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11 Mayo 2024, Puebla, México.

Habibi, ¿Una foto con la esfinge? Crónica de un poblano en Giza

Cultura /Sociedad | Crónica | 11.AGO.2023

Habibi, ¿Una foto con la esfinge? Crónica de un poblano en Giza

Diciembre, 2018.

Los viajes inolvidables suelen reunir aventura, comedia, drama, suspenso y un poco de terror. Egipto no fue la excepción. Mis primeros pasos en esta tierra ancestral se vieron castigados por la actitud valentona de un empleado de casa de cambio que recibió el pago de mi visa; sucede que en esta nación los visitantes deben realizar su visado justo al arribar a cualquiera de sus puestos migratorios, pagando previamente los derechos de dicha licencia de internamiento (la cual vale veinticinco dólares). Tanto el cobro como la emisión de la calcomanía que irá en el pasaporte, son efectuados por el pequeño centro cambiario antes mencionado, donde un malencarado ejecutivo aprovecha cualquier distracción, dada la velocidad de la operación, para quedarse con parte de la morralla que por derecho debes recibir. En una fila de casi diez incautos, aguardé mi turno y, ya en la ventanilla, constaté la miserable situación que se avecinaba en el interior de la ciudad: “Alí Babá y sus miles de ladrones estaban en las calles, vendiendo joyería, cambiando divisas, ofreciendo pashminas y toda clase de artilugios”. En un restaurante, ahí estaba uno de los compinches del célebre villano, cambiando la carta (o menú) al ver llegar extranjeros, reemplazando así los precios reales con los del turista, los cuales rompían toda proporción aceptable. En un momento posterior, del otro lado de la línea telefónica del hotel reservado, ahí esperaba paciente un secuaz -del susodicho vándalo- listo para cambiarnos el cuarto acordado por uno de precio más alto, pero con menor calidad y más alejado de la ruta. En el taxi, en la distribuidora de celulares, en la tienda de la esquina, aguardaban a mi encuentro una infinidad de sátrapas deseosos de cobrarme comisiones espontáneas, etiquetas sobrepuestas o traducciones inexactas respecto a los precios en árabe. El egipcio promedio es alegre, dicharachero, efusivo, astuto y cazador. No tiene miedo de ninguna presa y suele sobrecargar la existencia del viajero con su compañía hasta que este decide entregarle una propina -misma que en este país es una tradición tan arraigada y obligatoria como rezar a las 5:00 pm o acompañar la shisha con un té negro-. No dar propina es atentar contra el sistema, ofender al proveedor o ensuciar la bandera; hay que hacerlo hasta por lo más mínimo, sea recibir un producto, un servicio o una respuesta a cualquier pregunta inofensiva.

--¿Mexicano?, bonito país, ¿A picture for you? Is for free, I swear- -, pronuncia un empolvado descendiente de los faraones, y ahí estoy parado frente a la Gran Pirámide de Keops, con mi cara toda contentota(.sic), usando una pashmina y queriendo tocar la punta del colosal monumento. Listo, foto tomada. -Shukran habibi (“gracias amigo” en árabe)- le digo al empleado del complejo arqueológico; -Are two euros- me dice con la cara ennegrecida por la arena y sudor, con un gesto amenazador; -You told me that it was for free- le espeto mientras extiendo un billete de 1 dólar como agradecimiento; -My tip is of two euros, no one dollar- y con esa expresión tan contundente me confirmaba que en este país casi todo es doble: la moral, las tarifas, los sentidos de las calles, etc.

 

 

