Política /Gobierno | Opinión | 21.MAY.2021
Reflexiones sobre lo que se juega el 6 de junio y una convicción / Héctor Aguilar Camín
Día con día
Lo que se juega en junio
Hay tres preguntas sobre las elecciones del 6 de junio: 1. Qué se juega en ellas. 2. Cuál es su lógica política y electoral. 3. Quién ganará y qué es ganar.
Trataré de responder estas preguntas en los días que vienen.
Primero, qué se juega. Los simples números dan una idea sobre el tamaño y la importancia de lo que se juega.
Se elegirán 19 mil 915 puestos de elección popular, entre ellos el gobierno de las 100 ciudades más importantes del país, 15 de los 32 gobiernos estatales, 30 de los 32 congresos locales y los 500 puestos de representación en la Cámara de Diputados
La legión de candidatos que compiten en esta elección contra candidatos del gobierno prueba, con su sola realidad numérica, que la oposición no solo no está postrada o ausente, sino presente y activa con candidatos propios en todo el país.
Bajo este aluvión numérico y su complejidad territorial se juega, sin embargo, algo muy preciso y estricto, en cierto modo simple, a todas luces decisivo para los años que vienen. Se juega la continuidad o la discontinuidad del proyecto de gobierno del presidente López Obrador, eso que él sigue llamando cuarta transformación.
Si el Presidente pierde la elección de junio, perderá impulso, perderá legitimidad, perderá iniciativa. Entrará al ciclo normal de los presidentes de gobiernos democráticos. En año y medio más será un presidente saliente, sometido al calendario de las elecciones de 2024.
Por el contrario, si el Presidente gana las elecciones que vienen, tendrá un nuevo impulso, refrendará su legitimidad, conservará la iniciativa. Será un presidente fuerte en el año y medio siguiente, podrá afianzar y ampliar los cambios legales e institucionales de sus primeros tres años.
Y tendrá la tentación de conservarse en el poder, sea mediante una reelección, sea mediante una ampliación de su mandato, como quiere hacer en la Suprema Corte.
Si no tanto como para eso, al menos tendrá poder para tratar de imponer en su partido a un sucesor al que crea que puede manejar, como una extensión de su mandato personal.
Este ganar o perder del Presidente, este más o menos de lo mismo, es lo que se juega en el fondo de la enorme elección de junio.
6 de junio: perder y ganar
El resultado fundamental del 6 de junio para definir si el gobierno pierde o gana es el de la Cámara de Diputados.
Ganar la mayoría calificada en la Cámara de Diputados (2/3 de las curules) sería la gran victoria que podría obtener el Presidente en la elección de junio.
Ganar la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados (50 más 1) sería también una victoria, pero para saber realmente a victoria, tendría que venir acompañada de triunfos claros en las otras elecciones: de gobernadores, de congresos locales, de las ciudades fundamentales del país.
Las encuestas nacionales en vivienda publicadas hasta ahora le dan a Morena y a sus aliados altas posibilidades de ganar la mayoría absoluta en la Cámara.
Creo que es una medición prematura que no reconoce un rasgo central de la elección que tenemos en puerta: se trata de una elección nacional guiada por una lógica local.
Lo que determinará el resultado de la elección no es la intención de voto nacional, sino la acumulación de los votos locales. La única elección federal que habrá es precisamente la de la Cámara de Diputados, pero está inmersa en una ola tan grande de elecciones locales que acabará siendo definida por la marea local.
En las elecciones de 2018 hubo un factor nacional determinante en el tamaño del triunfo de López Obrador y sus partidos. Fue el doble apoyo de Enrique Peña Nieto a López Obrador: boicoteando la candidatura de Ricardo Anaya, mediante la difusión de un delito inventado por la Procuraduría, e induciendo el voto del PRI a favor de López Obrador.
Ambas cosas han sido documentadas por Jorge G. Castañeda en un artículo de la revista Nexos: “La oposición ganó…con una buena ayudada del gobierno”(ver aquí).
Queda claro ahí que la intervención de Peña puede haberle costado 10 puntos a Anaya y que fue decisiva para que López Obrador ganara por 53 por ciento.
El factor Peña Nieto a favor de AMLO no existirá en la elección que viene. Existirán en cambio, como factores nacionales, la aprobación del Presidente y el voto por los programas sociales ¿Bastarán para inclinar el voto local y repetir la victoria resonante de 2018?
Puede ser, pero no lo creo.
El voto local y la popularidad del Presidente
No hay en el nivel local muchas historias de voto diferenciado: mucha gente que vota por un partido para gobernador y por el partido contrario para diputados federales.
Creo que la lógica del voto local arrastrará a la del voto federal en la elección de junio. Ahí no hay buenas noticias para Morena. Empezó el año con intenciones de voto local muy favorables en 13 o 14 de las 15 gubernaturas en juego.
En abril, según un diario de circulación nacional, Morena tenía ventaja en 10 de las 15. Hoy parecen estar en entredicho al menos dos gubernaturas más: Morena aventaja en ocho de 15.
La tragedia de la Estación Olivos fue un azar adverso en el corazón del dominio electoral de Morena: Ciudad de México. No podemos predecir su impacto en votos, pero el golpe hizo perder 22 puntos de aprobación a la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, y le quitó más piso aún al secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, ex jefe de la ciudad .
