SUSCRIBETE

18 Mayo 2024, Puebla, México.

Pesimismo y fracaso de la COP28 /  Dossier de la revista Sin Permiso

Naturaleza y sociedad | Ensayo | 10.DIC.2023

Pesimismo y fracaso de la COP28 / Dossier de la revista Sin Permiso

 

COP28: ¿Habrá un balance honesto sobre el clima?

Anatol Lieven

(Periodista y analista británico de asuntos internacionales, es profesor visitante del King´s College, de Londres, miembro del Quincy Institute for Responsible Statecraft y autor de "Ukraine and Russia: A Fraternal Rivalry". Formado en la Universidad de Cambridge, en los años 80 cubrió para el diario londinense Financial Times la actualidad de Afganistán y Pakistán, y para The Times los sucesos de Rumanía y Checoslovaquia en 1989, además de informar sobre la guerra en Chechenia entre 1994 y 1996. Autor de libros como “Ukraine and Russia: A Fraternal Rivalry”, ha trabajado también para el International Institute of Strategic Studies y la BBC.)
 

Por primera vez -y es bastante llamativo que sea la primera vez- la cumbre del clima, COP28, de las Naciones Unidas que comienza esta semana en Dubái incluirá un “Balance Global” de los progresos realizados en la consecución de los objetivos establecidos y los compromisos adquiridos por los acuerdos mundiales desde los acuerdos climáticos de París de 2015.

Si este balance es honesto, será también extremadamente deprimente.

Con el fin de evitar que el aumento de la temperatura global desde la era preindustrial supere el límite razonablemente seguro de 1,5 grados centígrados (2,7 grados Fahrenheit), la COP26 de Glasgow estableció el objetivo de reducir las emisiones de combustibles fósiles en un 45% para 2030. Esos objetivos resultan hoy inalcanzables. Según las trayectorias actuales, las emisiones aumentarán en realidad un 9% por encima de los niveles de 2010 para esa fecha. Dado que el dióxido de carbono permanece en la atmósfera durante miles de años, esto significa que un aumento por encima de 1,5 grados centígrados es ahora inevitable y no puede revertirse posteriormente, al menos con la tecnología de que disponemos actualmente.

El  resultado inevitable será una intensificación de las olas de calor, sequías, incendios forestales e inundaciones que han asolado grandes partes del mundo –incluidos los Estados Unidos- en el último año. Sin embargo, sin un cambio radical de rumbo, lo peor está por llegar. Si las emisiones siguen aumentando hasta 2030, resulta casi imposible imaginar cómo puede alcanzarse el "cero neto" (por el que el carbono extraído de la atmósfera es igual al introducido en ella) para 2050.

Incluso con los compromisos adquiridos por los Estados en el marco del Acuerdo de París -aclamado como un avance radical en la acción contra el cambio climático-, se calcula que para finales de este siglo la temperatura global aumentará 2,5 grados centígrados. Esto nos llevaría a un territorio bastante desconocido. Los efectos negativos de las catástrofes naturales y sobre los rendimientos agrícolas en partes clave del mundo aumentarán exponencialmente. Quizás los nuevos cultivos modificados genéticamente para resistir el calor eviten hambrunas masivas, o quizás no. Aparte de todo lo demás, cientos de millones de trabajadores agrícolas de Asia y otros lugares no podrán ser modificados genéticamente para soportar una exposición sostenida a temperaturas letales para el ser humano.

Esto va a suceder aunque este aumento de las temperaturas se produzca, como hasta ahora, de forma lineal y gradual (gradual de acuerdo con las normas de la humanidad, no de la Tierra). Sin embargo, existe un riesgo real, aunque no cuantificable, de que ese aumento provoque "puntos de inflexión" y “bucles de retroalimentación”, por los que un aumento de dos grados lleve a tres grados y de tres grados a cuatro grados en un corto periodo de tiempo. De ser así, quedará destruida la civilización tal y como la conocemos. Ninguna sociedad organizada de la Tierra podría resistir tanto el trastorno físico que supondría como los inmensos movimientos que se producirían de gentes desesperadas.

