Cultura | Crónica | 13.MAR.2021
Férrea memoria / Venimos a darte un poco, tú que tanto nos das, Goyito
El arrobo en el que don Antonio se sume cuando ora en voz baja frente a la ofrenda rica y abundante
(Fotografías de Moisés Ramos Rodríguez)
—Ojalá te guste, Goyito, lo poquito que te podemos dar, tú que nos das tanto —dice casi en un susurro don Antonio Analco Sevilla.
Tiempero, trabajador del tiempo, manejador de rayos y centellas, propiciador de aguaceros, rogador para que la lluvia sea propicia, reviente el maíz y se convierta en mazorca; alejador del granizo, a más de tres mil quinientos metros de altura sobre el nivel del mar, el hombre llora, y seca sus lágrimas con su cubreboca, hincado reverencialmente frente a la ofrenda que ha instalado para el volcán Popocatépetl.
Es viernes, 12 de marzo del año 2021. Es el cumpleaños de don Gregorio Popocatépetl, el volcán del cual don Antonio es custodio, mensajero pero sobre todo “amigo” desde que tenía unos cuantos años de edad.
Este agricultor que en febrero cumplió setenta y cuatro años de edad subió por la ladera norte del Popo, de la mano de su esposa, doña Andrea (o Inés) Campos, para seguir con un trabajo que hizo su padre (muerto cuando él era un bebé): honrar el orden de la Naturaleza, su perfecto girar en el sentido del movimiento del sol, agradecer porque, gracias a ese orden, la humanidad sigue viva.
Don Antonio, quien sólo asistió a la escuela una semana y después fue llevado al monte a cuidar animales por orden de su padrastro, insiste desde hace cuarenta y ocho años, cuando decidió asumir su tarea, en que Dios le dio un don: hablar con el espíritu de los volcanes Popocatépetl (Cerro que humea) e Iztaccíhuatl (Mujer blanca), para con ellos negociar el buen tiempo, la lluvia, para una buena siembra y cosecha, y que con ello el pueblo siga viviendo.
A don Antonio no le fue fácil aceptar su don, pese a que muy pequeño soñó con el espíritu del volcán Popocatépetl y después lo vio “en vivo” para saber que él estaba destinado a ser su heraldo, pero también quien, con “muchos amigos” le llevaría a él y a “Rosita”, la Mujer blanca, ofrendas.
Agricultor, caminador de las sendas de los volcanes, don Antonio Analco pasó los días previos, con su esposa, haciendo los preparativos para el peregrinar hacia las laderas del volcán: compró ropa par Don Goyo —un calzoncillo, camiseta blanca, dos camisas, un pantalón y un sombrero— un sahumador, un cirio, y lo necesario para prepararle mole poblano con pollo, tortillas hechas a mano, arroz rojo.
El arrobo en el que don Antonio se sume cuando ora en voz baja frente a la ofrenda rica y abundante, colorida y aromática, sólo lo consiguen los místicos, los chamanes, los que conocen lo divino, y a la divinidad.
Águilas y Soldados
—Se llaman soldados— dice don Antonio Analco respecto a unos pájaros de color azul violeta que lo reciben en el bosque a él y sus más de ciento cincuenta peregrinos que, de Santiago Xalixintla a Paso de Cortés viajan en autos, camionetas y un camión torton.
Pronto otra ave les dará la bienvenida: un águila será vista varias veces muy cerca de los peregrinos, volando sobre ellos.
Don Antonio Analco y su esposa han tenido un jueves atareado; son las once de la noche en su casa y no acaban de trabajar: peregrinos continúan llegando para dormir en su casa, y ellos empacan parte de la ofrenda, revisan ir sin faltantes.
Después de que en marzo del año pasado el tiempero participara en una reunión con autoridades federales, estatales, municipales y de su junta auxiliar en Santiago Xalixintla, en la que se estableció que ningún peregrino podría subir al lugar sagrado conocido como “El ombligo” del volcán Popocatépetl, con lo cual cumplió, este año acudió a solicitar un permiso a la oficina del Parque Nacional Izta—Popo para poder llevar su ofrenda con sus acompañantes al lado poniente del Cerro que humea.
