Cultura /Universidades /Sociedad | Crónica | 9.JUN.2024
1976: el Carolino bajo asedio: (Segunda parte) / Ricardo Moreno Botello
La izquierda y el engaño echeverrista
La crisis política que vivía la UAP a mediados de la década de los setenta –cuyas expresiones más tóxicas estaban por estallar esa mañana abril de 1976– , tiene como una de sus explicaciones, la más profunda quizás, en la confrontación de dos modelos de institución: El primero, en agonía, correspondía grosso modo a la Universidad tradicional, tal y como se concebía la institución bajo dominio del priísmo en su versión nativa, muy conservadora, alimentada con los valores de la hegemonía avilacamachista. En este modelo prevalecía una misión universitaria estrictamente formativa en antiguas carreras como medicina, derecho, contaduría, ingenierías, arquitectura y administración, y con un profesorado formado por profesionistas liberales que impartían sus cursos con la generosidad de un voluntariado. Es también un modelo de pocas innovaciones académicas y pedagógicas que se recreaba en un ambiente complaciente, donde los asuntos educativos y culturales se quería que funcionaran como en la anécdota del huevo del pelícano, en una reproducción infinita.
En lo referente a la función social, ese modelo universitario seguía defendiendo su papel liberal como soporte del statu quo, pero de un tipo de sociedad anacrónica que a esas alturas del siglo XX sólo existía en las mentes de los Márquez y Toriz o de los Bautista O´Farril, ideólogos decadentes de la derecha poblana, y enfrentados por cierto con el propio gobierno federal. Esa misma función conservadora, priísta, de la universidad, era sostenida por los grupos del Frente Estudiantil Popular que respaldaron la candidatura del Dr. Enrique Cabrera, director de Medicina, si bien con un nuevo ropaje reformista, echeverrista y, ¡oh dios!, “cardenista”, proporcionado por el PST, partido que se convertiría después en el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, PFCRN (“El ferrocarril”).
El segundo modelo universitario en confrontación fue elaborado por un abanico de fuerzas liberales y progresistas con hegemonía del PCM y se denominó “Por una Universidad Democrática, Crítica y Popular”. Sin embargo, más allá de las ideas populares que se condensaban en ese documento, como la apertura de puertas a la universidad, y que escandalizaban a las derechas universitarias agrupadas por el FUA y el Yunque, lo relevante es que este modelo emergente recogía una historia interesante de cambios y avances en materia educativa, científica e institucional que se abrió paso en la UAP a contrapelo del conservadurismo institucional y a golpe de iniciativas académicas particulares y movilizaciones universitarias desde mediados de siglo. En efecto, la creación de las escuelas de Física y Matemáticas en 1950, bajo el rectorado de Horacio Labastida Muñoz y promovida por científicos mexicanos asentados en el INAOE; las reformas para modernizar los espacios universitarios con el proyecto de CU, las nuevas instalaciones y la reforma de los cursos de la Escuela de Medicina, impulsadas durante el rectorado del doctor Lara y Parra en (1963-66), la creación de Filosofía y Letras en 1964, que comprendió además la carrera de Psicología; en el mismo año, la fundación de la escuela de Economía, en la que tuvieron un papel relevante Manuel López Gallo, Enrique Semo Calev, Jaime Ornelas Delgado, Francisco Benavides, Salvador Carmona Amorós, Héctor Tamayo López-Portillo, Alejandro Cañedo, Francisco Adame Díaz y otros que escapan ahora a mi memoria. Y finalmente, por supuesto, la creación del Instituto de Ciencias de la UAP, que coronaba los esfuerzos académicos de la izquierda universitaria y que permitió mostrar que el propósito del movimiento y las luchas universitarias tenían como horizonte tanto la democratización del acceso de los jóvenes a las aulas universitarias, como la modernización del quehacer sustantivo de la universidad: la enseñanza y la investigación científica.
Como puede verse la opción que representaban los universitarios que encabezaba Rivera Terrazas, era un proyecto rectoral e institucioinal que correspondía al sentido de los tiempos y hacía suyos, como herencia, los intereses reformistas de un movimiento histórico. Se trataba, en resumen, de innovaciones en las disciplinas científicas y profesionales, que le dieron a la cultura universitaria de Puebla nuevos horizontes, más modernos y universales. Menos provincianos pues. En eso se distinguía la propuesta “Por una Universidad Democrática, Crítica y Popular” de las elementales ambiciones políticas del FEP-PST.