Este peligro de bucles de retroalimentación existe sobre todo en el Ártico, donde el deshielo del hielo marino reduce la reflexividad de la luz solar hacia el espacio, y el deshielo del permafrost ártico corre el riesgo de liberar enormes cantidades de metano procedente de plantas congeladas en putrefacción. Aunque el metano es mucho menos longevo que el dióxido de carbono, su efecto invernadero es casi 40 veces mayor. Y el Ártico se está calentando a un ritmo casi tres veces superior a la media planetaria.

Por eso resulta tan amargamente indicativo el planteamiento del estamento de seguridad norteamericano sobre el calentamiento del Ártico. Cientos, quizá miles, de documentos, sesiones informativas y artículos se han concentrado en la supuesta amenaza de que el deshielo del Ártico permita a Rusia y China navegar con más barcos por la región.

A esto, la única respuesta sensata ha de ser: ¿Y qué? Rusia y China no pueden invadir Alaska o Canadá a través del Ártico, y el peligro que suponen los misiles nucleares o los bombarderos que sobrevuelan la región existe desde hace más de sesenta años y no se ve afectado en absoluto por el cambio climático. Mientras tanto, estos autores parecen completamente indiferentes a la probabilidad de que el cambio climático en el Ártico ahogue las ciudades estadounidenses, arruine gran parte de la agricultura de los Estados Unidos e inflija graves daños a la vida y la salud de cientos de millones de ciudadanos norteamericanos. 

Estamos sufriendo un caso grave de "élites residuales"; estamentos de poder en política exterior y seguridad que crecieron para hacer frente a un tipo de desafío -en el caso de los Estados Unidos, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría-, pero cuyas estructuras, ideologías e intereses económicos les incapacitan para hacer frente a un conjunto de desafíos totalmente distintos. Podría establecerse un paralelismo con las élites "confucianas" de la China del siglo XIX. Representaban, con diferencia, la tradición de gobierno más antigua y con más éxito de la historia, pero no estaban en absoluto preparadas para afrontar el desafío, completamente nuevo, del capitalismo imperial occidental.

Hay que decir, por supuesto, que esta crítica se aplica tanto o más a las élites de seguridad de otras grandes potencias, incluidos los indios y los chinos, que también se centran en ambiciones y riesgos geopolíticos a expensas de la acción contra el cambio climático. De hecho, se les puede considerar aún más insensatos. Mientras que las sociedades desarrolladas de Occidente podrán durante mucho tiempo resistir o adaptarse a los efectos físicos directos del cambio climático, algunas partes de Asia están mucho más inmediatamente amenazadas. Esto resulta especialmente cierto en el sur de Asia, donde se prevé que incluso un aumento bastante limitado de las temperaturas tenga efectos potencialmente desastrosos en la producción agrícola.

Sin embargo, gran parte del enfoque indio de la COP28 parece consistir en una grandilocuencia diplomática destinada a incrementar el estatus y el prestigio de India, actuando como líder del "Sur Global" en la exigencia de reparaciones y de un gran aumento de la ayuda de los países occidentales para compensar sus emisiones desde la Revolución Industrial. Puede que esto sea justo. Pero pasa por alto que el deber actual de los funcionarios indios es hacer todo lo posible por minimizar los daños a la India, sobre todo reduciendo sus propias emisiones derivadas del carbón, que aumentan vertiginosamente.

La otra cuestión que ejemplifica el sur de Asia es la perspectiva de que el rápido cambio climático haga aumentar radicalmente la migración. Es natural que los comentaristas y analistas occidentales se concentren en la migración ilegal a Europa y América, y tanto en el sufrimiento humano como en los peligros políticos que conlleva. Sin embargo, una de las dos fronteras antiinmigrantes más ferozmente defendidas del mundo es la de India con Bangladesh, una  línea en la que las fuerzas de seguridad indias han matado a tiros a más de 1.100 bangladeshíes en la última década.

