COVID 19 en 2022 | Crónica | 29.JUL.2022
Esto es la vida, me digo, pero sólo me responde el silencio / Günter Petrak
Voces en los días del coronavirus
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Y hoy que estoy postrado y me doy cuenta de lo frágiles que somos, comencé a releer algunos de mis textos con un tema recurrente, el cuerpo. Transcribo el final de uno de mis cuentos al cual, creo, habría que agregar la COVID. Muchas gracias a quienes me están dando ánimo. Me siento muy querido.
"Tullido, cojo, ciego, jorobado, tuerto, mudo, manco, contrahecho, zambo, impotente, estéril, mutilado, idiota, parapléjico, vegetal de carne... El escritor es un personaje en un cuerpo construido con palabras, pero él no lo sabe, o finge no saberlo, por eso puede ser cualquier cosa o ninguna, no tiene albedrío, el escritor que lo escribe hace con él lo que quiere, el lector que lo lee hace con él lo que quiere. Carne de palabras o figura, mundo de la representación, metáfora, desviación, tumor. Es un poco como nosotros, pobre ciegos que miramos lo que queremos ver, mutilados, medio muertos. Y si quien escribe quiere hacer de su golem un inválido, lo hará. Pero eso no lo sabe él. Es un poco como nosotros: ciego visionario, cojo vagabundo, mudo insoportable. ¿De qué padece? Lumbago, mialgia, ciática, vértigo, indigestión, idiotismo, acromegalia, enanismo, flatulencia, conjuntivitis, calvicie, dolores, deficiencias hormonales, es como nosotros, aunque depende de nosotros para vivir, quizá igual que nosotros, pues es seguro que vivimos porque alguien nos piensa. Tiene órganos, el lenguaje es uno de sus órganos del cuerpo. El escritor escribe…"
Foto de imagen y portadilla: Günter Petrak
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A veces, la vida quiere expresarse sin poder hacerlo, evanescente, triste y cuando miro su rostro lánguido y frágil, que es el mío, en el espejo, siento un raro instinto de protección, quisiera abrazarla en el cuerpo mío, deslizar mis manos por sus pliegues de verano y arena de olas y de sal. ¿Tiene memoria el mundo? Tantas veces he tratado de escribir en él, en el barro que pisaron mis pies desnudos, en la espiga reluciente de semillas, en el eco pasajero del gorrión, en la brisa, los atardeceres… Pero no me encuentro ahí, cuando ha pasado el tiempo, y busco en los sillones de mi casa, en los papeles manuscritos que guardé en los cajones, en los escasos retratos de mi infancia… no me encuentro. Revuelvo la casa de recuerdos, trato de escuchar las voces pretéritas de mis compañeros de colegio, de sentir la ternura de ese amor que acariciaron mis manos de adolescente, los labios ansiosos que mordieron la inocencia, pero no están más en mí. No hallo la sonrisa fugitiva, la risa de párvulo, la ira impotente contra la injusta vida, la rabia melancólica de la soledad. Vuelvo al espejo, al rostro que me mira. Esto es la vida, me digo en voz alta; pero sólo me responde el silencio.