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27 Julio 2024, Puebla, México.

Los discursos en un recetario de comida: nacionalismo vs. violencia

Estilo /Cultura /Sociedad civil organizada | Ensayo | 1.MAY.2024

Los discursos en un recetario de comida: nacionalismo vs. violencia

Reflexiones sobre los recetarios para la memoria de las mujeres

Un recetario siempre está cargado de discursos. Nada en un libro de cocina es superficial, gratuito o inocente. Su estudio es como una brújula, una cápsula en el tiempo que nos ayuda a identificar métodos de arraigo alimentario y entender comportamientos culturales. La alimentación es uno de los ámbitos que mejor permite entender cómo funciona ─y se transforma─ una sociedad. Por ejemplo, los primeros recetarios en México fueron hechos con un propósito de nacionalismo en un momento de Independencia. Casi dos siglos después, los libros de cocina son hechos para documentar actos de violencia extrema como genocidios en campos de concentración, formas de alimentación durante la inquisición española y posguerra; dominio de territorio ambiental, desplazamiento forzado, desaparición forzada y violencia de género. Por el momento, a este texto le interesan estos dos últimos temas.

Los recetarios

La historia del recetario es tan antigua como la propia escritura, pues sus primeros esbozos también tienen como origen la escritura cuneiforme. Su aparición es extensa y dedicaría otro texto, por lo que estas líneas se enfocan en un periodo exacto: la Independencia de México y el primer cuarto del siglo XXI. Durante los siglos XVI y XVII es cuando se empezó a afianzar la escritura de los libros de cocina, en la Nueva España, por lo tanto, las recetas que había en ellos eran de origen francés, italiano, español y alemanas. Es importante tomar en cuenta que la historia no se preocupó lo suficiente por documentar los temas de la alimentación, tal vez por ser un tema tan cotidiano que pasó a ser trivial. Es por ello por lo que, no existen tantos manuscritos dedicados al tema. Sin embargo, el primer recetario impreso en México fue hasta 1831 con El Cocinero Mexicano. Aunque ya existían libros con el nombre “mexicano” en su título, no fueron impresos propiamente en la región, sino en el extranjero. El Cocinero Mexicano, ó mejores recetas para cocinar al estilo americano: y de las más selectas cocinas española, italiana, francesa e inglesa no era un libro sobre recetas mexicanas propiamente, sino sobre todo lo que un cocinero en México debía conocer para guisar y dar gusto a los paladares más elegantes: los europeos.

El Cocinero Mexicano podría fácilmente interpretarse como una “celebración de la rica tradición culinaria de México”. Sin embargo, al examinar de cerca su contenido, se revela una narrativa mucho más compleja. En lugar de ser una recopilación auténtica de recetas mexicanas, el libro está lleno de influencias europeas. Esta cuestión no es simplemente mera preferencia culinaria, sino que tiene raíces más profundas en el colonialismo y la supremacía cultural. En primer lugar,  porque refleja una asimilación de los gustos europeos como estándar de sofisticación y calidad culinaria. En el libro, las recetas europeas son presentadas como superiores, mientras que las recetas propiamente mexicanas son relegadas a un segundo plano. Esa escala culinaria refleja la jerarquía social impuesta por los colonizadores, donde lo europeo era visto como más civilizado y refinado.

Además, las recetas ilustran una dinámica de poder desigual a través de la adopción y promoción de las recetas europeas, las cuales refuerzan una dependencia cultural y económica de México hacia Europa. La cocina mexicana, por tanto, seguía siendo una herramienta de subordinación y asimilación para las cocinas europeas, en lugar de ser una expresión de la identidad mexicana en su totalidad. Es importante reconocer que los editores mexicanos desafiaron esas dinámicas de poder, promoviendo una narrativa culinaria que celebraba la diversidad y autenticidad de las tradiciones culinarias mexicanas, con la aparición del Diccionario de cocina, ó  El Nuevo Cocinero Mexicano en forma de diccionario, en 1845.