La preocupación india por la migración bangladeshí se ha visto amplificada por el hecho de que Bangladesh es uno de los países más superpoblados y más amenazados por el cambio climático y la consiguiente subida del nivel del mar. Además, la migración masiva de bengalíes a la región montañosa circundante ha desencadenado numerosos casos sangrientos de luchas étnicas en el este de India en las últimas décadas y ha contribuido a la hostilidad birmana hacia la minoría rohingya de habla bengalí.

Tras una larga serie de años récord, 2023 será el año más caluroso desde que existen registros. En todos los Estados Unidos se han batido marcas locales de calor. Incendios forestales masivos han devastado zonas del norte de Canadá donde antes eran impensables. Los vecinos de los EE. UU. en América Central, sometidos ya a graves tensiones sociales, económicas, criminales y ecológicas, se enfrentan a un futuro en el que los efectos adicionales del cambio climático harán que sus gobiernos sean completamente incapaces de hacerles frente.

Se trata de amenazas a la sociedad norteamericanas y a los norteamericanos de a pie que empequeñecen cualquier cosa que China y Rusia puedan hacer (salvo una guerra nuclear). Aunque el gobierno de Biden ha declarado retóricamente que el cambio climático es una "amenaza existencial", el estamento de seguridad del país sigue sin reordenar sus prioridades en consonancia con ello. 

Si las élites estadounidenses creen de verdad que los Estados Unidos son la "nación indispensable", deberían sentirse obligadas a hacerlo. Porque si seguimos con un "acuerdo" internacional tras otro que no cumple sus propios objetivos declarados, los historiadores del futuro considerarán que el liderazgo mundial de Estados Unidos fracasó en su prueba más importante.

Sophia Ampgkarian ha contribuido a la investigación de los datos que aparecen en este artículo.

Fuente: Responsible Statecraft, 1 de diciembre de 2023

¿Quién se beneficia realmente de las cumbres del clima?

Filippo Barbera

La Cumbre Mundial de Acción por el Clima que se está celebrando en Dubai supone una valiosa oportunidad para realizar una arqueología del presente, en la que la política climática y la economía se funden hasta hacerse indistinguibles. El programa de la cumbre nos ofrece un mapa de las palabras clave a las que se ha dado prioridad, vinculándolas a los asistentes a la cumbre y a las decisiones tomadas. No es ciertamente un fenómeno nuevo, pero resulta cada vez más evidente que las cumbres sobre asuntos mundiales son escenarios mediáticos.

No son lugares para la toma de decisiones reales, sino espacios para escenificar la presentación de determinadas opciones, cuya naturaleza no depende de las conversaciones que hayan tenido lugar durante esas escasas dos semanas. Escenarios para que una clase dirigente mundial actúe en beneficio de públicos nacionales: votantes, además de aliados y adversarios.

Así, como en cualquier tertulia doméstica, el discurso de la primera ministra Giorgia Meloni sacó a relucir la retórica sobre los "costes de la transición", se manifestó en contra del enfoque "ideológico" (¡!) de la transición, agrupó el gas junto a la "energía limpia" y alabó la "neutralidad tecnológica".

El programa de toda la cumbre está repleto de los mantras de la ecogestión, dominada por palabras como finanzas, comercio, innovación, tecnología. No hay rastro de palabras más incómodas como capitalismo, límites y postcrecimiento. Si nos fijamos en las mesas de discusión, los empresarios son los nuevos héroes del clima: How Entrepreneurs are the Climate Heroes We Need [Cómo los emprendedores son los héroes del clima que precisamos] y "sostenibilidad global" dominan el relato. 

Por supuesto, todo es pro-salud, pro-mujeres, pro-niños y en nombre de la igualdad, pero sin ningún signo de enfoque crítico hacia el modelo de desarrollo. Una opción alejada de las preocupaciones y prioridades cotidianas de las personas para las que la crisis climática exige un replanteamiento profundo del modelo económico.

