SUSCRIBETE

23 Junio 2024, Puebla, México.

1976: el Carolino bajo asedio: (Tercera parte) / Ricardo Moreno Botello

Universidades /Sociedad | Crónica | 15.JUN.2024

1976: el Carolino bajo asedio: (Tercera parte) / Ricardo Moreno Botello

La izquierda y el engaño echeverrista

III (Último)

Con el paso de las horas, el asalto al Carolino del 27 de abril de 1976 por parte de la banda armada del FEP-PST se fue consolidando, tanto en lo referente al control del edificio, mediante una estrategia debidamente planificada y asesorada por un presunto militar, como en el sometimiento de las personas que se encontraban en el inmueble, particularmente de quienes los asaltantes identificaban como miembros de la administración o seguidores de la rectoría y en consecuencia sus enemigos. Eso ocurrió, por ejemplo, con Edmundo Perroni Rocha, director de la Preparatoria Popular “Emiliano Zapata” y de la secretaria académica, Lilia Alarcón; así mismo, con el tesorero general de la UAP, Rafael Bautista Ramos y otras personas más. 
Afortunadamente, la información de emergencia generada por el movimiento evitó que el Ing. Rivera Terrazas estuviera en sus oficinas de rectoría al momento del ataque. En cambio, el Sr. Agustín Zárate, conserje de la institución y responsable de la seguridad, no pudo frenar el asalto ni escapar del inmueble por lo que después de los iniciales y fracasados intentos de detener a los invasores debió asegurar su propia existencia escondiéndose en alguno de los muchos recovecos del edificio para no ser detenido por los chicos del FEP y caer en manos de los principales cabecillas del asalto.
Se supo después que Agustín Zárate (a) “La Totola”, un hombre corpulento, de buen comer y muy sociable –originario de Tecamachalco como toda su amplia estirpe–, se refugió en un tapanco de la imprenta universitaria donde permaneció más de 24 horas bajo paquetes de papel y pliegos de cartulina, y casi sin resollar para no llamar la atención de los rondines de vigilancia de los asaltantes. Cuando vió posibilidades, Agustín sacó energía y determinación y se intentó descolgar de uno de los balcones que miraban para la Av. Maximino Ávila Camacho, ayudado por una improvisada cuerda que desafortunadamente cedió ante su pesada anatomía. No pasó a mayores, simplemente que el descenso del señor intendente fue más rápido de lo previsto, con las consecuentes fracturas del costillar. 
Mientras tanto, en otros ámbitos del mundo universitario políticamente activo, se debatían estrategias para “recuperar” físicamente lo irrecuperable: el Fuerte de los Carolinos. Se escucharon como siempre desde las más encendidas arengas que planteaban un enfrentamiento directo para retomarlo, utilizando como bases de ataque los edificios aledaños y desplegando acciones directas contra los francotiradores apostados en el Carolino. La idea misma, sin embargo, parecía más suicida que eficiente. No obstante, esta perspectiva de contraataque se mantuvo en el ánimo de algunos militantes, cercanos al PC que permanecían reunidos en la llamada Casa del Pueblo; hasta que de lo alto de los balcones del Carolino se hicieron disparos de armas largas hiriendo gravemente a uno de los dirigentes comunistas, quien salió en camilla, heroico, con los intestinos destrozados y el puño en alto, lanzando vivas al comunismo.
Estos últimos acontecimientos, aunados al temor por los rehenes que el FEP mantenía dentro del Carolino, llevaron a una reorganización logística del movimiento universitario y a definiciones políticas precisas para presionar a las autoridades estatales, encabezadas por el Dr. Alfredo Toxqui Fernández de Lara, a velar por la integridad de los compañeros secuestrados y hacerse cargo de la devolución del Carolino a los legítimos directivos de la institución. De manera inteligente, el rectorado de Rivera Terrazas decidió no exponer a ningún universitario en hechos violentos y dejar a la autoridad que asumiera, como era su responsabilidad, el desalojo de los fascinerosos. 
Mientras tanto, para rescatar a una centena de estudiantes, profesores y directivos que se encontraban en el Edificio de San Jerónimo, entre otros a Alfonso Vélez Pliego director de FyL y Luis Ortega Morales dirigente del STAUAP, así como a Rafael Peña y Aguirre y otros líderes trostkistas, se realizó un ardid para su salida del edificio, mediante el apoyo de la Cruz Roja y cubriendo a cada una de las personas para evitar que fueran identificadas y agredidas por los francotiradores apostados en los balcones del Carolino frente a la puerta de San Jerónimo. 
