Cultura | Poesía | 15.ABR.2021
Cantares de la Ciudad de Los Ángeles / Poemas de Moisés Ramos Rodríguez
Ciudad de los Ángeles, ¿quién soy yo? ¿un ángel que sueña con muertos o un muerto que sueña con ángeles?
Mundo Nuestro. En el aniversario 490 de nuestra ciudad, el poeta Moisés Ramos Rodríguez ofrece para esta revista digital una selección personal de su libro Cantares de la Ciudad de los Ángeles, publicado por el Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Puebla en el año 2017. Las fotografías son de la autoría del propio poeta. Y para dar paso a los poemas, ofrecemos la presentación a la obra de Moisés Ramos Rodríguez incluída en este extraordinario libro:
Cantor irredento de la urbe angélica, en este libro Moisés Ramos Rodríguez la toma de los cabellos para mirar en su rostro el espejo negro de la poesía. Un espejo al que se asoma para atisbar un itinerario que hurga en sus raíces y culmina en un ademán profético.
En el centro de un paisaje dominado por la historia y el perfil acerado del Popocatépetl. Ramos nos entrega en Cantares de la Ciudad de los Ángeles una exploración amorosa de la metrópoli (“urbe timorata”) construida y habitada por personajes humanos y divinos: Tlaltecíhuatl, Gutierre de Cetina, los borrachos de la calle. Personaje ella misma, al hacer su sátira y encomio el poeta convierte el comentario de aldea en comentario del mundo:
“No cesa la lumbre si el nombre de la urbe cambia: / no se requiere ser Proteo / para sobrevivir a su tracto diario: / basta con acentuar / lo deleznable del nombre que se creía propio…”
Dueño de una voz que ha ido acendrando sus tonalidades, el autor de estos cantares nos sorprende con la precisión con la que narra esta —a la vez— crónica de ángeles y álbum familiar. Un recuento donde la memoria poética traza puentes entre los anales colectivos y el testimonio personalísimo.
Ciudad de los Ángeles / ¿quién soy yo? / ¿un ángel que sueña con muertos / o un muerto en el amanecer?
…y la miré a los ojos
…una noche
decidí tomar de los cabellos
a la ciudad convertida en fugitiva
—nada más para mirarle el rostro—
(estaba yo cantando
como corresponde a quien se precia
de estar solo
o ser poeta)
…y la miré a los ojos:
estaba tan fuera de sí
que gritaba ofreciendo mercancías
sentada cómodamente en el retrete de su olvido
No quedaba en ella rastro
de lo que fue su vida regia:
cubierta con harapos
los pies desnudos y maltrechos
estiraba la mano temblorosa
decorada aún con el brillo
casi imperceptible
de su última joya:
la Octava Maravilla
el Osario de América
Pedía
por caridad
el verbo o la palabra que llevarse a la boca
hincado el codo en sus riquezas mal habidas
Nos vimos como se miran
los huérfanos
los gemelos
los cófrades que toda filiación abandonaron
alejados de toda pertenencia
El frío congelaba sus encías deshabitadas
babeaba como quien pierde la palabra
escurrida por la comisura de los labios
pero logró decir
que estaba dispuesta a cortarse las venas del asfalto
para dejar renacer un río limpio
Juró que recuperaría su nombre augusto
para perpetuarlo en un blasón de piedra en la memoria
Hablaba creyendo estar iluminada
mientras los dedos de los pies le carcomían las ratas
y las cucarachas le surcaban el rostro virulento
Tartamudeaba
apoyada en el báculo de sus centros comerciales
Le pedí que dijera su nombre en voz alta
que repitiera el nombre de sus padres
de sus hijos
sus entenados
las hienas que están royendo su cadáver:
ojos nublados de vieja ciega
echó hacia atrás la su cabeza
agitó su bote con monedas
tarareó las últimas estrofas de su himno
y yo me fui a buscar bronca a otra parte
+++++
Angélica ciudad
Cual raíz de planta venenosa
como luminosa frase
la ciudad crece en mi plexo
se bifurca hacia las constelaciones de mis huesos
La veo como es:
única
mortal
repetición de sí misma
lejana
plena
sueño de ceniza consumida
Cuando crece y se protege
entre el vetusto corazón de arena
y los músculos de la siniestra
¡es tan fácil nombrarla
tan fácil hallar y escribir su verdadero nombre…!
