Un recuerdo. De niño, pese a conseguir haber engañado al otro, a los otros, después de mentir me invadía siempre un estado de zozobra que si bien no podía apalabrar- o por eso mismo- tampoco podía evadir. Me avergonzaba mentir, ante mismo, aunque mis mentiras no fueran descubiertas. Eso no quiere decir que no haya mentido y bastante, o que pretenda haber sido un ñiño modélico, como tampoco pretendo, ahora, ser un modelo de nada. Pero siempre nos queda la posibilidad de elegir una posición ética; si lo quieren, una construcción ética de sí mismos.
F. Gros , conocido especialmente por sus trabajos sobre Foucault, y por un hermoso texto sobre el caminar, publicó hace un par de años un libro titulado “La vergüenza es revolucionaria” donde plantea este sentimiento como un límite ético. No, no se trata de un superyo castigador o de la aplastante culpa, sino del sentimiento de desnudamiento ante el otro, pero sobre todo ante sí mismo, que nos invade por la conciencia o intuición de haber cometido un error o una acción inadecuada. La vergüenza está vinculada al pudor; es decir, a la capacidad de retraernos de la mirada del otro. ¿Pero qué pasa cuando ya no podemos retraernos ante nuestra propia mirada y aparece, sin, más, la falta, qué pasa cuando un ser humano pierde sus investiduras?
Kierkegaard reconocía como una forma de mentira negarse a reconocer la verdad. Tarde o temprano, en cualquier momento, los seres humanos tenemos que desdoblarnos y enfrentarnos a nosotros mismos, doliéndonos de lo que hemos hecho mal , y ese mal tiene que ver, casi siempre, con la falta de límites: “ ¿cómo es posible que haya hecho esto, cómo es posible que haya llegado hasta aquí ?” H. Arendt, decía que pensar es tener límites. Y lo que falta hoy día son precisamente, límites . Todo es posible; todo.
Cuando miro el modo en que la gente miente, con tal de conseguir alguna cosa, por pequeña que sea, como Alejandro Armenta, el lunes pasado, que mintió, burda, mezquinamente, con tal de descalificar al periodista Rodolfo Ruiz, o más recientemente, la utilización que hace de la supuesta reparación del daño al campesinado poblano, me pregunto si un ser como él, como tantos, no han perdido la más elemental condición humana consistente en desdoblarse y poder hablar consigo mismo y avergonzarse, de entrada, de convertir al otro en una coartada para sus más vulgares intereses y no, como pretendió Kant, en un fin en sí mismo. Hasta dónde sabemos, los animales no tienen conciencia de sí, porque no se desdoblan, no tienen la menor capacidad de elegir moralmente.Me pregunto, qué podrá sentir un ser humano así, al besar a sus amantes, a sus hijos, o simplemente al saludar a sus amigos, después de mentir tan cínicamente o haber matado, aunque sea simbólicamente, al otro, porque la primera forma de dar muerte a ese otro es ninguneándolo? ¿Qué pasa en una sociedad donde ha desaparecido la culpa - la muerte de Dios - entendida, simplemente, como la posibilidad de concebir otras formas de acción frente a las que ya hemos consumado? ¿Que ocurre en un ser humano que elige las mazmorras , los sótanos, las cañerías como única condición de vida? Todos tenemos intereses, cierto, pero no toda la vida se reduce a intereses.