
Naturaleza y sociedad /Ciudad /Gobierno | Opinión | 3.ABR.2025
Puebla: entre el calor y el aire sucio / Armando Pliego Ishikawa

En un escenario prolongado, estas condiciones pueden generar desplazamientos de poblaciones rurales hacia las ciudades, aumentando la presión sobre los recursos urbanos y exacerbando los problemas sociales y económicos. La crisis climática también es una crisis económica y política.
El estado de Puebla enfrenta una crisis ambiental doblemente peligrosa de la que muchos hablamos cotidianamente, pero seguimos sin ponerle nombre ni responsables. Por un lado, pronósticos de temperaturas extremas que siguen rompiendo récords en distintas regiones de la entidad, como la Mixteca y el valle de Puebla con el riesgo de sequías; y por el otro, altos niveles de contaminación del aire en la zona metropolitana de nuestra capital. Esta combinación de factores merma la calidad de vida de miles de personas, pone en riesgo su salud y somete a nuestros servicios de emergencia a un gran estrés.
El calor extremo que estamos experimentando no es un fenómeno aislado. Se debe, en gran medida, a la crisis climática global, que ha intensificado la frecuencia y duración de las olas de calor. En las ciudades como la capital y sus municipios conurbados, el problema se agrava por el efecto isla de calor urbana: la falta de áreas verdes y el predominio del concreto y el asfalto que dedicamos para la circulación y estacionamiento de automóviles, absorben y retienen el calor, elevando la temperatura mucho más allá de los registros oficiales.
En cuanto a la mala calidad del aire en Puebla, la contaminación que la provoca proviene de diversas fuentes: emisiones de vehículos de combustión interna y en general la quema de combustibles fósiles, actividad industrial, incendios forestales y, por supuesto, la constante actividad del volcán Popocatépetl que contribuye con material particulado suspendido en el ambiente. Durante los días de calor más intenso, el aire se vuelve más denso y las partículas contaminantes quedan atrapadas en las capas bajas de la atmósfera, afectando a la población.
Las consecuencias de esta combinación deben ser preocupantes para las autoridades y para la población en general. En términos de salud, el calor extremo puede provocar golpes de calor, deshidratación y exacerbación de enfermedades cardiovasculares. No olvidar que los golpes de calor están provocando cada vez más muertes de manera sostenida desde hace varios años en todo el país. La contaminación del aire, por su parte, incrementa los problemas respiratorios, especialmente en niños, adultos mayores y personas con enfermedades crónicas del sistema respiratorio, como el asma, y las muertes prematuras por estas enfermedades se calculan en decenas de miles cada año.
A nivel ambiental, las altas temperaturas y el aire contaminado también tienen efectos devastadores. El incremento de incendios forestales, la reducción de la disponibilidad de agua y la afectación de cultivos agravan la crisis ecológica de la región. Debe entenderse que esto no se trata de una crisis aislada. Cuando atravesamos problemas medioambientales como el estrés hídrico y la disminución de la producción agrícola, estamos hablando de consecuencias potencialmente devastadoras, pues las familias que se dedican a esas actividades productivas, ya sea para comercio o para subsistencia, ven sus ingresos mermados, y además aumenta la vulnerabilidad alimentaria en la región. La escasez de agua también afecta la ganadería y la biodiversidad, provocando la migración de especies y reduciendo la resiliencia de los ecosistemas locales.
En un escenario prolongado, estas condiciones pueden generar desplazamientos de poblaciones rurales hacia las ciudades, aumentando la presión sobre los recursos urbanos y exacerbando los problemas sociales y económicos. La crisis climática también es una crisis económica y política.
Para atender esta situación, necesitamos políticas de mitigación y adaptación que nos permitan reducir el impacto del cambio climático y la contaminación del aire en la vida de las personas. La mitigación se refiere a todas aquellas acciones destinadas a reducir o prevenir las emisiones de gases de efecto invernadero para frenar la crisis climática. La adaptación consiste en la implementación de medidas para hacer frente a las consecuencias del cambio climático y la contaminación.
Entre las medidas de mitigación están la transición hacia energías renovables, así como la reducción del uso de combustibles fósiles a través de la ampliación de oferta de mejores calles para pedalear y caminar, así como transporte público digno, seguro y accesible, para desincentivar el uso del automóvil particular. También incluye la reforestación en la periferia de la ciudad y la expansión de la infraestructura verde dentro de ella, lo que ayuda a reducir el efecto isla de calor y mejorar la calidad del aire. Esto va más allá de plantar árboles en los camellones. Necesitamos plantearnos transformar rápidamente superficies que hoy están cubiertas de pavimento, en espacios permeables con árboles y otras plantas que permitan dar sombra, filtrar agua, atraer a polinizadores, y que contribuyan a la generación de microclimas para bajar las temperaturas.
En cuanto a la adaptación, hablamos de la creación de infraestructura resistente al calor extremo, mejores sistemas de alerta temprana para olas de calor e incendios forestales, y una gestión hídrica eficiente para garantizar el acceso al agua en tiempos de sequía. También incluye el diseño de ciudades más sustentables, con materiales y estructuras que minimicen la acumulación de calor, así como la mejora de servicios de emergencia y la puesta a disposición de puntos de hidratación y enfriamiento para toda la población en temporadas de temperaturas cada vez más extremas. Monterrey ya hizo un primer esfuerzo en la administración municipal pasada con la implementación de una oficina del calor extremo. Ahí hay una experiencia valiosa de la que podríamos aprender.
A nivel individual, podemos contribuir utilizando menos el automóvil, optando por transporte público o bicicleta, reduciendo el uso de energía eléctrica en horas pico, y cuidando nuestra salud hidratándonos y evitando la exposición prolongada al sol.
Puebla está en un punto crítico en cuanto a su calidad ambiental. Si no tomamos medidas urgentes, las condiciones indudablemente van a empeorar aún más en los próximos años. Es fundamental que tanto ciudadanos como autoridades tomemos conciencia de la dimensión del reto que enfrentamos y actuemos en consecuencia para reducir el impacto del calor extremo y la contaminación del aire en nuestra entidad y en la zona metropolitana de la capital.
(Fotografía tomada de El Popular)