Una encuesta realizada en 34 países europeos mostró que, por término medio, el 61 % de los encuestados estaban a favor del postcrecimiento. Otra encuesta realizada por la Agencia Alemana de Medio Ambiente reveló que el 88 % por ciento de la gente estaba de acuerdo con la afirmación de que "debemos encontrar formas de vivir bien independientemente del crecimiento económico", y el 77 % con la idea de que "hay límites naturales al crecimiento, y los hemos traspasado". Otra encuesta muestra que el 81 %  de los habitantes del Reino Unido cree que el objetivo principal de los gobiernos debe ser garantizar la "máxima felicidad" de las personas en lugar de la "máxima riqueza". Otra reveló que el 70 % de más de 10.000 personas encuestadas en 29 países de renta alta y media creía que "el consumo excesivo está poniendo en peligro nuestro planeta y nuestra sociedad".

Entre los movimientos climáticos, la opinión más extendida sobre la causa principal de la crisis climática es "un sistema que antepone el beneficio a las personas y al planeta". Por último, el mundo de la investigación se muestra mayoritariamente escéptico ante la idea de que el crecimiento económico pueda ser verdaderamente "verde" sin cambios radicales en el funcionamiento de la economía. A pesar de ello -o tal vez por ello- los mecanismos de acumulación de capital, los escenarios postcrecimiento y la crisis de los ciclos metabólicos de la naturaleza inducida por el capitalismo financiero son los grandes ausentes en Dubai, en cuyo escenario actúan los personajes públicos de la clase política mundial.

Durante el segundo día de la conferencia, los organizadores publicaron una lista con todos los nombres y lugares de trabajo de los participantes en la cumbre. La página digital Heated analizó los datos y descubrió a cientos de representantes del sector de combustibles fósiles, que trabajan activamente para retrasar la adopción de medidas contra la "ebullición global".

Más de veinte países han firmado una declaración para reconocer el papel positivo de la energía nuclear en la acción climática, comprometiéndose a triplicarla para 2050 e incluirla en los préstamos para la financiación del clima.

Entre ellos están los Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Corea del Sur y, por supuesto, los Emiratos. Al mismo tiempo, se ha puesto en marcha el fondo de "pérdidas y daños", creado formalmente hace un año para compensar los desastres climáticos ocurridos en los países más vulnerables, y están llegando los primeros fondos, inaugurados con los 100 millones de dólares de Emiratos, seguidos de Alemania, Reino Unido y Japón. Las razones para sacar adelante el fondo son políticas, tal como escribe Ferdinando Cotugno en X (antes Twitter): Al Jaber necesitaba una victoria para ocultar sus conflictos de interés en la COP28, e identificó el fondo como la forma de alcanzar ese objetivo. ¿Qué tres países fueron los más generosos con su financiación? Italia, Alemania y Francia, tres países que en el último año han cerrado acuerdos de miles de millones de dólares en gas y petróleo con el propio Al Jaber, en su calidad de consejero delegado de ADNOC [Abu Dhabi National Oil Company]. Mientras tanto, el mismo día en que noviembre de 2023 se convierte oficialmente en el noviembre más caluroso jamás registrado, superando en 0,3 grados el récord anterior establecido en 2020, Al Jaber ha declarado que no había datos científicos que apoyaran la necesidad de abandonar por completo los combustibles fósiles.

En cuanto al clima, una vez más, puede esperar.

Fuente: il manifesto global, 7 de diciembre de 2023

 

¿Concluirá la COP28 como el mayor fracaso de la diplomacia climática mundial hasta la fecha?

 
(Catedrático emérito de Economía y miembro del Instituto de Investigación de Economía Política (PERI) de la Universidad de Massachusetts Amherst.)

Las cumbres mundiales sobre el clima rara vez han producido resultados tangibles. Más que nada, han demostrado ser nada menos que plataformas para verborreicas promesas vacías y amplios grupos de presión en favor del sector de combustibles fósiles. La COP28, que se está celebrando actualmente en Dubai, puede muy bien acabar siendo el mayor fracaso hasta la fecha de la diplomacia climática mundial. Aparte del hecho de que esté presidida por el consejero delegado de la petrolera estatal de Emiratos Árabes Unidos, líderes mundiales como Joe Biden y Xi Jinping han decidido saltarse la conferencia.

