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   Car’e foca resucitó en la Gran Tenochtitlán / Moisés Ramos Rodríguez

Cultura /Sociedad | Reseña | 7.FEB.2023

Car’e foca resucitó en la Gran Tenochtitlán / Moisés Ramos Rodríguez

 

A mi papá Juan Ramos Sánchez en sus 101 años

 

Seguramente tenía su aché, no hay duda. Y es probable que haya sido hijo de Babalú, el temido, poderoso y reverenciado Babalú Ayé.

El día de Babalú Ayé es el 17 de diciembre; el músico multinstrumentista, compositor, arreglista y eventual cantante y “actor” de cine que se interpretaba a sí mismo, nació el 11 de diciembre en Matanzas, Cuba, por lo que es probable que lo haya hecho bajo la protección de la gran figura del orisha.

No completamente negro, descendiente de negros, Dámaso Pérez Prado tenía una protección tal de las deidades de su isla que, pese a todos los inconvenientes que encontró en su camino, se pudo coronar como el Rey del Mambo.

Y tal vez si su aché era Babalú Ayé, le ayudó a resucitar recientemente en un vagón del metro de la Gran Tenochtitlan, donde murió el 14 de septiembre de 1989.

Y es que en los años cuarenta del pasado siglo, Dámaso fue considerado demasiado extravagante (musical, física y…) y fue rechazado de su propia patria. En México, a donde llegó a encabezar, en menos de cinco años una de las revoluciones musicales y culturales más poderosas de su siglo (y de otros milenios)… lo deportaron.

Su hermano Pantaleón, el bajista y contrabajista en su orquesta, le robó el título del Rey del Mambo y se enriqueció en Europa. Hasta que un tribual gringo lo paró en seco y le obligó a aclarar que él no era su hermano Dámaso.

A todo se sobrepuso Dámaso, incluso al chachachá y al rocanrol, que “lo destronaron”, a tal grado que en las listas de éxitos de Estados Unidos llegó a estar por encima de Elvis Presley, el otro rey, y permaneció durante semanas en los primeros sitios de popularidad.

Y todo su éxito pese a la envidia, la maledicencia y el tan mexicano provincialismo que, en nuestro país hizo que lo deportaran.

[Recuerdo aquí a Ignacio Manuel Altamirano, quien escribió a este propósito, y apenas ayer (1868): “…provincialismo… ese provincialismo celoso y estúpido que cierra al extraño las puertas, y que le ve como a un animal feroz o como al gafo de a Edad Media…”]. 

Pese a todo, nacionalizado mexicano Dámaso fue, es y será el Rey del Mambo.

Recuerdo lo anterior porque hace poco, el director de cine Emilio Maillé (nacido en la Gran Tenochtitlán en 1963), ha hecho un homenaje al Ma’calacachimba con la película El sueño de ayer, estrenada el año pasado y ahora disponible en la red de redes.

 

Fotograma de la película El sueño de ayer.

 

Car’e foca entona su pregón

 

Por alguna razón que parece extraña en estas sincronicidades, en estos días estaba recordando las versiones que de “El manisero” hizo Dámaso: al menos tres, una con un soporte percusivo básico, clásico, semejante al de la orquesta de Don Azpiazu (Justo Ángel Azpiazú, originalmente con acento en la u), quien popularizó la canción de Moisés Simons en 1930, desde Nueva York; otra, con su acostumbrada orquesta de saxofones, trompetas, bajo y percusiones, con él al piano. Una más grabada en Japón en 1967.

Y las recordaba porque cuando Simons (que ni era negro ni criollo, sino hijo de un vasco) compuso su más famosa canción, fueron negros y criollos quienes la llevaron al éxito, al grado de que el negro Antonio Machin, quien la grabó por primera vez, jamás se pudo despegar de esa composición que tan buena acogida ha tenido, al grado de que se conocen más de 160 (o al menos ése número) de versiones de ella.

Sólo composiciones como “Bésame mucho” de Consuelo Velázquez o “Yesterday” de Paul McCartney (Lennon sólo la firmó, pero no participó en su composición o arreglos) han logrado tales repercusiones a nivel mundial.

Dámaso, quien era un excelente pianista (y tocaba también la clave, el órgano, el saxofón, la trompeta, la batería y las tumbadoras, aunque aseguraba que, los cinco últimos sólo los tocaba “un poco”) hace en una de las versiones de la canción de Simons una muestra de su dominio del piano, pero también del grado de asimilación de lo ajeno, arreglándolo para hacerlo suyo y, con ello, nuevo.

Con tumbadora, cencerro y maracas de fondo, Dámaso repite la línea melódica que hace la voz en la versión original de “El manisero”, pero bien pronto la “interviene” y, adelantado como era a su tiempo y a los cánones siempre estrechos, desata en el piano las figuras musicales y nos habla en un leguaje completamente moderno sin perder el ritmo, para homenajear la música que lo formó, de la cual mamó.

 

La primera versión.

 

En esa primera versión que recuerdo, en ningún momento incluye la trompeta, a la cual era tan adicto, ni saxofones, lo cual si hace en la segunda versión que rememoro, donde además, hay una guitarra eléctrica (especie de basso continuo) fondeando con la percusión, a los cuales ahora dice “¡Dilo!” el genio de Matanzas. Las trompetas llegan a lo más alto, aúllan, claman, explotan, pero ninguno humano canta con ellas. No hay voz en ninguna de estas dos versiones de Dámaso a la canción de Simons.

