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13 Noviembre 2024, Puebla, México.

Las pedidoras de Xochitécatl / Sergio Mastretta

Cultura | Crónica | 17.ENE.2023

Las pedidoras de Xochitécatl / Sergio Mastretta

 

Para Emma, después de imaginar con ella el canto florido de las pedidoras de Xochitécatl.

 

A mediodía en Xochitécatl tanto relumbra el sol que los ojos se cierran. Con esa ayuda puedes dejar que las plegarias que se cantaron en este monte-pirámide vuelvan y retumben con los pasos firmes de las mujeres pedidoras contra la tierra. Visto así, en la explanada yerta de la pirámide de las flores se olvida que el tiempo nuestro, el reciente, el de nuestra incumbencia, ha devastado la tierra.

 

El Popo y el Izta en el valle presente, el de nuestra incunbencia. Foto de Mundo Nuestro.

 

Al oriente la Matlalcueye, a la que le sobrevive del lado tlaxcalteca la larga falda verde, y la techumbre de Cacaxtla y sus murales alertas todavía al poder de los hombres. Foto de Mundo Nuestro.

 

Tu mirada en las montañas, veladas por la bruma a mediodía, revolotea con las mariposas entretenidas por las flores en la ciénega.

Ya por aquí se han olvidado de los humedales. Hace tiempo que se han diluido y sólo queda la tierra reseca que empolva la techumbre de fábricas y caseríos grises. Pero cuántas flores no habría que mejor las convirtieron en diosas colgadas en aretes de nácar que lucen ellas, las pedidoras.

 

Foto INAH, Museo de sitio en Xochitécatl.

 

No importa ahora que ya no exista la ciénega y las mariposas bailen en el filo de la memoria. A la cima de este monte-pirámide acuden todas las épocas. Si se tiene paciencia, caben también todas las erupciones que han barrido el valle, todos los olvidos de los que somos capaces. Puedes recordar también que ha habido tiempos en los que no hay traza de malquerencia humana. Porque algo ha ocurrido aquí que están ausentes los hombres, los de la maza y la furia, los del alcohol y el machete, los de la pluma y la estafa, los del juramento y la muerte.

 

Foto INAH, Museo de sitio en Xochitécatl.

 

Hay que imaginarlas entonces, las parturientas por las que imploran las pedidoras, ellas son las flores y las mariposas, el aleteo eléctrico de las mujeres entre los juncos y los tules; descubrirlas en las figurillas que acompañan a los niños muertos en su entierro; son las madres que los lloran y que bañan con sus lágrimas la tierra; son las madres de la arcilla con el vientre abierto y pequeñito risueño. La fertilidad termina por reparar la pérdida.

 

Foto INAH, Museo de sitio en Xochitécatl.

 

Los miras en sus canastillas. Al cunero de piedra han acudido de la mano de las arqueólogas parteras los bebés desde la tiniebla del entierro milenario. Fertilidad es el ruego de las pedidoras.

 

Las pedidoras no dejan de danzar. Foto de Mundo Nuestro. 

 

Interrogas a esas mujeres antiguas que se bañan y ríen en el molcajete gigante. Ese mundo que fue suyo vive en tus ojos, ahora mismo, en esta explanada que abraza el cenizo sol de invierno. Ellas, las pedidoras, bailan en la cima del tiempo. Sus huipiles esconden los sueños, los futuros embarazos. Sus tocados son las chispeantes alas de las mariposas, los cantos floridos de los cenzontles, el anuncio del estallido de los vientres juveniles.

 

El molcajete gigante. La pila al pie de la pirámide de la serpiente. Al fondo, la pirámide de las flores. Foto de Mundo Nuestro.

 

En el molcajete se baten cantos y risas, se bañan las vírgenes. Las pedidoras sonríen, muestran la gracia del diente inferior, han olvidado el dolor de la mutilación. Las más viejas muestran un único diente, ya no hay dolor que las alcance.

 

Foto INAH, Museo de sitio en Xochitécatl.

 

La mujer del palanquín, encontrada en Xochitécatl, es lo más cercano que tenemos para pensar en el poder de las mujeres en los tiempos de la antigua ciénega tlaxcalteca. A la mujer en el trono la cargan forzudos lomos mascuinos. No se miran. Se imaginan. Las mujeres mandan, gobiernan. Alumbran desde entonces la posibilidad de otro país.

La reina Xóchitl, cuentan en San Miguel Xochitecatitla, es una mujer muy bella, siempre vestida de blanco, que seduce a los hombres que la miran. Los lleva al río, a su pedido lo atraviesan con ella. La reina es una serpiente que los devora sin remedio.

Por las noches el cerro brilla. Por las noches bajan al valle perros grandes… Es la montaña sagrada de Xochitécatl, la pirámide redonda, le llama la gente. Para que no haya duda, hace tiempo que le han plantado una cruz blanca en cima. Pero el río  Atoyac ya no es una serpiente mítica. Ahora devora la sangre de los niños. En los hospitales llevan la cifra de la leucemia.

En el valle relumbran las techumbres de las fábricas. El rio recoge sus desechos. Por las noches las luminarias de las calles vuelven invisible la montaña sagrada a la que acuden de cuando en cuando las nuevas pedidoras.