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28 Marzo 2024, Puebla, México.

¿Depresión por el confinamiento….? ¡Escuche mambo…! / Moisés Ramos Rodríguez

COVID 19 en 2022 | Crónica | 8.ABR.2021

¿Depresión por el confinamiento….? ¡Escuche mambo…! / Moisés Ramos Rodríguez

Férrea memoria

Danzón dedicado a Rosa A., Alekos, Ruy, Pedro Medina Vázquez, Gabriela Pulido Llano. Y  a los deprimidos por el confinamiento debido al Covid 666

 

—Salga temprano de su casa, con los primeros rayos del sol, busque un parque, vaya al Cerro de Loreto y Guadalupe o a la Laguna de san Baltasar. Vea cómo amanece. En su teléfono ponga música de Pérez Prado desde antes de salir, y camine, o baile, hasta que su propio ritmo lo lleve de regreso a casa. Ahí, báñese, vístase como si fuera a la salir a la entrevista más importante de su vida, y vaya a la calle, aunque sea para simular que tiene el trabajo que dice que no encuentra, o la pareja que, asegura, no puede conseguir.      

—Entonces… ¿esa es la solución a mi depresión…?

—Sí.

—Pero… a mí ni me gusta la música de… ¿quién dijo?   

—Pérez Prado, El rey del mambo.

—¿Nada más…?

—Ah, también tome agua suficiente, aliméntese como es debido y puede comprar unas inyecciones de vitamina B para aplicárselas de inmediato.

—No me tome el pelo… Mire que sufro mucho por esta depresión…

—Después de que camine por las mañanas escuchando al Car’ ‘e foca, obtendrá una sonrisa como la de Lilia Prado o María Antonieta Pons al bailar mambo. Y se pondrá de buenas. Y si de plano después de escucharla con atención no le gusta la música del Ma’ca la cachimba, le recomiendo la Séptima sinfonía en la mayor, opus 92 de Beethoven. Él la compuso para recuperar su salud.

—No sé, no sé si pueda escuchar esa música… Mi depresión…

—Entonces, disfrute su depresión, no la padezca. Del Icuiricui dijeron que padecía locura, pero él no la padecía, la disfrutaba. Y así, puso a bailar al mundo. Y todavía logra poner de buenas a la gente y hace que quiera moverse, y hasta bailar, aunque sea sola.                   

—¿De veras…? 

—De hecho, cuando termine el confinamiento por la contingencia debida al Covid 666, se van a organizar conciertos en los estadios con la Orquesta de Pérez Prado; con los mismos músicos se harán bailes en las colonias, la gente irá vestida de colores, como en un carnaval, y hasta los que dicen que no saben bailar, moverán el cuerpo como si supieran… Y se regalara la música del Car’ ‘e foca en la compra de los insumos de la canasta básica.

Y se prohibirá la venta de depresores del sistema nervioso.     

[Hasta aquí el diálogo entre un depresivo por el confinamiento debido al Covid 666 y su terapeuta].

 

Cara de foca negra

 

 

“¿Quién inventó el mambo/ que me provoca?/ ¿Quién inventó el mambo/ que a las mujeres las vuelve locas?/ La culpa la tiene Car’ ‘e foca”, cantaba Benny Moré.

El “Cara de foca” era Dámaso Pérez Prado, un músico de origen negro nacido el 11 de diciembre de 1916 en Matanzas, Cuba.

Muy niño dio muestras de su genio musical. Su padre lo inscribió para que estudiara formalmente piano aun cuando él quería algo más “viril” según sus palabras “como la trompeta o la batería” pues tocar el piano se le hacía “de afeminados”. (¿Pensaba en Bola de Nieve…?)

Como muestran sus composiciones, desde “¡Qué rico mambo!” hasta sus obras orquestales, Dámaso supo aprovechar sus estudios musicales, y terminó unido al piano hasta su muerte, y sólo brevemente y por cuestiones de comodidad (en algunas ocasiones por sonoridad) lo sustituyó por el órgano eléctrico.

Su origen negro, que por ello aquí se destaca hizo que Dámaso se decantara por la música popular y no la académica, donde habría descollado como compositor y pianista, sin duda, a lo Leucona, tal vez.

