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20 Abril 2024, Puebla, México.

Ricardo Moreno Botello, un relato: veinte años editando libros

Cultura /Sociedad civil organizada | Crónica | 14.MAR.2023

Ricardo Moreno Botello, un relato: veinte años editando libros

 

El año de 2002 decidí convertirme en proveedor de libros de una dependencia dedicada a la educación. Había que producir textos literarios para bibliotecas del nivel medio del país. Se trataba de un reto formidable que me sumergió en el remolino de la competencia empresarial en un mundo donde nunca ha prevalecido la ley de la oferta y la demanda como reza la doctrina liberal, sino el imperio del más influyente y económicamente poderoso. Al decidir participar al comienzo del milenio en la selección, edición, producción y oferta de libros para fines educativos, no sabía que mi vida se alteraría significativamente. En efecto, más allá de la manera como inicié mis actividades editoriales, mi reconversión profesional no sólo haría que dejara mis anteriores roles laborales universitarios, sino que me empujo a vivir en un complejo y apasionante universo técnicamente llamado la cadena de producción del libro. Además, mi ingreso en las labores de editor ocurrió en momentos en que el mundo del libro y de la lectura comenzaron a verse sacudidos por una nueva era tecnológica que ha planteado cambios radicales en los formatos del libro, en los medios de difusión de contenidos, pero sobre todo en el valor de la lectura en la vida cultural de la población. De esta aventura que tuvo mucho de colectiva quiero hablarles en este blog.

 

 

1. LOS INICIOS, SIEMPRE ALREDEDOR DE UN OSO NEGRO

Se pasaban muy bien las tardes en aquellos días, a comienzos del nuevo siglo, cuando después de la jornada laboral nos juntábamos en el restaurante La Noria varios amigos y colegas, todos relacionados con el mundillo cultural y literario de Puebla. Era un verdadero Club de Toby, si acaso roto ocasionalmente con la presencia de alguna que otra compañera del medio literario, como la estimada narradora y poeta Beatriz Meyer. El ambiente de nuestra conversación, mezclada con el tintineo de las copas y vasos que resonaban musicalmente en la barra del bar donde nos congregábamos, hacían de aquellos momentos unas tertulias inolvidables enmarcadas con la exquisita decoración ecléctica del lugar, obra del inefable maestro Lazcarro.

 

 

En efecto, el restaurante de marras se había instalado en una antigua hacienda del siglo XVI al parecer de vocación harinera, inteligentemente restaurada, y cuyos interiores exhiben en sus muros y plafones la creatividad de Pepe Lazcarro Toquero, un artista plástico notable que entre otros méritos, además de su impresionante obra pictórica y escultórica, tiene el de ser un gran diseñador de muebles y objetos decorativos. El bar de nuestras reuniones, separado del restaurante por la cava, la barra del bar y un enorme biombo modernista de color caoba, obra también de Lazcarro, nos daba la suficiente privacidad para nuestras discusiones y ocultaba de alguna manera cualquier desfiguro que pudiera ocasionar el exceso de alcohol en alguno de nosotros. De todas formas, para mantenernos alejados de otras concurrencias, preferíamos sentarnos lo más alejados de la barra, junto al ventanal que existía en el lado poniente del bar, cuando aun no se operaban las notables reformas que hoy podemos apreciar.

Nos reunía pues la intención de que los camaradas escritores produjesen cuentos para llevarlos como libros a las bibliotecas del sistema de educación a distancia, programa del que me había enterado por algún conocido del medio. Sabía que encontraría en Puebla un núcleo de escritores con los que se podría elaborar una colección libros que fuese aceptada para ese programa educativo. Estaba convencido y creo que todos compartíamos esa idea, de que los textos de lectura que se promovían por la federación en el sistema educativo de todos los mexicanos, no tenían por que seguir siendo escritos sólo por chilangos. Así es que si bien lo literario ocupaba centralmente nuestra atención, no se nos podían escapar otros temas del momento que se vivía en la ciudad y en el país. Tampoco los tinos y desatinos de la política cultural de nuestra entidad que siempre fue el platillo favorito del aguzado y chispeante ingenio crítico de los tertulianos.

