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28 Marzo 2024, Puebla, México.

No son inundaciones. Por un sistema Lacustre de la Cuenca de México / José Antonio Lino Mina

Naturaleza y sociedad | Opinión | 12.SEP.2021

No son inundaciones. Por un sistema Lacustre de la Cuenca de México / José Antonio Lino Mina

 

Mundo Nuestro. José Antonio Lino Mina es ingeniero Civil, Maestro en Medio Ambiente por Universidad Politécnica de Madrid (2002).  Es Experto en diseño de sistemas regenerativos del agua. Aquí más de su perfil.

 

… y en el dicho llano hay dos lagunas que casi lo ocupan todo. E una de estas dos lagunas es de agua dulce, y la otra que es mayor, es de agua salada. E porque esta laguna salada grande crece y mengua por sus mareas según hace la mar, todas las crecientes corre el agua della a la otra dulce, tan recio como si fuese caudaloso río y por consiguiente, a las menguantes va de la dulce a la salada…”  Hernán Cortés. Carta Segunda de la Conquista de México

 

 

La historia

 

Antes del surgimiento del Estado Mexica, aproximadamente en el año 1000 de nuestra era, el sistema lacustre de la cuenca de México cubría aproximadamente 1,500 kilómetros cuadrados, y estaba formado por cinco lagos: Tzompanco, Xaltocan, Texcoco, Xochimilco y Chalco. Los dos lagos del norte, Tzompanco y Xaltocan, eran más elevados y sus aguas escurrían hacia el cuerpo central más bajo: Texcoco, donde la escorrentía de toda la cuenca se acumulaba antes de evaporarse a la atmósfera.

Esta agua, en su camino desde las laderas de los cerros hacia las partes bajas de las cuencas, ha ido disolviendo sales minerales de las partículas del suelo y de las rocas que encuentra a su paso, volviendo las aguas del Lago de Texcoco salobres; formando un verdadero mar interior, como lo describe el propio Hernán Cortés[1].

 

 

La ocupación de éste cuerpo de agua demandó soluciones de los pueblos que desde el año 300 de nuestra era se fueron asentando en sus orillas y quienes desarrollaron técnicas de riego, las cuales les permitió aprovechar la variedad de ecosistemas formados en la zona (humedales, ciénegas, bosque) y cuya culminación científica se da en 1419 cuando el rey de Texcoco (y primer ingeniero hidráulico de México) Netzahualcóyotl construye un Albarradón (una estructura de mampostería) implementando con éxito la separación de los lagos de Texcoco y de México (de agua salda y dulce). Su estructura de mampostería fue prolongada a través de más de dieciséis kilómetros, desde Atzacoalco hasta las faldas del cerro de la Estrella. 

 

Restos del albarradón de Nezahualcóyotl en Ecatepec, Estado de México

 

De esa majestuosa estructura, sólo quedan algunos remanentes en el Estado de México e Hidalgo.

A la llegada de los españoles, la población original sufrió una gran mortandad por enfermedades, miseria, trabajo de esclavos y problemas de producción de alimentos, porque se les desconectó de su sistema chinampero y no se les dio nada mejor. La erosión del suelo se aceleró con la entrada del arado y del ganado. Las autoridades españolas no se preocuparon por investigar el uso correcto de la tierra mesoamericana, imponiendo en cambio, la agricultura y la fruticultura europeas de manera irracional[1]; los canales se convirtieron en drenajes y se llenaron de basura ante la eliminación de los oficios ligados al agua que tenía Tenochtitlan (buzos) quienes se encargaban de la limpieza diaria de acequias, canales y chinampas.  

Ante el deseo de expandir la Ciudad de México, se empezaron a construir obras para desecar el lago, ya que la presencia de los escurrimientos provocaba inundaciones que casi llegaron a desaparecer a la Ciudad (como la Inundación de San Mateo, en 1629). Con ésta idea se construyeron Tajos para interceptar

los escurrimientos de los ríos que bajan de las montañas del poniente, túneles, bóvedas, canales; se construyeron a lo largo de los siglos, cientos de obras para desviar los ríos y sacar el agua del lago de Texcoco y enviarlo al río Tula.

El Presente

Al paso de los siglos, los habitantes de la Ciudad, los ingenieros y las autoridades jamás volvieron a pensar el asentamiento en términos de un lago desecado artificialmente sino que lo pensaron como un valle con “problemas de inundación” y a partir de esta concepción errónea siguieron  -y siguen- diseñando, construyendo y combatiendo al agua que llega a la zona del lago.

