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12 Mayo 2024, Puebla, México.

Agresión a los rituales en la Sierra Nevada / Julio Glockner

Sociedad civil organizada /Naturaleza y sociedad | Opinión | 6.JUL.2023

Agresión a los rituales en la Sierra Nevada / Julio Glockner

Los tiemperos ignoran quienes son los responsables de esta violencia desatada contra sus lugares de culto.

Cruces vandalizadasen la cueva de Alcaleca o Alcalican, en las faldas del Iztacciíhuatl. (Foto obtenida por Julio Glockner)

Aprovecho esta ocasión para plantear ante ustedes un problema que preocupa enormemente a los pedidores de lluvia y sus comunidades en la región de los volcanes en los estados de México Morelos y Puebla.

Es un viejo problema que no ha podido ser atendido debido a que se plantea desde una particular visión del mundo que se manifiesta en una compleja ritualidad sincrética de origen mesoamericano y virreinal, es decir, se plantea desde una particular cosmovisión en la que confluyen ideas y prácticas que provienen tanto de la antigua religiosidad nahua como del catolicismo que se introdujo en México con la evangelización en el periodo colonial.

Y se plantea a una mentalidad moderna que ha desacralizado la naturaleza y no le otorga la menor credibilidad a esa cosmovisión, o, en el mejor de los casos se acerca a ella demagógicamente declarando que se trata de “nuestras tradiciones” sin comprender realmente de lo que se trata.

Voy a exponer a grandes rasgos en qué consiste esta cosmovisión y su ritualidad para apreciar mejor el problema de incomprensión al que se enfrenta en el mundo moderno.

La idea central de esta visión del mundo, que llamaré tradicional, es que la realidad que percibimos no se agota en su existencia material, sino que existe algo más, de carácter espiritual, que habita en lo material y con lo cual es posible mantener un contacto, a nivel espiritual, mediante un ritual determinado.

Eso espiritual que está latente en lo material, posee una voluntad y una intencionalidad en la que los humanos pueden incidir para darle una orientación determinada y de este modo obtener beneficios para la colectividad; o bien, incidir en un sentido negativo que tendría como consecuencia un perjuicio para la comunidad al bloquear sus posibilidades benéficas.

Es decir, estamos ante una confrontación entre el bien y el mal, que al interior de esta concepción tiene proporciones cósmicas al enfrentarse, en una dimensión metafísica, Dios y las fuerzas celestiales o ejércitos del bien, contra el Demonio y las fuerzas del Mal.

Estos combates se manifiestan principalmente durante los sueños, puesto que en ambas tradiciones, la mesoamericana y la cristiana, las revelaciones oníricas han tenido una gran relevancia.

El sueño es un ámbito privilegiado para establecer contacto con la dimensión que habitan tanto las deidades como los espíritus que se encuentran en estado latente al interior de la materia y que pueden manifestarse como animales, fenómenos meteorológicos o personas, como es el caso de Gregorio Popocatépetl y Rosita Iztaccíhuatl, por ejemplo.

A diferencia de lo que ocurre en el mundo material ordinario, en los sueños no existen leyes físicas, como la de la gravedad, de modo que es posible volar, o atravesar una pared, o hablar con los muertos, o poder ver con toda claridad a los seres que habitan ese mundo considerado como sagrado.

Entonces, la evidencia de que ese mundo espiritual existe y que se puede contar con él para actuar en el mundo material, se revela en los sueños.

A esa evidencia y a ese contar con la dimensión espiritual para actuar en el mundo material la llamo compresencia, tomando el término de Ortega y Gasset.

 

Cruz en Cuautepec Cuijingo, Estado de México, reparada recieentemente por los campesinos que resguardas los sitios de culto. (Foto obtenida Julio Glockner).

La compresencia es aquella realidad que no está ante nuestros sentidos en una circunstancia determinada pero que, sin embargo, contamos con ella para existir. Pongo un ejemplo: No tengo a la vista en este momento la calle que está allá afuera, pero sé que existe objetivamente, es decir, fuera de mi conciencia, y en este sentido forma parte de mi ser en el mundo. La compresencia del mundo físico proporciona ubicación, orientación y rumbo, sin ella estaríamos perdidos, extraviados en el mundo.

