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19 Mayo 2024, Puebla, México.

Aeroméxico, en el Vuelo AM 318, la belleza de la tormenta / Emma Yanes Rizo

Sociedad | Crónica | 10.JUL.2023

Aeroméxico, en el Vuelo AM 318, la belleza de la tormenta / Emma Yanes Rizo

17:10 horas

Cd, de México – Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Otra vez rumbo a Tuxtla Gutiérrez. Vuelo AM 318, a las 5 de la tarde, sala F en la parte superior del aeropuerto, lejos, lejos, lejos. No aparece el vuelo en la pantalla, nos dicen que no sirve, que en su momento nos van a vocear. Pero tampoco hay magnavoz, así es que sube un joven y nos avisa que bajemos. En el boleto indica la fila correspondiente a cada usuario, pero esta vez no  aplica. La cola para abordar por lo tanto es larguísima. Vuelo completamente lleno anuncian, quien quiera documentar su equipaje es gratis. 5.15 el avión al tope. Que una disculpa pero había retraso de 20 minutos comentan. Pasan 40 minutos y nada, tampoco permiten el acceso al baño que desespera a los pasajeros. Que ya estamos en la cola ahora de los aviones para despegar. Nosotros hasta con el cinturón puesto. Ha pasado una hora con treinta minutos y nada. Me levanto a estirar las piernas “siéntese señora, ya  vamos a despegar”, pero no, pasan otros quince minutos en el gallo – gallina atrás de los otros aviones. Por fin, sin previo aviso, al aire. Subimos a tropezones como en un juego mecánico hasta los diez mil pies de altura; en un rato llega el carrito con los refrescos y hay un momento de paz. Dura poco. Por la ventanilla del lado izquierdo tremendo espectáculo, el cielo terriblemente oscuro se ilumina de repente con la tormenta eléctrica, luces y sombras, inmensa la nube blanca, los rayos entre azules y amarillos parten el cielo. Luego otra vez la oscuridad y la luz y el estruendo, ¡que hermosura!, me olvido por un momento de que estoy en el avión, quiero permanecer ahí, solo mirando, tal cual rayos y centellas vistos no desde la tierra sino a la altura de nuestros ojos, una maravilla, el murmullo del rezo de mi vecina de asiento me regresa a la realidad. Próximos a aterrizar, nos informan, otra vez vamos bajando a tropezones, vemos ya la pista, pero el avión  sube al cielo como un cohete a la luna, aterrizaje fallido nos dicen, por la fuerza del viento. En diez minutos habrá otro intento. El avión en silencio solo el murmullo de los rezos. Recuerdo que ya he vivido esto, en el regreso de Ecuador a México, cuando la nave no pudo aterrizar en Costa Rica luego de tres intentos y  mi hija que acababa de cumplir quince años y yo acabamos en Nicaragua, solo con la ropa que traíamos puesta; y también de Lima a Cusco, ahora con mi hija menor: vimos desde lo alto el pueblo, las casas con sus tejas, las torres de las iglesias, pero el avión no logró aterrizar y nos regresaron a Lima, esta vez sin la cortesía del hospedaje, háganle como puedan y nos vemos mañana a las seis am nos dijeron. No me molesta andar en el aire, tan bonito espectáculo. Está vez nos bajarán en Tabasco, pensé. Pero es hábil el piloto y al fin aterrizamos en Tuxtla Gutiérrez entre sollozos y aplausos de los pasajeros.

 

Vuelo AM 317 / 29 de junio / 13:06 horas

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas – Ciudad de México. Rumbo al aeropuerto nos informan que están cerradas las carreteras a San Cristóbal y a Chiapa de Corzo, imposible acceder al cañón del sumidero, previo al viaje de regreso.

 

 

Pero nos desviamos al mirador, increíble la vegetación y la profundidad de la cañada, cuanta paz. Pero es solo ahí. En la zona de Chiapa de Corzo secuestraron hace dos días a 16 personas administrativas de la policía, en protesta por el secuestro a su vez de una cantante presumiblemente por uniformados. Los lugareños, en protesta, tomaron como rehenes a los policías y cerraron las carreteras. Ya de nuevo rumbo al aeropuerto  pasamos el retén. Muy agresivos los muchachos, por mero y nos encueran.

 

 

Al fin en el aeropuerto un retraso solo de quince minutos. Qué alegría, el vuelo por demás  placentero, por la ventanilla logré ver la hermosa vegetación chiapaneca, tan espesa como un brócoli visto desde arriba; admiro los ríos que asemejan las venas abiertas de América Latina, diría un clásico. Buen momento para leer el libro de crónicas futboleras, observo el interminable mar de nubes y me imagino ahí una cascarita llanera,   pero en tan amplio espacio dónde poner la portería y si la bola se va, se va, se va, como alcanzarla, a quién gritarle: “Bolita por favor”, ¿la regresarán a esté mundo mágico desde la tierra? Luego invento ahí mismo sobre las nubes un día de campo en familia. Nos sentamos en las raíces de los árboles y los vemos crecer hacia la tierra; ahí abajo se estiran las manos de los niños para cortar la fruta, la alegría de los pueblos. Sentados en el campo de nuevo miramos pasar los aviones como pájaros pequeños y limpiamos nuestro rostro con el vapor del agua.

Aterrizamos sin contratiempo, nos recibe como siempre el tráfico de la Ciudad de México y un esplendoroso cielo azul.