Busco el río ahora subterráneo
y la reconozco en el instante
de cara al día
firme y dilatada en el pasado
incrédula del porvenir
—pues sabe que no existe
que lo ve en mí:
una ilusión el es
el será
el era—:
escucho cómo gatean sus pensamientos
cómo golpea contra el corazón aquello que rechaza y más desea
Entonces
ascua de la vida
filtro de la muerte
miro por primera vez su firme trazo
perfectas avenidas
escenario para el enfrentamiento del amanecer pálido
la recurrente noche
Entiendo entonces el su origen
sostengo en lo más alto su voz
—roída anciana bandera—
horadada por los cuervos
—los sus hijos—
que diligentes
los ojos le buscan
Cribadora es también esta palabra
y esta mañana ya no la lloraba:
miraba
y me miraba en sus ojos de lagunas niñas del azufre
me sofocaba con sus arterias improvisadas hacia el sur
—al norte ahogando una autopista—
y repetía el nombre de las antiguas calles
tocaba la piel seca
la sangre después de la lidia de los toros
después de los ya acedos juegos de caña
No me moví:
convertido en valle y tecajete
contenedor de la Angélica
hurgadora del ombligo
de sí misma
para mirar si florece aún en ella la semilla de Utopía
(La he vivido hoy de tal manera
que el sueño me reconoce
el sol me cuenta entre los convidados
trescientos sesenta y cinco días
cuatrocientos ochenta años después de haber sido plantada
mi Medina Cuetlaxcoapan)
Un presente de profundidad azufrosa me llega del volcán Popocatépetl
y el humo del Ser que se consume
—nada permanece—
llega de la Matlalcuéyetl
¡Y era tan sencillo nombrarla en aquel momento
tan fácil traducir cuanto su nombre dice
que no me moví
no quise verterla hacia el olvido en un descuido!
fui hacia la sangre de ese animal caliente
recolecté los frutos de sus otoños
miré bajo los días piedra
a ver qué olvidos entre humedad hallaba:
me desentendí de mi nombre de profeta
de mi oficio de plañidera en su velorio
de mi nunca voz de apologista:
miré sólo por ver cómo lucía:
la reconocí
la supe fresca y condenada:
se hundió la traza ajedrezada en mi pecho
se fundieron noche y día
su secuencia
Con leves punzadas
a mi corazón llamaba:
iba a estallar y florecer
volvería al frío inicial
una vez más recién nacida
Un pensamiento descendió
ardió en su cuerpo:
desde entonces en mi plexo solar vive
intoxicada y sanadora
fruto envenenado que recapitula
contorsionada
cada mañana:
la Angélica Ciudad
la perra antigua
+++++
Peregrinar en Cuetlaxcoapan
Soy una mujer condenada a muerte.
María Sabina
Afilada obscuridad
despierto cuando el sol no produce sombra:
hijo del reloj en el que todo se repite
busco incrustarlo en un túnel clausurado
La prisa su vértigo y las esquinas me conocen
los mercaderes de espejos falsos
quienes comparten su refino con los hijos del exilio
prófugos en sus propias calles
Escucho en altavoces
la fuga de gas butano
la ráfaga de pasos hacia ninguna parte
el ansia por llegar
al sitio más perturbador
al más cercano
Mi saludo es agudo
hueco tronco del espanto
peregrino cuyas nanas fueron las sirenas
de agudas patrullas punitivas mortificando calles
Escucho los golpes sobre el cuerpo de la noche
miro cómo estallan lascas sus costillas
el sanguíneo símbolo en el asfalto
el tabique nasal destrozado por los puños de la bronca
dientes desperdigados por los arrabales
Mi canto está oxidado
es fúnebre
queja impuesta a la reseca voz del viento [y amargo reconocimiento]
Acelero el paso:
frente a la barra se reflejan
las horas por venir
tributo por pagar
trago a trago
sin luz para mirar cuanto sucede
Antes
en los mismos puentes y avenidas
réplicas de mí
que no somos porque soy
que soy porque no somos:
Legión sin memoria vamos
alejados del orden y concierto de la cartografía celeste
prófugos en serie
mostrando sus números de registro
para pedir permiso de pasar al otro lado:
“Permiso denegado”
Agua de verde espesura
lamosas raciones para los prisioneros
que viven sin querer asomarse a sí mismos
Árbol de luz
brilla en una isla que no miramos
Fuego que bautiza y renueva
rechazamos con las atadas manos
Muñecos de podrida madera
en las rodillas de oligofrénicos ventrílocuos
lloramos
Hacemos señales en abandonados aeropuertos
de los hangares regresa nuestra voz vacía
Encrucijadas no asumidas
plexos cajas de resonancia de quejidos acedos…
Pasan las horas sobre aguas de cuarenta y un grados
cúbicos témpanos
y un removedor para mezclar lo falso con lo amargo:
Y “otra vez a brindar con extraños…”
Paloma Negra…
con miedo de ir a buscarte
con ganas afiladas de morir
sin recordar que condenado estoy a muerte
+++++
Tenochtitlán seiscientos noventa y uno
Para Alekos
La boca de una mujer extraña es un pozo profundo.
