En un lugar donde pasa tanto todo el tiempo, donde cualquier crónica es una instantánea efímera de solo pedacitos que se dejan ver. Camino la ciudad un poco menos joven y un poco más periodista. Salgo a las calles de Bogotá a tomar más notas que fotos. Me quito los lentes de turista y me pongo, de a poco, los de periodista. No fui a buscar lo pintoresco ni a vivir una experiencia estética o emocional; solo intento comprender el contexto y las tensiones que dan forma al paisaje urbano. Parece fácil. No lo es.
He querido escuchar a la ciudad desde muchos lugares, pero el tiempo y las condiciones solo me permiten algunos. Lo intento:
Escucho a la ciudad ocre.
Mis primeros encuentros con esta ciudad colombiana de 7.9 millones de habitantes fueron desde lo alto de edificios, con cristales de por medio. Edificios grandes y chiquitos, unos con ventanales, otros con jardines; edificios ocres, color ladrillo, marrones y sus variantes. Pequeños rascacielos que suben y bajan entre las laderas de montañas, casi todos iguales, casi ninguno con otro color. Y pienso en cómo todos los centros de negocios renuncian al color, renuncian a la diversidad y al contraste. Recuerdo y me repito continuamente eso que escribió Martín Caparrós:
"Y casi todos los espacios ricos de los países no tan ricos se parecen también... edificios altos en enclaves enrejados, casas bajas en enclaves más enrejados aún, y el sacrosanto mall o shopping o centro comercial son lugares que convierten a cualquier ciudad en socia de ese club; lugares que consiguen que cualquier lugar parezca todos, y todos cualquiera."
Una noche, mientras camino la ciudad con un colega peruano, él me hace un gran apunte que complementa a Caparrós:
"Los ricos de todo el mundo no tienen acento, todos hablan igual porque llegan a los mismos lugares."
Estamos en la llamada Zona T de Chapinero, al norte de Bogotá. Caminamos entre jardineras, boutiques, bancos y tiendas con anuncios dorados. No notamos ninguna diferencia con Polanco en CDMX, Sonata en Puebla o Miraflores en Lima.
Cenamos en esa babel latinoamericana de personas privilegiadas, porque a todas y todos ahí nos reúne el privilegio. Pocos estamos conscientes de que es un privilegio, pocos notamos que es un espejismo. Y aún menos notamos que esa no es Colombia, que esa no es la realidad del mundo y que ahí, como en todos lados, todos son iguales, pero hay unos más iguales que otros.
Regreso al hotel. Frente al ventanal de mi habitación distingo un restaurante. El nombre es tan revelador que atrae mi atención: se llama "Arrogante", una construcción rodeada de jardines y muros con plantas, que por la noche se enciende de rojo. Más tarde me cuentan que su dueño es un futbolista colombiano. Se llama James Rodríguez. No lo conozco. Mis interlocutoras me miran sorprendidas. Son mexicanas.
La ciudad se despierta muy temprano. Son las 6 a.m. Los trabajadores de la zona compran tinto y aromáticas en pequeños estanquillos que se abren paso entre los edificios y los jardines. La clásica escena de las calles de Reforma o Polanco en CDMX, pero sin tamales. Es la hora de trotar con el perro lanudo, o con las licras y el celular amarrado al brazo. Veo chicos que van a la escuela, llevan un saco oscuro con el bordado del colegio. Todos son blancos. Alguien les carga la maleta; otros, más grandes, se trasladan en scooter.
A los ricos les encantan las rejas y los guardias privados. Encuentro muchos en todos lados. Casi todos los edificios tienen uno: siempre amable, siempre atento a lo que pasa. Un viejo Mercedes Benz, impecable, gris, quizá de los 70, es manejado por un señor mayor con pinta de bogotano aristócrata. Sube una rampa y se incorpora a la calle 78. Atrás deja una casa lujosa, también antigua pero sumamente cuidada. De esas que juegan con desniveles, con grandes ventanales, jardineras con flores, fuentes y puertas de madera. El guardia sale de una casetita blanca con techo de tejas. Al cerrar, me agradece muy amablemente el haber interrumpido mi camino:
—Gracias, señor. Disculpe usted.
Sigo caminando. Me encuentro el edificio de Semana, la revista ultraconservadora, siempre promotora de las narrativas de Álvaro Uribe, de Iván Duque, entre otros. El Fox News de Latinoamérica. Cuento 11 o 12 pisos, de un edificio casi en su totalidad rodeado de cristales. En este pedazo de la ciudad todo mundo obedece las reglas: se cruza en las esquinas, se espera el semáforo peatonal. Se le respeta.
Regreso a trabajar, necesito caminar otros lugares, necesito escuchar más voces, lo hago.