Olvido es nuestro nombre, una lectura que no se olvida / Víctor García Vázquez
Este cuaderno de poemas, publicado en 2007 por Ediciones de Educación y Cultura, está formado por un solo poema dividido en doce movimientos.
Hace 15 años, cuando terminé la lectura de Olvido es nuestro nombre de Moisés Ramos Rodríguez, mi primera impresión fue que estaba frente a un poeta que se negaba a seguir los pasos de sus antecesores. Sus poemas tienden a una cruda sencillez, a crear sensaciones no a partir de las estrategias retóricas sino de un acervo léxico estrujante, un ritmo reiterativo, un tono apocalíptico y una emotividad acorde con el fin de siglo.
Este cuaderno de poemas, publicado en 2007 por Ediciones de Educación y Cultura, está formado por un solo poema dividido en doce movimientos. Se percibe en todos los versos una personalidad muy bien definida. El tono angustiante, desolador e infrahumano que recae en la fuerza de sustantivos como derrumbe, ocre, destrucción, dentelladas, ácido, podredumbre, lazareto, devastación, esterilidad, achicharrada, lepra etc., palabras que por sí mismas crean un efecto poético lacerante, injurioso y pesimista. La misma matización léxica hace que el tema, si bien no se vuelve secundario, sea un elemento prescindible. Una muestra de ello podemos tenerla en el siguiente fragmento:
“Semejantes a cencerros
arrastramos una retahíla de alambre de púas
–nuestra lengua cruza-:
refugiamos nuestras palabras bajo lenguas
sin salivar sin sangre calcinadas
Exhalación de muerto mas recién nacido
fugitiva va por las nasales fosas” (21)
La abundancia de las vibrantes múltiples, /r/, en combinación con las nasales, /m/, / n/, crea un tinte enfático-tonal que genera por sí mismo un sentimiento de destrucción, una conciencia apocalíptica. Se trata de un poema escrito en carne viva que describe los tiempos actuales. El sujeto lírico evoca un mundo a punto del derrumbe; es un mundo que no se inventa, sino que lo observamos a diario; de ahí que la figura de la voz poética no hable siempre en singular sino frecuentemente usando la primera persona del plural. No se trata de un Yo que sufre sino de un Nosotros que agoniza. En esencia el sujeto de la enunciación aparece muy poco a lo largo del poema como sugiriendo que estos presagios pertenecen a todos.
En cada uno de los movimientos o cantos no es difícil advertir que los recursos semánticos, sintácticos y rítmicos se inclinan resueltamente hacia la prosa casi sin darle importancia a las segmentaciones del verso; en ello, según mi punto de vista, radica la principal característica de este poemario: son textos versificados con cadencia narrativa.
En el título, el autor resume el contenido del poema. Olvido es nuestro nombre alude al carácter inédito de la existencia, al anonimato ontológico en que la mayoría estamos sumergidos. Considero que aquí la palabra olvido no es usada con la cualidad semántica que todos le atribuimos sino con la definición que Ambrose Bierce ofrece en su Diccionario del Diablo:
“Olvido, s. Estado en que los malos cesan de luchar y los tristes reposan. Eterno basurero de la fama. Cámara fría de las más altas esperanzas. Lugar donde los autores ambiciosos reencuentran sus obras sin orgullo, y a sus superiores sin envidia. Dormitorio desprovisto de reloj despertador.” (2000)
Paradójicamente, la función de esta poesía es la preservación de la memoria; aún en tiempos decadentes, la poesía es la alarma recurrente de la existencia. Moisés Ramos Rodríguez se propuso construir el oxímoron para recordarnos que habitamos un mundo de constante contradicción.
En aquella lectura no me percaté de la importancia del dios Tezcatlipoca en este poemario y tampoco pude reconocer la asociación con el tema del ángel caído y los tiempos apocalípticos. Sin embargo, ahora que me he inclinado por la constante y misteriosa aparición de esta deidad, debo decir que Tezcatlipoca, siguiendo a Alfonso Caso, es un dios oscuro, por eso en múltiples ocasiones se le asocia con el color negro. Por tanto, es la sombra.
Tezcatlipoca el que se arrastra y al mismo tiempo el que se inventa a sí mismo, es moyocoyani, el que puede alumbrarse así mismo aun cuando proviene del reino de las sombras. De acuerdo con el especialista en mitología prehispánica Guilhem Olivier, Tezcatlipoca poseía el don de metamorfosearse en los seres más diversos con el propósito de espantar o sencillamente burlarse de las personas. Podía convertirse en un hombre decapitado, en un bulto funerario con cenizas, en gigante, en cráneo, en pavo y en otros seres animados e inanimados. Además, era la deidad principal de hechiceros y brujos, a quienes confería la capacidad de transformarse en un nahual y de adivinar el futuro mediante el uso de espejos.
Por tanto, la aparición de Tezcatlipoca este poemario no es circunstancial. Ramos Rodríguez nos dice
Mas no hay sino un espejo negro
(oh, Tezcatlipoca)
éste un perdido espejo
que muestra:
todo ya se ha ido. (24)
Ahora me planteo a manera de hipótesis si Tezcatlipoca no es una advocación del ángel caído que sirve como instrumento para advertir del final de una época, pero al mismo tiempo advierte del nacimiento de una nueva era donde se anula el tiempo y la memoria. Tezcatlipoca puede ser el ángel terrible, un ángel oscuro que en su caída inventa un mundo nuevo o el humo que se desprende del espejo para revelar la imagen nítida del universo.
Para terminar, reiteraré la virtud de Moisés Ramos: éste es un poeta que se arriesga; lejos de la seguridad que da la tradición, se aventura en una poesía que no busca el reconocimiento fácil sino la lectura indagatoria, desconfiada y crítica.