 

La segunda version

 

Dámaso, que estaba en la cima de su éxito, supo inclinarse para honrar con sus versiones de “El manisero” a sus raíces. No he encontrado (no sé si exista) algún comentario de Moisés Simons a las versiones de Dámaso. Creo que se sintió halagado si las conoció.

Acostumbrado nuestro oído a los estridentes y revolucionarios sonidos de la orquesta de Pérez Prado, en las comentadas versiones a la canción de Simons, se descubre un cierto sosiego, un dominio del matancero a que entren los grandes arranques melódicos y rítmicos: nos muestra que sabe ir a las cimas, pero también a las simas sin perder su vitalidad.

Para confirmar lo anterior, hay que escuchar sus tres obras para orquesta (sinfónica) donde su “Concierto para bongó” lo pinta de cuerpo entero: atrevido, extravagante, adelantado a su tiempo.

 

 

El "Concierto para bongó"

En 1967, en Japón, donde realizó al menos veinte giras con su orquesta, es decir, un año después de la grabación de su “Concierto para bongó” (hecha en 1966) Dámaso regresó a “El manisero” y aquí la percusión da la bienvenida, pero es el bajo quien lo va a acompañar al piano, donde reconocemos la línea melódica, pero pronto pasa a ser otra cosa, y Dámaso en unos minutos, de lo más grave a lo más agudo, ahora sí da más libertad a la explosiones de los alientos, de sus estridencias, y él regresa al piano, como un Beethoven del Caribe. Mientras tanto, trompetas y saxofones mantienen la cadencia que hace que uno desee una mayor duración de la canción de apenas dos minutos treinta y tres segundos de duración.

De cualquier forma, esta tercera versión de Dámaso a la composición de Simons que ahora recuerdo, es una delicia, una joya. 

 

Un manojo de tics

 

Prolífico compositor, excelente letrista, conocedor del éxito rotundo y también del fracaso, Bob Dylan consiguió, sin buscarlo nunca, el premio Nobel de Literatura 2016. Y fue calificado como “un manojo de tics” al “actuar” en la película Pat Garrett y Billy the Kid, de Sam Peckinpah.

La cinta, de la cual Dylan es el autor de la banda sonora, le dio un éxito, pero musical: “Knockin' on Heaven's Door”. Jamás, que sepa, ha vuelto a intentar actuar.

Emilio Maillé estrenó el año pasado (y ahora se puede ver en Amazon Prime Video) El sueño de ayer, un homenaje sui generis a Dámaso Pérez Prado, protagonizado por Rubén Albarrán y Mikaela Monet.

El director aclara que no se trata de una biografía del Rey del Mambo ni una biografía de las que hoy pululan, desde la de Elvis, el otro rey, hasta la del pobre Freddy Mercury que no tiene cómo defenderse de lo que dicen es la película sobre “su vida”.

La de Maillé es atrevida porque como él mismo lo ha aclarado, buscó ir “más allá” de esas películas o series donde “todo se inventa”: inventó que Dámaso ha resucitado y lo hizo en un vagón del metro de la Gran Tenochtitlan, una de las protagonistas de la cinta, además del matancero; la tercera homenajeada es la música del “chaparrito cara de foca” que inventó el mambo, como canta Beny Moré. 

 

 

El Sueño de ayer (Trailer)       

La cinta está bien hecha, de tal manera que uno piensa qué película hubiera hecho Bernardo de Balbuena si, en lugar de ser poeta del siglo XVI, hubiera sido cineasta en el siglo XXI: ¿hubiera filmado El sueño de ayer?

La música, como también lo ha explicado Maillé la eligió como lo hubiera hecho cualquier otro en su lugar: a su gusto, pero toda del gran músico que es Dámaso el de Matanzas. El tercer  homenaje está hecho.

En cuanto a Dámaso, el director ha aclarado también que “es y no es” el protagonista de su película, porque, para eso se tomó el tiempo y el trabajo de imaginar qué pasaría si los orishas le hubieran ayudado al Ma’calacachimba a resucitar, treinta y tres años después de su muerte física, en un vagón del tan saboteado metro de la Gran Tenochtitlán.

Entonces, el espectador puede o no creer que es Dámaso el que ve en pantalla; pero la que cuenta el director es una historia de amor donde el pianista pudo haber regresado (o regresó) a la vida de la tercera dimensión, por una mujer. Se sabe que su gusto por las mujeres era el de un impenitente.

Albarrán y Mikaela Monet no tenían ni tienen preparación como actores, aunque al director le gustó su presencia y manejo escénico como cantantes.

El de Ciudad Satélite había sido el coprotagonista del video “Los agachados”, versión de La Maldita Vecindad a la canción escrita por Severiano Briseño, interpretada por Tint Tan. Y no hace mucho fue invitado por los miembros de la orquesta de Pérez Prado para actuar con ellos. Pero eso no lo hizo actor, ni el nuevo Pérez Prado.

En fin: El sueño de ayer demuestra que Pérez Prado no ha muerto. Y si a Bob Dylan le dijeron que sólo era un manejo de tics, y no actor ¿qué dirá quien vea la cinta de Maillé, sobre su protagonista?

Mientras tanto, yo sigo escuchando a Beny Moré, acompañado por el genio de Matanzas: “¿Quién inventó el mambo que me provoca (que me sofoca)? ¿Quién invento el mambo que a las mujeres las vuelve locas? Un chaparrito con cara de foca”. Y Pérez Prado. Antología: la colección definitiva, remasterización del 2022: más de tres horas de sincopa, sofocación y ritmo, mucho ritmo: ¡Dilo…!