Pronto vio que el son y la guaracha eran limitados para sus ambiciones; así los conjuntos pequeños, dúos, tríos o de guaracha como el de “Don” Azpiazu (Orquesta Habana Casino) que se hizo famoso en 1928 por su versión de “El manisero” de Moisés Simons: la clave, las trompetas con sordina, las cuerdas encorsetaban las ambiciones sonoras de quien pudo haber estudiado medicina pero optó siempre por la música.

El corno y el clarinete los cambió Dámaso por el trombón y el saxofón, y a las trompetas les quitó la sordina. A la clave la sustituyó por el cencerro y, poco después de haber cumplido los veinte años de edad, ya sabía que música quería que la gente bailara.

[“Con poca letra, corta, tonta, para que luciera la orquesta”, confesó. De ahí que ocupara escasamente su pequeña pero potente voz de barítono, en la que confiaba poco, al igual que otro músico genial, Jimi Hendrix]. 

Pérez Prado siguió los pasos de Don Azpiazu y fue a Nueva York: conoció la música negra, hizo arreglos, tocó donde pudo y grabó una canción que dio pie a otro de los sobrenombres con el que se le conoció, además del de Car’ ‘e foca: “El rey del mambo”.

Inquieto como era, rebelde e independiente, Dámaso apenas trabajó con un par de orquestas en su natal Cuba, y por breve tiempo. Antes de los treinta años ya tenía su orquesta y sabía que tenía que ponerle un nombre a la música que sonaba en su cabeza y reproducía en el piano.

Mambo. Ni la palabra ni el ritmo fueron inventados por Dámaso, pero eran lo que mejor le servía para sus propósitos musicales “música para todos los latinos, para que tuvieran sus propia música”.

Como era razonable en Cuba, mambo es una palabra de origen africano, como finalmente lo es la música que hizo Ma’ca la cachimba; el músico cubano Arsenio Rodríguez confesó:

 

Los descendientes de congos [...] tocan una música que se llama tambor de yuca y en las controversias que forman uno y otro cantante, siguiendo el ritmo, me inspiré y esa es la base verdadera del mambo. La palabra mambo es africana, del dialecto congo. Un cantante le dice al otro: “abre cuto güirí mambo”, o sea: “abre el oído y oye lo que te voy a decir”. La idea me vino porque había que hacer algo para buscarse el “conocimiento”, y pensé que uniendo estas cosas podría resultar una música extraña para bailar. Lo primero que compuse en este estilo fue “Yo soy kangá”; el primer “diablo” o mambo que se grabó en disco fue “So caballo”.    

 

Lo anterior lo informa www.ecured.cu, y más: Rodríguez había introducido figuras sincopadas para ser ejecutadas por las trompetas en los montunos y estribillos, que dio en llamar “Diablos”, lo cual gritaba durante la ejecución de la pieza: “¡Diablo…!”.

De ahí, posiblemente, se dice, el grito de Pérez Prado en sus conciertos que, “tradujo” alguna vez, era “¡Dilo…!” [¿¡Diablo!? ¡Válgame Dios…!] para dar pie al siguiente instrumento.

En la misma página cubana se cita una revelación, más que explicación de Dámaso:

 

Mambo es la combinación sincopada de un ritmo que llevan los saxofones. Sobre esa síncopa, la trompeta, la flauta o lo que usted quiera hacen una melodía. La batería va con ritmo de cencerro a cuatro tiempos y el bajo da una combinación de una negra con dos corcheas. Una negra en el primer tiempo, dos corcheas en el segundo tiempo, un compás de espera en el tercer tiempo y otra negra en el cuarto tiempo [...]. El mambo clasifica un ritmo. [¡Arroz!].

 

Es decir: Dámaso no era un improvisado. Alumno descollante, supo aprovechar todo lo que estudió de música académica y lo aplicó en sus composiciones.

Los dúos, tríos o guarachas de su época conservaban no sólo la instrumentación europea, sino mucho de su esencia. La orquesta de Pérez Prado, al estilo de las Grandes Bandas norteamericanas rescataba en las voces de trombones, trompetas y saxofones, el aché de sus antepasados negros, congos, con sus tambores de frenética percusión, la cual era aplicada por é también a los alientos.

