Sociedad civil organizada /Cultura /Ciudad | Crónica | 23.MAR.2023
La recuperación de La Casa del Mendrugo / Ramón Lozano Torres
Diez años de La Casa del Mendrugo
Mundo Nuestro. Ramón Lozona torres y Pilar Gómez Planter, tras largos años de reconstrucción de la vieja casona, iniciaron en el mes de marzo de 2013 el proyecto cultural conocido desde entonces como La Casa del Mendrugo, en el centro de la ciudad de Puebla. La siguiente es la crónica escrita por Ramón justo para el arranque de uno de los más importantes esfuerzos de recuperación del patrimonio histórico poblano.
La recuperación de la casa del Mendrugo
Ramón Lozano Torres
Fue una decisión repentina, de las que cambian para siempre el rumbo de un proyecto vital.
El proyecto de restauración se le dio a Alicia Medina y a Myriam Peregrina, entonces dos jóvenes arquitectas socias. Fue un impulso, fue un acto natural al tener claro lo importante. De ellas sólo había presenciado semanas antes la defensa de su tesis asistiendo a su examen profesional de arquitectura. Su proyecto lo realizaron en conjunto. Nos presentaron su visión transformadora de una avenida importante en un espacio urbano donde todo armonizaba, los ciudadanos, los edificios, las áreas verdes, el contexto, el uso, el tráfico, el transporte público, el comercio, la vivienda, los servicios. Una idea fresca, insólita, de un par de arquitectas jóvenes recién egresadas de la facultad.
Nos arreglamos de inmediato, Alicia trabajaría desde Vancouver, en Canadá, donde haría sus estudios de postgrado en urbanismo, y Myriam en Puebla le daría seguimiento al desarrollo y ejecución del proyecto y me acompañaría a la obra todas las veces que fuera necesario.
Me entusiasmó la dimensión impetuosa que la juventud de ellas le impartía a la aventura de reconstruir el monumento. No sólo era revivir la ruina, revivir experiencias pasadas y explotar la creatividad, era también un reto para ellas el experimentar desde lo más profundo de su joven talento la audacia de crear un espacio diferente y único.
Gracias a ellas deseché mis ideas tradicionales de reponer en la casa estructuras que pareciesen antiguas cómo de las épocas pasadas. No, insistían. Respetemos la casa como la encontramos, con las huellas del paso del tiempo que tiene tatuadas pero no más. Lo que hagamos nuevo que contraste, que se note, que no se mezcle. Donde había vigas pongamos vigas, piedra donde piedra, ladrillo donde ladrillo. Busquemos los pisos antiguos y usemos los mismos materiales para los pisos nuevos, aprovechemos la madera de las vigas, hagamos puertas y muebles con ellas. Recuperemos las arcadas, pero no pongamos arcos donde no estaban. Abramos los antiguos pórticos que se marcan en los muros, pero no violemos los muros abriendo pórticos dónde no los había. Busquemos pisos más antiguos enterrados en los pisos que se ven, pero no más. No recarguemos de detalles los espacios, no distraigamos la atención de la mirada con mucho que ver. Donde ya no había techos o muros aprovechemos la luz, usemos cristal, pongamos muchas plantas, rompamos paradigmas, arriesguémonos a la crítica, sacrifiquemos estructuras de épocas recientes que liberen estructuras escondidas de épocas anteriores. Inspirémonos, sepamos qué retirar y qué dejar. Todas las épocas están aquí, para nosotros, esperando las ideas, el pico, la pala, el taladro, el martillo y cincel creadores. Piedra, madera, acero, barro, cristal, tierra, esperando a que nuestras manos arranquen, corten, tallen, rehagan, y liberen. Esta casa será inevitablemente lo que deba ser. Parte de lo que fue volverá, parte no lo será. Será también lo que nunca fue. Será como si brotara otra vez del interior de la tierra misma desde la madre cultura Olmeca, desde la fundación de la ciudad por obra de una fuerza creadora completa, inalterable, lógica y no necesariamente correcta.
