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20 Septiembre 2024, Puebla, México.

Cuauhtémoc / Julio Glockner Rossains

Cultura /Universidades | Reseña | 10.SEP.2024

Cuauhtémoc / Julio Glockner Rossains

CUAUHTÉMOC NEGADO. ANÁLISIS DE LA NEGACIÓN DE LOS RESTOS DE CUAUHTÉMOC: EPISTEMOLOGÍA Y MÉTODO
JORGE VERAZA
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
México, 2023

 

Decía Enrique Florescano, ese magnífico historiador y excelente amigo, que proveer a un pueblo de un pasado común y fundar en ese origen una identidad colectiva, es quizá la más antigua y la más constante función social de la historia. Sin memoria no hay ser, identidad o pasado que arraigue a los pueblos y a los individuos en el presente.

     Hace 73 años, en noviembre de 1951, Octavio Paz escribió un breve texto sobre Cuauhtémoc, en él decía que la voluntad de futuro pone de pie a los muertos e impone un orden a sus obras. Ese es justamente el propósito de este libro de Jorge Veraza: volver con los pasos de la maestra Eulalia Guzmán a la tumba de Ixcateopan y desenterrar nuevamente, con sus argumentos, los restos del último Tlatoani mexica para colocarlos a la luz del análisis y la razón contemporáneas. Las tesis de la maestra Guzmán han sido desechadas con cierta ligereza en favor de teorías oficiales que se han venido repitiendo durante décadas. El paciente y minucioso análisis que lleva a cabo Veraza tanto de los argumentos de Eulalia Guzmán y el equipo de investigación que la acompañó, como de sus detractores, no puede ser más preciso y convincente, de modo que este libro es también una forma de honrar la memoria de la maestra Guzmán, de Alonso Quirós Cuarón y del rigor científico con el que llevaron a cabo sus investigaciones, tan injusta y superficialmente descalificadas. Reivindicar su trabajo es la palabra justa, pues ella fue difamada, menospreciada y ofendida hasta lograr su desvanecimiento en la memoria académica. La reparación de esa injusticia ideológica cometida contra una mujer ejemplar es el motivo central de las páginas que el lector tiene en sus manos.

     Jorge Veraza ha puesto el dedo en la llaga de la credibilidad científica cuando afirma que el tema del entierro de Cuauhtémoc en Ixcateopan no se reduce a un asunto de “huesos”, sino del rigor científico con el que los restos y su entorno fueron examinados, y aún más, nos remite a la historia patria, la resistencia indígena y la identidad colectiva de los pueblos originarios. Es muy probable, en eso confío, que este libro estimule nuevamente un debate que no por haber sido hábilmente soterrado, ha sido definitivamente sepultado.

     Nos acercamos al quinto centenario del vil asesinato del joven guerrero que fue ahorcado en la selva de Campeche. A propósito de este crimen Bernal Díaz del Castillo escribió lo siguiente en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España:

 

Verdaderamente yo tuve gran lástima de Guatemuz y de su primo, por haberles conocido tan grandes señores, y aun ellos me hacían honra en el camino en cosas que se me ofrecían, en especial darme algunos indios para traer yerba para mi caballo. Fue esta muerte que les dieron muy injusta, y pareció mal a todos los que íbamos.

 

     Retomo las palabras de Octavio Paz para decir que Cuauhtémoc y Cortés están vivos en nuestra imaginación como mexicanos y no dejan de luchar en el interior de cada uno de nosotros: negar a uno es negar al otro y negarnos a nosotros mismos.

     Nosotros, los mexicanos contemporáneos, somos los que tenemos que decir las palabras finales del diálogo mortal que iniciaron Cuauhtémoc y Hernán Cortés. El libro de Veraza es una aportación más a la configuración de ese diálogo.

     No podemos reducir la historia al tamaño de nuestros rencores, dice con razón Octavio Paz, pero tampoco podemos reducirla al tamaño de los prejuicios racistas y clasistas que se han venido repitiendo durante siglos, atendiendo casi exclusivamente a fuentes hispanistas.

     Permítanme detenerme un momento en el concepto del hispanismo:

     ¿Qué quiere decir eso de hispanismo? El historiador Ricardo Pérez Montfort nos lo explica en su libro Hispanismo y Falange. Los sueños imperiales de la derecha española, diciendo que el hispanismo es la combinación de las ideas imperiales de la época de Carlos V con los fundamentos de una supuesta cultura madre, que dan por resultado la creencia de una “gran familia”, “comunidad” o “raza” trasatlántica, que distingue a los pueblos que en su momento pertenecieron a la Corona Española.

     De ahí se deriva la idea de una “patria espiritual” y de una jerarquía en la que los pueblos colonizados deben reconocer a España como la creadora de su propio ser. Esta pretensiosa idea se sostiene a partir del siguiente razonamiento: los territorios conquistados y colonizados por los españoles obtuvieron su “definición espiritual” gracias a su contacto con España a través de conquistadores, colonizadores y evangelizadores peninsulares y por lo tanto deben ver a la generadora de su humanidad como “la madre patria”.

     De modo que, según los hispanistas, España nunca ha abandonado un tutelaje espiritual con los que fueron sus territorios, y aun después de la independencia de estos, su presencia espiritual se mantiene intacta, dándole a España una especie de autoridad moral sobre las naciones independientes. De esta manera, el hispanismo rechaza prácticamente todas las contribuciones de los pueblos originarios a la conformación de las nuevas naciones. En buena medida estas ideas predominaron y continúan predominando en algunos sectores intelectuales y en la historiografía de la época en que la maestra Eulalia Guzmán realizó el hallazgo de los restos de Cuauhtémoc.