 

¡Pero qué bonito y sabroso…!

 

 

Dámaso fue a Nueva York y a Venezuela, pero Ninón Sevilla lo llamó para que viniera a México. Era 1947.

[Otra versión señala el año 1948 y como llamador al también cubano Francisco Kike Mendive, quien residía en México desde los once años de edad. Dámaso confesó alguna vez: “Me gustan la música y las viejas”, las mujeres. Es probable que haya hecho más caso a Ninón que a Kiko].

Aquí había habido una “invasión” musical cubana ya (aparte de la del bolero). Consejo Valiente, conocido como “Acerina” se había establecido en el país cuando sólo contaba con catorce años de edad (en 1915); ejecutante de los timbales, formó orquesta (Acerina y su danzonera) y fue uno de los responsables del arraigamiento del danzón en México.

Hasta hoy el danzón estilo Acerina se sigue bailando en México (en ciudades como Veracruz y Puebla, por ejemplo)

El danzón, una adaptación criolla de viejos estilos europeos de fínales del siglo XIX, destaca por su suavidad, su finura, su nostálgico sonido, lo oportuno para la elegancia y la unión con la pareja en sus arrebatos.

Cuando Dámaso llegó a México con su propuesta musical, no tuvo que luchar contra el danzón: eran y son dos ritmos y expresiones completamente distintas.

Si alguna rivalidad llegó a tener Dámaso, la cual no prosperó como para desbancarlo, fue con el chachachá. Pero esa es otra historia.

También: en 1941 se había establecido en la  Gran Tenochtitlán un grupo numeroso de músicos cubanos, quienes presentaban el espectáculo Batamú. Ellos trajeron el estilo afrocubano, que se arraigó en la radio y el cine, y sin el cual Pérez Prado no se habría podido afincar en nuestro país.

En ese grupo, negro en su mayoría, venía Kiko Mendive.   

Dámaso pudo convivir, musicalmente con el bolero, el danzón y el chachachá; incluso en los años sesenta con el rock and roll. Camaleónico, supo adaptar al mambo desde boleros hasta polca norteña, música judía, académica, baladas y más. Su capacidad de adaptación era prácticamente ilimitada.

Ninón Sevilla, el mambo y el cine van de la mano en México: pronto vemos en la gran pantalla a Pérez Prado casi recién llegado, acompañando rumberas, a Benny Moré e incluso al oligofrénico de “Resortes”, quien carecía del aché cubano para mover el cuerpo.

La deuda entre el mambo y el cine es mutua: el famosísimo cine de rumberas es impensable, inconcebible sin Dámaso Pérez Prado, sin Ninón, Pons, Prado…

Pero Dámaso no dependió del cine para su revolución musical: el cine de rumberas pasó, pero el mambo no: el Car’ ‘e foca lo llevó a Norte y Sudamérica; hizo bailar a los japoneses que se inclinaron ante él no sólo por “Cerezo rosa”; los españoles bajo la estulticia del franquismo lo adoptaron como música liberadora.

Quizá sólo Europa no llamó la atención total de Dámaso, lo cual aprovechó su hermano Pantaleón Pérez Prado, diez años menor que él, quien había sido contrabajista de su orquesta y difundió el mambo y se hizo famoso en el antiguo continente presentándose como Pérez Prado, el Rey del mambo.

Pero esa también es otra historia.

Dámaso fue “exiliado” de México por razones políticas (sean éstas cualesquiera que sean) y no fue sino hasta después de los sesenta años de edad que se nacionalizó mexicano al volver al país.

Muerto el 14 de septiembre de 1989 en la Gran Tenochtitlán, Dámaso se presentó con su orquesta hasta que su salud se lo permitió, es decir, casi hasta morir en el escenario.

Cuando se cumplieron cien años de su nacimiento, el concierto en el Zócalo de la capital mexica con su orquesta, mostró hasta dónde continúa la vigencia de su música.

Y las actuales presentaciones de su orquesta, que respeta en todo sus composiciones e interpretaciones, respaldan ese hecho.