Pero en las sociedades tradicionales la compresencia no sólo se conforma con los componentes del mundo material, también está constituida por una dimensión espiritual (que contiene toda una geografía sagrada y seres que la habitan) y que se revela durante los sueños lúcidos. Esta compresencia espiritual es tan importante como la física porque proporciona la certeza de que se cuenta con la voluntad divina si se actúa de acuerdo con sus preceptos e indicaciones.

Por esta razón, ante la actividad eruptiva del volcán, hemos escuchado decir a los pedidores de lluvia de los tres estados que nada grave va a suceder por el momento, y de aproximarse algún peligro ellos recibirán el aviso anticipado en sueños.  

Siguiendo esta misma lógica de la revelación onírica, los tiemperos reciben las indicaciones rituales que deben atender puntualmente para lograr un buen temporal.

Es en sueños donde se les revelan conocimientos de herbolaria, es en sueños donde se les indica qué tipo de ofrenda se debe colocar en los patios rituales, generalmente al pie de las cruces, es en sueños donde les avisan de las descomposturas que han sufrido los lugares sagrados y que alteran la llegada oportuna de las lluvias.

Lugares sagrados como El Ombligo en Puebla, El Divino rostro del Popocatépetl en Morelos o la cueva de Alcaleca en el estado de México, por mencionar sólo los más relevantes entre más de treinta sitios ceremoniales, son todos ellos concebidos como “Centros del Mundo”, es decir, lugares de confluencia de los tres niveles de la existencia:

  • El nivel celestial, donde habitan ciertas deidades, ángeles mensajeros y espíritus de las nubes, los vientos, el rayo y el granizo.
  • El terrestre, donde habitan todos los seres vivos y los espíritus que les son propios, incluyendo la materia que nosotros consideramos como inerte, como las rocas o los volcanes
  • Y por último el inframundo, donde se gesta el crecimiento de toda la vegetación y cuyas semillas conviven con los espíritus de los antepasados, los hormigueros (Quetzalcóatl-hormiga) las cuevas, los ríos subterráneos, la lava volcánica y todo aquello que tiene una vida activa al interior de la tierra.

 

 

Cada uno de estos centros funciona como lo que la historia de las religiones ha denominado Axis mundi o “Eje del mundo”, que conecta estos tres niveles de la existencia que he mencionado, con los cuatro rumbos del universo o puntos cardinales, como los llamamos nosotros. De modo que en cada uno de ellos tenemos una representación simbólica del mundo entero.

Se comprenderá entonces que en estos lugares está concentrado un gran poder susceptible de operar tanto en los fenómenos meteorológicos para atraer buenas lluvias y ahuyentar el mal temporal, como en las fuerzas genésicas de la tierra que hacen posible el crecimiento de las plantas, principalmente el maíz, como en la infinita variedad de las relaciones humanas para propiciar el buen entendimiento y la armonía entre las personas y sus comunidades… o todo lo contrario. 

Se trata de lugares donde ha ocurrido una hierofanía, es decir, una manifestación de lo sagrado, por ello precisamente se trata de lugares santificados. En consecuencia, es sumamente importante lo que ocurre en estos espacios.

Quiero decir, en primer lugar, que el ritual debe observar un orden estricto: desde la purificación de las personas con el humo del copal antes de entrar; persignarse y acceder al lugar de preferencia haciendo oración o cantando alabanzas; en seguida limpiar, escombrar y sahumar minuciosamente todo aquello que será utilizado para la actividad ritual, principalmente las cruces, las rocas, los árboles o los nacimientos de agua sobre los que se hará la petición de lluvia; una vez purificado el lugar se dispondrá la ofrenda invocando a los espíritus de las montañas, cerros  y volcanes, mares y lagunas para que acudan a disfrutar de las esencias de las flores, los alimentos y las bebidas obsequiadas, al tiempo que se solicita la lluvia y los favores que se esperan recibir; después de convivir un par de horas con los espíritus invocados, ya sea compartiendo los alimentos ofrendados o preparándolos aparte para los asistentes, se lleva a cabo una despedida en la que se cantan generalmente algunas alabanzas y se bendice a los asistentes. Dependiendo de la gravedad de las circunstancias, a estas actividades se pueden añadir la abstinencia sexual, algún tabú alimenticio o el ayuno. Desde luego que en cada región hay variantes de lo que acabo de mencionar.