Esos eran a mi parecer los verdaderos términos de la confrontación académica, ideológica e institucional en la UAP de la primera mitad de los años setenta, que se resolvió democráticamente en favor del proyecto encabezado por Rivera Terrazas, pero que los jovenes del FEP no supieron ni quisieron reconocer, escalando innecesariamente un conflicto a terrenos violentos y peligrosos.
Y es lo que justamente comenzó aquella mañana del 27 de abril de 1976, cuando Angélica, Rosa Blanca y yo nos sorprendimos por la entrada intempestiva al Edificio Carolino de Marco Antonio Gómez Virgen con un grupo de sujetos a los que difícilmente podíamos identificar como estudiantes y que dificilmente lograban ocultar las armas largas que portaban.
A pesar de estos hechos, en la puerta trasera del Carolino y en las inmediaciones de los puestos de comida, la tranquilidad de los universitarios no se alteró de inmediato. Los estudiantes seguían departiendo y pidiendo sus quesadillas, tortas y memelas, sin otra preocupación que resolver los apremios del almuerzo. Durante un momento, me quedé reflexionando sobre la ligereza con que llegaban a tomarse ciertas decisiones entre facciones del movimiento universitario, al grado de poner en riesgo la integridad física de estudiantes y profesores ajenos a los intereses de líderes políticos abyectos.
Debió pasar todavía alrededor de una hora para que en el Carolino comenzara la trifulca. Mientras tanto, mis compañeras y yo nos trasladamos al edificio de San Jerónimo, sede de la Escuela de Filosofía y Letras, para hacer del conocimiento de Alfonso Vélez Pliego, su director, el enfrentamiento que comenzaba a desencadenarse. Aproveché también para informar lo mismo al compañero Luis Ortega Morales, dirigente del sindicato de académicos (STAUAP), que tenía sus oficinas provisionales en el mismo edificio.
Cuando Angélica y Rosa María salieron voladas de San Jerónimo con la encomienda de informar de lo acontecido a los responsables de Intendencia y seguridad del edificio central, se comenzaron a escuchar las primeras detonaciones de armas de fuego en la entrada del Carolino y, se sabría un poco más tarde que un disparo cobraría la primera víctima del asalto: un vendedor de frutas –el famoso jicamero– al que todos recordamos por sus naranjas y pepinos con chile. Tenía su puesto ambulante en la Plaza de la Democracia, justo frente a la puerta del Carolino, y ese día quedó tendido en el piso, sin vida, al lado de su canasto de frutas.
Al escuchar los primeros disparos, cerramos de inmediato la puerta del edificio de San Jerónimo, para evitar que corriera la misma suerte del Carolino y cayera en manos de los asaltantes. Fue una medida de emergencia con la que se pensó proteger a decenas de estudiantes, mayoritariamente mujeres, que asistían a los colegios de Filosofía, Letras, Historia y Psicología. Ciertamente, el cierre del portón de San Jerónimo dejó a todas y todos los que allí estábamos en una situación de enclaustramiento involuntario, ya que la salida del edificio implicaba el riesgo de ser blanco de los rufianes armados que ya se habían apostado en distintos puntos del Carolino, y algunos justamente en los balcones que estaban frente al portón de FyL.
La angustia de las jóvenes estudiantes al sentirse sin oportunidad de salir a sus casas, la gravedad de tener que pernoctar en el edificio escolar y la delicada situación de que en el mismo espacio se encontraran dos de los principales líderes universitarios, crearon un ambiente de zozobra entre los confinados. Se vivieron allí dramas, momentos de histeria y hasta situaciones curiosas que si no hubiera sido por la gravedad del asalto nos parecerían hasta divertidas. Durante la primera jornada, las secretarias de FyL, Yola, Chela y Adriana, organizaron a todas las chicas de los colegios, para que en el único teléfono disponible del edificio informaran a sus casas de la situación que se vivía, de que pasarían la noche en vela y que se portarían con todo el decoro posible. Un caso crítico fue el que vivió una alumna de psicología, quien siendo novicia de algún convento poblano había logrado que le permitiesen asistir a la Universidad. Ahora temía que las circunstancias le significaran un rechazo para el regreso a su congregación.
Por su parte don Enrique Montero Ponce, la principal figura del periodismo radiofónico del momento, denunciaba con enojo y angustia ante la ciudadanía de Puebla los acontecimientos violentos del Carolino y clamaba por el regreso a la legalidad universitaria y el respeto a la integridad de las alumnas de los colegios de FyL –su hija Alejandra, entre otras.
(Continuará…)