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29 Marzo 2024, Puebla, México.

Crónicas de guerra  15:   La batalla que destruyó Monterrey

Cultura | Crónica | 19.MAR.2022

Crónicas de guerra 15: La batalla que destruyó Monterrey

Antecedentes

 

Hacía ya varios años que México había perdido el territorio de Texas. La separación de este estado había concluido al declarar su independencia el 2 de marzo de 1836. Joel Poinsett y Duff Green lograron que el presidente Tyler convenciera al congreso de aprobar la incorporación de este territorio a su nación, por lo tanto, cualquier fricción entre Texas y México se convertía automáticamente en un conflicto internacional del que la ambiciosa nación norteamericana sacaría provecho.

Cuando las noticias de que en enero de 1846 el general Zachary Taylor había construido un fuerte en la ribera izquierda del Río Bravo llegaron a Monterrey, fueron prácticamente ignoradas porque los conflictos políticos internos ocupaban el interés nacional. Este acto de provocación tan alarmante pasó desapercibido. La construcción de lo que llamaron Fort Texas se realizó por órdenes de Washington. Algunas familias mexicanas de las mejor posicionadas económicamente confiaban en que el invasor norteamericano respetaría sus bienes, sabían que el interés yanqui estaba en las tierras ociosas.  

Fue hasta mayo de 1846 cuando la población regiomontana comenzó a preocuparse al enterarse de la Batalla de Palo Alto, las fuerzas enviadas por Santa Anna para defender el territorio nacional tuvieron que emprender la retirada ante el incontenible avance de las tropas norteamericanas. En poco tiempo, la ciudad de Monterrey fue tomada por el enemigo invasor.

 

La aproximación a Monterrey

 

Al ser Monterrey la ciudad más grande del norte de México, era un objetivo obligado para el ejército estadounidense que, planeando su estrategia de asalto, permaneció algunos meses en las inmediaciones del río Bravo, aguardaban la llegada de provisiones y más hombres. El comandante norteamericano Zachary Taylor tenía órdenes precisas de invadir México, sin embargo, el gran reto estratégico que enfrentaba era resolver el problema de conducir a su numeroso ejército a través de un terreno desértico, esa región había sido una tortura para los soldados mexicanos que la habían cruzado en su retiro después de la derrota de Palo Alto.

Los estadounidenses, luego de estudiar varias posibilidades, eligieron una ruta más práctica hacia Monterrey: movieron provisiones y tropas río arriba, hasta Camargo, y de allí avanzaron por un camino más rico en fuentes de agua; les favorecieron las lluvias que de manera inusual fueron fuertes y el río aumentó su nivel, lo que permitió la navegación de barcos de vapor. Aprovechando su fortaleza económica, Estados Unidos alquiló naves que habían sido armadas para comerciar utilizando el sistema fluvial de ese país, tenían experiencia en ello pues esa estrategia les había permitido transportar grandes cantidades de hombres y provisiones cuando se apoderaron de Texas. Además de los barcos, los norteamericanos contrataron arrieros para que con sus mulas transportaran por tierra todo lo necesario para continuar con el avance hacia la ciudad de México.

Si de algo estaban seguros los invasores era de que Monterrey sería defendida, y no por ser una ciudad fronteriza, sino por ser el polo de desarrollo de la economía regional. El general Francisco Mejía reagrupó a los sobrevivientes de las batallas anteriores tratando de elevarles la moral que para julio de 1846 el General apreciaba que había mejorado, las deserciones para esas fecha ya eran nulas. Las tropas fueron trasladadas de Linares a Monterrey, pero no eran suficientes para defender esa ciudad, además se requería del dinero necesario para alimentarlas. Mejía pidió a sus superiores en tono de súplica el apoyo, pero los políticos tenían otras prioridades; el gasto en el derrocamiento del presidente Mariano Paredes redujo considerablemente los fondos de la nación.