Llegaban a esas reuniones, según mi flaca memoria, Mariano Morales poeta y editor de un periódico local y al que debíamos la sugerencia del lugar. Lo frecuentaba porque allí se encontraba un espacio de talleres literarios y artísticos dirigido por la escritora Maribel Vázquez. Mariano gustaba de involucrarse en temas culturales de todo tipo, pero sin lugar a dudas su inclinación mayor, dejando a un lado sus ímpetus líricos, era por las artes plásticas, en las que ha figurado como cronista y promotor del arte contemporáneo en Puebla. También acudía el columnista Víctor Arellano, siempre derrochando humor ácido del bueno, y a veces no tanto; nos encantaba cuando despedía humor políticamente incorrecto del más cabrón, o sea el de cantina. Por lo demás Arellano siempre sacaba las anécdotas necesarias y los mejores chismes de la poblanidad para el debate colectivo.

 

 

A estas citas no faltaba nunca el editor y cuentista Jorge Abascal Andrade, de cepa orizabeña y pupilo de la Compañia S.J., donde desempeñó también funciones docentes, aunque se le veía más dedicado a las tareas editoriales de su universidad y a la promoción incesante de cuentos y antologías, buscando coediciones con quien se pudiera.

Un personaje del aprecio de todos, también asiduo tertuliano, fue el inolvidable cuentista y jefe de la banda Alejandro Meneses, maestro de muchas generaciones de talleristas literarios en Puebla. De hecho Meneses acabó convertido en una suerte de guía literario de este grupo, pues se le reconocía la gran calidad y relevancia de su obra cuentística. Tal vez su temprana muerte lo acabó convirtiendo también en un mito o leyenda en nuestra entidad, donde llegó a imponer mucho de su visón crítica y de sus gustos literarios por el género.

 

 

Se sumaban también a la chorcha el editor y poeta Victor Rojas, propietario con Miraceti Jiménez, también poeta, de la más importante editorial de Puebla durante los últimos 40 años, LunArena. De hecho, en reuniones y comilonas organizadas en el patio de esa empresa, con la que trabajé muchos proyectos editoriales, fue donde conocí a toda esa fauna literaria de la que ahora me ocupo. Lamento mucho que Victor Rojas “El Vivo” nos haya dejado recientemente, para habitar con Alex Meneses el universo de los espíritus chocarreros.

También hacía su aparición frecuentemente un personaje muy singular, Oscar López “El Gallo”, conductor de un programa radiofónico universitario de época llamado Movimiento Perpetuo, que fue pionero en la difusión del movimiento cultural y artístico de la ciudad. El Gallo tenía un gran amor por las letras, ciertamente, pero la radio consumió todas sus energías vitales. Afortunadamente, me atrevería a decir, porque se dedicó en cuerpo y alma a respaldar desde su programa cuantas actividades académicas o culturales se programaban en la BUAP y en la ciudad de Puebla. Gracias a su intuición de los cambios culturales urbanos que se vivieron desde los setentas y hasta los noventas, muchos individuos y grupos , otrora desconocidos y de públicos limitados, dedicados a la literatura, al teatro, la pantomima, el arte mural callejero, la música en sus distintas expresiones –la popular, la clásica y la contemporánea–, exposiciones, performances, etc., tuvieron mayor visibilidad en una época de medios insensibles a estos temas. El Gallo creció así, con Radio BUAP, empujando la ola de cambios en las sensibilidades artísticas y culturales de varias generaciones.

 

 

Pero no se crea que en el grupo solo tenía cabida la narrativa, también se pensaba en impulsar la lírica y para ello contábamos con los afanes de Enrique Pimente, Miraceti y Victor Rojas, que ya se habían dado a conocer desde los ochentas como una nueva generación de vates alrededor de la revista Infame Turba y en publicaciones universitarias, como la famosa revista Crítica, de Armando Pinto, del poeta Eutiquio Sarabia y de Gregorio Cervantes. A través de ellos pude conocer también a poetas como Blanca Luz Pulido y otros más.

No se podrá decir que nos pasábamos las horas sólo en las disputas por la República de las letras angelopolitanas, también nos parecía justo y necesario elevar el espíritu al calor de interminables vasos de licor. Algunos de presión arterial alta le hincábamos el codo al whisky, unos más nacionalistas al tequila y otros al vodka, particularmente al Oso Negro que era la marca cuyo logo llevaba impreso en la piel Alex Meneses. En esas condiciones un proyecto como el que comentábamos, de inundar bibliotecas escolares con las obras escogidas de tan selectos literatos, era lo menos que se podía esperar. El reto hasta nos quedaba corto. ¡Esa es la actitud!, se dijo. (Continuará)