     Estas ideas hispanocentristas están expuestas, por ejemplo, en un video difamatorio elaborado por una autodenominada “Sociedad Cervantina”, que se monta sobre el prestigio del creador del Quijote para decir tonterías y repetir argumentos falsos que son examinados cuidadosamente en el este libro de Jorge Veraza. La perspectiva hispanista se ha confrontado una y otra vez con una perspectiva indigenista que busca valorar y equilibrar las aportaciones de las dos grandes corrientes civilizatorias que se enfrentaron desde el siglo XVI: la mesoamericana, que Guillermo Bonfil llamó del México profundo, y la que hoy denominamos Occidental. Sabemos que con la independencia de España surgió la necesidad de construir una historia patria que revalorara el pasado indígena ignorado o difamado durante el periodo virreinal. Pero la construcción de la narrativa histórica de la Conquista española, disponía únicamente de los textos escritos por los propios cronistas españoles, ya fuesen soldados, como Hernán Cortés o Bernal Díaz de Castillo, o religiosos como Bernardino de Sahagún o Toribio de Benavente, Motolinía. Es decir, la historia de la Conquista estaba profundamente influenciada por la cosmovisión judeocristiana y se expresaba en un discurso salvífico que relataba la intervención de la Divina Providencia, es decir, la intervención de Dios en los asuntos humanos, guiando paso a paso a los invasores españoles en su empresa de sometimiento material y espiritual de las poblaciones indígenas con la espada y la cruz. Con toda razón dice Guy Rozat que los supuestos relatos indígenas de la conquista no son textos históricos, sino textos teológicos que deben ser leídos y tratados como tales.

     La historiografía mexicana, siempre sustentada en los textos hispanistas, se ha permitido algunas libertades producto de una imaginación que confronta al heroico Cuauhtémoc con la figura retorcida que nos han entregado de un Moctezuma cobarde, temeroso y supersticioso. Tal es el caso de Alfredo Chavero quien elogia a “el joven y valeroso Cuauhtémoc que excitó a los guerreros a no obedecer a Moctezuma llamándolo con soberbio desprecio manceba de los españoles”.1

     En agosto de 1887 se inaugura el monumento a Cuauhtémoc en el Paseo de la Reforma y el mismo Alfredo Chavero equipara a Porfirio Díaz con el heroico mexica en su discurso diciendo lo siguiente:

 

Señor presidente, ha más de tres y media centurias que el gran Cuauhtemotzin caía en la ciudad de México en poder de Hernando Cortés, capitán del emperador austriaco Carlos V; y hace veinte años que, tras cruenta lucha con uno de los descendientes del mismo Carlos V, recobráis para la patria la ciudad de México, y se os entregaban presos en el palacio nacional los soldados austriacos. Vos le habéis dado la revancha a Cuauhtémoc; de derecho os toca descubrir su estatua. (Ibid., p. 26)

 

     Josefina García Quintana hace un recuento de la creciente importancia de Cuauhtémoc en el siglo XIX, que llegó al grado de fundar una cervecería con su nombre y los dueños, empresarios de Monterrey, enviaron una estatua del héroe a la exposición industrial de Chicago en 1893; Porfirio Díaz, por su parte, adquirió en Nueva York un vapor al que bautizó con el nombre de Cuauhtémoc para enviarlo a combatir, no a invasores extranjeros, sino a los indios meyas que se rebelaron contra la esclavitud en que los mantenían los hacendados descendientes de españoles en la península de Yucatán.

     Quiero decir con esto que Cuauhtémoc es un complejo simbólico de carácter polivalente que puede ser utilizado en un amplio campo semántico, según soplen los vientos ideológicos para un lado o para otro. De ahí la importancia del libro de Jorge Veraza, cuyo análisis, además de reivindicar las investigaciones de la maestra Eulalia Guzmán y su equipo, posiciona la figura de Cuauhtémoc como símbolo de la resistencia indígena de ayer y de hoy.

     Este propósito no es un asunto menor ni exclusivamente académico: el hecho es que tenemos un esqueleto expuesto en Ixcateopan y se debe decidir si son o no los restos de Cuauhtémoc. La disputa, científica e ideológica se prolongará seguramente por tiempo indefinido. En cada periodo histórico de esta disputa hubo y habrá un posicionamiento político que respalda lo que ese esqueleto representa simbólicamente: La persistente resistencia indígena, por un lado, o, por el otro, la derrota definitiva de los indios. Es decir, estamos ante un caso de eficacia simbólica: 

     1. En el primer caso, la resistencia encuentra en estos restos un sostén material que refuerza la memoria colectiva y reafirma su cobarde e injusto asesinato en lo profundo de la selva. Pero simultáneamente reivindica la actuación rebelde e intransigente de Cuauhtémoc ante el invasor y se convierte en un emblema de la resistencia de los pueblos originarios en la lucha por sus legítimos derechos.

     2. En el segundo caso, negar que los restos son de Cuauhtémoc apuesta al olvido, al desvanecimiento de la memoria colectiva y, por lo tanto, a una derrota simbólica que subestima, implícitamente, la resistencia y la secular lucha de los pueblos indígenas. Sin dejar de atender a la veracidad de los argumentos y las pruebas, sobre todo las pruebas científicas, el nuevo periodo histórico en que vivimos deberá asumir la responsabilidad de reconocer si ese esqueleto es o no el del último emperador azteca.

 

NOTAS

 

1  García Quintana Josefina, Cuauhtémoc en el siglo XIX, IIH-UNAM, México, 1977, p. 22.

 

Julio Glockner
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