Por otro lado, en este contexto ritual también es importante la actitud, el comportamiento y hasta el pensamiento de los asistentes. Se da por supuesto que se acude con buenas intenciones, “de buena fe”, pero de preferencia también con buen ánimo y entusiasmo para crear un ambiente de cordialidad y convivencia que, digamos así, se irradiará sobre la actividad ritual para hacerla más efectiva. En estas condiciones hasta los malos pensamientos deben omitirse, pues pueden perturbar la eficacia simbólica del rito.

Me parece que con este esbozo de la cosmovisión y sus prácticas se puede comprender de mejor manera la preocupación que tienen los pedidores de lluvia de lo que sucede en los espacios rituales.

Sucede que desde hace algunos años están siendo sistemáticamente agredidos, quizá por los miembros de otras religiones que consideran como idolatría estas tradiciones religiosas, o tal vez por jóvenes que sin el menor respeto se han dedicado a vandalizar estos lugares rompiendo las cruces, pintando con aerosol signos indescifrables en los abrigos rocosos, encendiendo fogatas en medio de los patios ceremoniales, apagando colillas de cigarros en las fuentes que mediante un acto de magia imitativa provocan simbólicamente la lluvia, entre otras acciones que evidentemente descomponen el orden que deben conservar estos lugares y estos dispositivos para garantizar su eficacia propiciatoria.

Los tiemperos ignoran quienes son los responsables de esta violencia desatada contra sus lugares de culto. Casi en cada ocasión que ascienden a estos sitios encuentran destrozos y desarreglos, o también lo que llaman “maleficios” realizados por brujos a sueldo empleados por los acaparadores de maíz.

 

Cruces vandalizadasen la cueva de Alcaleca o Alcalican, en las faldas del Iztacciíhuatl. (Foto obtenida por Julio Glockner)

 

A estos actos, producto del vandalismo, las diferencias de culto o la brujería, no lo sabemos, se les ha atribuido el retraso de las lluvias y el hecho de que haya más calor que nube, como dice don Antonio Analco.

El problema se complica aún más cuando al denunciar los hechos, se enfrentan a la total incomprensión por parte de las autoridades, pues prácticamente a cualquier funcionario le parece absurdo relacionar una cosa con otra. Y así han estado durante varios años, yendo y viniendo de una oficina a otra, sea municipal o estatal, sin resolver nada.  

La solución que proponen los tiemperos consiste en cercar los sitios más importantes y que sea la autoridad municipal, o el comisariado ejidal o de bienes comunales quien se encargue de autorizar el acceso. De este modo, suponen, se tendrá un control para saber quiénes entran a los patios rituales y sobre todo con qué intenciones lo hacen.

Pudiera ser de alguna ayuda también el reconocimiento por parte de la Secretaría de Gobernación federal o de los estados, de que se trata de manifestaciones culturales y religiosas con una tradición ancestral y se pueda proceder a su registro oficial. Es verdad que no se trata de una iglesia cuyo culto se realice en espacios edificados, se trata de muy antiguas expresiones de religiosidad popular que se practican en la naturaleza misma, pero la delimitación de los espacios de culto los convierte en templos que deben ser respetados tal y como ocurre con las capillas e iglesias. Quizá el respaldo oficial y la advertencia de que se trata de áreas protegidas pueda coadyuvar a preservarlas.

No estamos ante la invención de una tradición, como ha ocurrido infinidad de veces al folklorizar con fines políticos o turísticos algunas expresiones culturales. Estamos ante una auténtica tradición de origen nahua vinculada al ciclo agrícola y que perdurará, al menos, mientras siga existiendo la agricultura de temporal. Una tradición que bien merecería ser reconocida como patrimonio cultural intangible.