 

Sobre la cocina nacionalista

 

La cocina, menciona la investigadora Sarah Bak-Geller, es un espacio de comunidad, pero también de conflictos. En México, la historia de los recetarios de cocina tomó un papel relevante en el siglo XIX, con la aparición de los primeros libros de cocina como El Cocinero Mexicano o colección de las mejores recetas para guisar al estilo mexicano, y el Novísimo arte de cocinar, ambos publicados en 1831. Según la investigadora, el fin de estos materiales estaba encaminado a la creación de proyectos patrióticos que buscaban la construcción de una nación, o de lo que ella denomina “mexicanidad”. Es decir, la creación del estado-nación independiente. Por lo tanto, los primeros recetarios buscaban un fin nacionalista más que cultural. Además, la aparición de estos libros dio origen a un nuevo género literario en América Latina: el recetario de comida.

 

El Cocinero Mejicano consta de tres tomos publicados en 1831, por autor anónimo. Imagen obtenida del Comité Mexicano de memoria del mundo, Unesco.

 

La creación de los primeros recetarios en México fue un proyecto editorial francés que estuvo bajo el encargo de libreros mexicanos, pues el territorio mexicano estuvo fuertemente influenciado por ellos durante el siglo XIX. Lo que se trataba de responder, o demostrar, con los recetarios era “¿cómo se cocina a la mexicana?”. Esto debido a la gran influencia de culturas que había ─y continua─, como la española, árabe, asiática, africana y, por supuesto, prehispánica. Aunque ya existían manuscritos donde había recetas locales, eran privados, pues eran creados con el objetivo de pasarse de generación en generación solo entre las familias, así que no tenían como objetivo la difusión cultural de sus platillos, sino únicamente preservarlos dentro de las casas. Es importante observar los primeros objetivos de El Cocinero Mexicano, pues su creación no estaba encaminada a delimitar lo que “cocina mexicana” quería decir, sino deleitar a los extranjeros. En realidad, solo una pequeña sección al interior de la colección de tres tomos es dedicada a la cocina mexicana hecha a base de maíz, pero era la mínima parte en comparación con el resto de las recetas.

Sarah Bak-Geller, una de las mujeres que más ha estudiado los primeros recetarios en México, menciona que son entonces las editoriales francesas bajo el encargo de un librero mexicano las que ponen la tinta y el papel al servicio de la “cocina mexicana”. Mariano Galván fue ese librero. El Cocinero mexicano (1831), estuvo a cargo de la imprenta Galván, donde también salieron proyectos como el Periquillo Sarniento[1], considerada la primera novela hispanoamericana publicada durante la guerra de Independencia de México, por lo que los editores tuvieron un peso importante en la creación de los recetarios, pues se trataba de auténticos patrióticos preocupados por la nación. Tomando en cuenta que el Himno Nacional se creó en 1854, El Cocinero Mexicano estaba adelantado a la idea de nacionalismo o símbolo patrio. Es importante observar cómo el recetario, desde su título, empezaba a mostrar un interés por hablar de una cocina hecha en un país que acaba de ser libre e independiente.

            Al ser los recetarios un proyecto editorial francés, era normal que la estandarización de las recetas, el nombre de los platillos y el diseño fuera dirigido por ellos mismos, es decir, que los franceses utilizarán gran parte en resaltar platillos europeos sobre la comida mexicana. ─Es curioso que los franceses no tuvieran libros con el título “cocina francesa” antes que México─. Gracias a ello, en los primeros recetarios se pueden leer instrucciones para preparar mousse, canapés, patés, fondues, o manchamanteles, recetas auténticamente francesas que con los años se han impregnado en el repertorio de la cocina mexicana. Lo que se buscaba con la creación de esos repertorios era diferenciar las cocinas de otras. En ese sentido, los libros de cocina buscaban ser originales, independientes de otras culturas; resaltar sus tradiciones y diferenciarse del resto del mundo.[2] Debido a la gran influencia de los franceses en el imaginario de la cocina mexicana y en sus objetivos originales, fue que Mariano Galván interfirió con las recetas. Él, como otros editores, pensaba que la idea de cocina que el Cocinero Mexicano presentaba no era del todo exacta, por lo que aprovecharon para difundir la verdadera comida mexicana hecha a base de maíz y chile. Fue entonces que, en 1845, se creó El nuevo Cocinero mexicano en forma de diccionario, editado por Mariano Galván en su imprenta.

Por otro lado, la aparición de los recetarios en México también resultó ser un ejercicio pedagógico, donde la burguesía interfirió con el objetivo de formar verdaderas amas de casa. Anteriormente, los recetarios eran dedicados a verdaderos expertos en cocina, gente que supiera las técnicas, procedimientos y manejo de los alimentos. Sin embargo, El Novísimo Arte de Cocina, ó escelente colección de las mejores recetas (1831) estaba dirigido a las clases burguesas, quienes buscaba formar “señoritas mexicanas”, lo cual significaba que, si una mujer deseaba ser una buena esposa en el siglo XIX, debía conocer las mejores recetas, cocinar y atender el hogar, la familia y al esposo.

