Cultura | Crónica | 19.NOV.2024
José Ernesto Matsumoto: 101 años de historia entre México y Japón — Parte 2, Su retorno a México / Sergio Hernández Galindo
Texto publicado originalmente en la revista Descubra a los Nikkei
Puedes leer la primera parte aqui.
El batallón naval al que pertenecía José Ernesto Matsumoto era parte de la primera muralla antiaérea con la que contaba Tokio para detener los ataques de la aviación norteamericana. El batallón se apostó en la isla de Hachijō, situado a más de 200 kilómetros al sur de las costas de la capital, mar adentro en pleno océano Pacífico.
Las oleadas de aviones norteamericanos volaban sobre la isla Hachijō pero como los enormes bombarderos B-29 alcanzaban una altitud cercana a los 10 mil metros, la artillería japonesadecidió no lanzar un solo obús ya que su alcance solo llegaba hasta los 7 mil metros como lo advirtió a sus superiores José Ernesto. Esta medida logró proteger a la población de la isla de un ataque aéreo. El batallón en el que participó José Ernesto solo vio pasar a los escuadrones norteamericanos que dejaron destruidas a más de 60 ciudades japonesas.
En marzo de 1945, Tokio fue blanco de uno de los ataques más intensos y destructivos de toda la segunda guerra mundial. Más de 300 bombarderos B-29 dejaron arrasada y humeante, mediante sus bombas incendiarias de napalm, a la cuarta parte de la capital. Las bombas destruyeron a más de un millón de hogares y las llamas dejaron en cenizas a la ciudad. Lo más terrible de este ataque aéreo fue que murieron más de 100 mil personas, cifra más alta incluso al de las víctimas de las bombas atómicas, lanzadas en agosto, a las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.
Jesus Akachi, un hijo de inmigrantes japoneses que nació en México y que en aquel momento se encontraba a más de 200 kilómetros de distancia de la capital, en el poblado de Chikuma, prefectura de Nagano, recordó que el resplandor de las llamas que arrasaron Tokio se logró ver hasta ese lugar en el cual los niños fueron enviados para protegerlos en previsión de los ataques aéreos.
Las fuerzas armadas japonesas, a pesar de la derrota inminente, no estaban dispuestas a rendirse bajo ninguna circunstancia. El ejército japonés empezó a preparar a toda la población civil para que se alistara ante el desembarco inminente del ejército norteamericano. Además, a José Ernesto se le encomendó organizar a la población local de la isla para producir alimentos derivados del ganado lechero y de la actividad pesquera.
El 15 de agosto de 1945, José Ernesto escuchó por la radio la rendición del Japón en voz del emperador Hirohito. Los mandos militares de esta unidad, en el mes de septiembre, entregaron sus armas a las fuerzas militares norteamericanas que ocuparon la isla. De regreso en Tokio, José Ernesto, a pesar de saber de la destrucción de Tokio, quedó sorprendido al encontrar sólo ruinas que le hicieron imposible reconocer el lugar donde vivía.
En los siguientes meses que siguieron a la capitulación de Japón, Ernesto logró terminar sus estudios universitarios. Las imágenes de todos estos años están marcadas en la memoria de José Ernesto por la enorme miseria y hambre generalizada de la población. No sólo no había alimentos sino incluso utensilios para guisar lo poco que se lograba conseguir en el mercado negro. Ernesto también recuerda cómo miles de personas no tenían donde vivir por lo que muchos se alojaban durante la noche debajo de los puentes o en los túneles del tren.
El desabasto era total y el hambre y la miseria llegaron a niveles tales que las autoridades norteamericanas tuvieron que permitir la importación de alimentos para evitar un levantamiento social de grandes magnitudes. A principios del año de 1946, José Ernesto recibió una carta de sus padres quienes se enteraron que José Ernesto había logrado sobrevivir a la guerra. El padre de Ernesto, Sanshiro, gracias a los contactos directos que tenía con miembros del gobierno mexicano, logró que las autoridades mexicanas se hicieran cargo de la petición de retorno de su hijo a México.
José Ernesto no estaba totalmente de acuerdo en regresar, consideraba que no era conveniente abandonar al país que se encontraba en ruinas y sometido por fuerzas de ocupación. Había sobrevivido a la guerra y se había educado y establecido plenamente en Japón. Le costaba trabajo pensar nuevamente en el país en el que había nacido y cuyo idioma había dejado de hablar a lo largo de los más de 15 años de estancia en Japón.
Le escribió a su padre que no deseaba regresar a México y que era más necesaria su presencia en Japón ante la destrucción de ese país que ya consideraba como su patria. La respuesta de Sanshiro fue tajante y le ordenó a José Ernesto que debía de regresar a México, al menos para visitar a su abuelo, a su madre y hermanos.
Fue hasta dos años después, en 1947, mediante la intermediación de la embajada de Suecia en Japón (que era el país que representaba los intereses diplomáticos de México) que el gobierno de ocupación, encabezado por el general Douglas MacArthur, concedió el permiso de regreso de José Ernesto.
