Cultura | Reseña | 24.FEB.2024
Vivir en línea y otras realidades: o error 404 / Moisés Ramos Rodríguez
“Lo que yo quería, en realidad, era vivir todas las vidas posibles, y la vida de escritora parecía la más inclusiva”, nos recuerda Concepción Zayas que escribió Susan Sontang.
Y ella, Concepción Zayas, además de seguir esa premisa de Sontang ¿por qué escribe? Estoy seguro que lo hace por tres razones: para contar una vida que tuvo, una que vive, o una que podría vivir.
Pero ¿qué es lo que importa cuando lo escribe? Qué lo creamos, sea cual sea la razón por la que lo hace.
Así lo he recordado a realizar la lectura de su Am@r en línea y otras realidades.
Lo que he leído lo he creído. E inicio por “No es muy seria en sus cosas”, esa historia donde una mujer divorciada y con dos hijos, olvidando y recordando una vida pasada entra en una alterna —aparte de la ya de por sí alteridad que representan sus estudios sobre místicos— a vivir lo que le han contado: ella es “tan intensa” como lo repite varias veces a lo largo del texto, que si bien puede rechazar una propuesta, cuando la acepta, sigue hasta el final. Y eso puede implicar sumergirse en una profundidad insospechada.
La historia contada por Zayas me ha hecho preguntar: ¿qué se puede transmitir a través de las palabras? ¿Qué se puede transmitir a través de imágenes? ¿Qué, a través de la pantalla de un teléfono móvil?
Una mirada, un apretón de manos, un abrazo, o un semiabrazo o contacto por compromiso, transmite más de lo que dicen quienes lo intercambian. Que los ojos siguen siendo las ventanas del alma—como afirmó con plena razón el Dr. Pero Grullo— lo sabe cualquiera que haga contacto visual —contacto, es decir, unión— con cualesquiera otra persona o cualquier otro animal: ello dice e informa más de lo que un libro en varios volúmenes podría decirnos sobre cada uno de los intercambiadores.
Después, está el apretón de manos: ¿qué hay ahí? ¿qué nos deja una mano flácida, húmeda, firme, temblorosa, huidiza, inane, tibia, fría o cálida? Quien toca otra mano al saludar no puede salir indemne: se lleva consigo “algo”, un “algo” que “sabe” pero no siempre, ni en el primer momento, puede “traducir”, aunque si reacciona a ello: se sobresalta, se aleja, se acerca más, siente miedo, alegría, empatía…
Cuando las personas se abrazan comparten de otra forma, no creo que más o menos de lo que han hecho al mirarse, o al estrecharse las manos. Simplemente de forma distinta. Por ello algunos seres humanos confiesan que necesitan un abrazo, que lo quieren, que darían su reino por un abrazo real. Claro, no son muchos —sobre todo varones, que no mujeres, en mi opinión— quienes aceptan su vulnerabilidad y lo expresan.
¿Qué se transmite a través de un teléfono móvil? En la antigüedad, y hoy sigue sucediendo un poco, la gente se quedaba “pegada” al teléfono (que era más bien pegarse el auricular a la oreja), porque el aparatejo plástico le traía, la más de las veces, sensaciones insustituibles y que, a su vez, suplantaban el contacto visual y físico: el que produce la voz de quienes conocemos, extrañamos, amamos o añoramos o escuchamos a pesar de la distancia.
Pero llegó la cultura visual y su predominio. Miles de imágenes al día vistas por un solo humano. Un mundo de alucinaciones constantes.
Y el teléfono móvil actual es la herramienta primordial de difusión de ese mundo de alucinaciones: nos ayuda a recibir o enviar calcomanías que, supuestamente sustituyen nuestros estados de ánimo, saludos o intenciones. Textos pre escritos, pre parados por la máquina para responder, o que completa tan pronto iniciamos una redacción: sin sintaxis, en algo lejanamente parecido a su idioma materno y paterno, el usuario del teléfono actual responde apresurado y, a veces sólo por compromiso. En otros casos, lo sabemos, está la opción de hacerse literalmente de la vista gorda y no sólo dejar el mensaje en “visto”, sino usar la parte de la aplicación que indica que el usuario “no sabe / no contestó”, es decir, que no deja saber al otro que ha recibido y visto, y hasta tal vez leído, lo recibido.
Ridículo intento ese último, pues todo sistema de conversación telefónica escrita, nos permite saber que el destinatario recibió, vio y tal vez leyó lo enviado.
