
Universidades | Crónica | 15.ABR.2025
El asesinato de Miguel Antonio Cuéllar Muñoz (Crónica 15) / Sergio Mastretta

BUAP 1989-1991, Crónica de una ruptura histórica
Introducción
En 1987 el Maestro en Ciencias Samuel Malpica Uribe gana la rectoría de la Universidad Autónoma de Puebla en sucesión de Alfonso Vélez Pliego. Lo hace con el respaldo de miles de estudiantes que participan en una elección con voto universal, directo y secreto que sustenta el proyecto de universidad democrática, crítica y popular, vigente desde 1973. Con Malpica Uribe inicia la quiebra de ese proyecto de universidad en manos de una izquierda política que encuentra su valor fundamental en la independencia política respecto del Estado, pero su talón de Aquiles en la dependencia económica de la voluntad gubernamental.
La ruptura entre las facciones dominantes de la universidad se produce en enero de 1989, durante el segundo informe del rector Malpica, quien acusa de corrupción a la administración de Vélez Pliego. Siguen dos años de conflicto que incluyen la destitución del rector, la constitución de un triunvirato de gobierno por una de las facciones en el Consejo Universitario y el desgobierno hasta que se celebran nuevas elecciones en abril de 1991, todo ello en medio de múltiples refriegas callejeras como la toma del edificio Carolino por los enemigos de Malpica y el asesinato en circunstancias nunca esclarecidas del profesor Miguel Antonio Cuéllar Muñoz el 22 de diciembre de 1989.
El conflicto termina con la reforma de la ley orgánica que suprime el voto universal, directo y secreto de los estudiantes, y con la recomposición de las relaciones con el poder público estatal. Lo que sigue es la crónica de ese proceso.
Publicamos en Mundo Nuestro nuevamente estas crónicas con el ánimo de contribuir a la discusión colectiva sobre la realidad de la universidad pública en Puebla en el marco del reciente paro estudiantil y las reformas impulsadas por un movimiento que sin duda es un punto de inflexión en la historia de la Beneméita Universidad Autónoma de Puebla.
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En la imagen que ilustra esta crónica aparece el Maestro Miguel Antonio Cuéllar Muñoz, quien muriera ese 22 de diciembre de 1989 en la balacera con la que se dispersó la manifestación que reclamaba la devolución del edificio Carolino a los malpiquistas. Estas crónicas son en su memoria, Sergio Mastretta
La fotografía es cortesía de la familia Cuéllar Ledesma.
Crónica 15
El ruido de la muerte en el conflicto universitario
El asesinato de Miguel Antonio Cuéllar Muñoz
22 de diciembre de 1989. Unos minutos antes de las seis de la tarde un hombre lanza desde la ventana de Rectoría un cohetón que cruza la plaza y estalla en la esquina de Maximino. Treinta segundos después Miguel Antonio Cuéllar Muñoz, profesor universitario, está muerto a unos metros de la esquina del Hotel Colonial.
Poco antes, en el portón del Carolino, ha iniciado lo que se veía venir desde hace meses atrás. Trabajadores malpiquistas atacan al grupo que defiende la entrada. Ya no hay salida: patadas, jalones, retiro de la bandera de huelga atravesada en la puerta. He visto a los dos grupos todo el día, mayoritario el de los trabajadores que impugnan a Valerdi, pero considerable el que lo apoya. Cada uno con su versión: Malpica será el encargado de pagar... Las nóminas están hechas y el rector interino Juvencio Monroy entregará los cheques el martes. El gobierno del estado ha permanecido en silencio. Los malpiquistas intentan todo el día recuperar el Carolino. Todo mundo sabe que los antagonistas están armados.
Un funcionario de la administración de Samuel Malpica me dice mientras los suyos avanzan por la Maximino: “Venimos por nuestros muertos”. Me pregunto por la inercia que mueve a los universitarios, intento ver los intereses que se juegan en esta disputa por la Universidad. Entretanto allí está el cuerpo de Miguel Antonio Cuéllar Muñoz, en un charco oscuro que se extiende cuando miro de reojo desde la esquina.
Dos minutos antes el jaloneo. Desaparece Roberto Morales, el secretario de Organización del SUNTUAP, que todo el día ha incitado a la recuperación del edificio y que en algún momento grita que lo que suceda será responsabilidad de Valerdi. Miro a su gente, que ha estado todo el día a la cabeza de la valla, y miro a los otros, que no se separan del portón. Patadas, jalones, no veo relucir fuscas, pero aquí y allá hombres con mocilitas al hombro. Algo me llama la atención en el balcón, no sé por qué miro al hombre desde que sale con el cohetón en las manos; se acuclilla, lo enciende, su chorro de luz quiebra la tarde frente a La Compañía y truena fuerte. Reconozco a Rafael Torres Rocha, el hombre que en la tarde negociara el paso ordenado y tranquilo de los malpiquistas a la plaza; grita: “No sean pendejos, por qué hacen eso”. Vuelvo a mirar a la ventana: otro hombre sale, se planta, amaga con una pistola escuadra hacia el mismo rumbo del cohetón, y dispara.
Es lo último que veo. Luego todo es correr hacia la 3 Oriente, los plomazos suenan, me pego a la pared del Colonial. Gritería acompasada con los tiros. Corro y creo escuchar otros cohetes, tal vez un tiro una escopeta. Antes de llegar a la esquina chilla una muchacha: "¡Le pegaron a uno!". Sigue la balacera, la esquina es la salvación. Los balazos truenan y tres metros son una eternidad en día de duelos y amenazas, de reclamos a la prensa: “Ya te vi, ¡vas a ver!”.
Cuando me asomo desde la esquina lo que veo es un hombre muerto. Sigue la histeria. Todavía se escuchan plomazos aislados. Hombres frenéticos descubren a Pascual Urbano Carreto. Lo empujan, lo patean, gritan: “¡Línchenlo, línchenlo, él fue, él dio la orden!”. Lo veo revolcarse, pararse, correr, no veo rostros, veo una pelotera informe.
Qué difusa es la mente cuando está de espaldas a la muerte.