Casi como un milagro, Pedro Ampudia llegó a la capital neolonesa el 1 de septiembre de 1846 con fuerzas frescas, de inmediato se dispuso a comandar la defensa de la plaza. Ampudia aprobó en lo fundamental el plan de Mejía. Tras la derrota de Palo Alto, los mexicanos conocían lo eficaz de la artillería ligera estadounidense por lo que de inmediato se dieron a la tarea de fortificar los lugares estratégicos, pero no era posible guarnecer todas las alturas alrededor de Monterrey, las tropas ni siquiera alcanzaban para defender la ciudad misma. Los jefes militares dudaban sobre a qué lugares les deberían dar prioridad. Los soldados y la población civil se dedicaron varios días a construir defensas, ese entusiasmo se vio contrarrestado por las dificultades entre los generales que no se hicieron esperar; los oficiales se dividieron entre los que apoyaban a Mejía y los que simpatizaban con el plan de Ampudia, pero además había otro factor de división, un grupo estaba formado por los veteranos del norte, acostumbrados enfrentar la situación como viniera, a salir adelante sin recursos, y el otro grupos lo constituían los recién llegados con Ampudia que confiaban en su habilidad castrense para enfrentar a los estadounidenses.

Zachary Taylor se aproximaba con seis mil hombres de los cuales cerca de la mitad eran soldados regulares que habían combatido en Palo Alto y el resto estaba formado por voluntarios de Texas, Misisipi, Ohio, Kentucky y Maryland; era la gente más inmoral y desenfrenada de los Estados Unidos y cuyo desorden rebasaba la capacidad de control del general Taylor, violaban a las mujeres y a sus hijas, además tomaban por la fuerza cuanto les gustaba siempre que fuera mexicano. Este contingente acampó muy cerca de Monterrey el 19 de septiembre de 1846, ahí esperó la llegada de una fuerza más numerosa al mando del general William Worth que rodeó la ciudad por el norte y el oeste envolviendo a las principales defensas mexicanas.

 

La batalla

 

El plan de Taylor consistía en confundir a los mexicanos realizando un falso ataque directamente contra sus defensas que mostraban signos de agotamiento debido a las órdenes de derribar y reconstruir varios fuertes. Cuando los norteamericanos se preparaban para realizar el engañoso ataque, los soldados yanquis regulares veteranos en el combate se percataron de que los voluntarios mostraban un alarmante nerviosismo debido a que dudaban de sus posibilidades de éxito, eso fue un factor para que a Taylor no le funcionaran bien las cosas. Se inició el ataque de distracción, pero pronto cesó. Los mexicanos defendían una serie de fuertes y edificios fortificados tan cerca unos de otros que los ataques de los estadounidenses recibieron fuego de cañones y mosquetes, los disparos eran tan tupidos que los invasores no podían determinar exactamente de dónde provenían. Los norteamericanos avanzaron y cuando llegaron a pocos metros de las defensas, se percataron de que estaban atrapados en unas calles sumamente estrechas que les impedían su movimiento, bajo la metralla mexicana con los tiradores a cubierto, casi todos los oficiales y soldados invasores resultaron muertos y unos cuantos heridos, los voluntarios que no quedaron atrapados en esos callejones huyeron en desbandada buscando dónde ocultarse. Taylor envió más combatientes al frente, pero con los mismos resultados. El ataque que había sido planeado como una distracción, se había convertido en un asalto a gran escala. Tras varias horas de sangrientos combates los estadounidenses lograron tomar un fuerte importante, el costo fue muy elevado: alrededor de 400 bajas entre muertos y heridos. En realidad se trató de una derrota para los estadounidenses aunque nunca la quisieron reconocer como tal, aprovecharon para medio encubrir este fracaso la falta de optimismo desde la perspectiva mexicana porque, también de ese lado, hubo bastantes pérdidas humanas y se gastaron grandes cantidades de municiones, además sabían que los norteamericanos no estaban todavía derrotados.

 

 

Al mismo tiempo, la división del general William Worth tuvo mucho éxito. La caballería mexicana intentó detener su avance pero fue derrotada, Worth capturó varias fortificaciones en la parte occidental de la ciudad. Los soldados que defendían los fuertes resistieron con gallardía, no lograron ocasionar bajas importantes en el enemigo porque lo escarpado de las laderas por las que los estadounidenses tuvieron que ascender los protegió del fuego de las armas mexicanas.