Es interesante ver cómo hay cambios de discurso entre un libro y otro ─con El Cocinero mexicano, que buscaba un fin más patriótico, y este, que era para formar a las auténticas mujeres de sociedad─. El Novísimo Arte de Cocina, ó escelente colección de las mejores recetas permite comprender y estudiar cuestiones de género y jerarquías sociales, además de contribuir implícitamente a formar la identidad social y nacional de ambos sexos: las mujeres dentro de la cocina, y los hombres fuera de ella.  Muchos recetarios son anónimos, otros más fueron creados y escritos por hombres: médicos, cocineros y miembros de la corte e iglesia. Basta recordar que todo tipo de escritura (científica, histórica, literaria) estaba destinada al quehacer masculino, así que no es sorpresa que en el caso de los recetarios sucediera lo mismo, a pesar de que las mujeres sean asociadas cultural e históricamente en los temas de herencia culinaria.

 

Novísimo arte de cocina, ó, Escelente colección de las mejores recetas : para que al menor costo posible, y con la mayor comodidad, pueda guisarse á la española, francesa, italiana e inglesa : sin omitirse cosa alguna de lo hasta aquí́ publicado, para sazonar al estilo de nuestro país se publicó en 1831, dedicado a las señoritas mexicanas. Imagen obtenida de Internet Achieve.

 

Por muchos años, los libros de cocina se encaminaron a sostener y reforzar la identidad nacional que se levantó hace casi doscientos años. El discurso funcionó, pues para el siglo XX la “comida mexicana” ya era parte de la historia cultural y del colectivo patriótico. Eso significaba que para cocinar auténticos platillos mexicanos debían tenerse en cuenta muchos gestos e intuiciones que solo el mexicano conocía. También a mediados del siglo XX fue que iniciaron a crearse las “cocinas regionales”, aquellas que pertenecían a cada grupo cultural de México, porque, aunque la palabra “mexicano” quisiera englobar toda la cocina, en realidad era imposible por las divisiones geográficas que separaban tanto estados como alimentos. Fue así como se empezaron a crear recetarios locales de las distintas cocinas de todo México, pues la comida del sur no tenía nada que ver con la del centro o norte del país.

Las editoriales apostaron todo a los recetarios durante el siglo XX, pues se crearon recetarios de todo tipo y para distintos grupos sociales. Su éxito fue rotundo. Para finales del siglo pasado todas las casas tenían su propia colección de libros de cocina para preparar todo tipo de alimentos, desde comida china, francesa, italiana y, por supuesto, mexicana. Para la segunda mitad del siglo XX el discurso cambió, acercando a la cocina a todas las clases sociales, no solo a la burguesía, como había ocurrido con los primeros recetarios en 1831. Gracias a estudios antropológicos y sociológicos, se ha podido determinar que la comida es mucho más que solo alimento para nutrir el cuerpo, si no que carga con aspectos que atraviesan temas sociales, culturales, de ambiente, políticos y, ahora, de violencia.

 

Recetarios y violencia

 

A estas alturas, pensar en la comida “desinteresadamente es una contradicción y una causa potencial de las más profundas heridas psicológicas”[3]. No es normal relacionar un libro de cocina con temas de violencia, ello porque, el propósito de los recetarios, desde su invención, nunca contempló esos temas dentro de sus contenidos, sin embargo, algunos materiales han permitido observar un quiebre notorio en los discursos. Es bastante precipitado mencionar que existe un gran acervo sobre ellos, pero estos nuevos cúmulos podrían configurar un subgénero en los libros de cocina: los recetarios en contextos de extrema violencia.

 Su existencia, por minúscula que sea en comparación con el recetario tradicional, configura todo un sistema dialéctico que será interesante observar en un futuro. Pensar en esos nuevos libros de cocina irremediablemente me remontan a la idea del “dolor ajeno”, que exploró la escritora Susan Sontag, en su último libro Ante el dolor de los demás, donde discutió cómo los medios de comunicación ─la fotografía─ y la opinión pública, por años, se han encargado de mostrar imágenes atroces dejadas por actos violentos como las guerras sin el mínimo respeto y cuidado.