 

El ma’ca la cachimba ¡Dilo…!      

 

               

Hoy la versión original del “Mambo número 5” tiene millones de reproducciones en la red. El cubano sigue confesando ante millones de auditores en el mismo sitio: “Yo soy/ el ruletero./ Yo soy/ el Car’ ‘e foca./ Yo soy El ma’ca la cachimba./ Yo soy/ El icuiricui”.

Cara de foca. El que masca la cachimba ¿qué será el Icuiricui?

Una excelente Quinta Sinfonía/Mambo Número 5 de Beethoven/Pérez Prado, con arreglo de Rafael Vizcaíno Cambra, dirigida por Rafael Sanz Espert para “Voces para la Paz” (Músicos solidarios), en un concierto del año 2018 tiene más de seis millones de reproducciones en la red.         

Con más de trece millones de reproducciones el “Pérez Prado: Mambo Potpourri” con la actuación especial (no destacable) de Radio Radio, es la que presenta en la red Antonio Delgado con la New Brunswick Youth Orchestra, grabación de 18 de febrero del año  2012 en el Wesleyan Celebration Centre de Moncton, la cual muestra de la vigencia del cubano entre los jóvenes.

En el primer caso, el maridaje entre Beethoven y Pérez Prado se da naturalmente, se disfruta desde los famosísimos primeros compases de la composición del alemán, quien seguramente habría aprobado la unión de su música con la del de Matanzas. Y se hubiera puesto a bailar.     

Sólo en el caso de cierta polca y con música de can can de Offenbach los músicos de una orquesta sinfónica se levantan, bailan, cantan. Con el popurrí de la New Brunswick, agrupación de jóvenes, no hay quien se quede quieto: ni los músicos ni el escucha: gritan ¡Mambo! y bailan mientras pueden.

Por las primeras orquestas de Dámaso pasaron los mejores ejecutantes de alientos y percusión cubanos, y negros, que el de Matanzas encontró en su camino, incluso colaboró gente tan aparentemente disímbola pero musicalmente valiosa como el famosísimo Stan Kenton (wasp no afro), por quien el “Mambo a la Kenton”.

En los años cincuenta Beny Moré cantaba “¡Pero qué bonito y sabroso bailan el mambo las mexicanas!/ Mueven la cintura y los hombros/ igualito que las cubanas.” La orquesta que lo acompañaba era la de Dámaso.

Establecido en México, Car’ ‘e foca no sólo encontró que las mexicanas bailaban igualito que las cubanas (Lilia Prado verbi gratia), sino que los trompetistas, saxofonistas y percusionistas podían y daban tanto y más que los músicos negros de Cuba o Estados Unidos.

Y así es en su orquesta hasta la fecha. (Véase en YouTube la versión al interludio orquestal de Rimski—Korsakov “El vuelo del abejorro” con trompetistas mexicanos de trino inigualable).

Las proezas que Dámaso exigió a los músicos mexicanos muestran la solidez musical de estos ejecutantes, como sus trompetistas a lo Dizzy Gillespie o Louis Armostrong, o los saxofonistas a lo Charly Bird Parker, sólo por poner dos ejemplos.

El director actual de la Orquesta de Pérez Prado, el bajista Jesús Garnica (apoyado por su hijo Israel en esa acción) ha declarado que enterraron al maestro con su música en vivo en el panteón, pues sus composiciones no son para la tristeza, sino para la alegría.

Hoy día, quien escucha la música de Dámaso Pérez Prado no puede quedar inmune a su aché (¿habrá sido hijo de Babalú?): o se mueve o se mueve.

Por eso el terapeuta citado al principio:

“…cuando termine el confinamiento por la contingencia debida al Covid 666, se van a organizar conciertos en los estadios con la Orquesta de Pérez Prado; con los mismos músicos se harán bailes en las colonias, la gente irá vestida de colores, como en un carnaval, y hasta los que dicen que no saben bailar, moverán el cuerpo como si supieran… Y se regalara la música del Car’ ‘e foca en la compra de los insumos de la canasta básica.

Y se prohibirá la venta de depresores del sistema nervioso.”

Colores como en un carnaval. Y música para restablecer nuestra salud. ¡Diga…!