La suma de más de tres mil años adaptándose a lo largo de la historia, primero al entorno, al cauce del río, al fango y al lodo, al limo y a las arboledas, a la caza, pesca y agricultura de hombres y mujeres de tribus milenarias después atropellados por una brutal conquista e impostura de una ciudad nueva que habría de ser modelo y ejemplo según los sueños de sus fundadores y de los canteros que hicieron el primer trazo muy cerca del lugar del Mendrugo. Una ciudad de otro mundo con todo y sus habitantes y costumbres, complejidad y nivel de pensamiento múltiple. Mestizaje forzado y acelerada mezcla de carnes, de sangres, de dioses, de comidas y de sabores. Cerámicas híbridas de alfareros indígenas moldeando y horneando loza de diseños españoles y manos españolas torneando con técnicas indígenas y coloreando con grana cochinilla. Mestizaje en todo, fusión de lenguas, de culturas, evidenciadas en fragmentos de todo y de todas las épocas que, mudas, quedaron en basureros que recibieron los fragmentos de platos y vidas rotas, vidas que se acumularon y ocultaron en profundidades de la casa sin posibilidad de imaginar que serían descubiertas, estudiadas y atesorados en el tiempo que esto se escribe.
Así lo pensamos, hacia allá nos impulsaron estas jóvenes arquitectas. Y con el paso de los días tomamos decisiones.
El conjunto no obedecería a un estilo existente, puesto que existía ya como resultado de todos los estilos y todas sus historias que le imprimían características y detalles como respuesta a una mezcolanza particular de cada tiempo. Decidimos matar lo que nació en el último siglo y recuperar lo que había sido suplantado. Decidimos crear donde ya no había nada y se hiciera necesario. Decidimos ser arquitectos y arqueólogos, mezclando lo contemporáneo con lo colonial, siendo creativos. Tuve que abrir mi mente, romper mis esquemas, aceptar que me cuestionara en todo momento la frescura del pensamiento de las jóvenes arquitectas. La cuestión no era ya si podría terminar. La cuestión era: …¡Quién me detendría!.
Ser arquitectos y arqueólogos, no imitadores. A ello me motivó también la lectura de El Manantial, novela de Ayn Rand, obligada en este tiempo y momento. La leí por insistencia de Josean, mi tercer hijo, un sol, el de la música por dentro, al decirme que cuando empezó a leerla no pudo parar y que la sangre le hervía.
…Lo que puede hacerse con un material jamás debe hacerse con otro, no hay dos materiales que sean iguales. No hay dos edificios que tengan el mismo propósito. El propósito, el lugar, el material determinan la forma. Nada puede ser razonable ni hermoso a menos que siga una idea central, y esa idea define todos los detalles. Un edificio es algo vivo, como un ser humano. Su integridad consiste en seguir su propia verdad, su único tema, y servir a su única y propia finalidad…Su constructor le da el alma, y cada pared, cada ventana, cada escalera para expresarla…He elegido el trabajo que me gusta hacer, si no gozo con él, resultará que yo mismo me habré condenado a años de tortura. (Rand Ayn, 1958. El Manantial. E. 2004, Editorial Grito Sagrado, Buenos Aires Argentina.)
Seis meses transcurrieron removiendo cuartuchos, trabes, rieles, postes, puentes, pórticos, molduras, escalones de imitación, pasadizos falsos, cancelería de vecindad, parches e improvisaciones de todas las culturas y mentes imaginables que respondieron a usos y costumbres de habitantes variopintos del edificio a mediados del siglo XX, y que violaban las estructuras antiguas del edificio colonial, retirando los inservibles techos de terrado de la primera, segunda y tercera planta, raspando, tratando con insecticida y con tinte las añosas vigas para colocarlas nuevamente en su lugar funcionando como cimbra permanente a los colados de vigueta y bovedilla que quedarían ocultos pero que darían firmeza definitiva y permanente a las nuevas lozas del inmueble.
Era lastimoso ver sólo el esqueleto del edificio en toda su altura y sin los techos de vigas, parecía un edificio bombardeado, entraban torrentes de luz y mostraban muros lastimados a punto de derrumbarse. Como a un cadáver mutilado víctima de torturas se apreciaban las violaciones, los añadidos, los arcos centenarios rotos, los pisos originales rellenados con tierra y sustituidos por loseta barata, los gruesos muros del siglo XVII rebajados, adelgazados para dar cabida en sus huecos a espacios de almacenamiento, escondites, baños de vecindad, alacenas, closets, gabinetes, que se usaron muy poco y que debilitaron el edificio. Era lastimoso también ver las huellas de los buscadores de tesoros que en el abandono de la casa la horadaron por todos lados.
Luego de cuatro años y medio de obra, la casa que encontramos bombardeada, un cascajo sin techos, como en la Europa de la guerra, se ha transformado lentamente en un espacio vivo, actual, limpio y lleno de luz. Así, la antigua casona abrirá pronto sus puertas a la gente con una propuesta cultural novedosa y fresca para Puebla.
LA CASA DEL MENDRUGO EN EL ARCHIVO DE MUNDO NUESTRO