El retorno a México fue tan difícil como su ida a Japón. José Ernesto se sintió nuevamente desubicado y un tanto extraño en el país donde había nacido. Su padre lo envió de inmediato al invernadero que tenía en Cuautla donde cultivaban orquídeas, actividad que en un principio no le agradó pues él realmente estaba capacitado en el área de ganadería. De cualquier modo, se esforzó en seguir las indicaciones de su padre y empezó a conocer y manejar el cultivo de flores ornamentales. Una de ellas sería la flor de nochebuena, que se empezó a comercializar masivamente en México y que sería una más de las flores que se cultivarían con gran éxito en los invernaderos de los Matsumoto.
En el año de 1950 se casó con la señorita Hiroko Muray, hija de inmigrantes japoneses que habían llegado a México en la década de 1920. En ese año su padre le pidió hacerse cargo de la propiedad que habían adquirido cerca de Texcoco en el estado de México, la exhacienda de Tlalmimilopan. La hacienda tenía una extensión de 245 hectáreas y era propicia no sólo para el cultivo de flores sino para la producción ganadera. En la hacienda, Ernesto logró poner en práctica sus conocimientos sobre el ganado lechero, pues tenía más de mil cabezas de ganado de las cuales 600 eran vacas lecheras.
Gracias a los conocimientos de José Ernesto, la hacienda logró producir una leche de calidad preferente, primera de su tipo en México, que logró posicionarse con gran éxito en el mercado y recibir un premio por su calidad. Asimismo, logró conjuntar la experiencia adquirida en el cultivo de plantas y flores pues en cinco hectáreas de invernadero cultivó rosas, claveles y orquídeas.
En el año de 1955, el pintor Tamiji Kitagawa, que ya era muy reconocido en Japón, realizó una visita a México. Kitagawa se había formado como pintor en México bajo la influencia del muralismo mexicano durante sus 15 años de estancia en ese país, desde 1921 hasta 1936, año en que decidió regresar a Japón.
Sin conocer su trabajo, Ernesto recibió en su hacienda a Kitagawa donde realizaría una pintura al óleo denominada “El camino al rancho Texcoco de los Matsumoto”. La pintura muestra la entrada a la hacienda, llena de pirules y eucaliptos. El cuadro de Kitagawa es muy importante pues es de los pocos óleos que se conservan de este pintor japonés en México.
En el año de 1962, el presidente de México, Adolfo López Mateos, realizó una visita de Estado a Japón, la primera de un mandatario mexicano a ese país. El presidente le pidió a los Matsumoto que lo acompañaran y lo introdujeran en la historia y la cultura de Japón. Con este propósito, Ernesto recibió al presidente mexicano a su llegada al aeropuerto de Haneda y lo acompañó a lo largo de su visita de Estado.
En esa década, la economía de Japón empezó a despuntar ya de manera acelerada como una de las primeras economías industriales del mundo. Las empresas japonesas se interesaron en invertir en México y encontraran en Ernesto un excelente asesor y guía para sus propósitos.
En 1970, uno de los compañeros y amigo de Ernesto en la Marina, Michio Torii, se había convertido en un importante funcionario de la empresa Suntory. La compañía, que producía whisky entre otros de sus negocios, estuvo interesada en abrir un restaurante de comida japonesa en México. Para ese entonces, la legislación mexicana impedía que empresas extranjeras poseyeran la mayoría de las acciones, por lo que los Matsumoto fueron parte de la inversión que permitió que el primer restaurante Suntory, fuera de Japón, se instalara en México.
La empresa Suntory también estuvo interesada en destilar whisky de su marca en México por lo que le pidió a los Matsumoto que el proceso se realizara en la exhacienda. En el año de 1978 se abrió la destilería, pero también una fábrica de ramen, sopa instantánea, primera de este tipo que se empezó a comercializar en México bajo la marca Instant Ramen.
A lo largo de los siguientes años, Ernesto se dedicó a asesorar a diversas empresas en el ramo de la producción de floricultura, así como orientar a los empresarios japoneses de diversos sectores (productivos, comerciales y financieros) que deseaban invertir en México.
A la edad de 97 años, Matsumoto fue condecorado por el emperador Naruhito quien le otorgó la Condecoración del Sol Naciente en el año 2020, presea que reconocía el intenso trabajo que Ernesto Matsumoto había realizado para fomentar las relaciones bilaterales entre México y Japón.
El largo peregrinar de Ernesto por México y Japón trasciende su entorno personal y familiar. Las microhistorias de los inmigrantes se ligan a procesos más amplios que involucran no sólo a los dos países, sino que se entrelazan con historias globales en las que se encuentran inmersos. Don Ernesto tiene aún más historias que contarnos afortunadamente, espero que su fuerza y carácter nos sigan dando claves para comprender la historia de México y Japón.
© 2024 Sergio Hernández Galindo