En esa larga fila de universitarios ocultos bajo sábanas y cobijas del HUP, salíamos presurosos y con las angustias del escape Angélica, Rosa Blanca y yo. Al salir del edificio de FyL Rosita, con lágrimas en los ojos, se arrojó en los brazos de un preocupadísimo marido que se la había pasado toda la noche intentando ingresar al edificio arañando como gato muros y techos contiguos para salvar a la doncella. Las escenas de reencuentro se reprodujeron por decenas entre las estudiantes y sus familiares, quienes vivieron horas de la más terrible angustia propiciada por los chicos del FEP-PST, gratuitos gatilleros de don Luis Echeverría.
Saliendo de San Jerónimo nos concentramos en las instalaciones del HUP, que se convirtió en la base de operaciones y de las asambleas informativas para los universitarios. Luis Rivera Terrazas, rector, y el Consejo Universitario -sin los consejeros de las escuelas que participaban en la toma del Carolino– acordaron medidas punitivas terminantes contra los promotores del asalto. La expulsión de la UAP de los profesores y estudiantes que decidieron, organizaron y participaron en los hechos criminales. Por su parte, los asaltantes de esa extraña "izquierda echeverrista" se quedaron pronto sin respaldo universitario alguno. Encerrados dentro del Edificio Carolino y de sus propios errores tácticos, fueron incapaces de generar movilizaciones que apoyaran sus acciones, mismas que, por el contrario, se ganaron rápidamente el repudio de la mayoría de los universitarios y la población. 
Una vez que la Universidad tomo sus decisiones respecto a los acontecimientos, faltaba recuperar efectivamente el edificio de las bandas que lo mantenían en su poder, para lo cual se realizó una magna manifestación hacia el Palacio de Gobierno ubicado en la Av. Reforma, donde el rector Luis Rivera Terrazas, con el respaldo de miles de universitarios, exigieron al gobierno estatal la devolución del Edificio Carolino y el castigo a los responsables de los hechos violentos. 
Don Alfredo Toxqui Fernández de Lara, hombre prudente y conciliador, se tuvo que tragar toda clase de improperios que los universitarios le lanzaron desde las calles, haciéndolo responsable indirecto de los acontecimientos del Carolino. Mientras Luis Echeverría, desde los Pinos, dejaba cobardemente en manos del gobierno local el triste papel de lavarle la cara, salvándole de su responsabilidad por armar estos jueguitos perversos contra los Universitarios poblanos, como simple represalia por haber elegido democráticamente a un líder de izquierda como Rivera Terrazas, ajeno a sus maniqueísmos, y pugnar por un proyecto universitario verdaderamente progresista.
La estrategia funcionó. El gobierno estatal debió entenderse con la “banda del rifle”, obligarlos a retirarse del Carolino y salir de Puebla. Finalmente, todos concluyeron sus estudios en otras instituciones que el mismo gobierno federal les facilitó, pero la acción de la justicia por la muerte del jicamero, quedó ahí, como siempre, impune. Como otra deuda intemporal de las agresiones a los universitarios.
Sin embargo, no todo siguió siendo igual en el Edificio Carolino. Su puerta de la 6 sur se selló durante una gran temporada, aislando al tercer patio de los viejos ambientes chaluperos. Las nuevas circunstancias obligaron a que Rosita, Angélica y yo cambiásemos nuestras rutinas de restauración llevándolas a la famosa cantina “La Ranita” de la Plaza de los Sapos, donde se bebían excelentes cockteles (algunos en vasos grandes para chocomilk) como las ricas y reparadoras sangrías, elaboradas con vodka y una coronita de brandy; o bien volviéndonos clientes de la fonda “Los Farolitos”, que nos duró una buena temporada y cuya carta ofrecía los insuperables chilaquiles, los bisteces encebollados, en chile pasilla, las milanesas con papas, las tampiqueñas y hasta el mole de pancita los viernes. En estos lugares alternativos y alguno que otro, pudimos reunirnos nuevamente sin sobresaltos al grito de “¡Una, una, una!” (fin).