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22 Abril 2025, Puebla, México.

Viaje a Bogotá: Escucho a la ciudad libre / Luis Alberto Martínez

Ciudad /Cultura /Mundo | Crónica | 14.ABR.2025

Viaje a Bogotá: Escucho a la ciudad libre / Luis Alberto Martínez

Crónica de viaje 2

 
Camino, consulto Google Maps, veo un Parque de los Periodistas. No dudo ni un segundo en ir. También lleva el nombre de Gabriel García Márquez y tiene un monumento que conmemora los 100 años de Simón Bolívar.
 
Se llamaba La Romana; sin embargo, en los años 60 era punto de encuentro entre periodistas y escritores que trabajaban en las redacciones del rumbo. Ahí se reunían a fumar y a conversar; quizá ahí se idearon grandes historias y se iniciaron libros. Es un amplio espacio triangular donde convergen tres avenidas. Al centro, el monumento a Bolívar y las letras de BOGOTÁ, apropiadas por grafitis y papeletas.
 
 
Le llaman el Muro: una larga pared con asiento que sirve de contención para los jardines. "Mi ciudad, mi casa", se repite el patrón gris, negro y rojo a lo largo de 100 metros. Me invita a sentarme, y creo que he adquirido un pase en un palco, el mejor del recinto. Una vista panorámica de la ciudad: sus edificios, el cerro de Monserrate, el paradero del TransMilenio, la Avenida Jiménez de Quesada. Si en alguna redacción cercana faltaba una historia para colocar entre las páginas del periódico, seguro de ahí salía. Todo pasa, pasan todos.
 
 
Suena Pink Floyd en el Spotify de un puesto ambulante de mangos verdes; son tan grandes que, estando a 20 metros, los veo. Y veo más ambulantes: están en todos lados, porque en todos lados hay que vender, hay que buscarse la vida. Porque hay mucha gente, mucha necesidad, mucho turismo, muchos coches y mucho capitalismo.
 
Estudiantes van y vienen, algunos se quedan. Burócratas corren, algunos con saco, otros con corbata. Uno da órdenes por el celular mientras camina rápido; otra camina tranquila con el gafete de gobierno que aprendí a distinguir cerca de las rejas que rodean la Casa de Nariño. Otra mujer toma una cerveza mientras arrastra su carrito de mandado. Veo hacia la calle. Me pregunto cómo suben y serpentean esos TransMilenio rojos que parecen trenecito. Van llenos de gente y su motor padece el gran esfuerzo de sortear la pendiente.
 
 
 
A mi izquierda, a unos 10 metros, un joven de no más de 20 años llega con su carrito de madera. Me llama la atención que todos esos artilugios tienen llantas de automóvil. Con toda calma acomoda golosinas, cigarros, bolsas de frituras, latas de refresco, etc. Tiene una playera negra que en la espalda dice "Pablo Escobar 1949-1993"; al frente, su foto, esa que ya es tan común como la de Korda del Che. No hace nada, sólo instala su puesto y fuma marihuana. Minutos después, le encuentran una pareja y otro chico, todos muy jóvenes. Se saludan, conversan de cualquier cosa, hablan de memes y de otras cosas que no entiendo. Uno de ellos saca un enorme cigarro de marihuana, consume y comparte con la cara metida en el celular.
 
 
Siguen y siguen pasando cosas y gente: muchos y muchas estudiantes de la universidad, otros tantos de preparatoria con uniforme. Un señor parece haber sido atrapado por la lectura de su libro, ve la hora y sale corriendo. Le sustituye otro chico; ocupa el muro como asiento. Se coloca sus audífonos, prende también un cigarro de marihuana, respira profundo, disfruta el descanso. Todos están tranquilos, nadie molesta a nadie. Nadie estigmatiza a nadie, ni tampoco huye, Parece una tregua de la ciudad, de una ciudad a la que el narcotráfico transformó.
 
 
Más tarde lo entiendo: En Colombia, el porte y consumo de la dosis mínima de marihuana para uso personal no es penalizado. La dosis mínima está definida con hasta 20 gramos de marihuana. La Corte Constitucional, en 2023, declaró inconstitucionales las prohibiciones absolutas al consumo de alcohol y sustancias psicoactivas en espacios públicos, al considerar que vulneran el derecho al libre desarrollo de la personalidad. "Aquí todos pueden fumar y tomar en la calle mientras no hagan escándalo o molesten a alguien", me confirma al día siguiente una vendedora de aromáticas que tuvo paciencia para explicarme todo lo que no entendía.
 
Y todo pasa mientras el clima sigue cambiando, como lo hace cada 20 o 30 minutos. Me incomoda el chaleco que me protegió de la brisa de hace unos momentos.
 
Otros chicos se encuentran, se saludan, toman unas cervezas.
 
Ya llevo más de una hora sentado ahí. Tomo notas, y las fotos mínimas y furtivas para no incomodar a nadie. Una muchacha de uniforme rojo, de unos 16 años, se separa de su grupo de amigos —también con uniforme—, se acerca, me sorprende, me saluda linda, me pide dinero para los pasajes, me dice que no completa. Me niego, no tengo monedas, solo un billete de 50 mil. Regresa con su grupo, siguen caminando, ríen y se alejan. Todos lo hicimos, yo también lo hice, y todos sabemos que no es para pasajes. Río.
No me vestí de turista; callado, paso por paisa. Pero en cuanto saco cuatro palabras, todos me identifican, me saben mexicano. Es momento de irme.
 
Continúa...