Sontag reflexionó sobre quiénes veían esas imágenes y qué significados conlleva hacerlo. Al mismo tiempo se cuestionó sobre escribir acerca del dolor ajeno, partiendo del hecho de que las fotografías mostraban estragos de la guerra y muerte sin el mínimo escrutinio, lo que se prestaba para vulnerabilizar y revictimizar. Por medio de una colección de ensayos, Sontag escribe sobre la violencia y la guerra como “lugares comunes” a los que prácticamente estamos acostumbrados. Llegar a ese ensayo y leer las consecuencias que conlleva hablar de un duelo, dolor o un enojo al que no somos partícipes, se revuelven en mi mente y me hacen preguntar si, acaso, ¿los libros de cocina, o recetarios, son medios por los cuales se podría abordar la idea del dolor ajeno?

El Recetario para la memoria lo hizo.  No se trata de un libro que propone un ejercicio pedagógico, sino uno que funciona como testimonio, pues muestra una realidad vigente en México: la desaparición forzada. Mi encuentro con ese libro, publicado por primera vez en julio del 2020, significó una reconfiguración completa sobre lo que yo conocía en relación con los recetarios, porque, por primera vez, había llegado a uno donde su objetivo no era enseñar a cocinar, sino acercar a los lectores a historias de vida y a un contexto político en específico, que es la desaparición. Situado en uno de los estados de mayor concentración de drogas como metanfetamina y cocaína, Sinaloa es el hogar de este recetario.

 La historia de la desaparición en México tiene sus orígenes en los años 50 y hasta finales de siglo, con la llamada Guerra Sucia, que tenía como objetivo desmantelar grupos de oposición política y movimientos armados contra el Estado mexicano. El tema repuntó con la masacre del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, Estado de México, cuando el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz gobernaba el país. Días después del atentado que dejo miles de estudiantes y civiles muertos, la desaparición forzada se volvió una técnica repetitiva por parte del gobierno con tal de desarticular familias, comunidades y civiles que no estaban de acuerdo con las políticas opresoras de los mandos en turno.

            Años después, en 2006, el presidente de la República Felipe Calderón dio origen a la nombrada Guerra contra las Drogas. Lo que se buscaba en esa confrontación era eliminar a los grupos narcotraficantes que operaban en gran parte de México y la frontera. Sinaloa era uno de los principales Estados dedicados a la distribución de marihuana en la mitad de México y casi toda la frontera con Estados Unidos. Con esa guerra las desapariciones forzadas se acentuaron en un afán de terminar con el problema. Sin embargo, muchas son las razones de por qué desaparecen a las personas. En el Recetario para la memoria hay recetas para hijos, esposos, sobrinos, madres y hermanas que fueron desaparecidas en la ciudad de Los Mochis, Sinaloa. Ahí hay de todo: jornaleros, vendedores de discos, ambulantes, oficinistas, amas de casa, músicos.

            Bajo ese contexto de desaparición, técnica de opresión arrastrada desde hace años, en 2014 se creó el grupo Las Rastreadoras del fuerte, en Los Mochis, después de la desaparición de Roberto Corrales. Él tenía 21 años y se dedicaba a vender discos y memorias USB en una gasolinera. Su mamá, Mirna Medina Quiñonez, lo buscó por tres años y lo localizó sin vida el 14 de julio del 2017. Ella recuerda a Roberto con las “Pizzadillas”, que son unas quesadillas con tortillas de harina y carne de res. En el libro se pueden encontrar un total de 27 recetas que van desde las más complejas como “El pozole para Camilo”, o “La carne en su jugo para Eduardo”; hasta las más fáciles como “Los huevos cocidos para Juan Octavio” o “La tortilla de harina con queso para Brian Javier”.

 

 

Pizzadillas para Roberto

 

Estas recetas rompen con el canon de lo recetarios que sobrepusieron la idea de una mexicanidad por encima de todo,  pues en un inicio, los primeros libros de cocina proponían “recetas mexicanas”. Pero, en el Recetario para la memoria no vamos a encontrar una receta como La olla podrida que tanto se ha repetido en incontables recetarios. En específico, el Recetario para la memoria es un compendio gastronómico que funciona como ejercicio de testimonio para recordar a Camilo, o para saber que una de las comidas favoritas de Eduardo era la carne en su jugo, ambos víctimas de desaparición forzada. El recetario fue cocinado por los familiares de las víctimas como ejercicio de recuperación de la memoria. Un libro donde madres cocinan para sus familiares desaparecidos.