Y una gran ciudad es como una mujer extraña.
Norman Mailer
Lo primero que vimos al salir del inframundo fue al arcángel
espada de luz
ligeras líticas alas:
miramos a la Tierra alumbrar
la nopalera de tunas corazón
y vimos al águila guerrera
unida a la serpiente de nuestra antigua fuerza
En la plaza danzantes
—roncas voces las de sus atabales—
cascabeleando al ritmo de su entusiasta alma:
músicos de músculos frugales
nutridos por el sol y las entrañas del ayuno
Vimos el rostro antiguo de los guerreros
Ocelotl
Cuautli
ávidos de sangre
Y la primigenia madre Tlalcíhuatl
ofreciendo aún sus nutrientes pechos
en tanto al Zócalo llegaba vociferante
la voz de otro 2 de octubre
(el viento trae aún las sus plegarias
clamando por justicia para los inocentes:
letanía que se repite
para que Luzca para ellos la luz perpetua)
Plazuelas ciudadelas de agusanados años
persistente hundimiento de los escaños
oscuro esplendor y miseria de falsos tlatoanis
y fuego que nos trae copal
intentando sanar el cuerpo purulento
Calaveras en cuentas –y en los sangrantes tzompantlis—
cráneos en los tocados y las muñequeras
niños con la furia de Huitzilopochtli
repitiendo otro grito
por otra venganza clamando:
“¡Oh Cortés, oh rubio Alvarado…! ¡Oh, asesinos…!
sus petos y cascos nadan aún en sangre
¿quién se atrevió a honrarlos
quién a perdonarlos?
Aquí están nuestros corazones
aún en la incertidumbre…”
El viento sana hoy
—respiración boca a boca—
estas calles
mas aún se empuñan navajas de obsidiana
“Mi patria es el español”
uno repite
y el prójimo
en el cercano extremo
insiste
—en algo cercano a la lengua florida—
en culminar la su venganza
Se diluye la tarde:
ejércitos de las sombras vuelven al túnel
¿Cuándo aceptarán paz los corazones
—unos y otros herederos—
de estos que del inframundo suben
que al inframundo bajan?
+++++
Sueña la ciudad un río
I
Yo soy de donde ya no hay río:
el mío era un arroyo
—Almoloya—
que crecía con los opulentos aguaceros de mayo
y
a veces
creo haberlo visto
como fluye en esta página:
veo al fiero que
—me cuenta mi padre—
traía árboles desraizados
animales fabulosamente hinchados
y artilugios deformados
Escucho que habla en el verano
aun cuando su voz huela a podredumbre
Lo veo animar pulidos batanes
molinos antediluvianos
llevarse la inmundicia de las calles
y erguir las cañas a su paso
—guerreros ante su general
cambiante y permanente—
Lo escucho defenderse
coletear al comenzar su entubamiento
Lo veo vengarse al inundar los barrios
calles y plazuelas
cada temporada de lluvias
puntual e irrefutable
Lo veo
joven serpiente
lomo esplendoroso que se expande
Lo miro seguir creciendo en los árboles antiguos
del abandonado Paseo Viejo en San Francisco
Me siento
a veces
a platicar con él
como si no hubiera sido ahogado
Miro a la ciudad pagar la cuota de su insensatez
al haberlo clausurado
contra natura
He caminado toda su ribera
mirando los barcos de papel
que ya no pude echar sobre su lomo:
aún siento su espíritu vagar
azotando los muros de la Angélica Cuetlaxcoapan
la cobarde ciudad que no supo guardarle
Entonces bajo nuevamente a recordar
que vengo de aquí
de donde no hay río
Y escucho los días navegar sin su sextante
sin Stella Maris
Y se derrumba la Angélica Ciudad
húmeda la vista al mirarla
espíritu de eternidad
cuerpo que no puede encauzar ningún olvido
II
Sueña la ciudad un río
caudaloso y fresco
espejo de las constelaciones
Río
Por momentos es tan intenso ese deseo
que los angelopolitanos hacen barcas durante la madrugada
edifican muelles desde donde zarparán
con la eclosión del día
Y escuchan ya el chocar del agua contra rocas
el chasquido de ramas sobre el lacustre pecho
Agua
líquida ensoñación
alcanza tal intensidad
que humecta los ojos que la miran
Sueña la ciudad que recupera un río…
XII
Este poema crece como un río
entre las manos del sueño
