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27 Julio 2024, Puebla, México.

1976: el Carolino bajo asedio / Ricardo Moreno Botello

Sociedad /Universidades | Crónica | 2.JUN.2024

1976: el Carolino bajo asedio / Ricardo Moreno Botello

La izquierda y el engaño echeverrista (Primera parte)

 

I

Una mañana del mes de abril de 1976 me encontraba con dos queridas amigas sentado en una banca del tercer patio del edificio Carolino, sede central de la Universidad Autónoma de Puebla. Elegimos un lugar cerca de la puerta que da al callejón de la 6 Norte, el que comienza en el Hospital de San Roque y se prolonga hacia el sur hasta encontrarse con la Plaza de los Sapos.

Recuerdo que muchos universitarios, historiadores, arquitectos y urbanistas siempre habían querido que todo este entorno, al que se agregaba la calle 3 Oriente, en la parte que flanquea el lado sur del Carolino y la Plaza de la Democracia en el frente del mismo edificio, se convirtiera en un barrio universitario en toda forma. 

La idea tenía mucho sentido, pues toda la zona de los alrededores del edificio central de la UAP hervía de universitarios, en virtud de un proceso de popularización y masificación que se vivía desde principios de los años setenta en la institución. Cientos de jóvenes, hombres y cada vez más mujeres, asistían a las aulas del Carolino en las distintas carreras universitarias que allí tenían su sede: Ciencias Económico Administrativas, Economía, Odontología, Físico-Matemáticas, y hasta la recién creada Preparatoria Popular “Emiliano Zapata”, ocupaban el hermoso edificio; mientras los colegios de la Escuela de Filosofía y Letras, que en aquella época incluía Psicología, se posesionó del edificio del antiguo colegio jesuita de San Ildefonso que ya había sido adquirido por la institución.

Así las cosas, la propia vida del estudiantado en los alrededores del edificio central de la Universidad crearon un ambiente bullicioso, camaraderil, apropiado para el reposo y la restauración del cuerpo y el alma, en tanto llegaba la hora de volver a los salones. Inevitablemente las circunstancias hicieron que se multiplicaran los puestos de gorditas, memelas y quesadillas; de tortas, como las de doña Pecos que fueron siempre favoritas por bien hechas y sabrosas; de los molotes tan demandados que llegaron a animar un local junto a Psicología, donde la tendera debió poner un pequeño pizarrón advirtiendo a los estudiantes: “Hoy no fío, mañana sí”; hasta los vendedores de jícamas, pepinos y naranjas, y no se diga los tamaleros del Carolino, que vendían las espectaculares tortas de tamal, por las que se sigue peleando la “appelation d´origine” como contribución de Puebla a la culinaria mundial, claro, siempre acompañadas con su atole de chocolate. 

Pero junto con la proliferación de fritangas y comida rápida y popular para los estudiantes, se diversificaron también en los pasillos universitarios y en las asambleas otras ofertas: las opciones ideológicas que buscaban interesar a los jóvenes por la militancia política, en un abanico de posturas cada vez más dominadas por la izquierda. La izquierda universitaria de la época, encabezada por el Partido Comunista, con todo y sus curiosas divergencias y contradicciones de manual, aglutinaba a fuerzas y movimientos como el trostkismo, el maoísmo, liberales radicales y moderados, y hasta facciones del priísmo y lombardismo. 

Habíanse realizado en ese año de 1975 elecciones universitarias para rector con el triunfo del ingeniero Luis Rivera Terrazas, fundador y director del Instituto de Ciencias de la UAP, sobre el candidato de fuerzas echeverristas, el doctor Enrique Cabrera director de la Escuela de Medicina, agrupadas por el Frente Estudiantil Popular y el Partido Socialista de los Trabajadores (FEP-PST).

El desconocimiento del triunfo de Rivera Terrazas por grupos estudiantiles de medicina, con Gómez Virgen a la cabeza, de la Escuela de Derecho, con los hermanos Piñeiro López y Carlos Talavera Pérez, de algunos profesores y estudiantes de la Escuela de Administración de Empresas y la Preparatoria “Benito Juárez” Diurna, liderados por Alejandro Gallardo Arroyo –quien había sido mi compañero en la Escuela de Economía–, generó una grave tensión en el ambiente universitario poblano. Más aún después de la entrevista que estos grupos inconformes tuvieron con el propio presidente Luis Echeverría, a quien le pidieron su apoyo para “sacar a los comunistas de la UAP”. Al parecer Echeverría, zorro comoera, les manejó a los jóvenes inconformes un respaldo ambiguo, pero suficiente para que, envalentonados, decidieran lanzarse a la insensata aventura de atacar con armas a la Universidad, apoderándose del Edificio Central. 

 

Angélica y Rosa María en una marcha en la ciudad de México en los años setenta.

 

Angélica y Rosa María, mis compañeras, me habían convencido de romper un rato nuestras actividades para comer unas quesadillas, de las que llevan queso de hebra, moronas de chicharrón, flor de calabaza, rajas de jalapeño crudo y hojas de epazote. Así las hacían justamente en ese callejón –al lado de un estacionamiento–, y se aderezaban con alguna salsa verde o roja, según el gusto del cliente. 

Acepté acompañar a estas camaradas, a quienes a esas alturas de la vida estimaba muchísimo, y a las que había conocido en momentos distintos, relacionados con mis actividades docentes en la UAP. A Angélica la conocí como alumna en la Preparatoria “Benito Juárez” Nocturna; recuerdo que asistía a mi curso sobre el Estado. Era una joven callada, simpática, muy interesada con los temas de política y atenta a lo que ocurría en la Universidad y particularmente en el movimiento universitario. Siempre pensé que Angélica sabía mucho más de lo que aparentaba y de lo que hablaba, y el tiempo me lo confirmó: era de una inteligencia y sagacidad de cuidado. Rosa María por su parte, fue también mi alumna en la Escuela de Economía. La conocía con anterioridad como compañera de un militante de izquierda, con ambos hice una gran amistad mucho tiempo. Rosita fue desde joven una mujer muy bonita, solidaria, de gran corazón, y había estado participando en el DF con los grupos de apoyo a los presos políticos de los años sesenta, y contaba por tanto con mucho conocimiento del movimiento de la izquierda mexicana y sus actores. Sabía santo y seña, vida y milagros, de toda una generación de militantes y combatientes revolucionarios. Y no tengan duda de que quienes la conocieron y la conocen tienen un gran aprecio por ella. Con Angélica y Rosa, tuve por tanto una extraordinaria conexión y en su momento les propuse a cada una, por separado, que se incorporaran al Partido Comunista Mexicano, lo cual aceptaron jubilosamente. Estaban preparadas para una intensa militancia progresista y para destacarse posteriormente también como militantes feministas -bajo el influjo de Lagarde Ríos-, promotoras de la cultura y administradoras universitarias.

Pues bien, aquel día de abril de 1976, relajadas y relajado como estábamos y consumiendo las exquisitas quesadillas y memelas, comenzaron a desencadenarse acontecimientos extraños, preocupantes y violentos que nos obligaron a movernos de inmediato, dejando insatisfecho nuestro apetito, para alertar a los responsables del Edificio Carolino y a la dirigencia universitaria sobre lo que veíamos que comenzaba a ocurrir. (Continuará)