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25 Abril 2024, Puebla, México.

La marcha y la democracia aprendida / Héctor Aguilar Camín

Sociedad /Política | Opinión | 29.NOV.2022

La marcha y la democracia aprendida / Héctor Aguilar Camín

Día con día

 

Marcha de Estado, con fin de gobierno

 

Confieso que la movilización de Estado cumplida ayer en la Ciudad de México, en servicio y adulación del Presidente, quedó por debajo de lo que yo esperaba.

 

Creí que podrían convocar más, acarrear más y ofrecer un espectáculo de masas administradas como no habíamos visto en el país.

 

No fue el caso. Si la memoria no me engaña, en sus buenos tiempos, fuera del gobierno, López Obrador pudo convocar marchas parecidas en tamaño pero más potentes y genuinas en espontaneidad y en entusiasmo.

 

En la multitud de ayer había algo de la molestia sorda que queda de la manipulación del acarreo, las consignas de asistencia obligatoria, la amenaza de sanciones salariales o clientelares, y la obscena cortesanía de los supuestos más altos servidores de la nación: miembros del gabinete, legisladores, gobernadores, precandidatos.

 

El gobierno está en su fase final y no hay cómo disfrazar que lo está. No es posible contar la historia, como quiso hacer el Presidente, de logros que no se obtuvieron, de compromisos que no se cumplieron, de transformaciones que se quedaron en desmantelamientos y destrucciones.

 

Las promesas del sexenio fueron claras y grandes: terminar con la corrupción, terminar con la violencia, reducir la desigualdad y la pobreza, crecer al 4 y al 6 por ciento, regresar al Ejército a los cuarteles, tener un sistema de salud como el de Noruega o Finlandia, o por allá.

 

Nada de eso existe hoy. Más bien lo contrario:

 

La corrupción manchó a mucha gente, incluyendo a familiares y colaboradores del Presidente, y a él mismo, como Rey del Cash.

 

La pobreza y la desigualdad aumentaron. La violencia es mayor y más impune que nunca.

 

El gobierno civil militarizó espacios fundamentales.

 

Los muertos mexicanos de la pandemia se cuentan entre los más altos del mundo, al tiempo que cincuenta millones de mexicanos perdieron la protección del Seguro Popular.

 

Las cosas por servir se acaban, los gobiernos tienen plazos, cosechan lo que siembran. Los logros son imposibles de inventar, y no hay nómina que pague la espontaneidad ni el entusiasmo por lo no realizado.

 

Este va siendo el saldo de la llamada Cuarta Transformación: nada marchó de acuerdo a lo prometido.

 

Tampoco, creo, la marcha del domingo.

 

La marcha y la democracia aprendida 

 

La marcha organizada por el gobierno el domingo pasado vale como advertencia de que no se privará de nada para imponerse en 2024.

 

El pudor y la ley quedaron atrás. La marcha normalizó el impudor, la ilegalidad del acarreo y el uso abierto de los recursos del Estado.

 

Lo que vimos el domingo es lo que los ciudadanos y la oposición pueden esperar del oficialismo en adelante. 

 

Queda claro que en la marcha hubo muchos espontáneos que habrían venido por su propio pie. Pero queda claro también que el mensaje para el resto de la sociedad no eran ellos, sino los otros: los venidos por la inducción, la coacción o las órdenes del gobierno.

 

Había que poner esos contingentes de acarreados ahí, hacer manifiesta la manipulación, para sugerir a todos que el oficialismo es invencible, que no hay nada que hacer, que la suerte está echada, que con el gobierno no se puede.

 

En ese descaro que se ofrece como una fortaleza, puede haber una debilidad profunda: la del rechazo de la sociedad que, en su camino a la democracia, aprendió largamente a repudiar las trampas electorales del gobierno.

 

La pedagogía contra el fraude, los acarreos y las ilegalidades del priismo, el repudio a las mañas del invencible dinosaurio, fue central en la política de la transición democrática.

 

El repertorio del dinosaurio estuvo de regreso en el manejo que hicieron el Presidente y su gobierno de la marcha del domingo pasado.

 

No hay por qué pensar que aquella pedagogía democratizadora, aquella democracia aprendida, está muerta, y que volver a las mañas del pasado no tendrá costos futuros.

 

No hay por qué pensar que los acarreados del domingo no se voltearán contra sus acarreadores al llegar a las urnas, como se voltearon en su tiempo contra el PRI.

 

El Presidente tiene una aprobación mayoritaria, pero no su gobierno, ni los partidos que forman la alianza oficialista, superados en número de votos en la elección intermedia de 2021.

 

El cinismo en el regreso a las elecciones de Estado, puede ser un antídoto contra ese regreso, en vez de una receta de invencibilidad.

 

Después de todo, los camiones alquilados no votan.