se expande y filtra por la piedra de los pensamientos
gotea antiguas inquietudes
escurre por la laja que mañana será cortada
a la luz de la luna
Este poema extiende los brazos
arruga el rostro de la tierra
llegado de lacrimales milenarios
de depósitos de miedo y azufre
parte en dos en multitud
el llano
donde recuerdos yerbajos
amarillos y secos permanecen
(al atravesar el bosque
arrolla la sabia de todas las raíces
refresca el estiércol
alimenta barbudos bulbos
llega a una desconocida superficie
de pensamientos ciegos deshebrados
que van hacia un estanque de agua envenenada
donde flotan el dolor el miedo verdaderos)
Este poema llega de otras eras:
dispone un orden perdido
vuelve la mirada a los signos anteriores a todo alfabeto:
frío
de labios azulados por el tiempo que permaneció a la intemperie
muere en la página
fermento de otro sueño
+++++
Los pasos del cantador en Cuetlaxcoapan
A Pablo Fulgueira
Soy el cantador de la ciudad sitiada
soy el cantador de la Medina en llamas:
habito entre el humo y la velocidad sin pausa
Conspiro para sacarte de la vesania
y miro el miedo en los espejos
el espectro de los días por vivir
y el agua de azahares envenenada
de sal y azufre asentada
El fuego cubre las esquinas
y el tributo a pagar aquí es
doblarse sólo en sombra
ir lejos de la luz
Pasan los días en alternarse
sobre el toro enloquecido de la monotonía
Fumo despacio hacia los cuatro vientos
saludo y ofrendo al Arriba y al Abajo:
veo desplegarse el concilio de las águilas
— bajo sus supervisión y encargo trabajo —
La luna se asoma a esta escena
confiada en su plática y cara buena
Los perros alejan espíritus obscuros
la luz cae vertical
para acurrucarse en el centro de la Tierra:
un paso que mueve el infinito
un barco a la deriva entre ocres bulevares
Resplandece la cúpula del Templo de Jerusalén
(van alejándose
despreciadas por sí mismas
la injuria y la maledicencia)
Soy el cantador haciendo sonar la su sonaja
para abrir el corazón
Veo a quienes lloran por prescripción del dolor
Escucho la voz del desconcierto
Veo a quienes aceptan no saber
a qué han venido hasta aquí
—recuerdo también sus múltiples rostros espejos—
Está el viento llamando desde las castellanas torres grises
y el fuego mantiene su resplandor fijo
—se esparce el rumor de que
podría sublevarse hoy
la plebe—
Pasa una hora aquí
y ya parten otros:
el desfile continuará
aunque no nos dé tiempo despedirnos:
veo pasar a diario
a los rápidos
—como siempre furiosos—
también a horcajadas sobre el miedo
La larga letanía
por ahora
no se detiene:
el canto es el mismo
entre distintos forros
en diversos ritmos:
no corren las nubes a esconderse
les urge entregar su carga con rayos y centellas
Gotea la realidad perdida
en el fondo de su propio decaer:
aún hay ruido para identificarla
La música persiste
da forma a los efectos
describe la plenitud
es su sustento
hace esplender cuanto miramos
e insiste en darnos memoria
capaz de reconstruir días enteros
Soy el cantador de la ciudad dolida
de la urbe timorata y agiotista
la frenética que no quiere verse ni en los charcos
Vuela
el águila ondea en el blanco de la tarde
(rojo el poniente
verde que arde)
y en él se aleja
en balance
Llueve sobre la casa donde se busca el conocimiento:
la comunión es ácida
de azufre el polvo:
un venado azul es repartido
a quienes aspiran
y quieren ser más eficaces en sus constelaciones
Ondula el día en su música
suena la sonaja
—semillas en jícara rotunda—
y me reconozco cantador en medio de la calle
en el acantilado de la noche
No llegan el sueño
ni la verdad
en tanto no hay silencio
+++++
Otra ciudad de polvo y verdadera
…¿qué le han hecho? Es otra ciudad, yo no la reconozco. Toda harapienta, mugrosa, las paredes raspadas, descascaradas, todos esos edificios sarnosos, horrorosos. Yo no sé por dónde anduve.