La popularidad nacional de López Obrador podría contener estas tendencias a la baja del voto local, pues sigue alta, en el orden de 60 por ciento. No así la popularidad de los logros del gobierno federal. El manejo de la economía no alcanza acuerdos mayores de 30 por ciento y la aprobación de la política de seguridad fue en alguna encuesta de solo 17 por ciento.
Hay esta disonancia en los ciudadanos mexicanos: les cae bien su Presidente, pero no dejan de ver que gobierna mal.
El Presidente ha tenido una mala noticia hace dos semanas sobre las conferencias mañaneras, su gran recurso de gobierno. Según una encuesta (El Financiero, 27 de abril), la aprobación de esas conferencias bajó 12 puntos en dos meses, de 49 a 37 por ciento.
El Presidente parece más irritado que de costumbre. No es el abanderado de la República amorosa que ganó la elección de 2018 ni el candidato que parecía tener pragmatismo suficiente para modular sus pasiones transformadoras.
Dos años y medio después, López Obrador no es el presidente de los logros, sino de los pleitos, no es el confiado conductor de su partido hacia una victoria holgada como la de 2018, sino el enervado estratega de una batalla que empieza a emitir la sensación térmica de una derrota.
6 de junio: el voto cautivo y el voto perdido
Se dice que, además de la popularidad del Presidente, sus programas sociales traerán muchos votos a las urnas, la adhesión de millones de ciudadanos que reciben dinero en efectivo.
Es cierto, la red de beneficiarios de los programas sociales del gobierno puede darle muchos votos a Morena.
¿Cuántos? Imposible decirlo. La extensión y efectividad de esa red de beneficiarios son un misterio. Según el diseño original de los programas, el gobierno iba a tener para 2021 24 millones de beneficiarios.
A fines del año pasado, sin embargo, en el registro oficial de Hacienda había 16 millones. Si estos 16 millones votaran todos por Morena y sus aliados, ganarían la elección. Pero no hablamos de votos automáticos, hablamos de un techo máximo, no de un voto cautivo seguro.
Los programas sociales explican en algo los números positivos de López Obrador, pero sus votos no se hicieron presentes en las cinco elecciones locales de 2019, donde el PAN obtuvo más votos que Morena, ni en las elecciones de Hidalgo y Coahuila de 2020, donde el PRI barrió a Morena.
El gobierno obtendrá muchos votos de sus programas sociales, pero ha perdido en estos años a muchos votantes estratégicos que tuvo en 2018.
Pienso en franjas de la clase media educada, en la comunidad académica, científica y universitaria, en empresarios, intelectuales, en la comunidad médica. Y en las mujeres.
El Presidente ha proyectado la imagen de que no escucha a las mujeres. Ha suprimido estancias infantiles. Ha limitado el acceso a medicinas para niños enfermos de cáncer. Ha defendido candidatos acusados de ser violadores. Ha llamado simuladoras a las feministas.
La posición relativa del gobierno ante muchos de sus votantes entusiastas de 2018 está disminuida. Como disminuida está su conexión con los votantes de Ciudad de México a resultas de la tragedia de la Línea 12.
El gobierno tiene peso en los contingentes del voto clientelar, pero ha perdido apoyo en los contingentes del voto voluntario. No es buen augurio para la causa gubernamental. Los votos perdidos anuncian ya una elección competida, diluyen la épica, el entusiasmo, las ganas de creer en que vino envuelto el triunfo lópezobradorista de 2018.
6 de junio. La derrota
Creo que el gobierno perderá la elección de junio por sus malos resultados, por el peso de la realidad.
Han empeorado todas las cosas que prometió arreglar: la economía, la violencia, la corrupción, la pobreza, la salud.
Habrá votantes que quieran más de estas malas cuentas, pero habrá muchos que no. La de junio será una elección competida, con sabor a derrota para el gobierno, creo yo, no tanto por el número de votos sino por la sensación térmica de fracaso que baña al gobierno.
Votos de memoria: 47 de cada 100 votantes efectivos en 2018 no votaron por López Obrador. 53 de cada 100 no votaron por los partidos de su coalición. En 2018, López Obrador recibió cualquier cosa menos un mandato nacional.
El gobierno ganará en 2021 muchos votos, incluso la mayoría absoluta de la Cámara de Diputados. Pero creo que su victoria o su derrota no tendrán tanto que ver con el número de votos, como con la pérdida de la esperanza y de las ganas de creer.
López Obrador no está en el ánimo de un desfile triunfal, sino de un pleito de callejón. Aparece frente a él una oposición política competitiva, apenas visible en estos años, pero que resultará probablemente mayoritaria en junio, con la suma total de sus votos, aunque fragmentados.
Esta puede ser la ganancia de la oposición en junio: no arrasar, pero sí hacerse presente con una mayoría total de votos, para bajarle unas rayas a la 4T.
Si esto no sucede, si López Obrador gana arrolladoramente en junio, tendremos de qué preocuparnos: seguirá su camino.
Completará su captura del Poder Judicial, sus leyes impugnadas serán aprobadas por la Corte, someterá al INE, acabará de militarizar el país y el gobierno seguirá un cauce de destrucción económica y endurecimiento político, que ya conocemos, del que tardaremos en salir una generación.
Pero si López Obrador pierde, incluso en los términos relativos descritos aquí, su proyecto entrará al ciclo de los gobiernos democráticos normales, esos que gobiernan con fecha fija, terminan, les aplauden o les chiflan, y se van. Mi convicción es que perderá.