Cultura | Opinión | 20.NOV.2024
Cuentos de la Revolución / Héctor Aguilar Camín
Día con día
De la historia oficial de la Revolución Mexicana, cuyo aniversario 114 se cumple hoy, han salido algunos de los cuentos más perniciosos y más difíciles de erradicar de la conciencia pública de México.
Por ejemplo, que el espíritu de esa revolución está mejor representado por quienes la perdieron, Zapata y Villa, que por quienes la ganaron, Carranza y Obregón.
Como en otros episodios fundadores de México, en el de la Revolución Mexicana, la posteridad oficial ha ungido a los derrotados y ha puesto en un segundo plano, cuando no satanizado a los triunfadores.
Como si el pueblo de México hubiera tenido siempre la mala suerte de que no ganara en su historia los buenos, sino los malos: no el heroico Cuauhtémoc, sino el odiado Cortés. No las encarnaciones del pueblo, Zapata y Villa, sino los conservadores, pragmáticos y oportunistas, Carranza, Obregón y Calles.
El problema de consagrar a los derrotados en vez de a los triunfadores es que instala en la conciencia pública un sentimiento de inconformidad, si no es que de resentimiento, con los hechos reales de nuestra historia.
La historia oficial al uso introduce desde muy temprano hábitos mentales de aceptación y tolerancia ante flagrantes mentiras, así como una actitud ambigua ante los héroes.
Hay que llamar tiranos a los españoles y edad oscura a la colonia donde se forjó la nación. Hay que llamar padre de la independencia a un sacerdote que fracasó en su lucha independentista y hay que llamar usurpador al militar que tuvo éxito en ella y que es el verdadero artífice de la independencia de México, Agustín de Iturbide.
Hay que reverenciar constituciones que no se han cumplido nunca y celebrar guerras, violencias y sangrías que deberían más bien avergonzarnos.
La Revolución Mexicana se celebra el 20 de noviembre, día en que no sucedió auténticamente nada. Es una de las fechas menos heroicas de todo aquel hecho histórico, porque ese día, con hora precisa, Madero convocó a la rebelión... y nadie se rebeló.
La Revolución hecha gobierno inventó que compartían ideales que se mataron entre sí, y extendió su sombra legitimadora sobre los más dispares gobiernos “emanados de ella”.
Pura fabricación oficial.