Elena Garro
…la ciudad no era bella ni tan temible como él había querido presentarla: era falsa; también la muerte era falsa, por eso tenía que llevar siempre una máscara, la imagen del miedo del hombre.
Malcolm Lowry
Tomo de nuevo el camino hacia lo inesperado.
Álvaro Mutis
I
Escrito está que en este instante
hay otra ciudad
—ni eco ni repetición—
la verdadera
asomada a los ojos del insomne
fluyendo por el río segado
condenada en muros que devoran puertas
respirando a través de ventanas nunca abiertas
ajustada a goznes y carriles sin grasa desgastados
Otra
la auténtica y real
la verdadera
única como ésta
sobre la cual me inclino en la tarde
Escrito está que la gente
habitante de esa otra ciudad que no es de niebla
es la misma que desgasta las baldosas
es otra que habita cuando cree
que pasa del sueño a la vigilia
Escrito está que la que nombro es verdadera:
se le puede tocar en el último vaho de los suicidas
se le puede oír en el eructar de los borrachos
se le oye crujir al paso de los días
se sabe que acomete falsas empresas
que está por sí misma sitiada
y es su libertad y su cerrojo
Ésa es la ciudad desde donde escribo
la misma cuyas venas afiladas
se rozan y hieren mutuamente
ciudad donde renace el original desorden
la del instante
la que hace posible el lenguaje
y nada tiene que ver con estos muros
que a diario reciben lamentos y desastres
Escrito está que ésta es la cierta
la verdadera
aquella cuyo rostro de ceniza flota
—como el de la otra—
en la marea
presa del viento y su faena
II
Cansado de dormir
soñar
y no lograr reunir
las imágenes dispersas que me forman:
asomarse a un pozo de turbiedad
bajo el cual yace una veta de oro
entrar a una reunión de antiguos muertos:
mudos desdentados
hablan a gritos
y no entiendo
Algunas veces
he despertado seguro de haber recibido
la señal convenida
el santo y seña necesario
para abrir
para entender…
y basta un movimiento
leve
imperceptible
para derribar el castillo de naipes
que era el mensaje recibido
Hoy también estoy cansado:
fui tan lejos
bajé tan profundamente
agoté galerías casi interminables
reconocí grutas dónde sé quién soy
y al volver
al incorporarme
al primer golpe de sol
me halló con las manos vacías
VIII
Vengo de un antiguo sueño
de urbes acedas
de cuerpos de tul y humo zarandeado
donde perviven nombres
seres a quienes sólo yo escucho
Vengo de un sueño
erigido en un desierto
de torres de carbón
calles extensas lenguas calcinadas:
oigo a seres
vacíos como sonajas de guajes sin semillas
somnolientos pesados
arrastrados por su propio nombre
Vengo de un cementerio
de una antigüedad extraordinaria
donde crecen ideas fijas como púas
cercas de alambre
pentagrama donde no escribe para cantar el aire
Escucho andar a gatas a ciertos pensamientos
otros
se vuelven remolinos que peinan los pantanos
Hay luces muertas que saben a derrota
futuros triturados en un molino extraño
despiadado
Escucho que aquí nada se oye
que pasa un día o dos
un centenar de horas guiadas por un cencerro inapiadable
y nada aquí sucede:
no se mueve el lodo de los pensamientos
se vacía la cuenca desde donde todo se miraba
Voces que no reconocería
ni la propia garganta donde se expendían
van adheridas a los muros
se destrozan las uñas buscando una salida
boquean
presas del bozal que son
que incuba su silencio
Paso buscando una mirilla
deseo sólo un respiradero
mas mi sueño es viejo y desdentado
ácido y desangrado
territorio donde ya no corre el aire:
se sofoca a sí mismo
se envuelve en llamas pardas o bien decoloradas
se ahoga
y yo me voy secando
flanqueado por esas voces en los muros
los seres de sal cual olas ocres
e ideas que se ahorcan penden
—mecate y madera el segundero—
para mostrar dónde vivimos
dónde venimos a husmear:
en medio del silencio
sin traductor para este sueño viejo
decrépito
lápida que hará de nosotros fósiles
sangre inútilmente convocada
(Todo ha pasado ya:
llega la aurora
palabra que arde y guía
voz para ser
para mostrar que consistimos
pese a que polvo inquieto
no otra cosa somos)
+++++
*Selección personal del autor al libro Cantares de la Ciudad de los Ángeles, Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Puebla, Puebla, México, 2017.