Sociedad civil organizada /Justicia /Cultura | Crónica | 10.MAR.2023
Mi día como periodista y feminista un 8 de marzo / Samantha Páez
Muchas emociones y pensamientos atravesaron mi mente y mi cuerpo desde que salí rumbo a la primera marcha del día hasta que regresé doce horas después. Aquí un intento por narrar una parte de todo ello.
Samantha Páez es escritora, periodista y activista en la ciudad de Puebla, especializada los temas de género y libertad de expresión. Ha dirigido el Observatorio de Violencia de Género en Medios de Comunicación (OVIGEM). Forma parte de la Red Puebla de Periodistas.
Primer acto
Lo inmediato que sentí al despertarme el 8 de marzo de 2023 fue una gran energía en el estómago, como si la turbina se encendiera. Generalmente no me gusta levantarme temprano, soy una persona más nocturna, pero este día no le di tantas vueltas a la cama y repasé en mi cabeza el plan para ir a cubrir las marchas y encontrarme con mis amigas.
Mientras le daba de comer a mi perrita, una bóxer hermosa de 4 años, pensaba en todas las cosas que debería llevar en mi mochila: una botella con agua, protector solar, una gorra (que olvidé meter), mi libreta, un lápiz o lapicero, bálsamo para los labios, un cubrebocas, mi pañuelo verde (también olvidado), mis llaves y mi teléfono. Tomé un té de manzanilla para aquella sensación poderosa que se mantenía en el estómago, para aguantar la que se acumulara en el transcurso de la jornada.
Después de bañarme, busqué entre todas mis playeras blancas aquella que tiene un puño en alto con el pañuelo verde en la muñeca y rodeado de fuego verde abortista. Me puse unos jeans y tenis cómodos para la caminata, también un rompevientos verde que combinara. Desayuné bien y sin prisa, luego me despedí de familia.
Por la mañana, una celebración religiosa. Foto de Mayra Guarneros
Tomé el camión y por ansiosa me bajé dos calles antes, caminé apresurada sobre la calle 25 oriente y estuve atenta al ruido: una marcha se escucha a metros de distancia. Para mi alivio realizaban una celebración religiosa antes de que iniciara la movilización. Había allí congregadas unas doscientas personas, casi todas vestidas de blanco, con pancartas, lonas o carteles con el rostro de aquella persona a las que buscan. Encontré y saludé a colegas periodistas que también estaban allí, luego me acerqué a escuchar lo que María Luisa Núñez, integrante del colectivo La Voz de los desaparecidos, decía sobre la inacción de la comisionada de Búsqueda, María del Carmen Carabarín, y de cómo tres familias se acercaron esa semana al colectivo debido a la falta de respuesta de las autoridades. Mi cabeza se llenó de rabia, una rabia caliente y densa, como si hubiera una fuga de aceite en la turbina.
Foto de Samantha Páez.
Después de la entrevista con María Luisa el contingente avanzó rumbo al edificio central de la Fiscalía General de Justicia. Ahí las buscadoras entonaron la canción Voz de los desaparecidos y mis ojos se llenaron de lágrimas. En esos momentos vino a mi mente la cara de Liliana Lozada, el recuerdo de que la última vez que hablamos, en marzo de 2020, me contó que había ido a la marcha de ese año, pero nunca nos encontramos entre la multitud. Recordé la angustia de cuando supe de su desaparición y de la impotencia, el dolor, de saberla víctima de feminicidio. Una lona con los datos de Liliana pende aún de un lazo frente a Fiscalía, quizás para recordar de su caso sigue impune.
Las mantas frente a la Fiscalia. En ellas también la memoria de Lliliana Lozada. Foto de Samantha Páez.
Así entre la tristeza y enojo, porque unos policías bloquearon el acceso al edificio y María Luisa se tuvo que colar para desde la reja dar un mensaje, caminé junto con las familias de las personas desaparecidas.
Por la mañana, hacia el Zócalo. Foto de Samantha Páez.
En el zócalo. La Voz de los Desaparecidos. Foto de Samantha Páez.
El sol de mediodía no amainó el ánimo de las familias, como dice la canción del colectivo, aquí siempre sobra voluntad, y es cierto, las consignas no pararon desde la Fiscalía hasta el zócalo de la ciudad de Puebla. Allí se detuvo el contingente, allí se hizo un pase de lista por cada una de las personas cuya ficha de búsqueda seguía vigente, allí se repartieron tortas y aguas, lo mismo que abrazos y saludos… Entre toda esa rabia las y los familiares de personas desaparecidas rebozan de esperanza y solidaridad. Me fui del zócalo hacia mi casa pensando en cuánto cariño hay entre esas personas.