 

 

Pero Sinaloa no es el único lugar donde se ejerce la desaparición forzada. Guanajuato está en el centro del país. Desde el siglo pasado sus campos fueron expropiados y se dejaron de cultivar alimentos, además de que no existían programas que ayudaran a la cosecha, por lo que Estados Unidos implementó programas de migración para que todas las personas que necesitaran trabajo y dinero para mantener a sus familias se instalaran en California y ciudades de la frontera para trabajar en campos de cultivos de la zona. A partir de entonces los índices de migración, con o sin documentos desde Guanajuato, se dispararon y los campos se vaciaron de pequeños productores.[4]

            Esa migración dejó como resultado el abandono de muchas hectáreas de terreno donde, más tarde, se instalaron naves industriales, armadoras de autos y grandes maquiladoras, lo que llevó a Guanajuato a convertirse en “una megaciudad industrial y de tránsito de mercancías de exportación.” El resultado de eso fue que las pequeñas rancherías sobrevivientes trabajaran a espaldas de las grandes armadoras. “La tierra se agrietó, y en donde antes salían frutos y hortalizas, comenzaron a cosecharse también cuerpos de personas desaparecidas”. 

 

 

El uso del suelo por los emporios industriales, donde antes se cultivaban alimentos que eran base de todas los platillos en Guanajuato, también llevó a que las cocinas se transformaran. Antes se cocinaba con alimentos que se cosechaban directo del campo, como el frijol, la papa y flores comestibles. Después del abandono de las tierras a causa de la industrialización, las cocinas cambiaron. “Cambió el exterior y cambió el interior”. La falta de alimentos frescos y tiempo para cocinar ha hecho que las mujeres que se dedicaban a sus hogares y creaban platillos familiares, abandonen su espacio privado para salir a buscar a sus familiares. Ellas cocinan ahora para un hijo o un esposo desaparecido. En el recetario hay recetas como las Guacamayas para Óscar. Las guacamayas son un antojito típico de la región que se hace a base de bolillo relleno de chicharrón de puerco, aguacate, cebolla, y una salsa especial de jitomate y chile de árbol. Oscar era conductor de Uber cuando lo desaparecieron, a la edad de 41 años, en el 2018.

 

Guacamayas para Óscar

 

A comparación de los primeros recetarios mexicanos, que estandarizaron los ingredientes para que todos pudieran cocinarlas ─1 kilo de carne, medio litro de jugo de limón, 100 grs de chocolate amargo, por ejemplo─, las recetas en el Recetario para la memoria son narradas por los familiares. Por lo tanto, es normal ver instrucciones como: “los frijoles nada más se cuecen y ya, se fríen en aceite y se machucan”. Sin duda, para alguien que no conoce el lenguaje de las cocineras en México puede resultar difícil comprender a qué se refiere con “machucar”. Ambos recetarios proponen hablar sobre aquello que es difícil nombrar, para traer de vuelta a la memoria, a la presencia, a la mesa, a esas personas que ya no están.

 

 

 

El Recetario para la memoria tiene como objetivo resistir al olvido, alimentar la memoria individual y colectiva. Muchas mujeres han tenido que abandonar sus cocinas y hogares para buscar a los suyos. Otras más lo han hecho como ejercicio de poder, de autorrevelación y como una forma de protesta a favor de sus propios derechos, como en el caso de la violencia de género, un fenómeno complejo arraigado a estructuras sociales, culturales y económicas. En el contexto mexicano, este problema persiste como una preocupación constante, que se manifiesta de diversas formas, como la violencia física, emocional, económica y simbólica contra las mujeres. Uno de los espacios donde se exterioriza este tipo de violencia de manera sutil, pero significativa, es en la cocina.

Tradicionalmente considerada como el lugar por la mujer en muchos hogares mexicanos, ha sido también un espacio de opresión. Aunque la cocina puede ser un lugar de creatividad, tradición y conexión cultural, de igual forma puede ser un espacio donde se perpetúan roles de género desiguales. La asignación cultural de la responsabilidad de cocinar a las mujeres no solo refuerza estereotipos de género, sino que puede llevar a una distribución irregular del trabajo doméstico y, en muchos casos, a situaciones de abuso y control. Los recetarios, como portadores de tradiciones culinarias, también reflejan normas de género. En muchos casos, los recetarios tradicionales mexicanos están escritos desde una perspectiva sesgada, donde el público meta siguen siendo mujeres, pues se sigue asumiendo que son ellas las que deberían ser expertas en las cocinas de hogar.