El 23 de septiembre, Worth atacó la ciudad y penetró en ella. Sus hombres emplearon tácticas más adecuadas para la guerra urbana, tácticas que los voluntarios texanos que lo acompañaban habían aprendido en sus anteriores combates contra los mexicanos: en lugar de tratar de avanzar por las calles expuestos al fuego preveniente de las azoteas de la construcciones de piedra que las flanqueaban, entraban a las casas con hachas y palancas, luego horadaban los muros laterales de las casas vecinas para entrar en ellas, de esta manera impedían que los mexicanos de las posiciones cercanas pudieran disparar y causarles daño. Aunque los estadounidenses sufrieron algunas bajas, pudieron avanzar sin muchos tropiezos.

Ese mismo día Taylor atacó la ciudad desde el norte. Sus tropas emplearon tácticas similares a las de los hombres de Worth: pasaban a través de las casas y se apostaban en sus techos planos, así los estadounidenses anularon las ventajas que su enemigo había aprovechado para rechazarlos dos días antes. Los mexicanos resistieron cuanto pudieron pero se vieron obligados a ceder terreno. Las fuerzas de Ampudia atacadas por ambos flancos, estaban siendo literalmente comprimidas y empujadas hacia el centro de la ciudad, hacia Catedral y los principales edificios de gobierno. En esos edificios se había refugiado la mayor parte de la población civil. La situación de las fuerzas mexicanas empeoró, los invasores aprovecharon la cercanía del grueso de las tropas mexicana para emplazar un mortero de parábola alta cuyos obuses podían ser disparados sobre la plaza central. La artillería mexicana sólo contaba con unas cuantas balas de cañón, pero todavía tenía toneladas de pólvora en la catedral.

Los invasores, al atacar una ciudad fortificada inevitablemente lo hacían también a su población civil: saqueaban, violaban y mataban. Lo consideraban recompensa por los peligros que corrían y algunos, lo atribuían al estado de excitación que la guerra les causaba. Ampudia decidió negociar la rendición y emprender la retirada porque consideró que la vida de la población civil y mantener su ejército eran más importantes que sostener Monterrey.

 

La heroína de la batalla

 

En esta batalla destacó en gran medida el patriotismo del sexo femenino, mujeres que brillaron por su valor y determinación durante la lucha en la defensa de Monterrey, las hubo anónimas en gran cantidad como las soldaderas que participaron activamente disparando contra el enemigo, algunas de las cuales llegaron a perder la vida durante los tiroteos en las calles de la ciudad, pero no se puede olvidar a la mujer leyenda de esos días: Doña Josefa Zozaya. Pasó a la historia por su osado acto de acarrear municiones y arengar a las tropas mexicanas cuando se combatía a los yanquis en el centro de la capital neolonesa. Guillermo Prieto, uno de los primeros cronistas de esa guerra escribió sobre ella: “Noble matrona, personificación hermosa de la patria misma”; por otra parte, un periodista norteamericano dijo que ella era un “bello ideal del heroísmo”.

 

 

María Josefa Zozaya era originaria de Villagrán, Tamaulipas, lugar antiguamente conocido como Real de Borbón, llegó al mundo el 14 de octubre de 1822. Su familia la llamaba “Chepita”, el día que cumplió 18 años se casó con Manuel Urbano de la Garza Flores. En 1844 Manuel Urbano enferma súbitamente, se presenta en él una fiebre y muere a los pocos días.  Viuda a los 22 años y con dos hijas pequeñas, llega a Monterrey y se aloja en una enorme y bella casa propiedad de su difunto marido, la casa estaba situada justo frente a la Catedral y la plaza principal de la ciudad.

Gran parte de la población huyó de la ciudad ante el temor de quedar atrapada en medio de una batalla, familias enteras comenzaron a abandonar la ciudad iniciando un éxodo hacia ciudades más seguras como San Luis Potosí. Chepita tuvo la oportunidad de marcharse a su Villagrán natal, pero tomó la decisión de permanecer en Monterrey con sus hijas y enfrentar valientemente al invasor yanqui. Como su casa estaba situada estratégicamente frente a Catedral, fue ocupada por soldados que se colocaron en la azotea. La Catedral era el lugar donde se habían concentrado las fuerzas mexicanas para ejecutar el plan defensivo ideado por el general Ampudia. Desde la azotea de la casa de Chepita era posible dominar lo que sucedía en las calles aledañas. Esos días se caracterizaron por una serie de asaltos y ataques frontales de los yanquis que desde la periferia, se dirigían hacia el interior. Primero atacaron los fortines en los suburbios, después de tomar algunos de ellos, avanzaron hacia el centro derribando las barricadas en las calles y perforando las paredes de las casas.