La energía invertida en desecar el lago incluye, por ejemplo, la construcción del Gran Canal de Desagüe iniciado en 1884 por Porfirio Díaz y donde participaron compañías británicas y estadounidenses trabajando sin descanso durante diez años para acabar las obras de más de diez kilómetros de longitud, las cuales no fueron capaces de disminuir las “inundaciones”.

En el siglo XX se propuso y se llevó a cabo el entubamiento de los ríos (que prometía un mejor manejo de su escurrimiento) y en 1967 se construye el Drenaje Profundo de la Ciudad de México que promete –otra vez- acabar definitivamente con los “problemas de inundaciones” y con los hundimientos de la Ciudad, tampoco funcionó; la Ciudad de México se siguió inundando y el agua se siguió enviando al río Tula.

Actualmente, el Sistema de Drenajes cuenta con más de 303 plantas de bombeo, 12 tanques tormenta, 22 sifones, 13 lagunas de regulación y un sistema de 29 presas a cielo abierto y entubadas que descargan el agua al Valle del Mezquital, al río Tula en su camino hasta el Golfo de México.

Hoy en día y tras 11 años de construcción, el 23 de diciembre de 2019 se inaugura el Túnel Emisor Oriente (con un costo de 33 mil millones de pesos), una estructura de más de cien metros de profundidad, siete metros de diámetro y 62 kilómetros de longitud que promete –ahora sí- terminar con los “problemas de inundación” en la Ciudad de México enviando los escurrimientos naturales que bajan al lago, una vez más al río Tula y el Valle del Mezquital.

 

La paradoja

 

Desde la llegada de los españoles, muchas de las prácticas tradicionales de manejo del agua y entendimiento de los sistemas naturales (ecosistemas) acumuladas por los pueblos originarios, fueron sustituidas por los usos y tradiciones europeas de ver al mundo y por ende, de entender los ciclos naturales.

Al paso del tiempo,  desarrollamos una ciencia soberbia que resuelve los problemas locales sin pensar en las afectaciones a nivel de ecosistemas y eso nos ha llevado a provocar desequilibrios en el entorno al empeñarnos en extracciones irracionales de agua potable –por un lado- y al envío inmisericorde de agua residual –por otro- fuera de los límites naturales de la cuenca de México, (al río Tula por ejemplo) sin medir las consecuencias a corto y a largo plazo y pensando sólo en resolver las “inundaciones” de la Ciudad de México.

En las universidades se repiten las mismas soluciones fallidas (colectores, túneles, plantas de bombeo), se enseña el mismo conocimiento anticuado y se justifica la visión equivocada –a todas luces- de enfrentamiento de la realidad: la Ciudad de México se ha construido sobre un lago y cualquier esfuerzo que se haga por dominar a esa naturaleza invadida tiene su destino marcado: fracasará sin lugar a dudas.

Hoy, la energía empleada para secar artificialmente el sistema de lagos implica anualmente emisiones a la atmósfera de alrededor de 1.5 millones de toneladas de CO2[1] ; invertimos energía, esfuerzo, dinero y vidas en secar un lago, en nuestro empeño para dominar a la naturaleza.

Al paso del tiempo, el comportamiento natural de la cuenca del Valle de México, con las subidas y bajadas de los niveles del sistema de lagos fue paulatinamente olvidado y consistentemente combatido en “beneficio” de mayores áreas disponibles para el crecimiento de la ciudad o de ese otro falso espejismo de “evitar las inundaciones”; desecar al lago ha sido la prioridad de la ciencia, de las autoridades y de los ciudadanos que hoy se quejan respecto a la presencia del agua en sus calles y avenidas; la ven como invasiva, la ven como inundación cuando en realidad, se trata de un lago que se resiste a morir ante el embate permanente de una sociedad queriéndolo desaparecer a toda costa.

Cuando entendamos que hemos alterado a la naturaleza en nuestro beneficio, cuando entendamos que es una batalla perdida, cuando comprendamos que la restitución y el cuidado y respeto del Lago es lo que más conviene a todos (presentes y futuros); entonces apagaremos las bombas, cerraremos los túneles, liberaremos los ríos y abandonaremos la Ciudad de México para darle paso –por fin- al Sistema Lacustre de la Cuenca de México.

Será entonces cuando finalmente, acabarán las inundaciones.

(Foro de portadilla: Alfredo Domínguez, tomada de La Jornada.)

 

Notas:

 

[1] http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/sites/ciencia/volumen2/ciencia3/091/html/sec_5.html

[2] https://www.amc.edu.mx/revistaciencia/images/revista/58_3/PDF/11-552.pdf

[3] SMA-DF – Secretaría de Medio Ambiente del Distrito Federal. 2008. Inventario de Emisiones de la Zona Metropolitana del Valle de México, 2006. Gobierno del Distrito Federal. México.