En esta entrevista realizada por C. J. Polychroniou para la revista digital alternativa Truthout, el destacado economista medioambiental James K. Boyce analiza los principales obstáculos a la acción climática a los que se enfrenta la COP28 y defiende la necesidad de introducir una tarificación mundial del carbono como política esencial hacia la descarbonización. Boyce es catedrático emérito de Economía y miembro del Instituto de Investigación de Economía Política (PERI) de la Universidad de Massachusetts Amherst. Es autor de numerosos libros, entre ellos The Political Economy of the Environment (1972), Economics for People and the Planet: Inequality in the Era of Climate Change(2019) y The Case for Carbon Dividends (2019).

C. J. Polychroniou: El presidente de la COP28 y responsable de los Emiratos Árabes Unidos para el clima, el sultán Al Yaber, afirmó que “no hay ciencia” detrás de las demandas de eliminación progresiva de los combustibles fósiles; además, expresó sus dudas de que exista una hoja de ruta para la eliminación progresiva de los combustibles fósiles que permita un desarrollo sostenible, "a menos que [queramos] devolver el mundo a las cavernas". ¿No es esto ya prueba suficiente de que la COP28 será otro fracaso más de la cumbre mundial sobre el clima? De hecho, ¿por qué iba a aceptar ningún país que se tome en serio la lucha contra la crisis climática una cumbre mundial sobre el clima organizada por un líder mundial del sector del petróleo y el gas y cuyos intereses creados están, por tanto, en un producto que pone en peligro a todo el planeta? Sea como fuere, ¿cuáles son los mayores obstáculos para la acción climática a los que se enfrenta la COP28?

James K. Boyce: Mire, hay una razón por la que estas cosas se llaman negociaciones. Y hay algo que decir acerca de lo que significa llevar la lucha al corazón de la bestia.

Hay gentes poderosas que se benefician enormemente de la extracción de combustibles fósiles. Estamos hablando tanto de grandes corporaciones como de feudos petroleros. Pero la inmensa mayoría de nosotros, y las generaciones venideras, nos beneficiaremos mucho más de su eliminación progresiva. Así que hay intereses contrapuestos en juego, y la cuestión es quién va a prevalecer.

Resulta irónico, por supuesto, que una cumbre sobre el clima se celebre en los Emiratos. Pero el gran obstáculo no es dónde se celebre la cumbre. Lo son los intereses creados en todo el mundo que quieren mantenernos enganchados a los combustibles fósiles todo el tiempo que puedan. Se trata de una alianza transnacional entre personas cuyos compromisos con un lugar concreto son más débiles que lo que les une: la búsqueda del interés propio. El aumento de las temperaturas podría hacer inhabitables los Emiratos en las próximas décadas, pero los multimillonarios pueden comprarse un aterrizaje seguro en un lugar más salubre. Son las personas de todo el mundo más apegadas a los lugares donde viven y trabajan, las que no pueden desplazarse fácilmente, las que corren mayor riesgo.

Es importante darse cuenta de que la crisis climática no es un fenómeno de todo o nada. Ya hemos entrado en una era de crisis, que se intensificará en los próximos años. La verdadera cuestión es cómo de grave va a ser. Y eso depende de lo que hagamos hoy. Nunca hay un punto en el que esté todo perdido, porque siempre puede empeorar. Nada más irresponsable que levantar las manos y decir: "Se acabó la partida".

El director del Fondo Monetario Internacional ha afirmado en la cumbre de la COP28 que la descarbonización no puede llevarse a cabo sin una tarificación del carbono. ¿Podrían las políticas de precios del carbono que incentivan un menor uso de combustibles fósiles hacer lo suficiente para mantener el calentamiento global en 1,5 grados centígrados? Las previsiones indican que los combustibles fósiles -petróleo, carbón y gas natural- seguirán cubriendo la mayor parte de nuestras necesidades energéticas en un futuro previsible. Entonces, ¿hasta qué punto puede ser eficaz un impuesto sobre el carbono a la hora de transformar las vías para alcanzar las emisiones cero?

No ha dicho que la descarbonización no pueda llevarse a cabo sin un impuesto sobre el carbono. Lo que ha dicho es que no será lo suficientemente rápido. Tiene razón, pero sólo en parte: nos hace falta un precio del carbono como parte de una combinación de medidas políticas, pero no cualquier precio del carbono. El precio debe estar vinculado a una trayectoria firme de reducción de emisiones.