Rifleros de Mississippi armados con sus rifles rayados Withnfield, de mayor precisión que los mosquetones usados por los mexicanos, toman posesión de varias casas contiguas al zócalo y comienzan a hacer fuego desde las azoteas. Los soldados mexicanos apostados en las azoteas cercanas entre las que se encuentra la casa de Josefa Zozaya, responden al tiroteo y el combate de techo a techo se generaliza. El tronar de los disparos y el silbido de las balas que caen como granizo revotando en los parapetos inundan el ambiente. Las municiones se consumen y es necesario auxiliar a las tropas nacionales. Josefa Zozaya con valor y determinación poniendo en riesgo su vida, sube voluntariamente a la azotea y olvidando su condición de mujer y madre de dos hijas pequeñas, desafía la peligrosa precisión de los “rifles Mississippi”, abastece de pólvora y balas a todo soldado patriota que lo necesite.

Historiadores y escritores de la talla de José María Roa Bárcenas, Guillermo Prieto, David Alberto Cossío, Ricardo Covarrubias y Santiago Roel, describieron este acto patriótico diciendo: “animó y municionó a la tropa”; “logró infundirles ánimo en la lucha”; “inyectó nuevos alientos a los defensores”. Su osado arrojo y desprecio al peligro la colocaron en la primera línea del combate durante uno de los momento más difíciles del conflicto, por la valentía mostrada en estos hechos de guerra ha sido justamente llamada la “Heroína de Monterrey”.

 

Consecuencias de la batalla

 

Monterrey cayó en manos del invasor yanqui, Ampudia logró mantener una fuerza militar considerable para tratar de interponerse entre Taylor y su próximo objetivo importante: San Luis Potosí. Hubo mucho, militares políticos e historiadores que criticaron su decisión de negociar la rendición con Taylor, pero él creía que lanzar un fiero y final asalto norteamericano contra el centro de la ciudad causaría muchas más bajas tanto entre sus hombres como entre la población civil y, además, era consciente de que no contaba con suficientes tropas como para impedir que los yanquis tomaran la ciudad. También creía que Polk, presidente de Estados Unidos, deseaba que se negociara el fin de la guerra.  Los hombres de Taylor quedaron impresionados con la tenacidad con la que los mexicanos defendieron sus posiciones y estaban horrorizados por las cuantiosas bajas que éstos les causaron, mucho más numerosas que las sufridas en Palo Alto. Tal vez este resultado inesperado permitió que Taylor decidiera dejar que Ampudia se retirara con sus hombres, sus mosquetes, e incluso parte de su artillería y se dirigiera al sur.

Hubo dos aspectos que llamaron la atención de los invasores. En primer lugar, la presencia de tantas mujeres que marchaban con los hombres entre soldaderas, combatientes y acompañantes y en segundo lugar, los soldados combatientes bajo las órdenes de Ampudia que  no eran mexicanos, eran hombres que habían desertado del ejército estadounidense, combatieron de Monterrey en adelante del lado de los mexicanos, los más osados eran artilleros. Después se supo más respecto de esos hombres, constituyeron el aguerrido y famoso Batallón de San Patricio gritando a toda voz su lema: “Erin go Bragh”.

 

Referencias

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De Bustamante, Carlos María. (2005) El nuevo Bernal Díaz del Castillo, o sea, historia de la invasión de los angloamericanos en México. CONACULTA. México.

De la Vega, Mercedes (2011). Historia de las relaciones internacionales de México, 1821-2010. Secretaria de Relaciones Exteriores, Dirección General del Acervo Histórico Diplomático

Guardino, Peter. (2018). La Marcha Fúnebre. Una historia de la guerra entre México y Estados Unidos. Libros Granos de Sal. México.

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Valdés, José. (2019). Breve Historia de la Guerra con los Estados Unidos. Fondo de Cultura Económica. México