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24 Abril 2024, Puebla, México.

Otra Puebla es posible II / Antonio Ramírez Priesca, anticuario e historiador

COVID 19 en 2022 | Crónica | 5.FEB.2021

Otra Puebla es posible II / Antonio Ramírez Priesca, anticuario e historiador

Si las niñas y niños son criados en un ambiente fuera de la violencia a los animales y plantas

Voces en los días del coronavirus

A once meses de encierro, insisto: otra Puebla es posible. Y alguno de mis cuatro lectores se preguntará la razón de tan testarudo optimismo. Simplemente no nos queda de otra, ante un panorama cada vez más incierto en medio de la peor tragedia sanitaria de la historia reciente del México independiente. Pero en algo podemos influir con nuestras modestas acciones, opiniones y acciones en nuestro entorno cercano y quizá ahí está el camino del cambio.

Cuando mis padres se casaron en 1960 se fueron a vivir a una casa que recién habían construido unas amistades de la familia, en una tranquila privada llamada ‘del Toreo’ porque justo estaba a espaldas la Plaza de Toros de nuestra ciudad, en el Barrio de Santiago. La plaza era una imponente mole gris que daba sombra a la privada y montones de pichones anidaban en las entrañas de las columnas que sostenían las gradas: recuerdo me cargaba de pequeño mi bisabuela Valito en el quicio de la ventana a ver las palomas y yo aplaudía y gozaba con la libertad que expresaba el golpeteo del batir de sus alas.

Esa tranquilidad de la privada del Toreo era interrumpida cada domingo con un ensordecedor ruido de miles de voces, chiflidos y aplausos, entre los que sobresalía uno que aglomeraba a toda la multitud y que cimbraba toda la casa: ¡ooooole!  Al escuchar el primero de esos gritos, corría a la ventana lo más rápido que mis cuatro años me lo permitían y a gritos exigía que alguien me elevara al quicio de la ventana, para que pudiera aplaudir cada vez que se repitiera.  Supongo que mi padre interpretó que esa euforia era premonitoria de que su primogénito era un auténtico fanático taurino en ciernes y un domingo me cambiaron de ropa después de la comida y me anunciaron acompañaría a papá a la corrida.

Voces en los días del coronavirus 2020

Otra Puebla es posible/Antonio Ramírez Priesca, anticuario e historiador

Por supuesto que yo no tenía ni idea de lo que me esperaba. Papá me cargó en brazos y atravesamos la privada; entramos por la taquilla de sol a la enorme plaza atestada: jamás había visto tantas personas reunidas en un sólo lugar y eso ya era intimidante. Subió a zancadas las gradas y me sentó junto a Él, en medio de la multitud expectante. Pidió cerveza y para mí, unas trompadas, un exquisito y oscuro caramelo que disfruté mucho. Frente a nosotros, una superficie redonda y plana por donde, al sonar de trompetas, desfilaron personas en trajes relucientes al sol.

Recuerdo perfectamente el suspiro al unísono de la multitud, cuando el más hermoso animal que yo había visto en mi corta vida irrumpió en la arena: no sólo era oscuro y enorme, sino que adoré instantáneamente su garbo y bravura. Boquiabierto observaba como corría sin aparente cansancio por toda la superficie del ruedo y su garboso andar solo se interrumpió cuando un par de hombres con trajes brillantes brincaron a la arena y de un momento a otro, lo hirieron con algo y la sangre brotó de su lomo, al tiempo que el animal lanzó un quejido seco de dolor. No fue el único: di un grito que se escuchó fuerte y claro entre los asistentes que nos rodeaban.

Ese sólo fue el inicio de una sucesión de gritos, chillidos y pataletas que yo daba cada vez que alguien lastimaba al enorme animal, que sólo se defendía como podía, sin éxito.  La gente gritaba oooooole y aplaudía cada vez que el hombre de traje brillante y un trapo rojo, acechaba al animal. En un momento dado, la multitud entró en un silencio que presagiaba lo peor: el hombre sacó algo que llevaba oculto en el trapo y lo clavó en el animal, que bramó de dolor, cayó en un charco de líquido rojo que brotaba de su lomo, moviendo sus extremidades hasta quedar casi inmóvil.

No pueden imaginar los gritos y pataletas que yo daba al contemplar esta terrible escena, y proseguí con ello aún después de que la multitud alrededor nuestro se sentó y pude ver lo más triste: cuando apareció otro señor en la arena que volvió a clavar algo, esta vez más corto, en el animal que todavía se retorcía de dolor en la arena. Luego entraron otros señores, estos ya sin trajes brillantes, que arrastraron al inmóvil animal fuera de la arena, dejando un camino de líquido rojo que aún salía de su cuerpo.  Ese fue el momento en que elevé mi gritar a un nivel insospechado, lanzando patadas a los vecinos de asiento, chillando con la cara cubierta de lágrimas y mocos. Fue en ese momento que todas las personas alrededor nuestro empezaron a gritarle a papá que nos saliéramos, que qué escuincle tan chillón. Papá me cargó y nos fuimos a casa en medio del rechiflido de los vecinos de asiento.

Jamás volví a una corrida de toros, ni a una pelea de gallos. Soy un apasionado de los animales, de las plantas, de los árboles. Tanto que apliqué para estudiar Biología en la UNAM en el estadio Azteca, pero finalmente estudié Bioquímica en otra Universidad.  Sólo sé que no puedo infringirle dolor y mucho menos muerte a un animal, solo por diversión o fiesta.  No soy vegetariano y precisamente en la licenciatura hice varios cursos de Industrias Cárnicas y visité muchos rastros altamente tecnificados, donde los animales criados en granjas son sacrificados prácticamente sin dolor alguno, aun cuando estoy perfectamente consciente de que aún queda una inmensa mayoría de ellos, muy rudimentarios y crueles, incluso en la misma Puebla.

Pero mi experiencia infantil en la ahora desaparecida Plaza de Toros de Puebla me enseñó de primera mano que, , el respeto por la vida de ellos – y de nuestros congéneres – es un valor que traeremos para siempre.  También sé, que compañeritas y compañeritos de Párvulos y Primaria que vivieron en hogares donde la violencia hacia animales y plantas era algo cotidiano o visto sin importancia, que también esas prácticas permearon hasta su madurez y que asisten como cualquier cosa, a una pelea de gallos, donde se desangran las aves abiertas en canal en medio de plumas y gritos.

Quizá soy la persona menos indicada para opinar sobre la prohibición a las corridas de toros que el Cabildo de la Ciudad próximamente debatirá. Este relato es simplemente mi contribución muy personal al tema, de una experiencia infantil real, evitando a toda costa ofender a algún colectivo; simplemente creo, que ‘otra Puebla es posible’.

(Fotografìa de Jean-Marc Montegnies / @AnimauxEnPeril)