Naturaleza y sociedad | Crónica | 12.MAR.2024
Popocatépetl: agua y continuidad de la vida / Moisés Ramos Rodríguez
El martes 12 de marzo de 2024, ya son casi incontables los días en que don Gregorio exhala y exhala ceniza
Reza en voz alta, y ofrece disculpas a Gregorio Popocatépetl: sólo han podido llevar lo que está en un mantel, bajo un árbol, aunque quisiera llevar más.
Es doña Andrea Inés Campos. Ella habla con el volcán Popocatépetl, monte que humea, y con “su pareja”, Iztaccíhuatl, mujer blanca, no dormida.
Frente a ella, su esposo, don Antonio Analco, ha terminado de bendecir y sahumar las ofrendas que casi setenta personas que le acompañan, han llevado: el mantel bajo el árbol luce rebosante, colorido, florido, oloroso.
En el predio donde don Antonio Analco, de 79 años de edad aún siembra maíz, se ve al sur al Popocatépetl y un poco hacia el norte del él, a la Iztaccíhuatl. Él fuma como chacuaco. Ella, con apenas algunas señales de nieve, descansa bajo la luz de la mañana que la muestra en su majestuosidad.
Es 12 de marzo. En el mundo mexica anterior a 1521, era el día en que iniciaba el año agrícola. Ahora, con el calendario del año gregoriano occidental, es el día de San Gregorio Magno. Por eso se celebra a Goyo.
Don Gregorio Popocatépetl se ha presentado ante el tiempero don Antonio Analco y su esposa, Andrea Inés Campos, en el bosque, cerca de su pueblo, Santiago Xalixintla, o en sus sueños, lo mismo que Rosa Iztaccíhuatl.
El tiempero, su esposa y los volcanes son viejos amigos: don Antonio tiene casi ochenta años de conocerlo; doña Andrea menos, pero la pareja es consciente de que, sin los volcanes, no habría agua, y si no hubiera agua, no habría vida.
Así que, desde hace décadas, don Antonio, cada 12 de marzo le deja al volcán una ofrenda de comida y bebida, que ha incluido también ropa, zapatos, sombrero, ropa interior, un traje completo: un gesto de agradecimiento anticipado por el agua que será recibida.
Doña Andrea ha acompañado a su esposo en más de 45 años de matrimonio a dejarle a don Goyo mole, tortillas hechas a mano, café, mezcal, tequila, cerveza, sandía, semillas y todo lo que un personaje como él, generoso como su pareja con la lluvia sobre el valle poblano—tlaxcalteca, merece.
Algunas cosas han cambiado desde hace treinta años: la notable actividad del Popocatépetl, que ha incluido la transformación de su cráter y domo, ha hecho que, pueblos como el de Xalixintla y otros cercanos a él —San Nicolás de los ranchos, San Pedro Yancuitlalpan, San Mateo Ozolco, San Andrés Calpan— hayan sido desalojados alguna vez en estas tres décadas.
Y ha sido buen pretexto, cada año, para alarmar: pareciera que Gregorio Popocatépetl—llamados por algunos Chino, por las nubes que rodean su cráter y parecen ponerle una cabellera rizada— fuera a explotar como el Vesubio y a dejar a los pobladores de los pueblos desalojados y otros mas lejanos, como las estatuas de marfil.
Pero don Antonio Analco ha recordado, año tras año —y el tiempo lo ha confirmado— que no hay razón para el miedo: cuando vaya a tener una actividad peligrosa para la población, el volcán se lo dirá a él, al tiempero, para que lo comunique a la gente.
Y en tres décadas no ha habido desastre, lava destruyendo poblaciones, seres humanos calcinados como los de Pompeya, ni acciones apocalípticas o del Armagedón protagonizadas por Popocatepetzintli, el muy reverendo señor Popocatépetl.
La gente de esos pueblos supuestamente en grave riesgo, han seguido sembrando, haciendo ladrillos, criando animales, cosechando, celebrando fiesta el 25 de julio —día de Santiago— y algunos les han contado a sus hijos, e incluso a sus nietos, como desde 1994, no se ha cumplido la profecía del desastre.
Y como no se trata de sobrevivientes, sino de seres vivientes, algunos han acompañado a don Antonio en estos treinta años recientes a agradecer, con ofrenda, a don Gregorio, porque en torno suyo, y por su trabajo, se forman las nubes que llevan el agua, la vida, al valle poblano—tlaxcalteca en el oriente, de México, en el poniente.
Y otros muchos ha ido a gradecer, al recordar que el agua es vida y, pese al desastre al que estamos convirtiendo al planeta, el agua sustenta la vida y en ello los dos volcanes del poniente de la ciudad de Puebla, son determinantes con sus nubes, sus lluvias y sus deshielos que llevan el agua y la vida por todas partes.
El martes 12 de marzo de 2024, ya son casi incontables los días en que don Gregorio exhala y exhala ceniza como para alimentar, con ese benéfico abono, diez veces los valles de Puebla—Tlaxcala—México.
El tiempero don Antonio Analco recibió oficios de la subsecretaría de Gobernación de Puebla, y de protección civil de San Nicolás de los Ranchos para que desista de subir al “Ombligo”, sitio donde durante cientos, o tal vez miles de años, se dejó la ofrenda de agradecimiento a don Gregorio.
Don Antonio obedece los órdenes de la naturaleza: es hombre de campo y sabe cuándo y qué sembrar, qué abono usar, cómo tratar a los animales que conviven con él y con sus vecinos y les ayudan a trabajar.
El tiempero también respeta la ley social y 12 de marzo, no expone a la gente —casi setenta— que ha ido a verle para acompañarlo para ir a la fiesta del agradecimiento.
Humilde, pero seguro de que su trabajo ayuda a perpetuar la vida, incluso aquella que él ya no verá, ha cumplido su misión: la lluvia llegará y vivificará, y él lo agradece por anticipado.
Contento, baila con su vara de listones de colores en la mano derecha, mientras con la izquierda sostiene la harmónica que insufla de una alegría contagiosa. La vida, nos muestra él, está en la tierra que siembra y que ahora hoya con sus visitantes.
Son casi las once de la mañana del martes 12 de marzo de 2024: una fina lluvia de ceniza, como opositora a la blanca, resplandeciente y fría nieve, cae sobre don Antonio, doña Andrea y sus invitados.
Don Gregorio Popocatépetl seguirá lanzando ceniza hacia Puebla y Tlaxcala. Don Antonio preguntará: “¿Pues que no se acuerdan que de aquí hasta allá—señala hacia Angelópolis— se da el mejor maíz? ¿Y por qué creen? Por la ceniza, por este abono.”
Poco tiempo después, aún alegre, con su esposa y algunos ayudantes, dará mole con pollo, arroz y tortillas hechas a mano a los peregrinos. Platillos finamente cubiertos—para los que comieron en el patio— de una ceniza que hace recordar que, Xalixintla significa, precisamente, arenilla.
En el cielo se han formado pequeñas nubes. El tiempero y su esposa saben que han contribuido a la continuidad de la vida. Y un niño y una niña que acompañaron a dejar la ofrenda, ríen, juegan. El agua llegará puntual pese a que los humanos somos la mayor plaga del planeta.