Más el artilugio smart (inteligente, dicen los que saben, o parece que saben), mantiene la posibilidad de comunicación a través de la voz; y de la imagen en vivo y en directo; o ambas opciones, grabadas.
Así que, seres humanos, al fin y al cabo, más allá de las calcomanías—de contenido gracioso o ridículo, no importa—; más allá de las auténticamente “frases hechas” por el aparato transmisor, todavía podemos llegar a retorcernos al escuchar una voz humana. Y qué decir de las sensaciones que se tienen cuando se ve un rostro, o la figura completa de una persona añorada, amada, extrañada, pero lejana.
Si a todo lo anterior le agregamos algunos ingredientes como pasión, amor, obsesión, dependencia, costumbre, rutina y otras realidades, tendremos un cuento de Concepción Zayas. Y es ahí donde inicia lo interesante.
Claro está que aquí, en el libro de Zayas, sobre todo en los dos primeros relatos (en las dos primeras partes del libro) predomina la comunicación virtual, llamada en línea, es decir conectada o disponible.
En cuanto a virtual, me gusta, y cito, la definición que da el Diccionario de la Real Academia Española: “Que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente, frecuentemente en oposición a efectivo o real.” (Subrayado en el original.)
Así, tenemos que Concepción Zayas nos remite, en sus dos primeros relatos a una vida “Que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente, frecuentemente en oposición a efectiva o real”; una vida conectada o, mejor, disponible a través del teléfono móvil.
Por supuesto, por respeto a quienes no han leído el libro y lo van a hacer, no contaré la anécdota, o a las anécdotas de los cuentos de Concepción. Sólo he de decir que se hunde en lo más variado de esa experiencia que es la comunicación telefónica actual. Y la protagonista habla de amor y de pasión. Y hasta de mística, pero eso lo deberá descubrir el lector.
Lo que tengo para mí es que Concepción ha salido bien librada de esa aventura amorosa, convertida en literaria, que nos cuenta en “No es muy seria en sus cosas”. El ritmo, las imágenes, los recursos literarios utilizados la han llevado a buen puerto. Así que el lector puede continuar su viaje y seguir con “De su misterio”, para concluir con “El fuego”.
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Pero hay dos cosas que me han llamado la atención: conectado o disponible: desconectado o no disponible.
Y virtual.
“Tiene la virtud de producir un efecto, aunque no lo produce de presente”, opuesto a “efectivo o real”, es lo que ofrece Zayas en su libro. Pero, bien visto, eso es lo que hace toda buena literatura. Claro está que en el libro de la autora poblana el efecto contado es doble: lo viven los protagonistas al estar conectados o disponibles (on line, en línea) y el lector al leer.
Así, lo que nos cuenta Zayas pudo o no haberlo vivido la protagonista de los dos primeros relatos, no importa, el asunto es “produce el efecto de lo presente” y hace que el lector se conecte, esté en línea.
Y eso parece cosa de la modernidad, cosa de ahora. Mas se asemeja —aunque quizá sea un poco forzada mi comparación— a algo bien sabido por Zayas: el dexamiento, o “dejarse al amor de Dios”, una práctica que ella estudió hasta publicar un libro: Ana de Zayas: escritora y maestra de espíritu. Heterodoxia y neoplatonismo en una seglar de la Puebla de los Ángeles (siglo XVII).
Las protagonistas de los tres relatos de Zayas en el libro que comentamos hoy, que no son otra que una misma, una sola, son alumbradas, o debo decir: es una alumbrada que, como lo haría Ana de Zayas, la “maestra de espíritu” retratada por Concepción, se entregan al dexamiento y nos cuenta qué encontró ahí.
Lo relatado por Concepción Zayas, hace sólo unos años, habría cabido no sólo dentro de la literatura fantástica, sino de la producida por alucinógenos. Es decir, podría ser considerado sólo alucinaciones, bien o mal escritas.
Mas después de los libros de los maestros de la literatura fantástica, y de Pedro Páramo, donde no hay alucinaciones, sino un ir y venir entre el mundo de los vivos y de los muertos, lo escrito por Zayas no puede ser considerado una alucinación ni una fantasía, sino el periplo por mundos que antes estaban reservados a los místicos, a los chamanes o a poetas que había acordado hacer “un ordenado desarreglo de los sentidos” (Rimbaud).
Quizá una de las consideraciones que menos se hace a la literatura fantástica de, por ejemplo, el austriaco Gustav Meyrink es que el autor ha podido ingresar a un mundo vedado a sus contemporáneos —y a otros mortales, comunes y corrientes, antes y después— a no ser que fueran, insisto, chamanes, místicos… o alcohólicos. ¿cierto Edgar?