Segundo acto
Después de comer, quitarme un rato los tenis y abrazar a mi perrita, me preparé para salir de nuevo de casa a la marcha de las 17:00 horas. Ahora sí me produje un poco más: me hice una media coleta en el pelo, dejando unos rizos sueltos; me maquillé un poquito pensando en terminar de hacerlo en la marcha y escogí una camisa lila, recuerdo de un tío querido ya muerto. En mi mochila coloqué mi traste lleno de agua y una sudadera para el fresco de la noche. Por segunda vez salí de mi casa sintiendo como esa turbina corporal me movía.
Ya arriba del camión recordé como en 2020 había varias chicas y señoras vestidas de morado en el transporte, todas nos bajamos en el punto de encuentro para iniciar la manifestación. Esta vez no había otras de morado y verde como yo, pero sabía que nos encontraríamos en el camino. El bulevar 5 de mayo estaba cerrado y tuve que bajarme a la altura del Centro Escolar Niños Héroes para caminar hasta el Paseo Bravo.
Me encontré con otra colega periodista y decidimos irnos juntas al Gallito, en esas mismas calles había más jóvenes y mujeres vestidas de morado, con sus pañuelos verdes y pancartas en las manos. Conforme más nos acercábamos, más y más mujeres nos reconocíamos, la emoción y la urgencia por llegar me impulsaban a caminar lo más rápido que mis piernas podían.
En el Paseo Brfavo. Vivir sin miedo. Foto de Mayra Guarneros.
En el Gallito el ambiente era totalmente festivo, porque en un país feminicida como México nos alegramos de estar vivas. Busqué a una de mis primas con quien había quedado de verme, la encontré sentada en una fuente. Faltaba media hora para el arranque de la marcha y el lugar estaba repleto de niñas, adolescentes y mujeres de todo tipo, el Paseo Bravo era morado, verde y negro. Como ni a mi prima ni a mí nos dio tiempo maquillarnos, saqué unos delineadores morado y verde con brillo que compré justo para esta fecha, le puse una línea morada sobre el párpado y unos puntitos verdes en los pómulos, luego me hice unas líneas moradas en los párpados y las rellené con verde. Ahora sí estábamos listas.
Conforme pasaban los minutos ese motor, esa turbina, giraba y giraba llenándome de energía cada que me encontraba a una amiga, cada que un grupo de morritas se unía al contingente, cuando veía a madres marchando con sus carriolas o niñas acompañadas por sus familias. Esa energía se multiplicó conforme la manifestación avanzaba sobre la avenida Reforma, pensé en recorrer los contingentes de inicio a final, no fue posible, fuimos unas 50 mil las congregadas.
La batucada. La emoción es mágica. Foto de Mayra Guarneros.
La potencia de estar rodeada por mujeres y disidencias saltando y gritando las mismas consignas es algo para lo cual no se tienen palabras, es una sensación que rebasa estar en un concierto o ver el mar por primera vez. Es algo mágico.
Tardé mucho caminando a mi paso más veloz para volver a encontrar a mi prima después de mi intento por recorrer toda la marcha, fue a la altura de los cines del Bulevar que nos reunimos otra vez. En adelante avanzamos juntas hasta Fiscalía, en la 31 oriente, una vez allí nos acercamos a la camioneta con el sonido porque era el punto de reunión con una amiga fotógrafa. Esperé a que iniciara la lectura del pronunciamiento, las organizadoras decían que aún faltaban muchas por llegar y que había contingentes a la altura del Congreso estatal.
El paso de los contingentes por Catedral. Foto de Mayra Guarneros.
Vi a dos compañeras de la Campaña por el Aborto Legal en Puebla un tanto preocupadas porque muchas chicas se detuvieron y no permitían que el resto de la manifestación avanzara, así que les ayudé a pedir que siguieran caminando. Varios minutos después, por fin, estaba el allí el último contingente. Regresé junto a la bocina para esperar la lectura del pronunciamiento, la batucada feminista ya estaba junto, todo mi cuerpo vibró cuando escuché el grito de alerta y todas respondieron: ¡alerta, alerta que camina, la lucha feminista por América Latina!
Fue muy lindo que las organizadoras me pidieran leer una parte del pronunciamiento, me sentí honrada y nerviosa. Cuando tomé el micrófono llevé toda esa energía acumulada en mi estómago a la garganta, la liberé con cada palabra y con los gritos finales de la marcha.
Tercer acto
Poco a poco las mujeres y disidencias que acudieron a la marcha se dispersaron, algunas se tomaban fotografías, otras buscaban a su grupo de amistades o familiares y unas más se iban juntas tomadas de la mano. Me despedí con un abrazo de las amigas y colegas con las que me topé. Podría decir que la sensación final fue de satisfacción, de orgullo, aunque hubo unos momentos preocupantes, como cuando circuló en redes la detención de dos manifestantes y del aviso que había hombres infiltrados.
Para culminar esa noche, para mí histórica, alcancé a unas amigas fotógrafas en un bar y allí el resto de energía se fue disipando de apoco con los tragos de cerveza y las risas. Sentí como si la turbina de un avión se apagara después de un potente viaje, un viaje que terminará cuando todas las mujeres seamos completamente libres.