El año pasado, en plena pandemia, los mayordomos de Xalixintla no acataron la disposición y fueron al Ombligo, decenas, con músicos, bebidas y todo para hacer una fiesta profana allá.
El pasado viernes 12, al parecer esos mayordomos del templo de Santiago burlaron las disposiciones oficiales y volvieron a subir a hacer una pachanga en el Ombligo.
Don Antonio obtuvo de las autoridades federales un permiso para pasar por el parque Izta-Popo sólo con quince acompañantes el viernes 12 para dejar su ofrenda.
Para el amanecer del viernes 12, don Antonio ya tenía más de cien invitados en su casa, y seguían llegando. El tiempero decidió seguir otra ruta y eligió distinto lugar para dejar su ofrenda, en una parte despejada del bosque, a casi cuatro mil metros sobre el nivel del mar, rodeado de ocotes y pinos, frente a la cara norte del Popo.
Doña Andrea Inés Campos. esposa de don Antonio ha estado enferma y no puede ver bien, el sol y la luz le lastiman. Pero no se amilana: sube con su marido, a sus sesenta y siete años, por un camino que se fue elevando hasta hacerse empinado.
La serpiente formada por los peregrinos alcanza casi un kilómetro. El cielo está claro, despejado, luminoso. El águila vuela sobre los peregrinos. Don Antonio Analco está seguro de Don Goyo irá a su encuentro. Sonríe confiado.
Arrobo
Don Antonio reza. Sus ojos están cerrados. Sólo quien está muy cerca de él escucha que habla con Dios y le agradece; habla con el espíritu del Popocatépetl, con humildad le pide que por favor acepte la ofrenda que lleva con sus acompañantes, le dice que es humilde, pero que se la ofrece con amor, desde el corazón.
Dos sahumerios humean como microréplicas del Popo. El humo llena el rostro de don Antonio que parece el santo del mismo nombre, pero sin tentaciones. Está arrobado, abre los brazos, busca y mira en el aire algo que sólo él y su esposa pueden ver o percibir
Quien mira atento a don Antonio el tiempero, puede ver que su rostro se ha transformado. Muchas cámaras de fotografía y algunas de video lo rodean. ¿Cuántas de esas máquinas pueden o podrán mostrar su arrobo, su conexión inquebrantable con lo divino?
Doña Andrea Inés, al lado sur del altar donde el tiempero va colocando las piezas de la ofrenda después de bendecirlas, está igualmente arrobada. Mujer al fin, no se resiste, llora sin pena, su alma tensada en esa relación con lo divino de la cual también participa.
Las Mañanitas fueron el canto con el cual inició el ofrendar de un agricultor cuyo Dios no es distinto de la tierra sobre la cual está hincado, el viento en el cual se mueve el águila, el agua que se condensará en las nubes, el fuego de su cirio y sus sahumerios.
Don Antonio es un hombre sagrado que no requiere intermediarios para trabajar con la divinidad, y en su rezo murmurado se escucha repetidamente “gracias… agradecido…”, bendición, gracia.
Poco son los peregrinos que no han llevado algo para dejar en la ofrenda. Ninguno duda de la relación del tiempero con la divinidad, no sólo con el Popocatépetl.
El ambiente del bosque es místico, casi se puede percibir la música de las esferas. Y don Antonio contará después: “Lloro y don Goyo me pone sus dedos en mis ojos. Y yo le doy las gracias, y le digo que ojalá le guste nuestra ofrenda”.
Amor, orden, respeto
Los cuetes sirven en las fiestas religiosas para expresar la alegría de los fieles. Pero también para alejar la lluvia y el granizo.