Como he escrito en otra parte (aquí mismo, por ejemplo), hay una forma sencilla de hacerlo: cualquier país que se tome en serio la lucha contra el cambio climático podría poner un límite estricto a la cantidad de carbono fósil -carbono incorporado en el petróleo, el gas natural y el carbón- que se permite introducir en su economía. Este límite iría disminuyendo año tras año hasta llegar a cero emisiones netas en una fecha concreta, por ejemplo 2050.

Un límite duro es diferente de un impuesto sobre el carbono. Un impuesto pone precio al carbono y deja que se ajuste la cantidad de emisiones. Un límite duro fija la cantidad y deja que se ajuste el precio de los combustibles fósiles. El precio del carbono que resulta de este límite abre una brecha entre el precio pagado por los usuarios de combustibles fósiles y el precio recibido por los productores de combustibles fósiles. El primero sube al reducirse la oferta de combustibles fósiles, mientras que el segundo baja al contraerse el mercado.

El precio más alto para los consumidores de combustibles fósiles no es un fallo de la política, es una característica: ayuda a desviar las decisiones de consumo e inversión de empresas y particulares del uso de combustibles fósiles hacia combustibles alternativos y la eficiencia energética. Nos guste o no, los precios importan. Y mucho. La mayor parte de la inversión en la economía mundial - unas tres cuartas partes del total - es privada, no pública. Y la inversión privada responde sobre todo a las señales de los precios.

El problema, por supuesto, es que la subida de los precios de los carburantes por sí sola afectaría a los consumidores, incluidas las familias trabajadoras que ya tienen dificultades para llegar a fin de mes. Por esta razón, muchos políticos -incluso los que no reciben dinero de los grupos de presión de los combustibles fósiles- se han mostrado reacios a adoptar cualquier forma de tarificación del carbono. Pero también hay una forma sencilla de resolver este problema.

Primero, subastar los permisos para introducir carbono fósil en la economía. No los regalemos, como suele hacerse en los sistemas de "tope y trueque". Para los proveedores de combustibles fósiles, el precio del permiso se convierte en parte del coste de hacer negocios. Se traslada a los consumidores finales en los precios de los bienes y servicios en proporción a la cantidad de carbono fósil utilizado en su producción y distribución.

En segundo lugar, devolver directamente a los ciudadanos la mayor parte o la totalidad del dinero de la venta de permisos en forma de dividendos iguales para todos los habitantes del país. Los hogares con rentas bajas, que consumen menos carbono que la media por la sencilla razón de que no tienen mucho poder adquisitivo, recuperan más de lo que pagan en precios más altos. Los hogares ricos pagan más de lo que recuperan. La clase media más o menos se salva, pero la mayoría de ellos también salen ganando, porque los dividendos se ven incrementados por la enorme huella de carbono de los ricos. Así que la mayoría de la gente se beneficia de esta política en términos de bolsillo, sin contar los beneficios de un clima más estable y un aire más limpio. No es una quimera. Canadá ya cuenta con una política de dividendos del carbono; la llaman Pago de Incentivo a la Acción Climática. El sistema canadiense no se materializó de la noche a la mañana; fue el producto de un activismo de base, una cuidadosa preparación y un liderazgo político comprometido. En los Estados Unidos, el senador Chris Van Hollen (demócrata por el estado de Maryland) ha presentado una ley  histórica que impondría un límite estricto a las emisiones de carbono y devolvería el dinero de las subastas de permisos en forma de dividendos, junto con una garantía de justicia ambiental que obligue a reducir la contaminación atmosférica en las comunidades más sobrecargadas.

Algunos sostienen que la compensación del carbono es más eficaz que la tarificación del carbono. ¿Pueden las compensaciones de carbono tener un impacto significativo en las emisiones mundiales de carbono? 

