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20 Abril 2024, Puebla, México.

El buen Hans / María Antonia Yanes, dramaturga y directora de casting

COVID 19 en 2022 | Crónica | 24.FEB.2021

El buen Hans / María Antonia Yanes, dramaturga y directora de casting

Hans había cambiado, su rostro relajado  estaba cubierto por una mascarilla y unos ojos asustados

Voces en los días del coronavirus

Conocí a  Hans desde hace mucho, al principio pensé que tenía un hermano gemelo,

pues el vendedor de quesos del tianguis del sábado se parecía mucho a él. Pocas veces me detengo a ver las caras de aquellos con los que tengo poco relación. Hans era uno de ellos. Varias veces entré a su tienda de abarrotes un poco gourmet y famosa por sus baguetes que más bien eran tortas. En su local tenía también algunas bebidas alcohólicas  cuyo nombre nunca había visto, pero eran importadas.

 Yo lo conocí la vez que quise comprar jamón serrano y una mayonesa que no fuera Macormic. Siempre muy atento y bien vestido, con un mechón blanco y una timidez que podría uno confundir con respeto. Tal vez se diferenciaba con el otro Hans o Juan que aunque es lo mismo suena más elegante el primero.

 

 De Juan supe muy poco porque solo le compré una vez  chorizo, tostadas y un poco de queso Oaxaca.

 

De Hans empecé  a saber mucho en cuanto llegó la pandemia, porque decidimos apoyar al comercio local. Descubrí que su esposa, cuyo nombre aun desconozco, hacía  unos chilaquiles muy ricos y también gelatinas. Ella contraria a Hans era más bien mal encarada y de pocas palabras.

A diferencia del Hans pre-pandemia éste había cambiado; su rostro relajado  estaba cubierto por una mascarilla y unos ojos asustados. En la entrada del negocio  colocó un tapete sanitizante y junto a la cortadora de jamón estaba un enorme frasco de gel. Mientras cortaba un trozo de queso Chihuahua que traía de la Central, me comentaba su miedo al coronavirus, era diabético. Además en la Central de Abastos había una manta enorme donde se advertía que se “estaba entrando a un lugar de alta peligrosidad”. Mientras me contaba su esposa lo oía como si fuera la primera vez, y desaprobaba con movimientos lentos de cabeza, al tiempo que sacaba del refrigerador sus gelatinas de colores.

 Aunque abarrotes Hans, no me quedaba lejos, tampoco era tan cercana. En un diluvio de junio se ofreció a traernos a nuestra casa. Las pocas calles que recorrimos supe de una quiebra en los ochentas y de la muerte de una sobrina suya. No es que hablara mucho, lo contaba todo de manera breve. Pero se dio el tiempo para contarnos  su vida. Tenía mucho miedo de  adquirir el virus y se cuidaba lo más  que podía.

Decidimos que todo lo pudiéramos se lo compraríamos a él.

Yo creo que con la pandemia le empezó a ir mejor lo mismo que a varios de los pequeños locales de la colonia. Enfrente de su local está la pastelería Dulce Elvira, que vende muy buenos tamales. Esa pastelería en lugar de chapa tiene un cucharón de cobre, y una figura de un cocinero gordo del que puede uno tomar gel antibacterial. También supe por Hans que en realidad la dueña actual era la empleada del lugar que no se llamaba así sino Matus, lo importante es que la chica estudió para chef y la dueña le heredó todas sus recetas y hasta el local al que nombró Dulce Elvira y ahora ella además de biscochos, galletas y pays vende tamales de un oaxaqueño que se los trae toda las semanas

 En realidad la mayoría de los locales de la zona han ido cambiando de giro; varias veces le pedimos Hans que nos apartara tamales los verdes con pollo y los de hongos. Algunas veces le encargábamos cosas que no vendía él y a su vez las compraba a los que estaban junto a él. Un sábado, de repente, un hombre abrió  la cajuela de su coche y pegó un letrero con grandes letras donde decía: “Se vende  Strudel original”,  y Hans  siempre le compraba.

Cuando Hans nos traía cosas a domicilio, todo se complicaba porque no sabía cobrar con tarjeta. Entonces su mujer nos regañaba porque lo hacíamos trabajar de más.

El coronavirus nos ha traído una nueva comunidad de mercadeo, pocos nos hemos visto la cara pero seguido nos miramos a los ojos.

Ayer vi salir a Hans con una chamarra verde militar y de muy buen ánimo:

 -Mañana me vacunan -me dijo con un tono más alegre que el habitual.  Y se fue casi cantando hacia su Tsuru  color gris claro. Hasta la de Dulce Elvira salió del local para despedirlo y el del Strudel le regaló un buen pedazo por si lo hacían esperar demasiado.

Es así como este tiempo doloroso y sin piedad del coronavirus también nos ha traído cosas buenas y descubrimientos que esperamos se queden toda la vida. Así que  a casi un año de que todo esto empezara y que de nuevo las jacarandas empiecen a pintar de lila las calles y los pájaros vuelen sin piedad sobre las ramas que empiezan el verde nuevo, puedo ver estos tiempos con más esperanza y menos angustia que en otro momento.