Meyrink, famoso por su novela El Gólem, es en sus cuentos y otros libros, donde detalla, por ejemplo, que la historia de la humanidad que conocemos, convive con otra, secreta —a la mayoría, permitida a unos cuantos, como él—, regulada por ciclos inmutables. Y ello, nos relata, tiene sus consecuencias.
Gustav Meyrink no era chamán, ni alcohólico que sufriera de delirium tremens como el bostoniano Poe, ni era como el de Sayula, quien aseguraba escuchar una “voz profunda y oscura”; pero sí era un estudioso —alerta, Concepción Zayas— de ciertos místicos judíos, de tratadistas, de alquimistas y poderosos transmutadores que dieron pie a diversas leyendas. Pero, y he aquí lo importante, resulta que esas leyendas estaban basadas en historias verídicas. Sólo que, al haber sucedido, acaecido o transcurrido en otras realidades —¿cierto Zayas?— no podían ser “verificadas” pero eran, son y serán leídas y escuchadas con atención.
Un solo ejemplo: la historia de Fausto, relatada por Johann Wolfgang von Goethe, se daba por cierta a nivel popular un par de siglos antes de que el alemán la escribiera, como se daba por cierta la charla de vivos con muertos que retrata Shakespeare.
Hasta donde sé, Concepción Zayas no es alcohólica, y si lo es no sé si sufre de delirium tremens, esa capacidad que tiene quienes cesan repentinamente y de tajo la ingesta de alcohol, para ingresar a mundos y realidades que sólo ellos pueden ver, sentir, gozar o padecer.
También hasta donde tengo noticias, Zayas no es feliz consumidora de enteógenos—hasta no hace mucho llamados alucinógenos, como todavía les llaman algunos desinformados— como el híkuri wixarika, “el pequeño que brota” mazateco, o la liana sagrada ayahuasca, por nombrar sólo unos ejemplares.
Tal vez mi ignorancia es alta y Zayas sí padeció, o padece delirium tremens. O tiene ingestas regulares de enteógenos —“Dios en nosotros”— y de ahí la procedencia de los relatos que nos entrega. No lo sé.
Pero sí sé que sueña, porque es una mujer viva, sana, con funciones de actividad y descanso normales y porque, si no soñara, no podría vivir, que es lo que sucede a todos ser humano, según los estudios científicos más serios.
Sí sé que Zayas ha tenido acercamientos continuos, regulares, impenitentes al conocimiento de la mística —sobre todo católica—y sus alcances y consecuencias. Basta leer los tres relatos de este libro que nos reúne—o el libro de un solo relato fraccionado en tres—publicado por Altres Costa-Amic el pasado año 2023.
Quise tomar como simple literatura lo que Zayas nos entrega en este flamante volumen (como se hizo, en su tiempo y aún ahora con el Fausto, de Goethe), pero no pude. Chamanes, alcohólicos y místicos —entre otros— dan fe de que lo relatado por Concepción Zayas —si bien ficcionado— es real, sucedió, está sucediendo, o podría suceder.
Las actividades amorosas de la amada que busca a su amado —Teresa de Ávila, Juan de la Cruz—es harto conocida entre nosotros, al menos entre los católicos. Sólo que la de Ávila o su compatriota lo hace con base en su educación y en su siglo: no aluden a estudios neoplatónicos ni a artilugios smart, ni hablan de chamanes, nahuales o de consumo de enteógenos porque eso no fue su siglo. Zayas hace esto último porque es una casi nativa digital y vive en el auge del neochamanismo y el consumo de las mal llamadas “plantas sagradas”. Le tocó una época de confinamiento forzado y es un alma que busca a su amado.
Claro está que la historia vampírica de “El fuego” y otras señales de la misma trama en los dos relatos —o fragmentos— anteriores de Am@r en línea y otras realidades, la emparentan con los mejores relatores alemanes de ficción fantástica, con Goethe, Meyrink, con Bram Stoker y la cauda —en inglés, en español y en algunas otras lenguas— que les ha seguido.
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Por lo anterior, cito lo escrito por Zayas en la página 60 del libro que nos congrega, que es su confesión o arte poética:
Las ideas que tengo sobre la realidad han sido configuradas por mis lecturas. Carezco de la arrogancia que, generalmente, los académicos tienen contra sus personajes. Tesis de doctorados, y ganarse la vida en la universidad gracias a esos estudios, no basta para que un filólogo o historiador deje de ver con desprecio, o llame locura, aquello que no comprende. Pero mi naturaleza se identifica con los visionarios, los locos, los procesados o inmortalizados en lumbre por la Inquisición. Me recuerdan, incluso me gritan, que no estaban equivocados.
