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7 Septiembre 2024, Puebla, México.

Aeroméxico: Ineficiencia y maltrato ciudadano. El vuelo AM 0321, De Tuxtla Gutiérrez a la ciudad de México / Emma Yanes Rizo

Sociedad /Economía /Gobierno | Crónica | 9.ABR.2023

Aeroméxico: Ineficiencia y maltrato ciudadano. El vuelo AM 0321, De Tuxtla Gutiérrez a la ciudad de México / Emma Yanes Rizo

                                                                                      

Chiapas es uno de los estados más hermosos del país, por sus paisajes naturales, su gastronomía, su diversidad artesanal y el trato siempre amable de su gente. Por eso solemos visitarlo una y otra vez. Y no merecemos que una línea como Aeroméxico trate a los usuarios de manera abusiva y despótica. Esperando quizás que no queramos volver.

 

 

El 29 de marzo, como muchos otros pasajeros, llegué al aeropuerto de Tuxtla a las seis de la tarde, con boleto de avión para las 7.25 rumbo a la ciudad de México, número de asiento 18-B. A las 7.30 avisaron que el vuelo se iba a demorar hasta las 8.30 de la noche. A las nueve informaron  que se cancelaba por “cuestiones meteorológicas.” Que fuéramos de regreso al mostrador para el cambio de boleto. Repiquetear de celulares: --“Te quiero”, --“Besos a los niños”, --“Busca otra línea”, --“Checa otros vuelos”, --“No tienen madre estos cabrones”, --“Luego te marco.” Y corrimos en tropel a hacer una cola infernal, ante el mensaje de que pagarían hotel y pasaje. “El pueblo unido jamás será vencido”, se escuchó por ahí. No todos alcanzaron hotel, los que habían documentado su equipaje se fueron hasta las 4 de la mañana. Otros tuvieron que dormir en moteles e incluso algunos compartieron cuarto sin conocerse con tal de poder volar al día siguiente. Ante el cansancio y la penosa oferta que hacía la aerolínea opté por buscar mi propio hotel, ya no había cupo donde me había hospedado el día anterior. 

 

 

Mi nuevo boleto, para el 30 de marzo, otra vez a las 7.25, vuelo AM-321, asiento 6C. Volví a llegar a las seis de la tarde. A las 7 vi que los pasajeros se arremolinaban de nuevo en la caseta de la sala ya para documentar. Tranquila le mostré mi pase de abordar y mi boleto digital al joven que atendía. Pero para mi sorpresa dijo que según él era el mismo boleto del día anterior y que no estaba registrada como pasajera, que fuera a reclamar al mostrador. Le mostré los boletos impresos y le hice ver su error, pero en forma por demás grosera el joven me ignoró para “atender” a otros pasajeros que también habían sido timados con boletos de avión para un vuelo que de antemano sabían no tenía suficientes lugares. Le pedí su nombre y escondió el gafete.

 

 

A las 8.30 informaron que el vuelo saldría a las 10.30 de la noche, pero que sería un avión más pequeño, solo había 20 lugares y había que esperar que algunos pasajeros desistieran para tener la suerte de poder viajar. O esperar otra vez al día siguiente, prometían un nuevo avión. Quiénes y porqué eran los elegidos, no se supo. Para entonces la sala de espera era ya la de un sepelio: una mujer de edad que desde el día anterior iba al entierro de su hermano, simplemente ya no podría llegar; tampoco el joven que tenía cita para sacar su visa a los Estados Unidos; ni la joven turista con vuelo de conexión; ni el caballero que iba a una reunión para él impostergable en la Secretaría de Relaciones Exteriores, entre otros.

 

—Vayan de nuevo al mostrador, para su cambio de boleto--, nos dijeron, como si ganado fuéramos. Pero no, me aconsejó una amiga, si sales de la sala, ya no podrás regresar. Vi llorar a una mujer en silla de ruedas, que como yo, había vivido el mismo suplicio un día antes, pero que se había mantenido hasta entonces ecuánime y discreta. Algunos  traían la misma ropa del día anterior.

Alguien dijo: ¡!A Tabasco!!, ¡Vamos a Tabasco, a Villahermosa, de ahí están saliendo vuelos! Era desde luego una acción desesperada. De repente, en la fraternidad de la desgracia, los ahora sin vuelo ya éramos casi amigos, luego de dos días sin poder ver a los que nos esperaban o tal vez no en la ciudad de México.

–Yo me despido --le dije a algunos, casi con nostalgia, asumiendo mi derrota.

–¿No nos acompaña mañana?, dicen que ahora sí saldrá a tiempo --me dijo un hombre de traje gris, al que no reconocí del día anterior. Creo no era mal parecido: alto, moreno claro, ojos aceitunados y pelo entrecano.

–Lo siento mucho  --le contesté--, de verdad no puedo quedarme.

Me tendió la mano despidiéndose con una sonrisa triste. Le han de gustar neuróticas, pensé. Llevaba un portafolio café con una cintilla blanca. Debo acordarme de eso, me dije, poco antes de salir del aeropuerto, por si algún día, nunca se sabe.

 

Desesperada por un compromiso laboral en Michoacán, tomé el camión de Tuxtla Gutiérrez a la ciudad de Puebla a las 10.55 de la noche. Once horas de trayecto si no tiene usted inconveniente. Mejor viajar a Europa, imaginé. El primer retén ocurrió a las 12.30: Bajaron a un migrante. A la una de la mañana otra parada: con toda educación una mujer militar le pidió a algunos pasajeros abrieran sus mochilas. A la 1.30 de la madrugada el último retén: bajaron a otro joven. No supe junto a quién dormí la noche del 30 de marzo (era un hombre de lentes cuadrados y chamarra oscura), me enrosqué en mi misma como una cochinilla. Luego, milagrosamente vi dos asientos juntos vacíos y ahí pasé el resto de la noche, con una frazada que todavía llegó a prestarme una amiga. A las siete de la mañana nos dijeron que podíamos bajar 25 minutos. Olía a empanadas y a mariscos. Descendí del camión sin conocer a nadie, el entorno me era ajeno, como en una película de ciencia ficción. Para saber si realmente estaban despierta me atreví a preguntar ¿Dónde estoy? 

–En la Tinaja, Veracruz y ya no hay quesadillas de jaiba --me respondió una muchacha.

-–Sólo deme un café negro, por favor.

Un café negro, “las palmeras borrachas de sol” y el letrero Orizaba-Puebla, hicieron que me volviera el alma al cuerpo, ahora sí rumbo a casa.