Abordar la violencia de género en el contexto de la cocina, y los recetarios, requiere un enfoque multifacético que aborde tanto las normas culturales arraigadas como las dinámicas de poder desiguales. Tinta y Comal, por ejemplo, es un recetario escrito por mujeres con el fin de romper esas brechas. Ellas cocinan como acto de resistencia en un espacio cultural al que fueron sometidas por casi toda su vida, lo que ayudó a reformular la concepción de lo que por siglos significó para ellas. Por años, la cocina se ha considerado como un lugar de opresión, y gracias al recetario Tinta y Comal algunas mujeres pudieron narrar historias de violencia generacional. A comparación de los primeros recetarios que iban dedicados a las “señoritas mexicanas”, en este libro hay subtítulos como Mujeres transformándose, y  “Los recetarios femeninos, un legado de amor”. Los recetarios modernos deberían reflejar una variedad de experiencias culinarias y reconocer que la cocina es un espacio para todas las personas, independientemente de su género.

 Tinta Y Comal aborda historias, acompañadas de recetas, sobre mujeres que vivieron casi toda su vida sometidas a las labores de la cocina, por supuesto ello sin sueldo. Conservaron sus recetas para heredarlas a sus hijas y posteriormente a sus nietas. Para ellas, cocinar no era solo llevar un plato de comida a la mesa, sino un momento de reflexión, de escape a su propia realidad; otras más una forma de proveer y dar amor. Muchas son las razones por las que esas mujeres cocinaron, sirvieron, atendieron y recogieron los platos. En el libro, además de recetas, hay tips para cada guiso. Medidas para su mejor comprensión y una guía fotográfica que ayuda a una mejor preparación. Como los Frijoles de la abuela “Guille”, una receta de frijoles tipo charros. Pero también hay historias de vida sobre algunas mujeres, como el rapto de una mujer: Emilia, de avanzada edad, fue robada por su esposo cuando ella era joven, “ni lo conocía ni lo quería, pero me tuve que casar con él, porque así eran las costumbres”.

 

Receta de libro Tinta y Comal.

 

Es crucial que se recalque la subestimación histórica de las escrituras femeninas, las cuales han sido sistemáticamente marginadas en la tradición historiográfica. Hasta tiempos recientes, esta tradición se ha visto dominada por los intereses masculinos ─quienes, desde tiempos antiguos han sido los encargados de todo tipo de escritura─ despreciando y relegando a un segundo plano los relatos y perspectivas de las mujeres. Con frecuencia, todo el contenido e interés femenino fue desestimado, lo que permitió que muchos de sus escritos fueran censurados, incluidos aquellos relacionados con la alimentación. Es normal que por ello se hayan perdido tantos manuscritos privados, olvidados incluso en sus propios hogares. Es esencial reconocer este sesgo de género y dar voz a estas narrativas subrepresentadas para obtener una comprensión más completa y equitativa de la historia.

 

La escritora mexicana Cristina Rivera Garza preguntó ¿cuáles son los diálogos estéticos y éticos a los que nos avienta el hecho de escribir, literalmente, rodeados de muertos? La pregunta es filosa, trasladándola a los libros de cocina, el género ha ganado terreno precisamente por su enfoque político, pues como ejercicio de escritura vale la pena recordar que la historia siempre está retratada desde el poder. Rivera Garza cuestiona los límites de la escritura desde la idea de que no debiera escribirse solo porque sí. Estamos en un siglo donde la escritura no solo conlleva fines estéticos, sino éticos, donde la narrativa sobre lo que se cuenta sí es importante.

 

 

 

[1] Solares, Laura, “La aventura editorial de Mariano Galván Rivera. Un empresario del siglo XIX” (2003)

[2] Bak-Geller Corona, Sarah “Narrativas deleitosas de la nación. Los primeros libros de cocina en México (1830-1890) ” (2013)

 

[3] Campos Salvaterra, Valeria “Pensar/Comer, una aproximación filosófica a la alimentación”. Herder Editorial, Chile (2023)

 

[4] Rea, Daniela “Recetario para la memoria Guanajuato”, (2021)