SUSCRIBETE

29 Junio 2024, Puebla, México.

Il Pozzo di Marco, Una carta para mi papá / Sergio Mastretta

Sociedad | Crónica | 16.JUN.2024

Il Pozzo di Marco, Una carta para mi papá / Sergio Mastretta

En Stradella con el retrato del Nono Marco. Verano, 2005.


Puebla, Diciembre de 2005
Querido papá:
He leído las cartas que escribiste para mamá hace casi sesenta años. Comprenderás que me han ayudado a dar con tu paradero. Basta con esperar en el atardecer el primer lucero en el poniente, como lo hacían los dos en el lago de Valsequillo. Finalmente, este libro que has escrito para nosotros ha estado ahí a la vista: cuando éramos niños en el baúl que trajiste de Europa, y que nunca abrimos sino hasta tu muerte, y ahora que tus cinco hijos hemos andado más allá de la mojonera del medio siglo, en el esmero con el que mamá guardó lo que llamábamos “tus recuerdos”. Hace una semana no tenía idea de que tendríamos toda esta historia así en las manos, con las fotos y las cartas, con tus diarios y tus textos ordenados entre esos dos territorios en los que el destino partió tu vida, como si el recorrido de un hombre pudiera desenredarse sin tropiezos, incertidumbres y desvaríos, materia natural de la trama nuestra, de la humanidad siempre quebrada. Pero ahí está la tecnología: ¿qué habrías pensado de todo esto que ahora tus nietos asimilan como tú, y también nosotros, en su momento los padres nuestros?
No voy a escribirte una carta larga. Tan sólo quiero decirte que mamá, tu María de los Ángeles, está contenta y sigue siendo un sol, y que quisiera contarte que ha visto cómo con el tiempo y con su auxilio cada uno de nosotros sacó algo de tus muchos genios: la búsqueda de la belleza en la palabra escrita, la serena pasión por transformar el mundo, el humor imbatible, la mirada irónica ante los milagros tecnológicos, la estética de la velocidad y el trazo de la mano para imaginar una realidad inasible. Y la pregunta que esconde todas las otras: qué sentido tiene este mundo nuestro. De esto último no pierdo el rumbo: respondo que ninguno y me levanto todos los días convencido de que de nuevo me he hecho esa pregunta absurda. Supongo que es la piedra de Sísifo.
Te fuiste pronto y nada de todo eso pude platicar contigo. Ahora es mi tiempo de conversarlo con mis hijas, contarles, por ejemplo, de este sendero difuso que abriste para nosotros en tu regreso a Italia. Mucho nos ayudará tu libro. El tío Fiori me llevó al viñedo
del Abuelo, del que tuviste que desprenderte en 1955; por sus cartas me he enterado del gusto con el que esperaba la vendimia en el otoño y el cargamento que le enviarían a México al año siguiente, un maravilloso vino espumoso. Con Emma mi esposa me he asomado al pozo di Marco, en la que fuera tu casa y la del abuelo en Stradella; tu prima Anita, que todavía vive en ella, cuenta que a él acudía el vecindario entero con sus cántaros, allá por 1850, cuando Marco Manstretta era un pequeño que soñaba en convertirse en Capo Mastro, un señor entre los albañiles capaz de darle forma a la piedra para construir igual una casa que un fortín. Qué tan bien lo haría Marco que a su hijo Carlo en México le nombraron Ingeniero. De ahí venimos, del albañil de oficio y del viñedo.
“El emigrante ha retornado”, dicen los parientes cuando llegamos a Stradella. Ahora estoy aquí, a media noche, la hora que te gustaba a ti para echar al vuelo la pluma para enamorar a mamá, y encuentro unas palabras simples que alumbran mi sendero: papá, te quiero.
Tu hijo,
Sergio
p.d. He conocido la Rocca, ese viejo fortín que mira al Po y cuida de Stradella, la que un día quiso comprar el abuelo. Debes saber que la ha adquirido un rico de Milán que acude de cuando en cuando, y que la cuida un polaco recién emigrado que no para de hablar en una jerga que no comprende nadie.
Sí, desde el Belvedere se mira la cinta plateada del río, y todavía el campo brilla.