Suspenso al preguntar un precio y suspenso al caminar la calzada de Giza para encarar a la necrópolis; suspenso para saber a dónde le daría la gana al chofer del Uber pararse o dónde comer sin que volatilizara mi estomago en El Cairo. Suspenso en todas partes y yo, sin palomitas y chesco(.sic). De cualquier modo, fueron las grandes pirámides, los templos funerarios y la Esfinge, las responsables de desencajar de asombro mis músculos faciales. Un largo camino asfaltado me remitió a la zona oriental del parque arqueológico, donde un retén militar, la taquilla y un precio oficial de 500 libras egipcias -por persona-, me dieron la bienvenida. Poco a poco, y tras la bruma, se fue develando la silueta inconfundible del otrora edificio más alto del mundo; incluso hasta entrado el siglo XIX seguía gozando de dicha reputación. Esta obra faraónica, inigualable, fue realizada por el entonces regente, Keops, poco más de mil años antes de Cristo (aunque puede ser más antigua). Piedras de entre dos y cuatro toneladas eran transportadas desde Aswan, en el Alto Egipto, ubicado a más de 1000 kilómetros de distancia a través del Nilo. Imaginar a las grandes falucas (embarcaciones regordetas impulsadas por enormes velas) zigzaguear por las corrientes del río más largo del mundo, llevando carga por carga a los cientos de miles de rocas que integran a la gran mole constructiva, despierta curiosidad y una proporcional cantidad de teorías conspirativas, mágicas e históricas. Los veinte años que sugieren los arqueólogos duró la edificación total del inmenso mausoleo, no coinciden, ni remotamente, con lo contemplado de frente; más de 100 metros de altura inexpugnables, y alrededor de 200 metros de longitud a cada lado, advierten ingeniería, arquitectura, metafísica y muchas decenas, o cientos, de años empleados. Si por fuera es impactante, por dentro, la Gran Pirámide, conmueve hasta al más indiferente mortal. Comenzó ahí, en ese lugar, el género de aventura de esta crónica: un atrevido paso de 30 metros entre las rocas hecho por los amantes de la historia (o quizá por los amantes de lo ajeno, "saqueadores"), que recuerda a cualquier umbral de un socavón minero en Zacatecas, conduce al acceso principal de las cámaras funerarias ahí construidas. Por un angosto y largo pasadizo con varios metros de altura y con una inclinación hacia arriba de 23 grados (aparentemente la misma de la Tierra), se llega hasta la que fue morada mortuoria del faraón Keops, la cual se mantiene estructuralmente inerme frente al paso del tiempo, los rateros y los turistas.

--Ahí está, ahí está, viendo pasar el tiempo... ¿La pirámide de Keops?--. pensé mientras recordaba la bella canción interpretada por la española Ana Belén en honor a la Puerta de Alcalá en Madrid. La energía dentro del recinto funerario es inexplicable; técnicamente estás dentro de la tumba de un muerto ausente (pues las momias, ajuar y sarcófagos están en el museo del Cairo) y, sin embargo, percibes calor (mucho), paz, cobijo, inspiración, regocijo, redención y sintonía. Estás ahí, sugestionado, asombrado, ¿o conectado? -me quedo con la tercera opción-. Es un cuarto amplio hecho de granito, alineado al eje principal de la gran pirámide. Desde el centro del habitáculo funerario, que está vacío, puedes plantarte con la punta imaginaria de toda la estructura. Sensaciones confusas y poderosas, ese sería mi resumen, sin subestimar toda la curiosidad que mi niño interior acumuló por más de veinte años, y que esa mañana afloró multidireccionalmente al infinito.

 

Tras salir de la última maravilla antigua que está de pie (porque las otras seis salieron muy chafas, habrán sido chinas) dirijo mi corazón, fotografías y mochila hasta la pirámide de Kefrén, hijo de Keops, y la calzada de la esfinge, donde un sinfín de escondrijos, fachadas, tumbas, templos roídos y otras proezas ancestrales, enmarcan el camino con templanza y misticismo. La necrópolis es enorme y no importa cuántas veces repases el mapa, jamás lograrás cubrir la totalidad de rincones que lo integran; de hecho, con la soberbia que sólo una cultura de seis mil años puede presumir, el Sahara se abre desde Giza a todo el continente africano, como ufanándose del legado de sus hijos preferidos. Alzas la vista y ahí están las dunas que se alargan cual chiste gallego: "Si es una playa bien grande; no se ve el mar, pero ¡joder!, que la arena y el sol ya están, ¿o no, Venancio?". Las pirámides están separadas de la Esfinge por una calzada empedrada de casi 400 metros; al término de esta, hacia el norte, luce imponente la misteriosa criatura que inspiró infinidad de novelas, cuentos y crónicas. La escultura de al menos tres mil años de edad, de cabeza humana coronada con una serpiente y con cuerpo de león, es la muestra de seguridad privada divina más ostentosa que se haya creado jamás. Ante la menor amenaza espiritual a la necrópolis, la esfinge ha servido de custodia permanente devorando a las almas intrusas; empero lo anterior, no todo es malo, pues este ser se distingue por su gran sabiduría: si respondes correctamente el acertijo que te dirige (claro, en un plano astral), te recompensará con los propios tesoros que defiende. Del mismo modo, y según la tradición egipcia, tiene la capacidad de responder a tus preguntas, si éstas son suficientemente retadoras para ella (no se te ocurra preguntarle el número del Melate o del Sorteo Universitario, capaz y te traga por andar de ociosa u ocioso). Por cierto, me hice el chistoso y le cuestioné, usando las redes sociales, sobre si al Puebla de la franja le iría bien en el torneo; afortunadamente, lo importante ya lo había preguntado; de cualquier modo -y por si las moscas-, ustedes no me conocen si me viene a buscar cualquier bestia o quimera mitológica por andar preguntando. sandeces.