Guadalupana Reina de México, permiso que la Santa Sede otorgó el 8 de febrero de 1887.

 

Desde 1884, a partir de su segunda presidencia, Porfirio Díaz buscaba acercarse a la Iglesia como parte de su proyecto de reconciliación nacional, y vio con buenos ojos la idea, promovida desde Roma por el expatriado arzobispo Antonio Labastida y su sobrino, José Antonio Plancarte y Labastida.

 

Hubo una inesperada resistencia de parte del obispo de Tamaulipas, Eduardo Sánchez Camacho, quien dijo que la coronación “sólo fomentará la superstición y la ignorancia en el pueblo”.

 

Los arzobispos condenaron a Sánchez Camacho por su “modo de obrar y hablar contra el milagro”.

 

Pero la posición de Sánchez Camacho era también la del mismísimo canónigo del Tepeyac, Vicente de Paul Andrade, quien habló burlonamente de Juan Diego como el “gigante venturoso”, ya que en la tilma de la efigie guadalupana venerada, medía más de un metro ochenta, demasiado para el cuerpo de un macehual humilde, de estatura regular.

 

Andrade publicó también la carta que el historiador Joaquín García Icazbalceta había escrito al arzobispo, Antonio Labastida, diciendo que no había fundamento histórico en el relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe.

 

Peor aún: en 1890 Francisco del Paso y Troncoso reveló que la pintura del Tepeyac tenía un autor conocido en su tiempo: el Indio Marcos.

 

¿Cómo triunfó la Guadalupana contra sus malquerientes del momento?

 

3

 

El permiso de Roma en 1887 para coronar a la Virgen de Guadalupe Reina de México, a imitación de la Virgen de Lourdes, hecha reina de Francia en 1876, desató una polémica en la Iglesia. El mismísimo canónigo de la capilla del Tepeyac, Vicente de Paul Andrade, se opuso con vehemencia a la idea.

 

Pero los preparativos de la coronación siguieron adelante. En septiembre de 1895, la efigie fue devuelta al santuario del Tepeyac, de donde había sido sustraída durante la remodelación del lugar, con vistas a la ceremonia coronante.

 

El día de la apertura del santuario remodelado, los fieles notaron que había desaparecido de la imagen la corona dorada que había ceñido su frente desde que les alcanzaba la memoria.

 

Los canónigos del Tepeyac protestaron por la alteración de la imagen. Y acusaron del hecho al responsable de las fiestas, monseñor José Antonio Plancarte y Labastida, sobrino del arzobispo Labastida, artífice del renacimiento guadalupano desde Roma.

 

Los acusadores dijeron que Plancarte había comisionado a Salomé Piña, un reconocido pintor de la época, para que retirara la corona.

 

Plancarte reunió a un grupo de testigos y los hizo jurar ante notario público que “no existía ninguna corona en la imagen ni había traza alguna de que la hubiere habido”. (Todo el relato en David Brading: La virgen de Guadalupe. Taurus, 2002, cap. 12.)

 

Años más tarde, en su lecho de muerte, un discípulo de Salomé Piña, Rafael Aguirre, confesó que Plancarte había llevado a Piña para que borrara los últimos rastros de la corona, pues se estaba decolorando y no podía aquello suceder en una imagen de origen divino.

 

Finalmente, el 12 de octubre de 1895, con la asistencia de 22 obispos mexicanos, 14 estadunidenses y tres de Quebec, La Habana y Panamá, se llevó a cabo en la Ciudad de México la Coronación de la Virgen de Guadalupe como Reina y Madre de México.

 

El hecho marcó el renacimiento de la Iglesia luego de los adversos tiempos de la reforma liberal. La fortuna de la imagen no ha hecho sino crecer desde entonces en la imaginación religiosa popular de México.