Hay un ambiente de fiesta atemporal, que podría suceder en la época paleolítica o hace cuarenta y ocho años que don Antonio comenzó su trabajo de tiempero. O en una época en que su papá, muerto apenas a los cincuenta años, mostraba también respeto al orden de la Naturaleza, amor por ella, con dignidad, reconociéndose pequeño frente a la magnificencia de la ofrendada en la figura del Cerro que humea.
Suben chiflando dos cuetes hacia el cielo clarísimo, de apenas unas cuantas nubes blancas. Dos representantes del Parque Nacional Izta—Popo le piden a don Antonio que no se enciendan más cuetes, porque los incendios han sido muchos en la última semana.
El tiempero obedece. No más cuetes. Su satisfacción y alegría por haber cumplido con su deber, como él lo considera, no se acaban.
Mira la figura del volcán hacia el sur de donde ha dejado su ofrenda y le habla en susurros, nuevamente agradeciendo. Pide a los peregrinos que le acompañan que bajen hasta un claro del bosque donde harán la danza “De las pastoras”.
La serpiente ahora baja, sus múltiples cabezas, cubiertas o sin protección, se mueven con un ritmo único. Las bolsas han quedado vacías, las viandas serán degustadas por don Goyo. Para el tiempero no hay duda.
Don Antonio Analco no habla de las trece lunas del año; tampoco hace referencia al año agrícola previo a la invasión europea que, prácticamente él, quinientos veintinueve años después, repite casi sin variaciones: bendición de semillas el 2 de febrero (inicio del año agrícola), 13 de marzo, inició de la siembra…
No hacen falta esas referencias. Cuando le preguntan, el tiempero afirma que pide siempre un año propicio en lluvias, para el maíz, el frijol, la calabaza y el chile crezcan juntos en los campos, no para él y para su familia, sino para que su pueblo viva.
Y su pueblo no es sólo Santiago Xalixintla, junta auxiliar de San Nicolás de los Ranchos, sino todas las poblaciones del valle, del altiplano poblano—tlaxcalteca, todos lo que sus ojos alcanzan a ver desde los casi cuatro mil metros sobre el nivel del mar.
A esos lugares dirige las nubes cargadas de agua, específicamente donde más se necesitan. A esos sitios evita que llegue el granizo. En esas tierras le gusta ver jilotear la mazorca, casi oír reventar el grano para convertirse en milpa.
Él es capaz de manejar, literalmente y sólo con sus manos, rayos y centellas. Pero nunca hace daño con ello. Respeta el orden. Ama la Naturaleza, respeta al otro, a los otros.
El águila vuela mientras los peregrinos comienzan a dejar el bosque. Ella también sabe de un orden. Y lo ama, lo respeta. Con dignidad. Don Antonio dice que es el espíritu del volcán Popocatépetl.
Pollo en mole poblano
Don Antonio y doña Andrea Inés son frugales en sus comidas en su hogar durante el año, pues no son adinerados. Pero por los peregrinos que les acompañan a ver a don Goyo o a doña Rosita, “sus” dos volcanes se desviven: mole poblano con pollo de traspatio, arroz rojo, tortillas hechas a mano, refrescos fríos.
Para la pareja de tiemperos es muy importante cerrar la visita al volcán con esa comida que ellos pagan en su totalidad. Vuelven a la actividad febril de la madrugada de ese día y del anterior, atienden a todos sus invitados.
La fiesta llena la modesta y pequeña casa de la pareja Analco—Campos. Los platos quedan limpios. Hay mesas en todos los espacios posibles, y después hay que salir a la calle a instalar otra mesa.
Don Antonio y doña Andrea Inés han ofrecido dos banquetes: uno místico en el bosque, otro físicamente nutriente en su casa.
La pareja dormirá agotada y satisfecha. ¡Quién sabe qué sueños tendrán, con qué seres hablarán en ese lapso en que sus cuerpos y mentes descansan…!
Lo cierto es que ellos han revelado o recordado un orden natural poco reconocido, casi sin respeto por los humanos actuales. Y mostraron que ese orden nos salva de la locura. Y no es que sea posible: es lo primero y lo último.