Las compensaciones permiten a los contaminadores seguir contaminando si pagan por cosas que supuestamente compensan sus emisiones, como plantar árboles. Los esfuerzos para aumentar el secuestro de carbono -en suelos y bosques, por ejemplo- también serán una parte importante de la solución climática. Pero las compensaciones son una forma profundamente errónea de promover este objetivo por tres razones: es difícil verificar que las actividades de compensación se producen realmente; cuando se verifican, es difícil saber si se suman a lo que habría ocurrido sin las compensaciones; e incluso cuando se verifican y son adicionales, es imposible saber cuánto tiempo van a durar. Por estas razones, el secuestro de carbono debe promoverse al margen de la reducción de emisiones, no como substituto de ésta.

¿Qué hay del argumento de que la tarificación del carbono, con su énfasis en "mercado frente a regulación", enmarca la cuestión del cambio climático como un fallo del mercado en lugar de un fallo fundamental del sistema que requiere, a su vez, una transformación sistemática? 

Se trata de una falsa dicotomía. Hay muchas normativas que afectan a los precios. La política que he esbozado es un ejemplo: Regula la cantidad de carbono fósil que entra en la economía, y esto afecta al precio de los combustibles fósiles. Los precios y las regulaciones son elementos básicos de los sistemas económicos. Y cualquier política que despoje a las economías de los combustibles fósiles es una transformación sistemática bastante grande.

Existen unos 70 enfoques diferentes de tarificación del carbono en todo el mundo, pero el establecimiento de un sistema mundial de tarificación del carbono no parece contar con mucho apoyo entre los políticos. De hecho, Estados Unidos ni siquiera tiene un impuesto sobre el carbono a nivel nacional. ¿Qué probabilidades hay de que los líderes mundiales acepten la propuesta de establecer un sistema mundial de fijación de precios en la COP28 o en un futuro próximo?

Lo que propongo aquí es un límite estricto a la cantidad de carbono que puede entrar en la economía, cuyo efecto secundario sea un precio del carbono que surja de las subastas de permisos. Junto a ello, podría haber un impuesto sobre el carbono que actuase como precio mínimo en las subastas de permisos, proporcionando la certeza de que el precio mínimo aumentará con el tiempo.

Esto no requiere un acuerdo sobre un sistema de precios global. Es algo que los países pueden adoptar de forma independiente. No tenemos un gobierno mundial que pueda implantar un límite o impuesto mundial sobre el carbono. Tenemos gobiernos nacionales. La clave estriba en elaborar una política que pueda ganarse el apoyo duradero de la población del país, independientemente de lo que hagan otros países. La política que he esbozado hace exactamente eso: la mayoría, incluidos los trabajadores, sale ganando, tanto desde el punto de vista económico como medioambiental. En lugar de supeditar las políticas nacionales a un acuerdo internacional, cada país puede seguir adelante y motivar a otros para que hagan lo mismo.

Usted fue uno de los primeros economistas en abordar la economía política del medio ambiente, antes incluso de que el cambio climático ocupara un lugar destacado en la agenda política internacional. ¿Ha cambiado de forma significativa la dinámica de la degradación medioambiental desde que empezó a investigar y escribir sobre el problema? 

El meollo de la cuestión es que las grandes desigualdades de riqueza y poder permiten a los de arriba beneficiarse de actividades que dañan el medio ambiente a la vez que trasladan los costes a los demás. Por esta razón, los esfuerzos para proteger el medio ambiente deben ir de la mano de los esfuerzos para construir sociedades más justas y equitativas. La oligarquía es enemiga del medio ambiente.

A este respecto, yo diría que no ha cambiado la dinámica de la degradación medioambiental. Lo que ha cambiado es la medida en que la gente entiende el problema. Cuando empecé a trabajar en esto, existía la opinión generalizada de que la desigualdad tenía poco o nada que ver con el medio ambiente. De hecho, algunos afirmaban que los pobres eran los principales impulsores de la destrucción medioambiental, y que los ricos serían nuestros salvadores iluminados. Era mentira entonces, y lo sigue siendo hoy. Lo que ha cambiado es que hay menos gente que se lo crea. El movimiento por la justicia medioambiental ayudó a abrir el camino. Hoy hay cada vez más gente que va atando cabos. 

Fuente: Truthout, 9 de diciembre de 2023