Y medito sobre la relación de Zayas con lo real, que lleva al lector a pensar ¿qué es lo real? ¿a qué se refiere la narradora cuando habla de lo real? Sobre todo, si el primer epígrafe que usa para abrir la narración son las palabras de Segismundo Freud: “Un sueño es un despertar que comienza.”
Y así comienza esta historia, con sueños reales —en otros ámbitos, pero reales— y realidades oníricas que darían para nuevos El castillo interior o Las Moradas a la sonriente Teresa de Ávila. Sólo me referiré a algunos de los elementos que utiliza la autora: para comenzar, las autorreferencias me han hecho pensar que los tres cuentos presentados no son tales, sino tres fragmentos de una novela que, por su extensión y su formato, es una novelletta, una novela corta.
Si bien “De su misterio” puede leerse como un texto independiente, en el orden en que está en el libro, o por sí mismo, al principio o al final, como decida el lector, quien ha leído “No es muy seria en sus cosas” irá atando cabos, porque Yohualichan, el lugar de la noche, el yolixpa y la sanación que la narradora ha experimentado en esa primera narración, se citan en la segunda, y son tan precisas las citas que quien lee, puede poner el nombre de Gavin —protagonista— en el momento adecuado.
Para la consideración de que hablamos de una novela corta, poco importa aquí la trama del segundo cuento: es el encabalgamiento de ambas primeras historias lo que nos guía.
Encontramos aquí nuevamente el asunto de las comunicaciones, pero además de las digitales a través de los teléfonos móviles, encontramos también las de los sueños, que nos llevan a un sueño dentro de otro sueño, a un cuento dentro de otro cuento, a una vida dentro de otra vida: a otras realidades, asequibles sólo ¿a quién…? A místicas modernas.
Por ello también es comprensible que la autora haya elegido las palabras de un poeta para su segundo epígrafe, para apoyarse aún más en su relato: ¿qué es lo real? Pessoa el lusitano responde: “Si los hombres supieran meditar en el misterio de la vida, si supieran sentir las mil complejidades que espían el alma en cada pormenor de cada acción…”
El uso literario del lenguaje de Zayas tenía que ser congruente con sus historias y, por ello nos encontramos con “Esa sensación de cuando se mueven las cosas debajo del agua, o los distantes espejismos provocados por el calor. Así Drácula me hizo revivir el mundo que por las noches atravesaba con Carlos el desconocido, el íntimo, ¿Acaso existe algo más íntimo que un sueño?” (p. 95)
Así atravesamos por estas páginas: como cuando el mundo se mueve debajo del agua, vemos lo más íntimo —y no me refiero a las acciones, por ejemplo, sexuales de los protagonistas—y encontramos otra Historia que, como afirma Meyrink es paralela a la nuestra; y por ello, tiene sus consecuencias, distintas a las que esperaríamos aquí, en el plano conocido (y acordado) por todos.
Zayas ha recordado un camino que conoció al adentrarse en la vida de los místicos. Un padecedor (como diría Pessoa) de delirium tremens, un mar’a’kame wixárika, o una hablante de la lengua de Dios —María Sabina Magdalena García, mujer espíritu, verbi gratia— dialogarían gustosos con Concepción, comprenderían —no entenderían— sus historias y la tendrían, a ella, entre los suyos.
“Siempre lo digo, tanta lectura me ha afectado la cabeza, es la gran enseñanza del Quijote. Yo llevo tatuado a Pessoa, ver en todo algo más allá.” (p. 97), vuelve a confesar Concepción Zayas: tanta lectura sí que afecta la cabeza. Que el poeta, como el Persona lusitana puede “ver en todo algo más allá”, también es cierto: ella, ante tanta lectura, y para ver más allá se ha entregado al dexamiento, o “dejarse al amor de Dios” o de su dios o sus dioses. Y nos lo ha compartido.
PD: Sólo quiero hacer una mención especial para finalizar: me da gusto que sea la editorial Costa-Amic (aquí Altres Costa-Amic Editores) la que haya dado a la imprenta el libro de Zayas el pasado año 2023. Que una editorial de prosapia, de antigüedad estimable y con una historia que deberá ser recogida pronto para ser conocida en su totalidad, sea la acogedora de la narradora, es altamente agradecible.