A whiter shade of pale…
“Sin la música la vida sería un error”, Friedrich Nietzsche.
Enero de 1979. El papa Juan Pablo II visitaba Puebla, yo tenía 20 años y una novia de nombre y apellido franceses (aunque nacida en San Luis Río Colorado, Sonora), la relación, ¿el amor?, fue muy breve; la vida dolía, la nostalgia pesaba y la música era compañía y ausencia al mismo tiempo. La melodía de Procul Harum me devuelve la luz y la sombra de aquellos instantes; cada acorde abre una puerta en el Tiempo: rostros que ya no están, calles que se borraron de mi cartografía de sueños, niebla de promesas irrealizadas, rincones donde se agazaparon emociones que creí olvidadas.
La música atraviesa la memoria sin pedir permiso, despierta lo que duerme, enciende lo que parecía apagado. Quizá por eso sigo aquí, mirando en el espejo la pálida sombra de lo que fui, mientras la melodía continúa su lento viaje. En esas notas encuentro un hilo tenue que me une a lo vivido, y aunque su tacto sea doloroso, también me recuerda que todavía siento, todavía recuerdo, todavía soy. La nostalgia es el precio que se paga por abrir las puertas del tiempo.